En nuestro último viaje con mi compañero, el Dr. Jekyll, nos trajimos muy buenos recuerdos e historias de Cali, Buga, Buenaventura y el Pacífico, además de nuestros entrañables amigos caleños, John, Nathalia y El Oso. Uno de los lugares que visitamos en Cali fue la imprenta La Linterna de donde Jairo se trajo un ejemplar de la revista El Clavo. Después de haberla olvidado en la fritanga donde probamos las marranitas y haber sido recuperada por John, logró llegar a Cajicá y al empezar a leerla nos dimos cuenta de que tenía convocatorias para escritores y fotógrafos con temáticas definidas para cada edición. La de esta era La Tusa, cosas que nos causaran ese sentimiento de pérdida, en 500 palabras. Jairo quiso participar y escribió el siguiente relato que envió por email. Al día siguiente encontró respuesta de la revista en la que decía que les había gustado mucho el texto pero que lastimosamente esa convocatoria había sido de cinco ediciones atrás. Esta historia nos define bastante, siempre anacrónicos, despistados, fuera de lugar. Eso nos encanta y por eso quise compartir el texto con ustedes.
UN PAISA Y UNA ROLA EN CALI
Nos devolvimos entusados, enguayabados, despechados. Sin
ganas de irnos, con ganas de volver. La despedida con los amigos fue a punta de
biche y curao y las fotos del paseo que alcanzó hasta Bahía Málaga en el
Pacífico colombiano.
Todo romance empieza con una invitación. En nuestro caso
fueron dos amigos caleños, un amigo y una amiga que conocí en Bogotá en la
maestría en escrituras creativas de la universidad nacional y hasta el día de
hoy. El enamoramiento fueron ellos y la gente que conocimos, fue el calorcito
después de todo un año de frío en Cajicá, donde vivimos, fue la Plazoleta Jairo
Varela y sus trompetas y el museo, los sitios obligados: La Ermita, el parque
de los poetas, la casa de Jorge Isaacs, La Linterna, San Antonio, el paseo de
las gatas, el estadio Pascual Guerrero, La Tertulia… Fue el ron Marqués, el
aguardiente Blanco, pero sobre todo el biche, el curao, la tomaseca, el
arrechón, el vinete; fue la salsa, su presencia unánime en la ciudad que nos
dio un descanso de la pandemia del reguetón, La Topa Tolondra, La Caldera del
Diablo… fueron los aborrajados, LAS MARRANITAS, el cholao, no tanto la lulada,
muy dulce para mi gusto, todo de la mano de mis dos buenos amigos John y
Nathalia y un tercer amigo, el novio de ella, El Oso, entrañable desde el
primer apretón de manos.
Sé que para un egresado de Escrituras Creativas puedo
estar sonando muy cliché nombrando lo que todos conocen o nombran de Cali, pero
¿qué novio entusado no es clichesudo? Era nuestra primera vez, la rola estaba
hinchada por el calor, el paisa se negreó, la rola empezaba a perder un poco su
cantadito y a meter más ve, oís, mirá en sus diálogos, el paisa observó que la
cultura traqueta no dejó una huella tan marcada en Cali como en su natal
Medellín, ambos se miraron diciéndose mentalmente que la situación con los
hermanos venezolanos es igual que en Bogotá o Medellín, la rola se asombró en
La Topa de que todas las mujeres iban en tenis para poder bailar cómodamente,
no entaconadas, el paisa bailó con los hombros, como los paisas, y no con las
caderas, la rola dijo: sumercé ¿cuánto vale el manjar blanco?, el paisa:
parcera ¿en cuánto me deja las gaticas si llevo cinco?, la rola dijo: nos
deberíamos casar en Cali y el paisa respondió: ¡de una!, la caleñita dijo: yo
me quisiera casar en la iglesia de San Antonio, oís, y El Oso respondió: me
invitás ve.
Obviamente, el amor estuvo muy untado de Buenaventura y
su malecón, de Playa Chucheros y doña Yanensi y su hijo Lucho y su esposo,
Lucho grande, y sus perros Cody, Guacho, Lay, Afilauñas, Tony, de su sierra en
salsa de coco y su piangüa guisada, de ese hermoso y extraño fenómeno de las
mareas, desconocido para paisas y rolos, playas enormes que se cubren, los
maderos que vienen desde las selvas aledañas del río San Juan, arrastrados por lanchas, que reposan en la playa en marea baja y vuelven y arrancan por el mar en la alta, hermosas
nuevas palabras como la puja y la quiebra, que hablan de la fuerza con que sube
y baja el mar.
La tusa es despedirse de todo eso tan cerca de La
Sucursal del Cielo.
Hasta este punto era la extensión pedida por la revista pero se queda muy corta. Queda mucho por contar de Cali, con bailada de salsa incluida, de Buenaventura y Bahía Malaga y mucho mar y mucha selva, la democratización de la alegría y Chucheros, nuestra casa en el Pacífico, que tan pocos conocen. Pero eso será parte de la próxima, o cercana crónica, de Madame Guillotine.