Manchas

Manchas

miércoles, 3 de agosto de 2016

PUEBLOS MISERABLES



Hace unos 20 años mi padre compró un lote en tierra caliente. La emoción fue grande para una familia humilde que salía una vez al año, si había suerte, un par de días con los gastos restringidos. Éramos tres hijos que estudiaban y la plata que recibían los cuchos era para pagar pensiones y alimentar a los vástagos, de muy buen apetito ellos.

Cuando mi papá le dio la noticia a mi madre no recibió la respuesta que esperaba. Doña María, que siempre desconfiaba del olfato que tenía su marido para los negocios, lo bombardeó con preguntas puntales: ¿Quién le vendió esa vaina? Me imagino que tuvo que encimar un montón de plata ¿No habrá cambiado el carro por un lote en la mierda que no vale nada? A lo que siguió la cara de descontento del pobre hombre que miraba al suelo derrotado por los argumentos de la histérica dama con la que se había casado hacía muchos años. ¡Lo sabía! contestó ella ¡el carrito tan bueno que estaba y lo metió en ese negocio tan pendejo, usted no puede tener nada bueno porque lo regala! ¡yo por allá no voy!    

Sin más que hablar debido a los argumentos de mi madre el tema no se volvió a tocar. Mi padre lidió con calma con los sermones y la cantaleta   pero no dio su brazo a torcer y no vendió la tierra como ella esperaba.  Pasó casi un año y con mucho sacrificio Don Ángel compró un Renault 4 blanco y nos invitó a  todos a conocer la casa. No tardamos en hacer maletas y emprender el camino victorioso hacia nuestro lugar de retiro en vacaciones. Salimos un viernes en la mañana, no me acuerdo de que mes. El baúl atiborrado de bolsas y maletas y una alegría grande por salir de paseo no a un hotel sino a nuestra propia casa en tierra caliente.

En el Cucaracho, como le decía mi hermano Augusto al carro, tomamos la vía Soacha y salimos como quien va para melgar a tomar cerveza y un chapuzón en la piscina. Pero no era ni cerquita, nos esperaban dos horas más de camino. Una carretera en buenas condiciones y muchos restaurantes para almorzar. Fue entretenido el recorrido escuchando rancheras a todo taco y gritándole a mi padre que le bajara el volumen porque nos dolían los oídos. Siempre fue terrible para mis hermanos y para mí tener que soportar una y otra vez la música de cantina de mi papá pero como decía él ¡si no le gusta, bien pueda coja flota! 

No faltó la varada típica, en Girardot porque nos habíamos perdido,  y como no había celulares en ese tiempo nos tocó esperar a que pasara un alma caritativa que nos echara un cable.  A eso de las siete de la noche llegó un hombre gordo de bigote que por casualidad iba pasando, según él era mecánico. Don Ángel ya había encontrado una tienda a la vera del camino y estaba cómodamente sentado tomándose una cerveza sin inmutarse. Nosotros con cara de aburridos jugábamos a contar camiones, buses y carros. Después de un par de maniobras y un par de cervezas  el avezado hombre que nos desvaraba  le dijo  a Augusto mi hermano que arrancara el carro. Encendió sin problemas.  Nos despedimos del bigotón  y nos hicimos a la ruta nuevamente.



