Manchas

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miércoles, 23 de noviembre de 2016

Crónica de fin de año: La voz propia.

La Voz Propia



Este texto lo pensé leyendo a Leila Guerriero, una cronista y escritora argentina que tiene una obra muy interesante para aquellos que como yo buscan su propia voz. “Tengan paciencia porque todo está ahí: solo necesitan la complicidad del tiempo. Aprendan a no estar cansados, a no perder la fe, a soportar el agobio de los largos días en los que no sucede nada. Pierdan algo que  les importe. Ejercítense en el arte de perder”

Cuando dejé de trabajar en radio pasé largos días tirada en la cama con una sensación terrible de fracaso. Me alejé de las personas con las que trabajé, intenté no hacer nada importante, pasaba las jornadas mirando series de televisión y pensando ¿ahora qué? Fueron épocas de muchas preguntas pero casi ninguna respuesta. Siempre había la posibilidad de empezar de nuevo, de enviar hojas de vida a los medios de comunicación, pero estaba harta de todo y simplemente quería quedarme quieta y en silencio.

Escuché con atención los consejos de mis familiares y amigos, de las grandes posibilidades que tenía como periodista en el país del Sagrado Corazón pero no veía muchas opciones. Horarios criminales trabajando doce horas al día por un sueldo ridículo y, a lo que más temía, trabajar para personas a las que no les importaba en lo más mínimo quien era yo.   Es simple, usted es reportera, se le asigna una fuente y su oficio es informar todo lo que pase. No hay tiempo para que usted indague, simplemente haga una cuartilla, busque un teléfono para que haga su directo en la franja informativa y ya está. Bueno, pero tenga algo claro, si usted es la primera en hacerlo tiene la ventaja de ser por tres segundos la mejor de una horda de caníbales informativos, sus compañeros de fuente.

En Colmundo Radio tuve la fortuna de hacer cosas que nadie más hacía. Francisco Tulande me dio la posibilidad de entrar de frente a otra realidad: las historias detrás de las noticias. Desde el primer día me retó para dejar de lado el oficio de dar noticias y aprender a mirar con atención qué pasaba cuando  los demás se iban. A muy pocos periodistas les importaba y era común verlos siempre juntos entrevistando las mismas personas, intentando no repetir lo de los otros, una fórmula infalible, diga lo mismo pero con otras palabras, simple. Fue una carrera contra el tiempo hacer lo de todos y después hacer lo mío. 



Uno de los primeros informes que realicé fue sobre los recicladores y el nuevo proyecto del  exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro,  sobre el reemplazo de los animales por carros especiales para ellos. Recuerdo estar corriendo detrás de una zorra con unos zapatos que me tallaban hasta las lágrimas. El hombre que escuchó mis gritos detrás de él, me miró sorprendido y paró en seco para atender a la loca que corría tras sus pasos.

-       ¿Qué puedo hacer por usted? me dijo un señor muy humilde con la ropa sucia al lado de un niño de unos seis años comiéndose un banano.
-       Trabajo para un noticiero y me gustaría hacerle un par de preguntas.
-       Le toca que se suba y me acompañe, son las siete de la mañana y si no le hago rápido pierdo la madrugada.
-       ¿A qué hora se levanta usted?     
-       Cuatro de la mañana, si se puede más temprano.
-       ¿El niño siempre lo acompaña?
-       Juanito es mi nieto y no, es que hoy no tenía colegio y me lo traje, no me gusta dejarlo solo en la casa. El sector donde vivo es peligroso. 
-       ¿Dónde vive?
-       En el barrio El Recreo, cerca de Patio Bonito. Allá vivimos más de 400 familias que trabajamos en el reciclaje. 
-       ¿Y el niño lo ayuda?
-       No, él tiene que estudiar, este trabajo es muy verraco. Yo quiero que tenga otras posibilidades.
-       ¿Hace cuántos años trabaja como reciclador?
-       ¡Uy no! me corchó con esa pregunta, por ahí 20 años.
-       ¿Está de acuerdo  con que le entreguen un motocarro y jubilar al caballo?
-       Pues no sé, lo veo enredado - me contestó mientras se bajaba a recoger unas cajas que estaban tiradas al lado del camino - Es que lo más difícil es que yo por ejemplo no sé manejar, y ahora a sacar permiso  y eso cuesta plata y yo a duras penas consigo para la papa.
-       ¿El caballo tiene nombre?
-       ¡Claro! ¡cómo no va a tener nombre! Mi muchacho se llama Horacio. Él lleva conmigo muchos años y más que un animal es mi amigo y lo quiero.
-       ¿Qué come Horacio?
-       Ese come mejor que nosotros en la casa, zanahoria, pasto que le compro, está muy bien alimentado, mírelo usted misma. Aquí en este gremio hay mucha gente mala pero yo soy de los buenos.


