La Voz Propia
Este texto lo pensé leyendo a
Leila Guerriero, una cronista y escritora argentina que tiene una obra muy
interesante para aquellos que como yo buscan su propia voz. “Tengan paciencia
porque todo está ahí: solo necesitan la complicidad del tiempo. Aprendan a no
estar cansados, a no perder la fe, a soportar el agobio de los largos días en
los que no sucede nada. Pierdan algo que
les importe. Ejercítense en el arte de perder”
Cuando dejé de trabajar en radio
pasé largos días tirada en la cama con una sensación terrible de fracaso. Me
alejé de las personas con las que trabajé, intenté no hacer nada importante,
pasaba las jornadas mirando series de televisión y pensando ¿ahora qué? Fueron
épocas de muchas preguntas pero casi ninguna respuesta. Siempre había la
posibilidad de empezar de nuevo, de enviar hojas de vida a los medios de
comunicación, pero estaba harta de todo y simplemente quería quedarme quieta y
en silencio.
Escuché con atención los consejos
de mis familiares y amigos, de las grandes posibilidades que tenía como
periodista en el país del Sagrado Corazón pero no veía muchas opciones.
Horarios criminales trabajando doce horas al día por un sueldo ridículo y, a lo
que más temía, trabajar para personas a las que no les importaba en lo más
mínimo quien era yo. Es simple, usted
es reportera, se le asigna una fuente y su oficio es informar todo lo que pase.
No hay tiempo para que usted indague, simplemente haga una cuartilla, busque un
teléfono para que haga su directo en la franja informativa y ya está. Bueno,
pero tenga algo claro, si usted es la primera en hacerlo tiene la ventaja de
ser por tres segundos la mejor de una horda de caníbales informativos, sus
compañeros de fuente.
En Colmundo Radio tuve la fortuna
de hacer cosas que nadie más hacía. Francisco Tulande me dio la posibilidad de
entrar de frente a otra realidad: las historias detrás de las noticias. Desde
el primer día me retó para dejar de lado el oficio de dar noticias y aprender a
mirar con atención qué pasaba cuando los
demás se iban. A muy pocos periodistas les importaba y era común verlos siempre
juntos entrevistando las mismas personas, intentando no repetir lo de los otros,
una fórmula infalible, diga lo mismo pero con otras palabras, simple. Fue una
carrera contra el tiempo hacer lo de todos y después hacer lo mío.
Uno de los primeros informes que
realicé fue sobre los recicladores y el nuevo proyecto del exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro, sobre el reemplazo de los animales por carros
especiales para ellos. Recuerdo estar corriendo detrás de una zorra con unos
zapatos que me tallaban hasta las lágrimas. El hombre que escuchó mis gritos
detrás de él, me miró sorprendido y paró en seco para atender a la loca que
corría tras sus pasos.
-
¿Qué puedo hacer por usted? me dijo un señor muy
humilde con la ropa sucia al lado de un niño de unos seis años comiéndose un
banano.
-
Trabajo para un noticiero y me gustaría hacerle
un par de preguntas.
-
Le toca que se suba y me acompañe, son las siete
de la mañana y si no le hago rápido pierdo la madrugada.
-
¿A qué hora se levanta usted?
-
Cuatro de la mañana, si se puede más temprano.
-
¿El niño siempre lo acompaña?
-
Juanito es mi nieto y no, es que hoy no tenía
colegio y me lo traje, no me gusta dejarlo solo en la casa. El sector donde
vivo es peligroso.
-
¿Dónde vive?
-
En el barrio El Recreo, cerca de Patio Bonito.
Allá vivimos más de 400 familias que trabajamos en el reciclaje.
-
¿Y el niño lo ayuda?
-
No, él tiene que estudiar, este trabajo es muy
verraco. Yo quiero que tenga otras posibilidades.
-
¿Hace cuántos años trabaja como reciclador?