Reanudamos la marcha somnolientos.  Mi padre tenía la dirección apuntada en un papel. Al llegar al pueblo tuvimos que preguntar a varias personas a donde dirigirnos. Después de dar vueltas  estábamos parados, señoras y señores, frente a un lote rebosante de maleza con un cerco caído y un montón de árboles frutales pelados. Me gustaría ser positiva en este punto del relato pero ¡válgame Dios si estamos destrozados al ver el terrible panorama que nos esperaba esa noche! No estará pensando Ángel, le dijo mi mamá al hombre que miraba con orgullo la casa desde afuera, que nos quedemos aquí.  ¿Dónde nos vamos a quedar entonces? Espere y mire adentro la casa,  está muy buena,  es que usted siempre se adelanta a los hechos. Todos nos miramos de reojo. Nadie a esas alturas confiaba mucho en mi papá y teníamos razón. Después de luchar contra los matorros y las hojas secas estábamos en frente de un rancho la mitad sin tejas donde como pudimos nos acomodamos. No había luz así que sin más opción nos acostamos a disfrutar lo que sería una de las peores noches de mi vida.  No pegué ojo, si estiraba la cabeza podía contemplar el cielo estrellado. Sí, muy bonito todo pero uno en medio de la noche en un lugar que no conoce y  con el culo al aire no es nada divertido. Para rematar es una zona húmeda y a eso de las cinco de la mañana una llovizna nos dio los buenos días seguida de una caravana de zancudos que nos azotó dejándonos a punto de llorar.



Con la luz del día las cosas empezaron a mejorar. Los vecinos con mucha pena de nosotros  madrugaron a llevarnos café caliente y tamales recién hechos  ¡bendición del cielo! dijo mi madre ojerosa.   Empezamos a ver que en el fondo era un bonito lugar pero que necesitaba trabajo, llevaba muchos años abandonado.  Pedimos prestados un par de machetes y nos la pasamos todo el día limpiando el lote, qué más podíamos hacer. Mi padre compró las tejas que faltaban y subió los tacos y la luz llegó. El fin de semana no fue tan cómodo como esperábamos pero nosotros éramos jóvenes y todo era aventura. Con respecto a la actitud de mi madre las cosas no cambiaban mucho. ¡Aquí no hay donde comer nada, no hay supermercados! ¡esto es un moridero, me picaron los zancudos¡ ¡me duele la cabeza! ¡tengo rasquiña! ¡Está casa necesita mucha cosa, hay que pintar el baño, está terrible, la cocina huele a moho! y así sucesivamente hasta el aburrimiento.  

Con el tiempo y las visitas de medio año  y navidad fuimos conociendo un poco el entorno y sus particulares habitantes e historias. La vecina y sus siete hijas, que a su vez cada una de ellas tenía otros siete hijos, los cuales estaban subidos en los arboles empelotos gritando o en la puerta de nuestra casa esperando a que mi mamá les sacara galletas con leche porque muchos estaban desnutridos y sucios.  Niños en todas partes, como si se multiplicaran por gemación. El rancho donde vivían a punto de derrumbarse y los hijos llegando sin pan debajo del brazo. Ni modo de hacer comentarios sobre anticoncepción porque la que venía de Bogotá era una libertina que tomaba cerveza y fumaba marihuana. ¡Dios nos libre, Virgen santísima, de una hija tan irresponsable como esa! decían los vecinos aterrados del comportamiento de la nueva.  ¡Ella lo que debería es casarse y formar un hogar! cuchicheaban entre ellos.  



Doña Clementina, la vecina, no perdía ocasión de importunarme. Siempre que me veía por ahí se acercaba a la casa y me preguntaba cosas de mi vida.  Mi presencia ejercía en ella un encanto imposible de describir. En varias oportunidades me dijo que al paso que iba me quedaría para vestir santos porque nunca se me conocía novio, que los hijos eran la sal de la vida y que una mujer sin chinos se secaba por dentro. Yo me quedaba pensando a lo que se refería y no lograba entenderla, me salía por la tangente y me largaba dando patadas a las piedras, me fastidiaba esa manera tan estúpida de ver el mundo pero ¿quién era yo para confrontarla? Hasta el día de hoy Doña Clema sigue ahí con su cantaleta de que me quedé solterona. Ahora están los hijos de los hijos gritando por todas partes y la miseria ha avanzado a pasos agigantados. Muchos de esos pelados se han dedicado a ladrones, muchos se torcieron por el bazuco, pero de eso no se habla. Los que se van para Ibagué o para Bogotá a buscar trabajo, de albañiles o de empleadas del servicio, no soportan el frio ni la gente y se regresan para el pueblo. Un lugar detenido en el tiempo donde no hay nada que hacer, solo mirar de reojo al vecino para criticarlo. Hay mucha rabia en sus comentarios, mucho desdén en sus vidas, la pobreza los vuelve agrios y tristes.  Tenía muchas dudas para escribir este texto y debo confesar que estaba a punto de darme por vencida. Busque en internet datos sobre su población, su vegetación, pero fue muy poco lo que encontré:  un documento en pdf donde el panorama es devastador. Fuentes hídricas escasas, suelos no aptos para la agricultura, sequías y toda suerte de desgracias que empezaron a darme luz sobre un espacio que yo conocía en vacaciones pero que en la cotidianidad era un infierno. Agreste para los unos porque simplemente no había trabajo  y para los otros porque nada que hacer.