Recorrí con él todo el barrio El Campin,  sentada a su lado viéndolo trabajar. Un hombre esmerado y feliz,  contento de hacer lo que hacía. Nos separamos enfrente de la emisora,  me llevó hasta allá. Varios compañeros se asomaron a la ventana con incredulidad y algo de sorna en sus ojos.  A mí no me importaba, nunca me han importado los comentarios de mis colegas, suelen ser muy destructivos y envidiosos. Para ellos el lema es hacer poco para no cansarse mucho. Armé mi informe, entré a musicalizar con Fabián y al otro día a las ocho de la mañana salió al aire lo que sería mi primer trabajo periodístico para un medio de comunicación. No recibí muchos halagos. Al contrario, recibí una crítica demoledora por mi voz. “Tiene buen contenido pero el ritmo es malo, debe practicar,  le falta mucho pelo pa moña”  me dijo el jefe pluma roja sin determinarme. Llegué a mi casa a escuchar una y otra vez lo que había grabado. ¿Esa era mi voz? No reconocía en esa persona que hablaba nada de mí. El tono me pareció antipático y hasta chillón, me acosté pensando que este sería un fracaso como todos los fracasos de mi vida, qué le íbamos a hacer. 



Sorpresivamente, no desistí y emprendí un camino largo de autocrítica. Algo que, debo confesar, me costó mucho. No es fácil para nadie ser honesto y entender las limitaciones que tiene su voz o lo complicado que puede resultar escuchar,  corregir, volver a empezar, intentarlo y hacerlo aun peor que la primera vez.  Días de desánimo en que lo único que quedaba era emborracharse hasta el culo para desconectarse y hacer otra cosa distinta a trabajar muchas horas ganando casi nada y con muchas ganas de mandar todo a la mierda. Pero no era posible renunciar, me llené de ganas de triunfar y conseguí parcialmente un par de logros. Fui nominada al premio Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) a mejor crónica radial con un trabajo sobre las inundaciones invernales al sur de Bogotá.  No gané. Gané el premio Fenosa por una crónica sobre los beneficios del gas natural,  tres millones de pesos que invertí en mi perrita Mona que acababa de recoger de la calle muy enferma y que  estuvo en el hospital más de un mes. Esa fue la gasolina que empezó a llenar mi cerebro de sueños acalorados sobre ser famosa, ganarme un Simón Bolívar y ser la próxima Yineth Bedoya, cómo no. Hasta pensé en la CNN, sí, cómo no. Tuve que enfrentar una lucha a muerte con mi vanidad y mi soberbia, cometí muchos errores pero en ese momento lo importante era figurar, lo demás me tenía sin cuidado.


Entonces, llegó la liberación de los últimos secuestrados por las Farc en Villavicencio. No existía en la emisora ningún tipo de presupuesto para los periodistas, no viáticos, no pasajes de avión como para los medios grandes.  Nada para nadie. Hablé con Pacho y le dije que mis padres vivían allá, que yo me iba. En un par de horas estaban los permisos tramitándose en el Ministerio de Defensa y Eduardo Carrillo, quien cubría orden público, y yo, montados en su carro rumbo a lo que sería una de las experiencias más hermosas de mi vida. La historia de mi compañero de travesía se las resumo así: un reportero de calle pensionado de RCN. Un tipo de 65 años, atlético y rubio, con los ojos más sinceros que he conocido hasta hoy. Guerrero de mil batallas. Humilde como solo lo pueden ser los seres humanos hechos de calle y sufrimiento. Militar retirado y de esos periodistas que no le hacen loby a nadie porque no tienen que presumir de nada,  son los mejores en lo que hacen. Su trabajo los define. Su voz es propia, única, grande como él. Aunque él no lo sabe, me salvo del precipicio, me enseñó que la lucha es conmigo, que no necesito ser reconocida para tener éxito y,  lo más importante,  que no necesito pertenecer a una corporación para hacer lo mío.

