Manchas

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miércoles, 24 de abril de 2019

Cantero, el perro malhumorado



Usted sabe… toda la tierra se convertirá en un jardín florido, y la vida será entonces extraordinariamente fácil y agradable.

Antón Chéjov. 


Con el epígrafe anterior da inicio Celso Román a Los Amigos del Hombre, una de las historias de animales más hermosas que he leído en mi vida. Quise iniciar con ella para empezar la historia de mi amigo Cantero.

Camina siempre mirando a los lados, preso de un estado casi frenético.  Está malhumorado y, aunque digan que los animales no hablan, él lo manifiesta.  Gruñe a su paso por un mundo que lo humilla y lo margina, gruñe a las personas que lo ignoran y maltratan, gruñe a otros perros que le compiten la comida y el territorio, gruñe y ladra incluso a los que lo queremos, no sabiendo otro lenguaje. No creo que cantero haya tenido un hogar nunca. Las caricias le son extrañas, pero las recibe con felicidad y gruñe. Una lucha entre el perro callejero que no puede mostrar debilidad y el cachorro manso y tierno que se esconde detrás de la rabia de estar siempre de un lado para otro sin importar las inclemencias del tiempo, la falta de comida o la intolerancia de la humanidad que no repara mucho en él.  No creo que a estas alturas le importe mucho, y estoy segura que no soportaría la cárcel de un apartamento, ni las reglas de nadie, porque Cantero es un hijo de la calle y ya está.

Talvez podría adecuarse a una finca que fuera solo suya. Estar 24 horas al acecho de los intrusos, caminando el día entero de aquí para allá, ladrando al viento y a los pasantes, sin cadenas. Encontrar una familia para él a estas estas alturas no sé si sería la mejor opción.   Para un animal como él encerrarlo sería matarlo. Además, sería difícil que alguien viera su belleza debajo de su pelo mugroso, sus muchas cicatrices y sus colmillos pelados.  Lo encontramos en cualquier esquina y lo saludamos, a veces repara en nosotros, otras veces camina rápido y no nos determina.  Él siempre parece resuelto a ir a alguna parte, me encanta eso de él.  Parece mucho más decidido que muchas personas que conozco que no saben si casarse, viajar hasta encontrar el amor de sus vidas o simplemente suicidarse.

Todos los perros que he encontrado tienen algo que enseñarme. Por eso siempre intento mirarlos detenidamente. Al regresar a casa siempre estoy hablando de ellos, es una charla que no para, y mi esposo entiende perfectamente de lo que hablo porque igual que yo está a gusto con ellos y no dudaría un segundo en preferirlos sobre las personas que nos aburren muchas veces. Estoy segura de que el secreto de los animales está encallado en esa dulce presencia que no exige de nosotros el desgaste permanente de las palabras, tan sobrevaloradas, en un mundo que está hecho de búsquedas banales de éxito y eternos monólogos de egos inflados. Ese querer siempre tener la razón. Ellos están hechos de pequeñas cosas que resuelven enigmas indescifrables para muchos. El cariño, la alegría, muchas veces la soledad de sus vidas, iluminada con una caricia, un plato de comida, una pelota para jugar un rato.



Con Cantero el código es distinto. Con él siempre debo ser mesurada, si lo abrazo muy fuerte puede mostrarme los dientes. Hace un par de meses llegó al parque herido de una de sus patas de adelante. Se acercó hablando en su lenguaje, al parecer con mucho dolor. En la maleta que saco todos los días, generalmente tengo antibiótico, cremas cicatrizantes y soluciones para limpiar heridas. Son tantos los que llegan a diario que ya estoy preparada para cualquier cosa.  Dejó que lo limpiara con mala cara, me miraba sin saber qué le hacía y después de comer un poco se fue alegando, rengueando de esa pata que no le impedía seguir su peregrinar, su lucha.  Después de eso me busca siempre, casi todos los días viene a saludarme. Y no es cualquier saludo, llega ladrando a todo pulmón y espantando a los que están por ahí estorbando. Conmigo es un peluche, aunque cuando dé la vuelta, esté arrastrando a otro del cuello para demostrarle que es rey del parque.

La ley de la calle es cruel y no permite animales débiles, deben luchar por territorio, por las sobras en las bolsas de basura, por las perritas en celo, por el dominio de la manada. Eso debemos saberlo todos los que luchamos por ellos o al menos quienes sientan afinidad por los hermanos peludos. Es una lucha difícil, pero hemos avanzado, y estoy segura de que, aunque nos queda un largo camino, estamos haciendo lo correcto que es, al menos inicialmente, visibilizarlos.  A Cantero ya no le tocó la adopción, a él tenemos que acompañarlo y esperar todos los días que regrese con vida. Porque si hay algo cierto es que la calle nos los quita todos los días. No sabemos cuándo pueden ser atropellados, envenenados, cuándo se puedan perder detrás de una perra en celo, a pesar de su agudo olfato y buena memoria.