-
¡Uy no! me corchó con esa pregunta, por ahí 20
años.
-
¿Está de acuerdo
con que le entreguen un motocarro y jubilar al caballo?
-
Pues no sé, lo veo enredado - me contestó
mientras se bajaba a recoger unas cajas que estaban tiradas al lado del camino
- Es que lo más difícil es que yo por ejemplo no sé manejar, y ahora a sacar
permiso y eso cuesta plata y yo a duras
penas consigo para la papa.
-
¿El caballo tiene nombre?
-
¡Claro! ¡cómo no va a tener nombre! Mi muchacho
se llama Horacio. Él lleva conmigo muchos años y más que un animal es mi amigo
y lo quiero.
-
¿Qué come Horacio?
-
Ese come mejor que nosotros en la casa,
zanahoria, pasto que le compro, está muy bien alimentado, mírelo usted misma.
Aquí en este gremio hay mucha gente mala pero yo soy de los buenos.
Recorrí con él todo el barrio El Campin,
sentada a su lado viéndolo trabajar. Un
hombre esmerado y feliz, contento de
hacer lo que hacía. Nos separamos enfrente de la emisora, me llevó hasta allá. Varios compañeros se
asomaron a la ventana con incredulidad y algo de sorna en sus ojos. A mí no me importaba, nunca me han importado
los comentarios de mis colegas, suelen ser muy destructivos y envidiosos. Para
ellos el lema es hacer poco para no cansarse mucho. Armé mi informe, entré a
musicalizar con Fabián y al otro día a las ocho de la mañana salió al aire lo
que sería mi primer trabajo periodístico para un medio de comunicación. No
recibí muchos halagos. Al contrario, recibí una crítica demoledora por mi voz. “Tiene
buen contenido pero el ritmo es malo, debe practicar, le falta mucho pelo pa moña” me dijo el jefe pluma roja sin determinarme.
Llegué a mi casa a escuchar una y otra vez lo que había grabado. ¿Esa era mi
voz? No reconocía en esa persona que hablaba nada de mí. El tono me pareció
antipático y hasta chillón, me acosté pensando que este sería un fracaso como
todos los fracasos de mi vida, qué le íbamos a hacer.
Sorpresivamente, no desistí y
emprendí un camino largo de autocrítica. Algo que, debo confesar, me costó
mucho. No es fácil para nadie ser honesto y entender las limitaciones que tiene
su voz o lo complicado que puede resultar escuchar, corregir, volver a empezar, intentarlo y
hacerlo aun peor que la primera vez.
Días de desánimo en que lo único que quedaba era emborracharse hasta el
culo para desconectarse y hacer otra cosa distinta a trabajar muchas horas
ganando casi nada y con muchas ganas de mandar todo a la mierda. Pero no era
posible renunciar, me llené de ganas de triunfar y conseguí parcialmente un par
de logros. Fui nominada al premio Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) a
mejor crónica radial con un trabajo sobre las inundaciones invernales al sur de
Bogotá. No gané. Gané el premio Fenosa
por una crónica sobre los beneficios del gas natural, tres millones de pesos que invertí en mi
perrita Mona que acababa de recoger de la calle muy enferma y que estuvo en el hospital más de un mes. Esa fue
la gasolina que empezó a llenar mi cerebro de sueños acalorados sobre ser
famosa, ganarme un Simón Bolívar y ser la próxima Yineth Bedoya, cómo no. Hasta
pensé en la CNN, sí, cómo no. Tuve que enfrentar una lucha a muerte con mi
vanidad y mi soberbia, cometí muchos errores pero en ese momento lo importante
era figurar, lo demás me tenía sin cuidado.
Entonces, llegó la liberación de
los últimos secuestrados por las Farc en Villavicencio. No existía en la
emisora ningún tipo de presupuesto para los periodistas, no viáticos, no
pasajes de avión como para los medios grandes.