Fueron tres días del más intenso trabajo sin nada. Teníamos teléfonos obsoletos cargados con 20 mil pesos de minutos para hacer los directos en las horas principales del noticiero. Tres minutos en los que, parados al lado de medios internacionales como Reuters, CNN, Caracol entre otros, nos jugábamos el todo para estar ahí sin cómo hacerlo.  Recuerdo que el difunto Antonio José Caballero me pasó su Blackberry para que pudiera llamar al noticiero para decir que los operativos se cancelaban por problemas climáticos.  Puta vida la mía sin minutos y con ese calor tan bravo.

-       ¡Tiene que cambiar de teléfono! - me dijo con cara de malo.
-       Sí señor, lo que pasa es que no he tenido plata.
-       Con esa flecha la caga, eso no sirve para nada.
-       Sí, yo sé.
-       ¿Para quién trabaja?
-       Colmundo Radio.
-       ¿Cristiana para acabarla de cagar?
-       No señor,  soy normal.
-       Yo si dije, cara de beata no tiene. ¿Ese Chamorro, con todo lo que roba con el diezmo en su iglesia privada, no tiene para darles a ustedes un buen teléfono? ¡Ese es mucho hijueputa!  - Yo me reí entre dientes - ¿Usted trabaja con Pacho?
-       Sí señor.
-       No me diga señor que me siento como un anciano. Salúdelo de mi parte. Tenemos que salir a tomarnos unos wiskis con él.
-       Sí claro, le contesté sabiendo que eso jamás sucedería. Y jamás  pasó, qué lástima.

Fue también la única y última vez que vi a Antonio José Caballero. Un terremoto que cuando pasaba a tu lado te dejaba sin palabras, que casi nunca reparaba en nadie, absorto en su trabajo, buscando las voces de los otros. Yo lo miraba de lejos, camuflada, para mí es y será una leyenda. Tuve la fortuna de conocerlo, eso es lo que queda cuando se apagan las luces y estás solo. No pretendo, y lejos estaría de hacerlo, decir que fue mi amigo o algo parecido. Imagino que me vio en medio de la nada luchando contra mi suerte y quiso echarme una mano. Se lo agradezco profundamente aun cuando han pasado muchos años. ¡Grande Caballero!



Y como la vida de todos se resume en pequeños momentos, evoco lo que se esconde a veces en mi cabeza. Hoy cuando estaba sentada, viendo jugar mis perritas, pensé en esta historia. Algunos de ustedes la leerán, a otros no les interesará en lo más mínimo y no importa. El ejercicio de escribir es un acto de memoria tan complejo que regresas a ese momento y no quieres dejarlo ir, será quizás esta la única manera de evitar que se evapore. Como dice Leila “ Estar un poco infeliz a veces te ayuda a escribir, que no haya nadie en casa a veces te ayuda a escribir, escuchar a Miguel Bosse a veces ayuda a escribir, tener miedo no ayuda a escribir, mirar por la ventana ayuda a escribir”

Recuerdo una tarde en que estaba embolatando el almuerzo porque no tenía plata y  me llamó Tulande a su oficina para hablar conmigo. Me miró desde su silla, que casi nunca ocupaba porque siempre estaba afuera, y me dijo que me sentara. Yo siempre que estaba enfrente de este hombre palidecía. No he conocido jamás a un ser humano con una fuerza tan arrasadora como la de él. No hay puntos medios, no hay manera de hacer un mal trabajo, no hay ningún tipo de concesión para no hacer el mejor esfuerzo, para no entregar un texto bien armado, investigado y bien ejecutado. Me quedé anclada en mi sitio sin saber a dónde mirar.

