República
Bolivariana de Venezuela 1
Un
Dólar
Arribamos al
aeropuerto de Isla Margarita, Santiago Mariño, el 17 de octubre de este año.
Eran las 3 de la mañana y, a pesar de ser un vuelo de menos de 2 horas, tuvimos
que pasar largos controles migratorios en Colombia y uno no muy largo en el
país vecino. Era un vuelo chárter contratado por la agencia de viajes con la
que habíamos comprado un paquete completo que incluía tiquetes aéreos,
alojamiento y servicio de alimentación y bebidas por 8 días. Bajamos del avión
y nos dirigimos todos a legalizar nuestra entrada. Como es lógico todos íbamos
a la expectativa de lo que encontraríamos allí. Lo primero que vi al poner mis
pies dentro fue un inmenso letrero que decía “Bienvenidos a la patria de
Bolívar y la tierra de Chávez”. Pensé sin decir nada: es raro que este país sea
de alguien que está muerto hace ya tantos años. Víctima de un cáncer que, a
pesar de los esfuerzos de un gran grupo de los mejores médicos del mundo y todo
el dinero y el poder, se lo llevó en menos de tres años, dejando un país en
manos de su sucesor que maneja Venezuela a la sombra de un hombre controversial
que dejó un legado que está en todas las paredes de colegios, plazas y parques,
con su rostro adusto que ya es parte de la historia de este país. Para algunos
como un ejemplo de cambio. Para otros la marca indeleble que no se sabe a donde
los lleva. Porque si hay una palabra que define el ambiente de todos sus
habitantes es la incertidumbre.
Mientras
hacíamos la fila, no podía dejar de mirar a los lados. No había ni un solo
almacén abierto, ni ningún lugar para tomar un café mientras esperábamos que
llegaran las maletas e irnos a descansar al hotel. Cuando acabamos con el
proceso y ya estábamos en la sala de espera vimos los buses de los hoteles. Un hombre
alto y delgado, llamado Eugenio, de unos 35 años, nos saludó muy amable y nos
explicó que él sería el encargado de llevarnos al Hotel Punta Playa. Iba
pulcramente vestido, con su chaleco distintivo de la agencia de viajes, pero
para el observador no pasaba por alto que sus tenis Nike de bota estaban
desgastados y rotos. Al ver que no
teníamos nada más que hacer mientras cada grupo se organizaba salimos a fumar
un cigarrillo. Dejamos las maletas en el suelo y nos quedamos mirando las
palmeras que adornaban la entrada. Ya nos sentíamos de vacaciones y estábamos
felices de poder disfrutar de unos días de playa y cocteles. Había varios
operarios de los hoteles, entre ellos los choferes que eran los que se
encargaban de acomodar las maletas. Uno de ellos se acercó muy decente y nos
pidió un cigarrillo. Nosotros no dudamos en dárselo y vi como el hombre se
alejó un poco a mirar la marca, se lo llevó a la nariz y aspiro hondo el olor
del tabaco. Revisó sus bolsillos y regresó avergonzado a pedirnos un mechero
para poder encenderlo.
- - Qué pena molestarlo de nuevo,
me acabó de dar cuenta que no tengo como prenderlo. En este aeropuerto hay años
que no se consigue nada. A esta hora le toca a uno fumarse un dedo.
Fue muy breve la
conversación que tuvimos, pero puede darme cuenta que disfrutó cada calada que
le dio a ese cigarrillo. Y si me hubiera pedido más con gusto se los hubiera
dado.
El viaje al
hotel fue un recorrido de unos 40 minutos. El aire acondicionado estaba a topé
sobre nuestras caras y no había forma de desviarlo ni cerrarlo porque las
rendijas estaban dañadas. Tuve que
intentar taparme con lo que llevaba a mano. Intenté descansar, pero tiritaba y
decidí concentrarme en el paisaje de afuera. Lo primero que noté era que el
alumbrado público no estaba en uso, por eso debía esforzarme más para ver algo.
No sé por qué cuando veía las casas recordaba las casas de la Habana en Cuba. Todas
habían pasado por mejores días. Había un aire de abandono constante y muchas de
ellas parecían estar deshabitadas. Casi todo el lugar estaba en penumbra y
alcance a ver una familia con las sillas afuera tomando el aire a esas horas de
la madrugada. Me imagino que con esa temperatura es difícil dormir sin un
ventilador y las personas prefieren quedarse afuera hasta tarde. Gran parte de
las zonas que pasábamos estaban sin luz.
El nuevo nombre
de la República Bolivariana de Venezuela nace después de 14 años bajo el poder
de Hugo Chávez. Bajo un mandato ejecutivo modificó la denominación del país.