Nada para nadie. Hablé con Pacho y le dije que mis padres vivían allá,
que yo me iba. En un par de horas estaban los permisos tramitándose en el
Ministerio de Defensa y Eduardo Carrillo, quien cubría orden público, y yo,
montados en su carro rumbo a lo que sería una de las experiencias más hermosas
de mi vida. La historia de mi compañero de travesía se las resumo así: un
reportero de calle pensionado de RCN. Un tipo de 65 años, atlético y rubio, con
los ojos más sinceros que he conocido hasta hoy. Guerrero de mil batallas.
Humilde como solo lo pueden ser los seres humanos hechos de calle y
sufrimiento. Militar retirado y de esos periodistas que no le hacen loby a
nadie porque no tienen que presumir de nada,
son los mejores en lo que hacen. Su trabajo los define. Su voz es propia,
única, grande como él. Aunque él no lo sabe, me salvo del precipicio, me enseñó
que la lucha es conmigo, que no necesito ser reconocida para tener éxito y, lo más importante, que no necesito pertenecer a una corporación
para hacer lo mío.
Fueron tres días del más intenso
trabajo sin nada. Teníamos teléfonos obsoletos cargados con 20 mil pesos de
minutos para hacer los directos en las horas principales del noticiero. Tres
minutos en los que, parados al lado de medios internacionales como Reuters,
CNN, Caracol entre otros, nos jugábamos el todo para estar ahí sin cómo
hacerlo. Recuerdo que el difunto Antonio
José Caballero me pasó su Blackberry para que pudiera llamar al noticiero para
decir que los operativos se cancelaban por problemas climáticos. Puta vida la mía sin minutos y con ese calor
tan bravo.
-
¡Tiene que cambiar de teléfono! - me dijo con
cara de malo.
-
Sí señor, lo que pasa es que no he tenido plata.
-
Con esa flecha la caga, eso no sirve para nada.
-
Sí, yo sé.
-
¿Para quién trabaja?
-
Colmundo Radio.
-
¿Cristiana para acabarla de cagar?
-
No señor, soy normal.
-
Yo si dije, cara de beata no tiene. ¿Ese
Chamorro, con todo lo que roba con el diezmo en su iglesia privada, no tiene
para darles a ustedes un buen teléfono? ¡Ese es mucho hijueputa! - Yo me reí entre dientes - ¿Usted trabaja
con Pacho?
-
Sí señor.
-
No me diga señor que me siento como un anciano.
Salúdelo de mi parte. Tenemos que salir a tomarnos unos wiskis con él.
-
Sí claro, le contesté sabiendo que eso jamás
sucedería. Y jamás pasó, qué lástima.
Fue también la única y última vez
que vi a Antonio José Caballero. Un terremoto que cuando pasaba a tu lado te
dejaba sin palabras, que casi nunca reparaba en nadie, absorto en su trabajo,
buscando las voces de los otros. Yo lo miraba de lejos, camuflada, para mí es y
será una leyenda. Tuve la fortuna de conocerlo, eso es lo que queda cuando se
apagan las luces y estás solo. No pretendo, y lejos estaría de hacerlo, decir
que fue mi amigo o algo parecido. Imagino que me vio en medio de la nada
luchando contra mi suerte y quiso echarme una mano. Se lo agradezco
profundamente aun cuando han pasado muchos años. ¡Grande Caballero!