El pueblo al que me refiero se llama el Guamo y está ubicado en el suroriente del Tolima. Es considerado la capital artesanal de Colombia pero tengo que confesar que en ninguna de mis visitas he visto ni una sola de las artesanías que se mencionan en los folletos de turismo. La temperatura oscila entre los 28 a 33 grados centígrados y la poca brisa hace que la sensación de calor sea sofocante a medio día. Este municipio cuenta con una extensión  de 504.3 km. En su territorio se encuentran gran variedad de mangos, limones, maracuyá y guayaba, sin contar con su producto insignia: el arroz.  El arroz ha sido su bandera y también su maldición. Cuando me refiero a su maldición hablo de las terribles consecuencias que han traído, para los habitantes de esta región, la fumigación y la propagación de plagas como el zancudo y el jején. Nubes de estos animalitos salen de la nada y atacan sin misericordia a  los turistas haciendo que en esta zona los hoteles cierren sus puertas por la poca afluencia de visitantes. Siempre que llevo a algún conocido me dice que es un gran lugar para estar, a la llegada, pero cuando cae la noche y llegan los bichos cambian por completo de opinión, no es agradable, aburre.  De 5 a 6 de la tarde el jején y de 6 en adelante el zancudo. Siempre van una sola vez, muy pocos regresan al paraíso del mosquito. No les insisto mucho en que me acompañen, si quiero quitarme a alguien de encima pronuncio las palabras mágicas ¡nos vamos para el Guamo! y como por arte de magia la gente desaparece.




Una de las épocas más complicadas del pueblo fue en el mandato de Señor Álvaro Uribe Vélez. Aún recuerdo el miedo permanente de la gente y las desapariciones continuas en toda la región. Era muy común llegar a la casa y encontrar un grafiti de lado a lado que decía “limpieza social, si eres drogadicto o maricón vamos a matarte” Cuando llegábamos a la casa ya sabían cuántos éramos, los datos de que mi padre que era pensionado y en que universidades estudiábamos nosotros. Alguna tarde, mientras intentábamos borrar lo que habían escrito en frente de la casa, paró una moto y se bajaron dos hombres con mala cara preguntando por mi padre.

- Venimos a hablar con el dueño de la casa, si no hay problema.
- Soy yo, les dijo mi papá, sigan.

Se  presentaron dando la mano. Cada uno llevaba en el cinturón un arma. Vestían camisa de cuello limpia y bien planchada, joyas en las manos y en el cuello. Había algo en esos tipos que no me gustaba, miraban todo con detenimiento y me observaban con los ojos bien abiertos a la expectativa de cualquier movimiento.    