-  ¿Usted está como aburrida o es mi impresión?
-  Cansada
-  ¿De qué?
-  De no ver ningún progreso
-  ¿A qué se refiere?
-  A mi trabajo, siento que no mejoro.
-  Si usted lo dice -  me contestó seco - La única manera de ser el mejor es no creerse el cuento.    Cuando uno cree que lo sabe todo y que es la vaca que más caga, apague y vámonos.  Suba a           recursos humanos y diga que ya pasó el periodo de prueba,  que la contraten.  ¿Cuánto tiempo lleva  aquí?
- Tres meses.
-  Listo,  entonces que eso sea un aliciente para seguir, usted es una periodista con grandes capacidades. Lo único malo es que tiene un talento nato para llevar la contraria y pelear con todo el mundo. Eso a la larga, Yineth, va a jugar en su contra. No hay un solo día que no escuche que esta agarrada con alguien. Y aunque sé que usted es la primera que llega y la última que se va y que es una máquina para hacer bien lo que hace, un día de estos no va a haber nadie aquí que quiera trabajar con usted.
-  Eso lo sé.
-  Antes de que se vaya, mire, le guardé esta revista.  Es un compilado de los ganadores de este año del Premio Simón Bolívar. Preste mucha atención a la crónica de Salcedo Ramos, La Eterna Parranda. Léala con mucha atención y mire con lupa la manera como este escritor hace su trabajo. La crónica es un género periodístico que no todo el mundo puede hacer aunque ahora todos se crean que lo hacen. Usted tiene la mirada, ajuste las percepciones, recree con atención la voz de los otros, sea justa con las historias de los otros, no minimice los detalles jamás, cuando tenga alguien al frente mírelo a los ojos, interésese por todo lo que esa persona tenga que contarle. Mire dónde vive, con quién, cómo le habla a los otros, no lo pierda de vista ni un segundo. Todo lo que usted pueda ver en ellos es lo que hará una buena historia.  No tenga miedo de arriesgarse, de entregarse, de jugárselo todo por retratar la vida de alguien que tiene algo que el mundo quiere escuchar. El reto es dejar sus emociones a un lado, entender que por más triste y desgarrador que sea lo que tiene al frente, usted está ahí por alguna razón.  Si usted quiere hacer justicia en este mundo su único compromiso es contar sin remilgos lo que ellos tienen que decir. Lo demás ya es cosa suya. Llegarán muchos días en que se preguntará por qué la injusticia, por qué la muerte, por qué el dolor, eso tiene que reflejarlo en lo que escribe, no en lo que usted siente.
- ¿Y si me dan ganas llorar?
- Pues llore, pero trabaje. Sufra, pero escriba. Esa es la única manera de crecer,  de ver el mundo tal cual es.



Y hablando de ganas de llorar, me acordé de que pocos días después tuve que ir a cubrir las inundaciones en el barrio El Recreo en Bosa. Se había desbordado un caño y había arrasado las viviendas de un centenar de familias. Llegué a eso de las siete de la mañana con mi única arma: mi grabadora. El olor a alcantarilla era insoportable, el paso a particulares estaba prohibido. Mostré mis credenciales y entré a lo que serían tres días de miseria infinita. Madres ojerosas con niños a medio vestir de la mano, abuelas tratando de salvar de las aguas negras colchones, televisores, lavadoras; gritos de los que se habían quedado atrapados en los pisos altos pidiendo agua y asistencia médica. Yo con los  zapatos llenos de barro de aquí para allá sin saber qué hacer y la voz de Tulande repitiéndose una y otra vez: su trabajo es contar las historias,  si tiene que llorar hágalo pero tiene que contarlo. Recuerdo a una anciana anegada en lágrimas tratando de cubrir con un plástico lo poco que le había quedado y yo a su lado muda, sin saber qué decir.

-       Señorita ¿usted me puede cuidar las cositas mientras voy a ver mi casa? No me demoro.
-       Sí,  tranquila, yo me quedo aquí.
-       Es que anoche entraron al apartamento los ladrones y se llevaron todo. Solo me quedaron trastes. Hasta la ropa se la robaron.
-       ¿Y usted con quién vive?
-       Con mi hija, el esposo y mis tres nietos.
-       ¿Y están bien ellos?
-       Sí,  pero a los niños tocó sacarlos para donde unos familiares, se enfermaron por el frío y el mal olor.
-       ¿Y su hija dónde está?
-       Haciendo fila en la Cruz Roja para que le hagan un chequeo, se ha sentido muy mal. Llevamos toda la noche a la intemperie, estamos agotados.
-       ¿En que trabajan ellos? Su hija y el esposo.
-       Ella es secretaria de un consultorio jurídico y Mario trabaja en una fábrica automotriz.
-       ¿Y qué van a hacer ahora?
-       No sabemos - me dijo la anciana mientras se secaba las lágrimas con la manga del saco -Perdimos todo, estamos en la calle. Ese apartamento ni siquiera se  ha acabado de pagar y ya no hay como vivir ahí.
-       ¿Y anoche, qué fue lo que pasó?
-       Un estruendo en el baño.  Un golpe, algo muy raro. Me fui a mirar rápido porque pensé que se había caído uno de los niños. Cuando abrí la puerta por el sanitario salía un líquido negro a borbotones. De un momento a otro una avalancha de agua podrida avanzaba por toda la casa. En un par de minutos ya nos llegaba a la rodilla. Fue cuando nos dimos cuenta de que si no salíamos en ese mismo momento nos ahogábamos en ese lodazal. Gracias a Dios  Mario estaba en la casa y cogió los niños y empezó a sacarlos. Estábamos sin luz desde las dos de la tarde y no había parado de llover en todo el día.
-       ¿Y usted cómo salió?
-       Yo ni sé.  Solo recuerdo esa agua espesa en mi cintura, un frío penetrante en el cuerpo y un miedo terrible a que se murieran mis nietos. Yo ya estoy vieja, qué más da, pero  ellos apenas están comenzando a vivir.
-       Y  después de que salieron ¿qué pasó?
-       Pues nosotros estuvimos luchando contra esa corriente por ahí media hora. Nos tropezábamos unos con otros. Se veían algunas luces de linterna. Muchos gritos de angustia, mucho desespero hasta que unas  manos nos ayudaron a salir y quedamos aquí mismo, no me he movido. Ya se nos secó la ropa pero pasamos toda la noche tiritando. Unos vecinos que nos vieron trajeron unas cobijas y envolvimos a los chiquitos. Toda la noche en vela llorando y oyendo gritos. La dejo un ratico, voy a pasar revista a la casa, así sea de lejos, los amigos de lo ajeno  están rondando por todas partes.