Y como la vida de todos se resume
en pequeños momentos, evoco lo que se esconde a veces en mi cabeza. Hoy cuando
estaba sentada, viendo jugar mis perritas, pensé en esta historia. Algunos de
ustedes la leerán, a otros no les interesará en lo más mínimo y no importa. El
ejercicio de escribir es un acto de memoria tan complejo que regresas a ese
momento y no quieres dejarlo ir, será quizás esta la única manera de evitar que
se evapore. Como dice Leila “ Estar un poco infeliz a veces te ayuda a
escribir, que no haya nadie en casa a veces te ayuda a escribir, escuchar a
Miguel Bosse a veces ayuda a escribir, tener miedo no ayuda a escribir, mirar
por la ventana ayuda a escribir”
Recuerdo una tarde en que estaba
embolatando el almuerzo porque no tenía plata y
me llamó Tulande a su oficina para hablar conmigo. Me miró desde su
silla, que casi nunca ocupaba porque siempre estaba afuera, y me dijo que me
sentara. Yo siempre que estaba enfrente de este hombre palidecía. No he
conocido jamás a un ser humano con una fuerza tan arrasadora como la de él. No
hay puntos medios, no hay manera de hacer un mal trabajo, no hay ningún tipo de
concesión para no hacer el mejor esfuerzo, para no entregar un texto bien
armado, investigado y bien ejecutado. Me quedé anclada en mi sitio sin saber a
dónde mirar.
- ¿Usted está como
aburrida o es mi impresión?
- Cansada
- ¿De qué?
- De no ver ningún
progreso
- ¿A qué se
refiere?
- A mi trabajo, siento que no mejoro.
- Si usted lo dice - me contestó seco - La única manera de ser el
mejor es no creerse el cuento. Cuando uno cree que lo sabe todo y
que es la vaca que más caga, apague y vámonos. Suba a recursos humanos y diga que ya pasó el
periodo de prueba, que la contraten. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?
- Tres meses.
- Listo, entonces que eso sea un aliciente para seguir,
usted es una periodista con grandes capacidades. Lo único malo es que tiene un
talento nato para llevar la contraria y pelear con todo el mundo. Eso a la larga,
Yineth, va a jugar en su contra. No hay un solo día que no escuche que esta
agarrada con alguien. Y aunque sé que usted es la primera que llega y la última
que se va y que es una máquina para hacer bien lo que hace, un día de estos no
va a haber nadie aquí que quiera trabajar con usted.
- Eso lo sé.
- Antes de que se vaya, mire, le guardé esta
revista. Es un compilado de los
ganadores de este año del Premio Simón Bolívar. Preste mucha atención a la
crónica de Salcedo Ramos, La Eterna Parranda. Léala con mucha atención y mire con
lupa la manera como este escritor hace su trabajo. La crónica es un género
periodístico que no todo el mundo puede hacer aunque ahora todos se crean que
lo hacen. Usted tiene la mirada, ajuste las percepciones, recree con atención
la voz de los otros, sea justa con las historias de los otros, no minimice los
detalles jamás, cuando tenga alguien al frente mírelo a los ojos, interésese
por todo lo que esa persona tenga que contarle. Mire dónde vive, con quién, cómo
le habla a los otros, no lo pierda de vista ni un segundo. Todo lo que usted
pueda ver en ellos es lo que hará una buena historia. No tenga miedo de arriesgarse, de entregarse,
de jugárselo todo por retratar la vida de alguien que tiene algo que el mundo
quiere escuchar. El reto es dejar sus emociones a un lado, entender que por más
triste y desgarrador que sea lo que tiene al frente, usted está ahí por alguna
razón. Si usted quiere hacer justicia en
este mundo su único compromiso es contar sin remilgos lo que ellos tienen que
decir. Lo demás ya es cosa suya. Llegarán muchos días en que se preguntará por
qué la injusticia, por qué la muerte, por qué el dolor, eso tiene que
reflejarlo en lo que escribe, no en lo que usted siente.
- ¿Y si me dan ganas llorar?
- Pues llore, pero trabaje.
Sufra, pero escriba. Esa es la única manera de crecer, de ver el mundo tal cual es.
