CRÓNICAS ANIMALES
Caminar por la calle todos los
días. En silencio y mirando a lado y lado, esperando encontrarlos siempre. Los
he enumerado, los conozco de sobra, les he colocado nombres distintos a cada
uno. Cada cual carga con su propia historia, muchas veces el abandono.
Imposible sería retratar su tristeza, apenas un intento, como una caricia, como
el poco de comida que cargo en los bolsillos para mitigar su hambre física
cuando no se puede mitigar la de afecto, su hambre de hogar. Aquí están ellos,
estas son sus historias y aunque las políticas ambientales hablen de protección
animal, no hay tal. Mueren en las aceras, soportan noches de frio inclemente frente
a los negocios del barrio, son maltratados por sus propios dueños que los tiran
a la calle. Es una idiosincrasia campesina de que los animales son simplemente animales
y deben tratarse como tal. Nadie les ha enseñado otra cosa pero la realidad es
que son seres que merecen el mismo trato que nosotros. Es una labor difícil la
de cambiar nociones prestablecidas pero hay que intentarlo. Es por eso que escribo
“Crónicas animales”.
1.
1. LOLO
Me llamo Lolo. Una señora muy particular me puso ese nombre.
Ella camina todas las mañanas con dos féminas muy bellas que siempre van con
sus collares de colores y tintinean cuando pasan con sus plaquitas colgadas al
cuello. Una de ellas es bastante delgada y tiene las orejas parecidas a las
mías. Si me lo preguntan son un poco extrañas, no sé por qué. Son grandes para
mi cuerpo pero me gusta, con ellas escucho mejor todo lo que pasa a mi
alrededor. Soy rubio cenizo, será tal vez porque el agua es un enigma para mí.
Bueno, aunque disfruto mucho revolcándome en los charcos que los vecinos de
donde vivo le hacen a las vacas para que beban. La señora siempre camina rápido
y pelea mucho con la otra perrita que es rubia como yo aunque un poco más
gruesita. Aclaro, no le estoy diciendo gorda, solo repuestica. Es un poco
malgeniada y si la saludo efusivamente me muestra sus dientes y me gruñe pero
como ya la conozco, y sé que es un poco rarita, salto como una liebre y la dejo
tranquila.
Soy un perro feliz. No me preocupan
muchas cosas que a los demás. Debo rebuscar entre las bolsas de basura, meterme
a hurtadillas en las fincas para comer de los platos de los otros, soy bueno en
ello. Llevo bastante tiempo en esas faenas, ya es parte de mi rutina tratar de
llenar la panza aunque a veces no tenga mucha suerte. Hay días de muchísima
hambre en los que, en definitiva, debo hacerme a la idea de que no comeré nada.
A veces es necesario pararse enfrente de la panadería para que alguien me dé un
pan. Lo más difícil es que muchas veces somos varios y la tarea se complica.
Cuando llegué aquí fue muy difícil.
Los primeros días me la pasaba escondido en una finca grande al lado de una
carretera por donde siempre pasaban carros a gran velocidad. Cada vez que
intentaba salir me encontraba de frente con perros mucho más grandes que yo y
tenía que correr para que no me mordieran. Así me la pasé varios días hasta que
el hambre fue insoportable y tuve que jugármela si quería un lugar en este
mundo. Me llene de valor y mostré mis dientes con ferocidad aunque por dentro me moría de
miedo. No soy valiente como parezco, en el fondo soy cobardón. Me demoré
bastante en avanzar, tenía que ganar cada cuadra con mucho esfuerzo. Lo más
difícil era lograr pasar un parqueadero de buses donde había más de ocho perros
de muy mal carácter. Las chicas, también de muy mal humor me miraban con recelo
aunque no me hacían nada. Cuando logré
acercarme vi algo que jamás olvidaré: un gran platón lleno de comida que ellos
ni miraban. Yo, poquito a poco, me acerqué y llené el estómago de mucha sopa de
arroz y huesos de pollo que me encantan. Quedé tan rellenito que me puse a ver
pasar la gente. Soy un perrito muy curioso y siempre voy de aquí para allá
buscando a quien querer y quien me quiera.