-          - ¡Don ángel, tiene muy bonita la casa, lo felicito!
-          -   Muchas gracias, respondió mí padre muy serio.
-         -    Lo único malo es que esto permanece solo todo el año y uno no sabe, por aquí hay mucho malandro, se le meten aquí a vivir y se le posesionan.
-          --  No creo, contestó mi papá, por aquí la gente es honrada, en todos estos años no ha pasado nada.
-     - Siempre hay una primera vez para todo, le dijo el tipo riendo entre dientes. Lo que queremos es ayudar, cuidarle la tierra. Eso sí, usted también nos colabora a nosotros con 200 mil pesitos al mes. No es mucho, usted recibe buena platica de pensión. Las cosas aquí en el pueblo han cambiado, ahora estamos a cargo nosotros.
-          -  No sabía, respondió el viejo desconcertado.
-    .   -  Pues ya lo sabe, mi Don, aquí las épocas de hacer lo que se le da la gana a la gente se acabaron. Ahora quien no hace las cosas a lo bien se muere o, si tiene suerte, lo desterramos.  Lo mismo los drogadictos que fuman esa porquería, esos ya saben que si los pillamos por ahí con mañas les va muy mal. Lo que no le sirve al pueblo hay que eliminarlo.
-          -  Ya veo, contestó mi papá.
-          -  Mire los nietos de doña Clema, tan jóvenes y robando. Nosotros ya hablamos con ellos y les dijimos que o se enderezan o se van de aquí y les tocó coger camino para otra parte, aquí no les vamos a tolerar nada de eso.



Mi papá entró a la casa pálido y sacó un arrume de billetes que les entregó con las manos temblorosas  a los tipos. Don Ángel es un tipo bueno, un campesino que trabajó mucho para tener lo que tiene.  Estoy segura de que ese día una parte de él se quebró. Lo vi humillado y avergonzado.  Nunca comentó nada al respecto pero tiene que ser muy difícil para una persona honrada que llegue a su casa un asesino y lo obligue a pagar por estar en su propia tierra. Cosas que solo pasan en el país del sagrado corazón. Cuando se fueron, mi papá se encerró en una de las habitaciones a escuchar las noticias en la radio. No pasaron muchos días y regresamos a Bogotá. Mi papá prometió nunca más volver a ese tierrero.

Hace menos de un mes, después de muchos años, mi papá regresó a hacer el traspaso de las escrituras.  Pagó religiosamente durante más de ocho años la vacuna que le pedían para dejarnos ir a veranear al pueblo. Siempre que se armaba paseo tenía una excusa para ausentarse y cuando le preguntaban si vendía, la respuesta era la misma ¡Eso por allá no vale nada!      

Los paracos me siguieron en todas mis visitas. Los veía en la plaza de mercado mirándome de lejos, observando cuantas cervezas me tomaba. Alguna vez sin saber visité una piscina nueva.  Pedí un par de cervezas y me acosté a leer un rato bajo el sol inclemente del medio día. Veía ir y venir hombres con botas pantaneras y mala cara pero yo nada sabía. Eran los dueños del pueblo que allí se reunían a hablar de negocios, a poner a pelear gallos mientras hablaban de extorciones, secuestros, asesinatos. No sé ni quiero pensar en las cosas espantosas que allí se fraguaron. Tiempos aciagos y malditos que no han terminado, de la mano de los  que nos gobiernan, de los que patrocinan la guerra porque es su mejor negocio. Ellos se pasean en traje por el congreso, el senado y la casa Nariño, muy elegantes mientras mandan a matar indiscriminadamente a los campesinos, mientras roban tierras. Ellos son los únicos que ganan por nuestro destierro.