Y hablando de ganas de llorar, me
acordé de que pocos días después tuve que ir a cubrir las inundaciones en el
barrio El Recreo en Bosa. Se había desbordado un caño y había arrasado las
viviendas de un centenar de familias. Llegué a eso de las siete de la mañana
con mi única arma: mi grabadora. El olor a alcantarilla era insoportable, el
paso a particulares estaba prohibido. Mostré mis credenciales y entré a lo que
serían tres días de miseria infinita. Madres ojerosas con niños a medio vestir
de la mano, abuelas tratando de salvar de las aguas negras colchones,
televisores, lavadoras; gritos de los que se habían quedado atrapados en los
pisos altos pidiendo agua y asistencia médica. Yo con los zapatos llenos de barro de aquí para allá sin
saber qué hacer y la voz de Tulande repitiéndose una y otra vez: su trabajo es
contar las historias, si tiene que
llorar hágalo pero tiene que contarlo. Recuerdo a una anciana anegada en lágrimas
tratando de cubrir con un plástico lo poco que le había quedado y yo a su lado
muda, sin saber qué decir.
-
Señorita ¿usted me puede cuidar las cositas
mientras voy a ver mi casa? No me demoro.
-
Sí, tranquila, yo me quedo aquí.
-
Es que anoche entraron al apartamento los
ladrones y se llevaron todo. Solo me quedaron trastes. Hasta la ropa se la
robaron.
-
¿Y usted con quién vive?
-
Con mi hija, el esposo y mis tres nietos.
-
¿Y están bien ellos?
-
Sí, pero a
los niños tocó sacarlos para donde unos familiares, se enfermaron por el frío y
el mal olor.
-
¿Y su hija dónde está?
-
Haciendo fila en la Cruz Roja para que le hagan
un chequeo, se ha sentido muy mal. Llevamos toda la noche a la intemperie,
estamos agotados.
-
¿En que trabajan ellos? Su hija y el esposo.
-
Ella es secretaria de un consultorio jurídico y
Mario trabaja en una fábrica automotriz.
-
¿Y qué van a hacer ahora?
-
No sabemos - me dijo la anciana mientras se
secaba las lágrimas con la manga del saco -Perdimos todo, estamos en la calle.
Ese apartamento ni siquiera se ha acabado
de pagar y ya no hay como vivir ahí.
-
¿Y anoche, qué fue lo que pasó?
-
Un estruendo en el baño. Un golpe, algo muy raro. Me fui a mirar
rápido porque pensé que se había caído uno de los niños. Cuando abrí la puerta
por el sanitario salía un líquido negro a borbotones. De un momento a otro una
avalancha de agua podrida avanzaba por toda la casa. En un par de minutos ya
nos llegaba a la rodilla. Fue cuando nos dimos cuenta de que si no salíamos en
ese mismo momento nos ahogábamos en ese lodazal. Gracias a Dios Mario estaba en la casa y cogió los niños y
empezó a sacarlos. Estábamos sin luz desde las dos de la tarde y no había
parado de llover en todo el día.
-
¿Y usted cómo salió?
-
Yo ni sé. Solo recuerdo esa agua espesa en mi cintura,
un frío penetrante en el cuerpo y un miedo terrible a que se murieran mis
nietos. Yo ya estoy vieja, qué más da, pero
ellos apenas están comenzando a vivir.
-
Y después
de que salieron ¿qué pasó?
-
Pues nosotros estuvimos luchando contra esa
corriente por ahí media hora. Nos tropezábamos unos con otros. Se veían algunas
luces de linterna. Muchos gritos de angustia, mucho desespero hasta que
unas manos nos ayudaron a salir y
quedamos aquí mismo, no me he movido. Ya se nos secó la ropa pero pasamos toda
la noche tiritando. Unos vecinos que nos vieron trajeron unas cobijas y
envolvimos a los chiquitos. Toda la noche en vela llorando y oyendo gritos. La
dejo un ratico, voy a pasar revista a la casa, así sea de lejos, los amigos de
lo ajeno están rondando por todas
partes.