También de su moneda y de las fuerzas territoriales. En 1999 se darían los
primeros cambios con su llegada a la presidencia. La reforma a la Carta Magna
que presentó a la Asamblea Constituyente proponía el cambio de Venezuela a su
nombre actual, República Bolivariana de Venezuela. Fue más allá y cambió los nombres de los
ministerios: El Ministerio de Relaciones exteriores fue llamado Ministerio del
Poder Popular para las Relaciones Exteriores, entre otros. Y quizás uno de los cambios más dramáticos
fue en el año de 2009 eliminar ceros a la moneda nacional, el Bolívar,
llamándolo “Bolívar Fuerte”, que desde ese entonces ha sufrido graves
devaluaciones. Por un capricho de niñez hizo fabricar una moneda y pidió de
manera expresa al Banco Central poner en uso esta moneda que equivale a 12
céntimos y medio, pero debido a su exiguo valor no tiene ningún uso. Otro de
los cambios que intentó ejecutar fue la introducción en los barrios populares de
un billete llamado “El Líder”. Por algún tiempo fue usado para que los
estudiantes pagaran el transporte público. Esta breve reseña la hago porque
según lo que pudimos ver en nuestra estancia en Venezuela, con los antiguos
bolívares se fabrican carteras y billeteras, ya que no tienen ningún valor.
Con los soberanos no alcanza para comprar
nada. Un dólar cuesta una gaseosa. La
mayoría de personas que prestan sus servicios como camareros, choferes, guías,
reciben un dólar o dos, máximo, de los turistas que al ver que ganan tan poco
se los obsequian. Si vas a comprar algo a los pocos almacenes de suvenires hay
llaveros, artesanías y recuerdos de la isla en zonas específicas. Casi todo lo
que te venden vale un dólar. Las perlas,
reales y falsas, y los objetos elaborados con ellas son más costosos y casi
todo se paga en dólar. Por su puesto que está en uso el Soberano, principalmente
por los locales, pero si te acercas y preguntas en que moneda puedes pagar te
dicen que en la que te tengas. Algunos lugares ya aceptan pesos colombianos, en
este momento es el turismo colombiano el que prima en Margarita. Algo que me da mucha tristeza contar aquí y
que me gustaría obviarlo, pero no puedo, es que afuera de los hoteles y los
pocos centros comerciales hay niños con mucha necesidad pidiendo algo de comida
o un dólar. Uno de esos niños se nos acercó con un billete de dos mil pesos
colombianos y mil en monedas de doscientos, empacados en una pequeña bolsa
transparente, y le dijo a mi esposo con mucho respeto: Parce, me cambia estos 3
mil pesos por un dólar para comprar comida, con pesos colombianos no puedo
comprar nada. Nosotros le dimos un dólar sin recibirle los pesos. Yo pensé: ¿quién
demonios le da a un niño de estos en este país un billete de dos mil pesos? Aun
no logro comprenderlo. Con los precios y
la inflación de Venezuela ese billete no sirve para nada y tampoco se los
reciben en las tiendas. Y aunque un dólar tampoco les soluciona su situación,
quizás podrán cambiarlo en el comercio informal por soberanos e ir a un lugar a
hacer la fila y comprar algo de pan. Una de las panaderías que vimos no tenía
nada en los anaqueles y una extensa fila esperaba a que sacaran el producido
del día y, según lo que nos contaron, no alcanzaría para muchas personas. Por
eso llegaban con una o dos horas de antelación para quedar en los primeros
puestos. No hay insumos, no hay harina, ni huevos, y lo poco que consiguen es
caro. Los productos básicos de la canasta familiar tienen precios muy
elevados.
Siguiendo un
poco por esta línea, teníamos mucha curiosidad por visitar el Hard Rock Café
ubicado en la zona comercial de la isla. Aprovechamos una salida guiada, en la
que pudimos empezar a ver grandes hoteles abandonados, otros a medio construir,
muchos autos de los ochentas y noventas con todas las reparaciones posibles,
vallas y murales de Maduro y Chávez por doquier, gente en los paraderos de
buses y en los parques, vías poco congestionadas y almacenes cerrados, hermosas
playas y caseríos de pescadores. Lo encontramos en un centro comercial que,
aunque al parecer es de los más activos, tenía aire a viejo. Había una larga
fila afuera de un supermercado y adentro restaurantes y almacenes de marcas
conocidas con los precios conocidos y nada económicos. Entramos al café y
pudimos ver un lugar vacío. Eran como las 5: 30 de la tarde de un jueves y
teníamos dos horas para estar ahí mientras los otros del grupo curioseaban o
tomaban algo. Un joven de unos 25 años
salió a recibirnos con la amabilidad que todos los margariteños tuvieron hacia
nosotros. Le preguntamos qué moneda recibían, ya nos habían advertido que antes
de hacer alguna compra nos cerciorarnos de la moneda, ya que en algunas partes
no recibían dólares, solo moneda nacional.