Mientras la esperaba llegaron los duros, los que no piden permiso, los dueños de la verdad a medias. Una móvil con un gran logo de RCN  y una hermosa modelo bellamente vestida abría la puerta para salir triunfal en sus hermosos zapatos de diseñador,  peinado y maquillaje impecable. Yo era una más de los damnificados, una periodista de la AM con un sueldo miserable que podía ser a todas luces una más de ellos. Una mirada de “selfie” a los espejos de la móvil,  un micrófono inalámbrico en la solapa y unos pocos amagues de directo para la franja informativa de medio día. No existía nada para esa hija de puta, solo ella y su escenario. Solo ella y su hermosa apariencia. No existía en ese lugar una sola persona más importante que ella. A dedo escogía las personas que quería que hablaran, no sin antes aclararles lo que tenían que decir, por favor no se salgan del libreto. Si pueden llorar no pasa nada pero tienen un minuto, igual los cortan. Esa actitud tan propia de las presentadoras que tienen la facultad de levitar dentro de la gente como seres de otro mundo. Siempre las observé con curiosidad morbosa y he llegado a la conclusión que están perfectamente diseñadas para hablar bien y fluido,  que no reparan mucho en los otros, es como si una bruma espesa las separara de los demás mortales. Pero son buenas en su oficio, diría también que las personas las tratan de manera particular, que hay un culto estúpido hacia ellas que definitivamente las reafirma y las hace más fuertes para pisotear a los otros.  

Y fue así como divagué tres días enteros entre perros famélicos, niños solitarios y mi propia cabeza diciéndome una y otra vez que si ese era mi destino tendría que encontrar mi propia voz si quería sobrevivir a un lugar injusto, triste y horrible. Tendría que hacer algo distinto a toda esa mierda. Y puede pasar que no lo haya logrado, pero a final de cuentas escribo para llorar, escribo para reír, escribo para decir: yo estuve ahí.  Y lo mejor o lo peor de todo es que de esta  experiencia nació: “Con el Agua hasta el cuello”, la crónica nominada al CPB. Todos ellos se quedaron en mi corazón y en mi historia, no ha pasado un solo día en que no los recuerde, en que no me pregunte dónde estarán,  ellos nunca fueron para mí una noticia, ellos, y cada uno de los que vivieron a mi lado esta travesía, son parte de quien soy. Ayudé a la anciana a buscar sus cosas y a apilarlas viendo como con un trapo sucio las secaba, era quizá lo único que le quedaba en la vida y una dignidad hermosa que aun hoy recuerdo y atesoro.  También vi cómo se iban todos los grandes noticieros, cómo cuando caía la noche solo quedaban ellos a su suerte y entendí que mi oficio es demoledor que cuando estas parado al lado de gente que sufre me es imposible sustraerme a esa realidad, para mí no hay nada más que eso.  Por eso el ejercicio de escribir es quizás la única manera de salvarme de la tristeza de ver lo he tenido que ver y estar en los lugares en los que he estado. Nunca volví a ser la misma persona.  



En los tiempos libres, en las tardes cuando no había nadie en la emisora, yo me quedaba en silencio leyendo. Me interesé por Leila Gerriero y los Suicidas del fin del mundo, Martín Caparrós, Gabriela Weiner, una peruana muy brava que hace periodismo gonzo, que se mete a los prostíbulos, que escribe desde adentro, que folla, que fuma hierba, que hace lo que muy pocos hacen, escribe desde su propia piel.  Me obsesioné con Salcedo Ramos, leí la Eterna Parranda, De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho, El testamento del viejo Mile, Senén el precursor, El eterno retorno de champión, la historia de Rocky Valdez, entre otras.