La casa del Guamo lleva muchos años deshabitada.  Se intentó ponerla en arriendo pero los que llegaban destruían todo a su paso y solo pagaban el primer mes. Muchas veces tocó darles plata para que se fueran a vivir  a otra parte y contratar a alguien para que limpiara la destrucción en la que quedaba la pobre casa. La única persona que la visita regularmente es mi madre. Ella intenta tener el pago de servicios al día, las plantas a raya porque crecen como la mala suerte y lo devoran todo. Ya nadie quiere ir, pareciera como si la desgracia habitara en ese lugar. Los pocos que se atreven pierden dinero de sus billeteras y regresan aburridos, hartos de todo. Sería perfecta esta publicidad: alquilo casa en pueblo miserable donde te roban, las piscinas son asquerosas y los zancudos te matan, todas las comodidades. Fueron muchos los episodios raros en nuestras vacaciones, picaduras de araña a mi hermano que terminaban en hospitalización, malos tragos de los vecinos que terminaban gritándonos que nos largáramos porque cada vez que íbamos poníamos música y nos sentábamos en las mecedoras a jugar parqués o dominó y les molestaba vernos. Los devoraba siempre una rabia profunda contra nosotros que nos íbamos al cabo de unos días. Ellos siempre quedados. No éramos ni hemos sido personas pretenciosas ni ofensivas. Siempre mi mamá les llevaba ropa a los niños y yo también intentaba regalar cosas a las más jovencitas, mi padre siempre era muy amplio con la comida y les regalaba a los chicos para que se comieran un helado. Cosas simples, tampoco hemos tenido mucho dinero. Pero la cortesía de los primeros días se reemplazó por un resentimiento que hasta hoy permanece intacto y es comprensible.  La sinsalida.          



 El viaje de traspaso fue hace poco. El recorrido fue silencioso, en el fondo todos sabíamos que mi padre iba porque le tocaba, porque era ahora o nunca, porque se sentía marchito, si hubiera podido enviar a otra persona lo hubiera hecho. La música sonaba con volumen bajo.  Don Ángel muy anciano cabeceó varias veces cansado por el recorrido. Cuando llegamos miraba con tristeza la casa. Se paró un rato largo a mirar las veranearas que sembró mi madre, porque contra todo pronóstico Doña María, mi madre, se enamoró con locura de esa casa y ha invertido gran parte de sus energías y recursos para arreglarla. Ahora, es ella la que hace oídos sordos a  la cantaleta de mi padre que siempre le dice que eso es perder la plata. ¡Eso es un cagadero! ¡Eso allá nadie lo compra! ¿Quién va a hacer ese negocio tan marica? ¡Solo yo de pendejo sin saber compré eso allá!

El viaje coincidió con las fiestas de San Pedro. Una semana de excesos y baile en todos los barrios. Cabalgatas con los mamonales del pueblo en sus caballos, atropellando a la gente a su paso, con botella de aguardiente Tapa Roja en la mano. Las muchachas más agraciadas haciéndoles caritas para que las cortejen y las saquen de pobres. Carruajes llenos de borrachos tirando harina y gritando como locos. Reinas de belleza con trajes hechos por ellas mismas, llenos de penachos y arandelas. Niños eufóricos detrás de los carros que les tiran dulces y bombombunes. Una gritería constante que cansa, unas fiestas que parecieran que tuvieran como único propósito beber y bailar al ritmo del vallenato y grupos desconocidos de salsa y merengue para olvidar en donde se vive.  El balance: dos muertos, no sé cuántos heridos  y me imagino que, en un par de meses más,  un montón de mujeres embarazadas con caras largas haciendo fila en el único hospital para los controles prenatales.






Iván, un señor muy decente que barre la casa una vez al mes y vigila que nadie entre a robar los pocos muebles que quedan, se acercó a saludar a mi padre con su hija Lida de unos veinte años. Yo estaba sentada al fondo fumando un cigarrillo cuando la muchacha me saludó apenada. No pude evitar observar su avanzado estado de gestación y su amplia sonrisa.