- - Ey, muchachos, bienvenidos.
Ustedes son colombianos, se les nota por la buena onda. Les voy a dejar la
carta y ya pregunto en qué pueden pagar.
Nos quedamos
mirando una extensa carta de platos y cocteles. No teníamos hambre así que nos
dedicamos a observar los licores. Antes
de retirarse, Carlos nos advirtió que si queríamos comer algo debíamos
preguntar. La mayoría de los
ingredientes como especias y salsas no estaban disponibles y por esa razón no
todo se podía preparar. A pesar de
pertenecer a una gran cadena de restaurantes, el Hard Rock Margarita sufre,
como todos, los embates de una economía en recesión, de un bloqueo tácito, que
no permiten separarse de la realidad económica de Venezuela.
- - Chicos, me dice la
administradora que recibimos dólares, ya todo arreglado.
- - Nos gustaría tomarnos un mojito
y una margarita. El muchacho se quedó mirando pensativo la carta.
- - Voy a preguntar adentro, a
veces no tenemos todos los ingredientes.
Regresó luego
rascándose la cabeza.
-
-- No tenemos hierbabuena. Pero
les puedo ofrecer el coctel de la casa, esta delicioso y sé que les va a
encantar.
Accedimos con tranquilidad. No somos gente quisquillosa, se come de
lo que hay y mientras nos den licor, no importa.
-
- ¿Por qué hay tan poca gente? -
le pregunté
-
- Es temprano aun, de pronto en
un rato lleguen un par de mesas. Eso espero. Esta es mi segunda casa. llevó
mucho tiempo aquí. Me siento muy orgulloso de ser parte de Hard Rock Café.
-
- Se nota que disfruta lo que
hace - le dije al ver su sonrisa sincera, amable.
-
- Sí, claro, aunque a veces no sé
ni cómo llegar ni irme, en la isla ya casi no queda transporte público.
-
- ¿Y vive muy lejos?
-
- Ni para que le cuento. Vivo muy lejos. Por
ejemplo, hoy no sé cómo me voy, ya estoy por salir, pero los quiero dejar muy
bien atendidos antes de irme.
Recorrimos los
tres el lugar. Nos contaba con mucha gracia cada foto. Su acento y la
pronunciación isleña del inglés me encantaban, era sin lugar a dudas un
muchacho que a pesar de la adversidad intentaba no demostrarla. Hay mucha
dignidad en los venezolanos, a sabiendas de su precaria situación están bien
vestidos, aunque a casi todos se les ven los zapatos gastados. Los zapatos son la prenda de vestir que
enseña primero el trajinar de todos los días.
- Estudié Comunicación
Social y Periodismo aquí en Margarita, pero como está la cosa el único
periódico que había cerró hace un par de años porque no había papel para la
imprenta. Por eso me quiero ir para
Colombia a trabajar allá en el Hard Rock, queda en una zona muy bonita y
mientras tanto buscar un trabajo en lo mío.
-En Colombia las
cosas están complicadas. No creas que es el paraíso, nosotros estamos con un
nivel de desempleo grande. La cantidad de venezolanos que están llegando está
generando mucho impacto. No tenemos la infraestructura, nosotros somos un país
pobre.
Carlos se quedó
pensativo un momento. Me sentí un poco mal de haberle dicho eso. Quien era yo
para decirle una cosa de esas. Pero me preocupa que las personas crean que aquí
encontrarán un nivel de vida mejor. Las personas que veo a diario en las
estaciones de Transmilenio venden dulces al lado de los colombianos que están
igual de necesitados. Muchos barrios marginales los reciben a continuar un
ciclo de pobreza que nosotros tenemos desde siempre, esto no es Estados Unidos.
Los de aquí también aguantamos hambre, los niños están desnutridos y muchos
jóvenes no pueden educarse. Entonces escuchar una persona que ve en este
moridero una oportunidad me sorprende mucho.
-
- Yo de todas maneras no pierdo
la esperanza.
Se fue a
cambiarse porque ya tenía que salir si quería regresar a su casa. Me quedé
mirándolo mucho rato mientras bromeaba con sus amigos y recibía a otro joven de
su edad que lo reemplazaría. Cuando por fin se acercó para despedirse Jairo, mi
esposo, le dio un billete de 5 dólares que él observó con agradecimiento.