Como dice una funcionaria de la Secretaria de Ambiente de este infierno para perros, si no puede darles un hogar no es problema de nosotros, déjelos morir de hambre que eso a nadie le importa. Pero como soy rebelde y no me da la gana hacerle caso a nadie, los acojo, les doy hogar de paso cuando puedo, esterilizo, y me siento en mi parque a darle comida a mis muchachos porque me da la gana y tengo los recursos para alimentarlos. Por eso Cantero, la Bruja, Estrella, Bowie, Tristán, El Viejo, Amigo, Chayanne, Natasha, Palomo, Largo, Salvador, Juanita, Champaña, Pirata, Dolly y un largo etcétera que esperamos que siga. Por eso mi lucha y no me importa lo que diga nadie. Cantero es uno de los muchos animales nacidos en la calle. Tenemos un vínculo especial. Siempre me han gustado los temperamentos difíciles, esos que me toca conquistar. Cantero es ese amigo que quiero tener de mi lado. Esa alma extraña que se parece un poco a mí en su rebeldía, él no quiere ser de nadie ni de ninguna parte, yo tampoco. Solo existe en el barrio una hembra que se llama Estefanía, que vive en un lote cerca de mi casa, que llevo más de 5 años intentando ser su amiga, pero me saca corriendo y me muestra los dientes, no han valido los panes ni los pedazos de salchicha, a esta chica ya sé que no la tengo de mi lado y siempre paso por el andén del frente porque donde quiera que me vea me ladra con rabia. Pero como ya la conozco y sé que nada puedo hacer, sigo mi camino a ver si de pronto en un futuro se cansa de corretearme y decide hacerme parte de su manada.

Cantero no tiene manada, es un lobo estepario. Hay algo humano en su mirada, no sé realmente lo que es, si es su expresión, la forma de sus ojos o el color café humano, si eso fuera un tono, pero cada vez que se queda mirándome fijo yo presiento algo más allá de un perro. Sí, pueden llamarme loca y tal vez después de 5 años de estar rodeada permanentemente de animales y no de humanos, los códigos de comunicación míos han cambiado y les puedo asegurar que charlo con los perros varias horas sin aburrirme. En las mañanas dedico un par de horas a hacer ejercicio y mientras lo hago los tengo por todas partes. Siempre estoy pendiente de cada uno. Por eso cuando pasan un par de días y falta alguno, siento miedo de no volver a verlo y trato de preguntar a la gente y recorrer el barrio buscándolo. El viejo, por ejemplo, desapareció un día de hace 2 años y por más que Jairo lo buscó por todas partes, nunca supimos a ciencia cierta qué pasó con el abuelo.  Nos quedamos con la idea de que no quiso morir al lado de sus amigos y se fue lejos, solo porque así son los animales y porque hay un montón de orgullo en sus vidas. Eso de irse a morir lejos es un acto de rebeldía que solo que es difícil de entender. Tal vez alguien se lo llevó, no podemos ni queremos dejar de creer en esa opción, aunque sea la menos frecuente. 



He pasado un par de meses sin saber muy bien si quiero seguir escribiendo. Tengo varios textos guardados que no he vuelto a mirar porque me aburren y las historias, que son muchas en este barrio, a veces siento que a nadie le interesan. Por eso entre una cosa y otra intento mantenerme motivada para seguir haciendo mis historias animales y esto es lo que hago en las tardes cuando por fin las tareas de la casa y las perritas me permiten sentarme un rato al computador. Leyendo a Tomas Gonzales en Las Noches Todas, el último libro que leí, pensé mucho en la vocación que tienen los seres humanos para girar siempre en sí mismos, en su soledad, en su tristeza, en sus anhelos. Y estoy tan harta de las historias humanas que no tengo ganas de escribirlas.  Para eso ya hay un montón de gente que tiene la fórmula perfecta para ganar premios, que escribe y reescribe las búsquedas humanas, que pueden escribir lo que vende que es un eco de la habladuría incesante de los hombres. Prefiero perder un poco el tiempo en cosas que interesan a pocos. También me ha rondado la cabeza mi último paso por la academia que me dejó exhausta, intentando demostrarles a las personas que sí podemos escribir de otras cosas, que los parámetros de la crónica, el relato o el cuento son infinitos y que las formulitas ganadoras que te llenan los bolsillos y el corazón de vanidades, no son siempre la mejor opción si queremos escribir y contar de corazón. Quería decirles que el arte siempre ha estado del lado de los oprimidos y que en nuestro tiempo, los más oprimidos son los animales. Poco conseguí de aquello y me retiré en silencio al bar más cercano a emborrachar a mis personajes.  