Mientras la esperaba llegaron los
duros, los que no piden permiso, los dueños de la verdad a medias. Una móvil
con un gran logo de RCN y una hermosa
modelo bellamente vestida abría la puerta para salir triunfal en sus hermosos
zapatos de diseñador, peinado y maquillaje
impecable. Yo era una más de los damnificados, una periodista de la AM con un
sueldo miserable que podía ser a todas luces una más de ellos. Una mirada de “selfie”
a los espejos de la móvil, un micrófono
inalámbrico en la solapa y unos pocos amagues de directo para la franja
informativa de medio día. No existía nada para esa hija de puta, solo ella y su
escenario. Solo ella y su hermosa apariencia. No existía en ese lugar una sola
persona más importante que ella. A dedo escogía las personas que quería que
hablaran, no sin antes aclararles lo que tenían que decir, por favor no se
salgan del libreto. Si pueden llorar no pasa nada pero tienen un minuto, igual
los cortan. Esa actitud tan propia de las presentadoras que tienen la facultad
de levitar dentro de la gente como seres de otro mundo. Siempre las observé con
curiosidad morbosa y he llegado a la conclusión que están perfectamente
diseñadas para hablar bien y fluido, que
no reparan mucho en los otros, es como si una bruma espesa las separara de los
demás mortales. Pero son buenas en su oficio, diría también que las personas
las tratan de manera particular, que hay un culto estúpido hacia ellas que
definitivamente las reafirma y las hace más fuertes para pisotear a los
otros.
Y fue así como divagué tres días
enteros entre perros famélicos, niños solitarios y mi propia cabeza diciéndome una
y otra vez que si ese era mi destino tendría que encontrar mi propia voz si
quería sobrevivir a un lugar injusto, triste y horrible. Tendría que hacer algo
distinto a toda esa mierda. Y puede pasar que no lo haya logrado, pero a final
de cuentas escribo para llorar, escribo para reír, escribo para decir: yo
estuve ahí. Y lo mejor o lo peor de todo
es que de esta experiencia nació: “Con
el Agua hasta el cuello”, la crónica nominada al CPB. Todos ellos se quedaron
en mi corazón y en mi historia, no ha pasado un solo día en que no los recuerde,
en que no me pregunte dónde estarán, ellos nunca fueron para mí una noticia, ellos,
y cada uno de los que vivieron a mi lado esta travesía, son parte de quien soy.
Ayudé a la anciana a buscar sus cosas y a apilarlas viendo como con un trapo
sucio las secaba, era quizá lo único que le quedaba en la vida y una dignidad
hermosa que aun hoy recuerdo y atesoro.
También vi cómo se iban todos los grandes noticieros, cómo cuando caía
la noche solo quedaban ellos a su suerte y entendí que mi oficio es demoledor
que cuando estas parado al lado de gente que sufre me es imposible sustraerme a
esa realidad, para mí no hay nada más que eso. Por eso el ejercicio de escribir es quizás la
única manera de salvarme de la tristeza de ver lo he tenido que ver y estar en
los lugares en los que he estado. Nunca volví a ser la misma persona.
En los tiempos libres, en las
tardes cuando no había nadie en la emisora, yo me quedaba en silencio leyendo.
Me interesé por Leila Gerriero y los Suicidas del fin del mundo, Martín Caparrós,
Gabriela Weiner, una peruana muy brava que hace periodismo gonzo, que se mete a
los prostíbulos, que escribe desde adentro, que folla, que fuma hierba, que
hace lo que muy pocos hacen, escribe desde su propia piel. Me obsesioné con Salcedo Ramos, leí la Eterna
Parranda, De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho, El testamento
del viejo Mile, Senén el precursor, El eterno retorno de champión, la historia
de Rocky Valdez, entre otras.