-
- Ustedes no saben lo mucho que
significa este billete para mí, mil gracias.
Lo perdí de
vista un rato. Pensé que ya se había ido.
Cuando alcé la mirada esperando mi segundo coctel lo vi en la puerta
despidiéndose de alguien. Llevaba en las manos una bolsa con arroz y otra con
frijoles. Se despidió de mi con la mano. Me quedé viéndolo ir. Adiós Carlos,
ojalá la vida sea dulce y próspera para ti.
Desde mi llegada
tuve la sensación de tristeza, algo no encajaba muy bien con el espíritu caribe
que uno espera encontrar. Los pocos rostros que había visto tenían un aire de
preocupación, un poco de pesadumbre, resignación quizás. También imaginé que no
iban a estar saltando en una pata por recibir el desfile de turistas
colombianos, pero había algo en ellos que me decía que las cosas en la isla
eran complicadas. Esa manía mía de verlo todo, de analizar cada cosa, a veces
me juega en contra. Es como si empezara desde muy pronto a armar un
rompecabezas, siento mucha curiosidad por los sitios que nunca he visto y creo
que la única manera de construir algo es observar con detenimiento cómo son las
personas, cómo hablan, cómo miran, cómo nos miran. Imagino que tampoco somos un público muy
deseado, ya se sabe que los colombianos somos caprichosos y cansones, burdos,
ruidosos, borrachos, peleoneros. Me aburre
tener que estar en grupo durante mucho tiempo porque odio de manera personal el
espíritu de la manada e intento siempre estar por mi cuenta, pero en planes
como este tendría que acostumbrarme porque era parte del concepto vacaciones
todo pago.
Situación País
Volviendo a
nuestra llegada, mientras nos registrábamos nos hicieron pasar al comedor donde
nos tenían preparada una merienda. Yo opté por servir un café que apenas probé,
no supe qué pensar al respecto. Era como cuando te tomas un tinto hecho en una
cafetera durante todo el día y te dan el ultimo cuncho. Una señora muy animada
que venía con nosotros, ya mayor, de unos 70 años, dijo: pero esto qué es, ¿café
naturista? Mi esposo y yo nos reímos. Jairo no pudo evitar la curiosidad y tomó
un poco de mi taza. Me miró sorprendido, eso para nosotros no era café.
Del hotel, 4
estrellas, la sorpresa fue que en lugar de la habitación que esperábamos,
encontramos un apartamento con sala, cocina, dos habitaciones, dos baños y un
gran balcón con vista a la piscina, estábamos en el paraíso. No dormimos mucho
y vimos el amanecer al calor de un aguardiente Antioqueño que compramos de
manera apresurada en el aeropuerto El Dorado por si llegábamos con ganas de un
guarito para dar inicio a nuestras vacaciones. A esa hora, obviamente, el bar
del hotel no estaba abierto.
Con la luz del
sol llegó el hermoso paisaje. Una brisa que venía de cerca, el viejo mar estaba
a una cuadra y ya podíamos sentir su presencia. La estancia en el hotel no
tenía muchas variaciones, el comedor siempre dispuesto con jugos naturales y
alimentos a toda hora. Como siempre, donde haya humanos no pueden faltar los
animales y nuestros compañeros de estadía serian una gata preñada anaranjada
con blanco, que bauticé como Rita Indiana, dos hermanos siameses y un gato gris
que se llamó Juan Pedro en honor al protagonista de mi libro de Viaje: Trilogía
Sucia de la Habana, de Juan Pedro Gutiérrez.
Un relato maravilloso de un cubano que habla de la realidad de un país
comunista en que sus habitantes apenas sobreviven con lo poco pero que no
pierden la ilusión ni las ganas de follar todo el día y tomar ron mecidos por
la brisa del mar en el malecón: “Isabel ha adelgazado demasiado. Esta fuera del
caldero, como todos. Pero sigue alegre y simpática. Lavando por unos cuantos
pesos, pasando hambre. Soportando al tipo con el que vive que no tiene donde
caerse muerto. Así pasa los días con un cigarro, o un buche de café. Con un
macho que le guste. A veces logra tener todo al mismo tiempo. Y mucha música.