He ido renovando poco a poco la esperanza en mis crónicas animales y vuelvo a trabajar a ver que sale de todo esto. Conque se renueve mi fe en lo que hago me doy por bien servida, porque finalmente es el único combustible que podría hacer que un proyecto en el que pocos han creído tenga algún valor, y no me refiero a lo monetario, sino a la manera en que las personas se acercan a las historias anónimas que intento contar. La vida de Cantero puede parecer una historia como cualquier otra, pero no lo es.  Es la historia del perro enfadado que es metáfora de la vida misma. Que desentraña un profundo valor para aquellos que han tenido muy poco, pero han sobrevivido. Son unos luchadores, son animales sin tierra ni dueño. Son parias, son historias de vida.    
      
Para justificar aún más el símil de la vida de cantero con la de cualquier lucha, debemos remontarnos un poco más atrás en su historia. Cantero no es propio de este parque. Las primeras veces que lo vimos venía detrás de un muchacho joven que trabajaba como vigilante en la Canteras de Manas a unos tres kilómetros de donde vivimos. De ahí el mote que le pusimos a falta de un nombre. Algo debería darle el muchacho más de lo que podía obtener en la cantera para que se viniera con él. A diario hacía el mismo recorrido y se devolvía a dormir en el sitio que llamaba casa. Fue así como nos conocimos y empezó a quedarse más tiempo en el parque donde sabe que encuentra un poco de comida y cariño.    



De Cantero tengo un recuerdo vívido y hermoso que me acompañara siempre. Son mis mañanas de trotada por la ciclo-ruta Cajicá- Zipaquirá, cuando se va a mi lado por más de dos kilómetros. Bravero, tratando de protegerme de los perros amarrados de las fincas, de las bicicletas que vienen en contrasentido, siempre alerta, como un guardián que no sabía que tenía, porque ni siquiera mis propias perras lo hacen, esperándome impaciente porque no alcanzo a tener su ritmo, es un deportista sin títulos que me mira de lejos. Él no presume de maratones, pero las ha corrido todas y no le interesa publicarlo. Con él me siento muy orgullosa, quien no ha de sentirse feliz de tener un amigo así y de contar una historia como la suya. 

Dejé de verlo hace un par de días, mientras escribía su historia. Siempre me entra el miedo de que no regresen y fue Jairo el que confirmó mis sospechas. Cantero estaba desaparecido. Retomé la ruta de mi ejercicio y paré en la cantera a preguntarlo. Un vigilante con mala cara me dijo que no sabía nada de él. A veces tengo muy malas maneras y resulto grosera, pero ese día intenté ser amable para que el hombre me diera razón del perrito, pero todo fue inútil. Regresé triste mirando entre la carrilera a ver si lo veía por ahí tirado, uno nunca sabe la suerte que corren ellos, niños que no saben cruzar calles, niños que desconocen los peligros de un mundo que no está hecho para ellos. 

La semana pasada, entrando al conjunto, un vigilante que me ayuda siempre en los quehaceres de lidiar con perras en celo, cachorros en hogar de paso, perritas recién operadas, etc, me dijo que a Cantero lo habían adoptado. Me quedé pasmada sin saber muy bien lo que él me decía. Una señora del conjunto donde vivo lo vio afuera en una noche de lluvia y lo entró a su casa para protegerlo sin saber si se quedaría o pediría la calle nuevamente. Durmió toda la noche agotado y el día que siguió no quiso moverse de la cobija que ella le dio.  Apenas si salió a orinar y volvió a dormirse. Agotado de caminar años quería quedarse acurrucado en el calor de un hogar que no había conocido. Y esa mujer lo llevó a un refugio donde lo bañaron y están tratando de socializarlo con otros animales para poder traerlo a casa.  No sé qué suceda, pero hay una pequeña luz de esperanza, porque si logran que se adapte el perro malhumorado, refutan mi afirmación inicial de que hay perros que son de la calle y tendría que replantear y decir que todos los perros quieren un hogar, sin excepción.

Espero que la próxima vez que lo vea, paseando con su humana, haya perdido un poco el mal humor tras el cariño de una familia y sus aullidos sean solo de felicidad. Lo merece, igual que todos.