Manchas

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martes, 5 de noviembre de 2019

Una antesala a Cali, Buenaventura y el Pacífico Colombiano




En nuestro último viaje con mi compañero, el Dr. Jekyll, nos trajimos muy buenos recuerdos e historias de Cali, Buga, Buenaventura y el Pacífico, además de nuestros entrañables amigos caleños, John, Nathalia y El Oso. Uno de los lugares que visitamos en Cali fue la imprenta La Linterna de donde Jairo se trajo un ejemplar de la revista El Clavo. Después de haberla olvidado en la fritanga donde probamos las marranitas y haber sido recuperada por John, logró llegar a Cajicá y al empezar a leerla nos dimos cuenta de que tenía convocatorias para escritores y fotógrafos con temáticas definidas para cada edición. La de esta era La Tusa, cosas que nos causaran ese sentimiento de pérdida, en 500 palabras. Jairo quiso participar y escribió el siguiente relato que envió por email. Al día siguiente encontró respuesta de la revista en la que decía que les había gustado mucho el texto pero que lastimosamente esa convocatoria había sido de cinco ediciones atrás. Esta historia nos define bastante, siempre anacrónicos, despistados, fuera de lugar. Eso nos encanta y por eso quise compartir el texto con ustedes.



UN PAISA Y UNA ROLA EN CALI


Nos devolvimos entusados, enguayabados, despechados. Sin ganas de irnos, con ganas de volver. La despedida con los amigos fue a punta de biche y curao y las fotos del paseo que alcanzó hasta Bahía Málaga en el Pacífico colombiano.

Todo romance empieza con una invitación. En nuestro caso fueron dos amigos caleños, un amigo y una amiga que conocí en Bogotá en la maestría en escrituras creativas de la universidad nacional y hasta el día de hoy. El enamoramiento fueron ellos y la gente que conocimos, fue el calorcito después de todo un año de frío en Cajicá, donde vivimos, fue la Plazoleta Jairo Varela y sus trompetas y el museo, los sitios obligados: La Ermita, el parque de los poetas, la casa de Jorge Isaacs, La Linterna, San Antonio, el paseo de las gatas, el estadio Pascual Guerrero, La Tertulia… Fue el ron Marqués, el aguardiente Blanco, pero sobre todo el biche, el curao, la tomaseca, el arrechón, el vinete; fue la salsa, su presencia unánime en la ciudad que nos dio un descanso de la pandemia del reguetón, La Topa Tolondra, La Caldera del Diablo… fueron los aborrajados, LAS MARRANITAS, el cholao, no tanto la lulada, muy dulce para mi gusto, todo de la mano de mis dos buenos amigos John y Nathalia y un tercer amigo, el novio de ella, El Oso, entrañable desde el primer apretón de manos.



Sé que para un egresado de Escrituras Creativas puedo estar sonando muy cliché nombrando lo que todos conocen o nombran de Cali, pero ¿qué novio entusado no es clichesudo? Era nuestra primera vez, la rola estaba hinchada por el calor, el paisa se negreó, la rola empezaba a perder un poco su cantadito y a meter más ve, oís, mirá en sus diálogos, el paisa observó que la cultura traqueta no dejó una huella tan marcada en Cali como en su natal Medellín, ambos se miraron diciéndose mentalmente que la situación con los hermanos venezolanos es igual que en Bogotá o Medellín, la rola se asombró en La Topa de que todas las mujeres iban en tenis para poder bailar cómodamente, no entaconadas, el paisa bailó con los hombros, como los paisas, y no con las caderas, la rola dijo: sumercé ¿cuánto vale el manjar blanco?, el paisa: parcera ¿en cuánto me deja las gaticas si llevo cinco?, la rola dijo: nos deberíamos casar en Cali y el paisa respondió: ¡de una!, la caleñita dijo: yo me quisiera casar en la iglesia de San Antonio, oís, y El Oso respondió: me invitás ve.



Obviamente, el amor estuvo muy untado de Buenaventura y su malecón, de Playa Chucheros y doña Yanensi y su hijo Lucho y su esposo, Lucho grande, y sus perros Cody, Guacho, Lay, Afilauñas, Tony, de su sierra en salsa de coco y su piangüa guisada, de ese hermoso y extraño fenómeno de las mareas, desconocido para paisas y rolos, playas enormes que se cubren, los maderos que vienen desde las selvas aledañas del río San Juan, arrastrados por lanchas, que reposan en la playa en marea baja y vuelven y arrancan por el mar en la alta, hermosas nuevas palabras como la puja y la quiebra, que hablan de la fuerza con que sube y baja el mar.

La tusa es despedirse de todo eso tan cerca de La Sucursal del Cielo.



Hasta este punto era la extensión pedida por la revista pero se queda muy corta. Queda mucho por contar de Cali, con bailada de salsa incluida, de Buenaventura y Bahía Malaga y mucho mar y mucha selva, la democratización de la alegría y Chucheros, nuestra casa en el Pacífico, que tan pocos conocen. Pero eso será parte de la próxima, o cercana crónica, de Madame Guillotine.