No hay mucha gente que quiera a
los perritos como yo. Siempre me dan patadas para alejarme, la gente me
ahuyenta con agua o me grita cosas feas. Me dicen que soy un perro malo, aunque
no haga nada para que me alejen de sus puertas, pero a mí me da igual y me voy
con mi música para otra parte. Qué más da, ellos me pierden. Soy solitario casi
siempre, ya me acostumbre a buscar cambuche todas las noches cuando me coge el
sueño. Lo único malo es cuando llueve y todo esta mojado. Esas son las noches
que más me duelen porque miro las casas y de verdad me gustaría tener una donde
me quisieran. La vida de la calle es muy triste porque caminas todo el día y no
tienes donde llegar. Si las personas supieran lo que es la soledad no serían
tan crueles.
La señora de las féminas me
recibe siempre con cariño aunque me reprende por brusco.
-
¡Lolo! ¡no seas cansón! - me dice entre risas. Yo
sé que me quiere a su manera, yo la quiero a mi manera fastidiosa, por algo me
llama Lolo el cansolo.
De ella me gusta que es firme y
habla muy alto. Si algún perro rabioso se atraviesa, ella se interpone y me
defiende, son muchas las veces que me salvado de una paliza. Siempre lleva una bolsa grande en la mano. De
allí saca unas pepitas muy sabrosas que al principio no me gustaban pero que
ahora me encantan porque me llenan por más tiempo y puedo dedicarme a loliar,
que es lo para que nací. Para el que no sepa que es loliar, yo le puedo
explicar: es andar todo el día de arriba para abajo sin dios ni ley, aunque no
sé porque menciono a dios si para muchos animales abandonados, como yo, ese
señor no existe. Eso lo comprobé la semana pasada. Caminando frente a una casa vi
un plato con agua y me acerqué a tomar un poco. Los últimos días han sido
calurosos y no hay muchos charcos para beber. Cuando me di cuenta estaba tirado
boca abajo y un gran perro negro me sujetaba por el cuello. Yo aullaba como
loco pero nadie me ayudaba, solo veía la grandes fauces de este animal que me
hizo muchísimo daño. Salí corriendo como
pude hasta que estuve a salvo. Un líquido oscuro y caliente no me dejaba ver,
estaba sangrando y herido, el corazón se me salía.
Cuando huía sin destino, escuché
la voz de la señora que me llamaba. Retrocedí sin creerlo, era la única persona
que me podía ayudar en esos momentos. Ella me recibió con alegría pero cuando
vio que estaba mal herido se puso muy triste, me tocó con cariño la cabeza y me
compró un buen pedazo de salchichón que me supo a gloria. Me llevó hasta cerca
de su casa y me dio un poco de sopa, sacó unos líquidos terribles que me puso
en la herida y me hicieron saltar de dolor.
Gracias a eso me siento muy bien
y he recobrado el ánimo.
A veces las personas piensan que
los animales no sentimos, que pueden hacernos toda suerte de cosas porque no pensamos
y claro que lo hacemos. Es solo que no tenemos en la cabeza comprar carros último modelo o ropa de moda,
la vida de nosotros depende única y exclusivamente de los humanos. No sabemos
cazar, somos indefensos y muy nobles. Nos dieron un corazón muy grande, por eso
confiamos en todos y ellos nos golpean, nos maltratan y muchas veces nos
asesinan. Sentimos tristeza, soledad y mucha hambre cuando no cuidan de
nosotros. Queremos un hogar caliente, una caricia, un te quiero. Por eso en las noches largas de frio
inclemente miro al cielo y pido una familia, un hogar donde estar. Sin embargo,
no soy tonto y sé que esta será mi vida para siempre, que no tengo escapatoria.
Mañana me levantaré temprano a estirar la patas y continuaré mi camino. No
tengo muchas opciones. Encontrarlo a usted o a alguien me quiera acoger en su
casa con cariño, no pierdo la fe y me voy rapidito. Tengo que ir a ver una chica
que me gusta cerca del parqueadero, lo
único malo es que es madre soltera y tiene tres vástagos chillones que ojalá no
tengan el mismo destino que yo: el de la calle.
Soy Lolo el cansolo, gracias por
escuchar.
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