Manchas

Manchas

lunes, 17 de agosto de 2015

CRÓNICAS ANIMALES: TODO ESTO ES MÍO.

Quién sabe en donde iremos a parar, si en la montaña o será en el mar... Nos alejamos en busca de libertad, nos alejamos de la ciudad, buscando caminos y horizontes, el derecho a mirar a lontananza y el derecho a yacer en el prado pero nos encontramos con que ya todo tiene dueño, nos encontramos con el miedo de cruzar lo privado, con el miedo de ir más allá de la alambrada, aunque lo que queda por fuera no es más que un angosto camino que se agota en sí mismo. Bienvenidos a lo que queda de la ruralidad, casi nada:



¡Toda esta tierra es mía!

Se bajó de la camioneta a la entrada de la finca, miraba por encima de hombro, altiva, con esa actitud grosera de la gente que se siente superior. El encargado,  con la mirada baja,  casi con miedo,  la seguía como un perro faldero mientras la mujer  se abría paso hablando en voz alta y moviendo los brazos de manera exagerada. Corpulenta, por no decir gorda, con la cara redonda y desagradable, no por lo fea sino más bien por la expresión de arrogancia en su  rostro. Una falda larga, unas sandalias de tierra caliente y un saco cualquiera encima de los hombros.

-¿Quién está sentado allá al final de la finca?  - Preguntó la mujer al encargado.
-Una señora muy formal que trae los perritos a jugar.
-Y ¿quién le dio permiso?
-El esposo me dijo que si podían sentarse ahí y yo no le vi problema.

La mujer lo miró con rabia y le contestó:

-Pues yo si le veo problema, me están dañando el pasto en esta zona y además empiezan a entrar por aquí y luego se adueñan de la finca, no faltaba más.
-No señora, ellos solo vienen un rato en las tardes.
- ¡No me contradiga! Eusebio, cuando yo le diga una vaina, simple, usted se calla y me hace caso, no faltaba más, los pájaros tirándole a las escopetas. ¡Vea pues el otro!
- Disculpe, Doña Cecilia.
- Entonces ¡hágale pues! ¡camine!  Vamos los dos y la sacamos, es mejor que desde ahora sepa que esta tierra es mía y que no puede estar en mi propiedad.    

 Doña Cecilia era conocida por todos por su terrible mal humor y grosería. Tenía tierras por todas partes, era dueña de un conjunto residencial y terrenos baldíos en varias zonas de Cajicá. La gente contaba que todo era parte de la herencia de sus abuelos que tenía muchísimo dinero, que tenía descendencia alemana. Claro está que no tenía en sus rasgos físicos el menor asomo de  sangre aria, al contrario, mestiza y malaclase si era la doña.

Caminaron hacia donde estaba la mujer sentada. La chica se refugiaba del sol debajo de un gran árbol. Los vio venir de lejos pero no se movió. Los esperó tranquila, con los perros tirados a su lado profundamente dormidos. Reconoció al señor de la finca e imaginó que la gordita que venía al lado era la esposa. Los perros se sobresaltaron al sentir la presencia de los que llegaron y empezaron a la ladrar, la joven se apresuró a reprenderlos y a cogerlos con las correas.

-¡Tras de todo bravos los animales! mire usted el problema tan verraco si muerden a alguien - le dijo la vieja con la cara roja de rabia.
-No señora - le contestó la joven - Lo que pasa es que se asustaron, así son los animales, pero ellas son perritas y son buenas, no muerden.



La mona y la Negra la miraban con extrañeza. Veían a la recién llegada y les parecía muy ruidosa.

-Esta señora no me gusta nada - le dijo la Negra a su compañera que se entretenía un poco rascándose la pata derecha.
-No sé, es como muchos de los que viven por aquí, con mala cara siempre y gritones.
-Yo no la había visto nunca.
-Ni  yo.
-Debe tener problemas en la casa - resopló la mona.
-No, yo creo que son pulgas, ya sabes lo molestan que son.
-Debe de ser eso o quizá una garrapata pegada en el lomo, esas son insoportables y ponen de muy mal genio.
-Vaya uno a saber que mosco le picó a esta - dijo la negra alejándose un poco.    
-Para evitar problemas, salga de mi propiedad, cuando entré la vi aquí sentada y la verdad no me gusta que nadie entre, todo esto es mío.

La muchacha la miraba tranquila, casi con risa al ver el aire de superioridad que la mujer ponía en todas las palabras, casi gritaba.

-Nosotros hablamos con Don Eusebio y le pedimos permiso. La verdad, no molestamos a nadie, siempre recogemos la basura y somos personas decentes que solo estamos un rato y nos vamos.
- Pero es que él no es el dueño de la finca. La dueña soy yo, simplemente me están maltratando el pasto y no quiero que vengan por aquí.

El hombre miraba al suelo y no pronunció palabra. Intentaba entretenerse con quién sabe que cosa en su mente.

-Señora ¿no hay alguna manera para que usted nos dé permiso?
- El problema con la gente es que se les da confianza y resultan como dueños y señores de lo de uno. Las cosas claras.
- No hay problema, ya nos vamos.
- Tan grande que es el mundo - le dijo la muchacha mientras recogía la maleta -  sale uno a caminar y por todas partes vallados, letreros de prohibido el paso. Todo mundo tan preocupado siempre por proteger algo que debería poder ser disfrutado por las personas. Yo no creo que dos animales y un par de personas que se sientan aquí a mirar pasar los pájaros sean tan peligrosos. Ese deseo de tenerlo todo debe ser complicado, no debe dejar ni conciliar el sueño, uno todo el día y la noche pensando que le van a robar las tierras, que la gente le va a quitar los árboles debe ser un infierno, con plata y todo pero un infierno.

La doña la miraba con desprecio por encima del hombro sin decir nada. Se alejó con el viejo al lado que no decía nada, con aspecto cansado escuchaba estoicamente la perorata de la vieja que se paraba cada dos pasos a señalar los terribles daños que habían hecho los dos animales a los prados.

-Mire para allá hombre, todo eso va a demorar mucho en crecer, que vaina, si no vengo a ponerme en frente de mi propiedad usted acaba con todo. Además,  nadie tiene que disfrutar de lo que es de uno ¡qué tal eso! ¡que compre lo de ella! -  Se perdieron en el camino y la voz de la mujer se apagó por fin. La muchacha se quedó tranquila, sentada allí mismo a la orilla del camino sin moverse, el sol era fuerte y le pegaba en la cabeza, no le dio mucha importancia al asunto, era algo que no podía evitar y finalmente ya encontraría otro lugar, siempre habrían otros espacios que por lógica también tendrían dueño, era la dinámica de la vida que todo fuera de alguien, pensaba para sus adentros.

- No podemos volver a entrar - le dijo la Mona a la Negra que miraba el prado con aburrimiento.
- Si, ya escuché.
-La pasamos bien - continuó diciendo la Mona que ya no sabía que decir.
-Igual, siempre estaremos juntas, el mundo es infinito y nos tenemos, qué más da.
-¿Tú crees que son pulgas o garrapatas?
-Garrapatas, ten la seguridad - se echaron a  correr por el camino despreocupadas.
-Mira esa tórtola, Negra.

-Ya la vi, vamos por ella.