Empecé a confrontarme con el
mundo del periodismo y de la razón por la cual está ahí. Como casi ya nadie me
hablaba, me entretuve escribiendo y nació mi primer libro infantil que se llama
la Flor de cerezo. En medio de tanta realidad mi cabeza optó por escapar a un
mundo pequeño y hermoso, creé a Hikari, a Tomoko y Abdel, pasé muchos días
escribiendo y soñando un mundo distinto al que me tocaba vivir a diario y que
me agotaba emocionalmente. Entre en una
guerra frontal con mis compañeros de reparto que me odiaban por sincera. Jamás
he sido capaz de simular nada en mi vida y odiaba la mediocridad y la
petulancia de todos, que hablaban y
hablaban sin saber de qué. Me fue imposible hacer cosas normales como trabajar
en equipo. Me fui alejando poco a poco de todos ellos y terminé en mi
escritorio sentada sin ganas de hablar con nadie. En los consejos de redacción
era agria porque no entendía las políticas de la empresa, porque en este país y
en el mundo la información es un negocio. No entendía por qué ganaba tan poco,
´por qué tenía que hacer parte de un sistema deshumanizado que se llama la
reporterÍa de calle donde estás todo el día al rayo del sol o al agua. Así que un día cualquiera no regresé, preferí quedarme en casa tirada en la cama
mirando el techo. Renuncié, me largué.
Por eso soy una sombra a la que no le importa el reconocimiento.
Aunque a veces me olvidó por
momentos e intento enviar un par de hojas de vida y recibo mensajes
desalentadores de personas que tienen agencias de publicidad y ostentan cargos importantes. El último decía: “ Yinecita, necesito personas que manejen
contenido serio” y yo con todas las ganas que tenía de mandarlo a la mierda, le
contesté: Gracias por tu atención, solo
me gustaría aclarar que tengo formación en Periodismo y he trabajado en medios
escritos y puedo escribir de temas económicos, políticos y hasta de moda si no
hay más. El hecho de que escriba lo que
se me da la gana no me hace menos inteligente o seria para escribir cosas estúpidas,
para ganarme la vida. Estoy plenamente dotada para hacer lo que me pidan, puedo
escribir para la masa sin dejar ver el menor
atisbo de inteligencia, puedo camuflarme entre el humano promedio y
parecer inteligente, locuaz y hasta documentada.
Escribo a quien corresponda, a
quien le dé la gana de leerme, no me interesan los amigos de oficio, esos
hablan y hablan de un montón de basura, ni las niñas lindas, ellas bailan rock
and roll. Yo escribo sola en la inmensidad de mi soledad al ritmo de la música
de mi puta cabeza que pelea contra usted, contra ellos, contra mí misma. A las
ganas de decir haz lo que tengas que hacer sin pisotear a nadie, sin pasar por
encima de los que están a tu lado. Por eso la montaña, los animales, por eso el silencio de mi barrio lleno de
campesinos; por eso un contacto mínimo con los otros; por eso las lágrimas, la
tristeza de los días en que me siento derrotada, fracasada, perdida, sola. Por
eso leer, que es lo único que me saca de la amargura. Por eso la historia
Interminable de Michael Ende, por eso David Foster Wallace en su broma
infinita, Bukowski y sus historias de putas y vino, la Gente del Abismo de Jack
London, y la última invitada a mis días: Virginia Woolf Con Una Habitación Propia. Ella me ha contado al oído grandes secretos,
uno de ellos es que cada mujer puede y tiene el deber de encontrar su propio
espacio para ser. Lejos del mundo que está hecho para existir. A ella le tocó
un mundo machista, que aún existe, pero
decidió usar su propia y única voz para alzarse contra él. Por eso su obra, por eso su angustia, por eso
su destino y su muerte. Por eso esa lucha constante por preguntarse ¿quién soy,
cuál es mi camino, por qué el mundo, por qué la vida? La propia voz es un destino hermosamente
maldito, no existe la hipocresía, es tan descarnado que entiendes que no hay
nada fuera de ti, que puedes vivir en cualquier lugar, ya sea sola o rodeada de
todos, que habrá días de inmensa felicidad pero otros serán agobiantes y
vacíos. Es entender que no hay nada afuera, que todo está adentro.
A mi maestro Francisco Tulande.
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