Un lugar que no conocíamos.
La magia de la noche con la brisa del mar pegando de frente en la fachada del
viejo hotel Bellavista en Cartagena. Una entrada espaciosa con ventanas
coloniales y las columnas que hablan de muchos años de vida e historias.
Rodeado de grandes titanes blancos que parecen mirarlo por encima del hombro, él
resiste en su sencillez con la dignidad de un anciano de noble cuna. Guarda en
su interior más grandeza que cualquier hotel presumido de la ciudad.
El mito comienza
cuando te dicen que es tal vez el hotel más antiguo de Cartagena, que lo fundó
una inmigrante francesa que llegó a la ciudad de turista y se enamoró de tal
manera del lugar que dedicó su vida a recibir en su propia casa a nuevos
viajeros, amor que heredó a su hijo y actual propietario. Porque más que un
hotel es un hogar en el que hay residentes permanentes que viven su cotidianidad
en los pasillos y áreas comunes, entre los anfitriones felinos que son como
porcelanas itinerantes que varían la decoración del lugar todo el día, entre
las raíces de los árboles que parecen convivir serenamente con la casona que
los alberga como parte de la familia.
Todo en esta
casa habla de su historia. Los muebles rústicos en el lobby que te cuentan de
todas las personas que han reposado su cansancio en ellos, que se han
resguardado del sol del caribe en la frescura de estas paredes que parecen
tener vida propia y respirar un aire renovador, pero a la vez conocido, los
carteles en las paredes que nos hablan de tertulias literarias, de pintores y
de festivales de jazz y de música del
caribe, y por supuesto, los árboles que han visto pasar generaciones.
El hotel
Bellavista es una vecindad que hace sentir en casa hasta a los recién llegados.
Hay quienes lo prefieren existiendo otros con mayores excentricidades, como
luces y puertas que se manejan con tarjetas o piscinas con cocteles exóticos a
precios exorbitantes. En este hotel se han escrito novelas porque su espíritu
se respira desde la entrada. “Aquí ha
venido Mario Mendoza, muchas de sus historias son historias del Bellavista”,
nos dijo Adriana Di Bello, una bogotana que administra el hotel y que, en sus
palabras, es la todera del lugar, la cabeza que dirige con todo su corazón la
orquesta añeja que todavía suena bien, desde una oficina en alguno de los
pasillos de la casa (el Bellavista es un lugar que hay que recorrer para
encontrar su alma de laberinto) acompañada de una secretaria de doce kilos,
peluda, Lupe, que asumió su oficio por preferir el aire acondicionado de la
oficina a la caliente brisa costera. Para ejemplificar su dura labor, debemos
contar sobre Don Enrique Ramón Sedo Talazae, propietario, un viejo barbiblanco,
adusto, barrigón, que pasea su inquietante humanidad en chanclas, a ciertas
horas, por su hotel, principalmente velando por el bienestar de los gatos,
quien según nos contaron, en alguna vez que el hotel se inundó, salió con dos
pelicanos que tenían en recuperación bajo los brazos, sin importarle otras
cosas de la casa hasta que alguien le dijo que los pelicanos sabían nadar.
En el Bellavista
hay una mentalidad de respeto por los animales. En algún momento de su historia
llegó a albergar más de cien gatos. Hasta el día de hoy, nos contaron, les
dejan camadas en frente del hotel porque saben que los residentes les buscarán
un hogar. Una noche, nos sentamos en una
mesita al lado del comedor, en la que participamos por un breve instante del
ritual nocturno de la cerveza y el cigarrillo conversados de dos residentes de
la casa y una española, visitante regular, en el que incluso, y para su propia
sorpresa, las acompañó don Enrique unos pocos minutos bromeando sobre la vocación
de fiera de un cachorro recién recogido por una huésped, que tenía a los gatos
con los pelos de punta con su energía inocente e infantil.
- - Ustedes le tienen que enseñar a
este señor que tiene que respetar el espacio de los gatos. Ellos son los dueños
de la casa y él tiene que saber desde ya que es un invitado - Decía muy serio
don Enrique mirando al cachorro ir y venir como loco a la entrada del restaurante
donde permanecen siempre La Señorita, Pretzel, Dominó, nombre de algunos de los
gatos.
Entre las mesas,
sin molestar a nadie, los Gatos del Bellavista son animales dóciles que no se
acercan si no son invitados, no intentan quitarte la comida porque tienen la
panza llena y su distribución por la casa es puramente territorial.
La nueva madre adoptiva
de Martin le decía a Don Enrique entre risas:
-
¡Pero si es muy obediente!
Mira: ¡Martin sentado! - y el cachorro corría a morderle los dedos de los pies
al hombre que lo miraba divertido, sin hacer el más mínimo caso a las órdenes.
Cuando quedó demostrada
la naturaleza díscola del perrito, el dueño del aviso se sentó a la mesa con
las tres ritualistas que daban pequeños sorbos a sus cervezas entre cigarrillo
y cigarrillo y disfrutaban de las situaciones que para ellas eran lo normal en
una noche del Hotel Bellavista. La española le dijo:
-
Don Enrique, ¿A qué debemos el
honor de que nos acompañe?, debo anotarlo, querido diario… - e hizo la mímica
de escribir en un cuaderno.
-
No haga que me vaya – le
respondió el barbado con una sonrisa en el rostro, como no muy enseñado a las
lisonjas.