-        -  Buenas tardes niña, me dijo.
-         -  ¿cómo va todo? le contesté tratando de no mirarla mucho.
-         -  Todo muy bien, muy contenta.
-          -   Eso veo, le dije.
-         -    Esperando gemelos, ayer me lo confirmaron.
-         -    ¿Pero usted no tiene ya otros dos niños?
-         -      Sí, claro, están en la casa de mis papás, allá vivimos todos.
-         -      ¿Y usted está trabajando?
-         -      No señora, el embarazo me tiene muy enferma.
-          ¿Y entonces cómo hace?
-         -    Mi papá trabaja en lo que le sale y me ayuda.
-        -    ¿Y el papá de los niños qué dice?
-        -     El  papá de Michael y Estefanía no me ayuda en nada. Dice que los niños no son de él.
-       .     ¿Y entonces como va hacer con otros dos?
-        -  Ni idea, me dijo entre risas. Igual el médico me dijo que es mejor no tener más hijos porque tengo problemas de matriz.
-       -   Lo que yo creo es que usted tiene que operarse para no tener más hijos. No importa si el problema es de salud, yo no me imagino usted en unos años llena de muchachos que no puede mantener, eso es una irresponsabilidad suya. Intente que la operen después del parto y a ponerse a trabajar juiciosa y a sacar esos niños adelante.
-       -   Si señora, esa es la idea, me dijo mirando al suelo distraída. Esperar a ver como sigo, lo que más me da rabia es no poder ir esta noche a bailar en las fiestas, mi papá no me deja ir. ¿Usted no va a bailar? ¡es más chévere!
-        -   No, a mí no me gusta esa vaina.
-         -   ¿Y vino sola o trajo al marido?
-       -   No lida, yo no tengo marido, tengo una relación con un hombre y vivo con él. Eso del matrimonio nunca me ha sonado.
-        -   Pero tiene que casarse y tener hijos, eso es muy bonito.
-        -    La verdad no me interesa ese tema.  ¿Y usted si se piensa casar?
-        -   Pues claro, uno nunca sabe cuando llega el amor. 



Fue una visita breve. Yo me quedé pensando en que algo mal tenemos que estar haciendo como sociedad para que una mujer de 20 años no entienda que tiene que usar anticonceptivos, que tiene que tener una vida sexual responsable y no estar cada año pariendo muchachos para que se los mantenga el papá; que esa idea del amor es una equivocación absoluta y que una mujer no es más ni menos por tener un montón de hijos; que la vida es más que las fiestas de San Pedro donde se emborrachan y las preñan; que uno en la vida por más humilde que sea puede estudiar, leer, intentar ser una persona educada o al menos tener criterio para saber qué quiere para su vida.  Habrá que esperar a ver cuándo le llega el amor a esa muchacha, al paso que va poblará el mundo en un abrir y cerrar de piernas.

Para finalizar, los paramilitares se mataron entre ellos por plata y tierras. Empezaron a amanecer boca arriba en las cañadas. Otros tirados con carteles en el parque principal hechos trizas a punta de torturas. La casa donde se reunían está cerrada con candado y nadie quiere comprarla por miedo a los fantasmas que allí habitan. Dicen que por las noches se escuchan los gritos y llantos de las personas que fueron torturadas y asesinadas. Leyendas rurales, no lo sé. Lo único de lo que tengo certeza es que este pueblo es extraño, sus habitantes también lo son. Los papeles quedaron a mi nombre y no sé muy bien qué hacer con la casa. La recorrí varias veces en mi estadía intentando encontrar una conexión con ella pero fue inútil. Pareciera como si le gustara estar deshabitada, acostumbrada quizás a tantos años de continua soledad. Siempre he creído que el espíritu de ese lugar es el vacío, la nada. Cerramos las puertas y tomamos el camino de regreso a Bogotá. Cada vez estamos más lejos de nuestra casa soñada en tierra caliente.  Por eso la casa del Guamo no se vende,  porque nadie quiere comprarla y ni siquiera se ofrece,  para qué. Quizás sea de nosotros para siempre muy a nuestro pesar. Ha sobrevivido al paramilitarismo, a la rabia de mi madre, al desencanto de Don Ángel, a las fiestas que hice con Dayana, Liliana, Ángela, Fabián a punta de rock y guaro, ha sobrevivido a una época de este país y a las historias de mi familia que son muchas, que más se puede pedir. Por si acaso, y a alguien le interesa comprarla, informes aquí. Gracias.  




Está crónica aplica para muchos pueblos, Comalas, Macondos, Santamarías, Estatierras y Siberias.