Empecé a confrontarme con el mundo del periodismo y de la razón por la cual está ahí. Como casi ya nadie me hablaba, me entretuve escribiendo y nació mi primer libro infantil que se llama la Flor de cerezo. En medio de tanta realidad mi cabeza optó por escapar a un mundo pequeño y hermoso, creé a Hikari, a Tomoko y Abdel, pasé muchos días escribiendo y soñando un mundo distinto al que me tocaba vivir a diario y que me agotaba emocionalmente.  Entre en una guerra frontal con mis compañeros de reparto que me odiaban por sincera. Jamás he sido capaz de simular nada en mi vida y odiaba la mediocridad y la petulancia de todos,  que hablaban y hablaban sin saber de qué. Me fue imposible hacer cosas normales como trabajar en equipo. Me fui alejando poco a poco de todos ellos y terminé en mi escritorio sentada sin ganas de hablar con nadie. En los consejos de redacción era agria porque no entendía las políticas de la empresa, porque en este país y en el mundo la información es un negocio. No entendía por qué ganaba tan poco, ´por qué tenía que hacer parte de un sistema deshumanizado que se llama la reporterÍa de calle donde estás todo el día al rayo del sol o al agua.  Así que un día cualquiera  no regresé,  preferí quedarme en casa tirada en la cama mirando el techo. Renuncié,  me largué. Por eso soy una sombra a la que no le importa el reconocimiento.

Aunque a veces me olvidó por momentos e intento enviar un par de hojas de vida y recibo mensajes desalentadores de personas que tienen agencias de publicidad  y ostentan cargos importantes.  El último decía:  “ Yinecita, necesito personas que manejen contenido serio” y yo con todas las ganas que tenía de mandarlo a la mierda, le contesté:  Gracias por tu atención, solo me gustaría aclarar que tengo formación en Periodismo y he trabajado en medios escritos y puedo escribir de temas económicos, políticos y hasta de moda si no hay más.  El hecho de que escriba lo que se me da la gana no me hace menos inteligente o seria para escribir cosas estúpidas, para ganarme la vida. Estoy plenamente dotada para hacer lo que me pidan, puedo escribir para la masa sin dejar ver el menor  atisbo de inteligencia, puedo camuflarme entre el humano promedio y parecer inteligente, locuaz y hasta documentada.

Escribo a quien corresponda, a quien le dé la gana de leerme, no me interesan los amigos de oficio, esos hablan y hablan de un montón de basura, ni las niñas lindas, ellas bailan rock and roll. Yo escribo sola en la inmensidad de mi soledad al ritmo de la música de mi puta cabeza que pelea contra usted, contra ellos, contra mí misma. A las ganas de decir haz lo que tengas que hacer sin pisotear a nadie, sin pasar por encima de los que están a tu lado. Por eso la montaña,  los animales,  por eso el silencio de mi barrio lleno de campesinos; por eso un contacto mínimo con los otros; por eso las lágrimas, la tristeza de los días en que me siento derrotada, fracasada, perdida, sola. Por eso leer, que es lo único que me saca de la amargura. Por eso la historia Interminable de Michael Ende, por eso David Foster Wallace en su broma infinita, Bukowski y sus historias de putas y vino, la Gente del Abismo de Jack London, y la última invitada a mis días: Virginia Woolf Con Una Habitación Propia.  Ella me ha contado al oído grandes secretos, uno de ellos es que cada mujer puede y tiene el deber de encontrar su propio espacio para ser. Lejos del mundo que está hecho para existir. A ella le tocó un mundo machista, que aún existe,  pero decidió usar su propia y única voz para alzarse contra él.  Por eso su obra, por eso su angustia, por eso su destino y su muerte. Por eso esa lucha constante por preguntarse ¿quién soy, cuál es mi camino, por qué el mundo, por qué la vida?  La propia voz es un destino hermosamente maldito, no existe la hipocresía, es tan descarnado que entiendes que no hay nada fuera de ti, que puedes vivir en cualquier lugar, ya sea sola o rodeada de todos, que habrá días de inmensa felicidad pero otros serán agobiantes y vacíos. Es entender que no hay nada afuera, que todo está adentro.   

A mi maestro Francisco Tulande.

Gracias.