En ese instante,
la hija de Doña Adriana se le acercó por detrás y lo abrazó acercando su cara a
las hebras plateadas de su pelo revuelto y él hizo otro mohín de viejo huraño.
-
No se le puede hacer ningún
cariñito – dijo ella.
-
Eso de que lo huelan a uno es
un poco raro – respondió él, como intentando mantenerse fiel a su personaje.
No tardó mucho
en retirarse con su música de chancletas por los recovecos privados de la casa,
dejando atrás a las mujeres que cada noche repiten esta escena
independientemente de quien se siente a su mesa.
-
Mañana vamos a vacunar y
desparasitar a Martin – dijo la mujer sentada a la cabecera, quien después
supimos era veterinaria.
-
Y ¿La camada? – preguntó la
hija de Doña Adriana refiriéndose a una camada de mininos que les habían tirado
hacía un par de días en el antejardín.
Aprovechamos la
oportunidad para preguntarles:
-
¿Cuántos gatos hay ahora?
-
Entre residentes y visitantes,
unos treinta – nos respondieron intercambiando miradas. Nos dijeron los nombres
de algunos de ellos y nos contaron algunas historias, por ejemplo, de que Lupe
ha salido en fotografías a nivel internacional, y al poco tiempo acabaron sus
cervezas y la veterinaria dijo que debía madrugar y se fueron retirando
dejándonos a nuestro libre albedrío, con la única “vigilancia” de los gatos que
nos acompañaron hasta que nos dio la gana de irnos a dormir.
Despertar en la mañana era saber que al cruce de la avenida estaba
el mar con sus pescadores recogiendo atarrayas; con las garzas, gaviotas y
pelícanos esperando las tripas gratuitas que les dejan antes de venderlos a los
transeúntes; con Andrés, el encargado de instalar las carpas rojas para
resguardarse del sol, que madruga a esperar a los bañistas y a sus amigos
locales, a quienes les reserva una carpa sin importar que tan llenas estén las
playas, siempre contento, almorzaba con ellos del mismo plato ofrecido por los
vendedores ambulantes por siete mil pesos. Un joven afrocolombiano, trabajador,
que desmiente el mito de que el costeño es perezoso.
Despertar en el Bellavista también era saber que en la cocina se
estaban fritando las arepas de huevo y calentando los chocolates para recargar
baterías para un día de sol.
-
Buenos días.
-
Buenos días – respondía siempre
con una sonrisa la persona en el mostrador del lobby.
De alguna
manera, podrías quedarte todo el tiempo en ese espacio de casa y playa que te
daba todo lo necesario para estar feliz y tranquilo, pero Cartagena esa una
ciudad con muchos sitios para visitar. Sin embargo, al final del día, el
regreso a casa, siempre era gratificante.
Actualmente,
tienen convenios con universidades que tienen carreras que necesitan mar, como
biología marina, cuyos estudiantes tienen allí su morada mientras hacen sus
prácticas. Buscan maneras de no depender absolutamente del turismo. Es difícil
aguantar entre gigantes. Hay que saber vender la familiaridad, la tranquilidad,
la sencillez, ante el lujo rampante que promocionan ciudades turísticas como
Cartagena.
Todo incluido
versus haz lo que tu prefieras y siéntete en casa.
Para nosotros,
visitantes primerizos, una de las cosas que nos gustó, además de lo que hemos
dicho, fue que, desde la primera noche, en una caminata ingenua y desprevenida,
nos encontramos a pocas cuadras de la ciudad amurallada, lugar de visita
obligada y digno de repetir. Nos recibieron también las cometas adornando y
llenando de colores un espacio de otro tiempo. Cerca al centro y a la vida,
playa de nativos y no de turistas, el lugar para nosotros.
En el hotel
siempre encontrarás personas gustosas de indicarte los planes más comunes y
otros menos conocidos y la mejor manera de realizarlos, incluso hay personas
que te venden los paquetes para ir, por ejemplo, a Playa Blanca y las Islas del
Rosario. También a un par de cuadras del hotel se encuentra el Cartagena en
letras gigantes sobre la playa, para tomarse la foto en la salida del sol o al
atardecer. Cerca de allí queda el bar Carioca, un pequeño bar de salsa,
acogedor y económico.
Ubicado en
Marbella, carrera 1 # 46 -50, queda cerca de la casa museo Rafael Núñez, del
Parque del Cabrero, de la Ciudad Amurallada, del barrio Getsemaní y
relativamente cerca del Castillo de San Felipe de Barajas y del aeropuerto
internacional. En la avenida frente al hotel puedes conseguir fácilmente
transporte a Boca grande y El
Laguito, a La Popa y a otros lugares de la ciudad, ideal para visitantes
nuevos.
La comida del
hotel es deliciosa y en la playa te ofrecerán ceviche, jaiba, almuerzos,
raspao, agua y cerveza a muy buen precio.
Tu estadía se puede pagar en efectivo o con tarjeta y te llevarás un
hermoso recuerdo del lugar, de la gente y de su historia que harán mucho más
memorable tu viaje si tienes la sensibilidad y el espíritu para reconocer el
alma de las cosas y habitar un espacio lleno de historias que te permite no ser
un turista más si no un residente por un corto espacio de tiempo, que
representa el pasado, presente y, de corazón esperamos, el futuro de Cartagena
de Indias.
¡Ah! Casi se nos
olvida. También puedes conversar y tomarte un tinto en agua de panela de los
vendedores de todas las mañanas en la entrada del hotel que son tan familiares
como todo lo demás.