Eso no puede faltar. Lo otro es pensar poco”. El espíritu de este relato es
sincero y habla de la robustez de ánimo que desarrollan las personas que no han
tenido nada fácil en la vida, que desde que se levantan deben ingeniarse la
manera de buscar algo de comida, de ver como sus vecinos y el lugar donde
habitan es adverso para todos. Muy afín al lugar en el que estábamos. Admirable
la idea del socialismo, pero ninguna ideología perdura cuando el pueblo muere
de hambre. Uno desde la comodidad de su sofá puede defender el discurso, pero
ya parado en medio de la nada con el estómago gritando no creo que se sostenga
por mucho tiempo. No quiero entrar en
detalles sobre mi posición al respecto porque hablar de política es muy
agotador, pero solo espero que cuando terminen de leer este escrito ustedes
saquen sus propias conclusiones sin tener que sentarme a hablar de escritores
reconocidos, ni de la catedra literaria que suena tan bien en el papel pero que
se define única y exclusivamente cuando vez de primera mano que las personas
sufren de necesidad en lo más básico. Una cosa es cierta, la abundancia y el
desperdicio no son lo ideal. Pero otra cosa muy distinta es que no puedas
comprar arroz, frijoles y un huevo. Eso me parece demoledor y no le encuentro
soporte a ningún discurso que quiera ver una sociedad hambrienta en pro de un
sistema político.
Creo que la
primera mirada real a la isla fue el segundo día que salimos a conocer la
playa. Una planta de desalinización a
pocos metros de la salida del hotel y varias personas bañándose con una
manguera. Varios carro-tanques aprovisionándose de agua para llevar a las
comunidades alejadas que desde hace meses sufren de racionamiento, nadie sabe
la razón real. Simplemente los servicios básicos no son como antes y la rutina
de vida de todos los margariteños ha cambiado notablemente. Muchos pasaron de
tener trabajo permanente en los hoteles a preferir el trabajo informal de la
calle donde pueden ganar un poco más si tienen suerte, ya que un día de trabajo
vale 3 dólares y las jornadas cambian y la rotación de personal es permanente.
En la llegada a
la playa vi varios lugares, donde antes se vendían cocteles y comidas,
cerrados. Solo un chiringuito con varios nativos de la isla vendiendo con pocas
botellas y poco surtido. Un grupo de varios vendedores a la sombra de los
arboles charlando animados. Las mujeres intentaban convencer a los turistas de
hacerse trenzas o un masaje relajante. Casi todos los vendedores ofrecían sus
productos por un dólar sin necesidad de cambios o de vueltas. Ya desde Colombia
nos habían advertido que lleváramos muchos billetes de dólar. Y no se
equivocaron. Ninguno de ellos se comportó con nosotros de manera irrespetuosa,
al contrario, si no aceptabas te dejaban pasar con tranquilidad. Como siempre
los grandes contrastes de la vida. Los que no ven nada y pasan de largo a
refugiarse en el bar del hotel o a las tumbonas a tomar el sol haciéndose los
desentendidos porque no les importa nada, gente que va por la vida, esa gente
que es casi toda, que baja los ojos para no ver la realidad de un mundo
distinto. Tal vez no pueda hacer mucho por nadie, pero creo que una de las
maneras de no dejarlos solos es retratarlos en mis escritos. Esa es la manera
que tengo de no dejarlos morir. Es la manera que tengo a través de demostrar
que hay personas que ven, que sienten y que estamos aquí para contarlos. No soy
afín a muchos. Paso de conversaciones aburridas, pero me interesan aquellas personas
que tienen algo que decirme, que mueven las manos, que te miran con firmeza,
que te tratan con respeto y que a pesar de su adversidad tienen un momento de
su vida para dedicarte. No hay mucho de eso en ninguna parte. Por eso cuando lo
encuentras debes ser agradecido y profundamente respetuoso por las
circunstancias que viven. Creo que esa es la única manera de acercarse.
En esos primeros
días, y aun sin ver nada de la isla que es aproximadamente 10 veces el
archipiélago de San Andrés, tan solo esa playa cercana al hotel, conocí a José
Manuel, un Cartagenero que llegó a Margarita hace 20 años cuando los dólares
corrían como agua y había mujeres lindas por todas partes. Se casó con una
nativa de la isla y tiene 4 hijos pequeños.
Desde hace 5 sobreviven como pueden. Su mujer ahora hace bolsos con
billetes de bolívares de diferentes denominaciones. Una cartera o una billetera
con decenas de billetes te vale 7 dólares. En el comercio interno ellos manejan
el soberano, la moneda actual, que no vale un “soberano culo”, pero en el
comercio informal con los turistas se maneja el dólar. Para el gobierno un
dólar equivale a 60 soberanos, en el comercio informal un dólar equivale a 120
soberanos actualmente. Hace un mes equivalían a 180 soberanos. En unos meses es
probable que un dólar valga 80 soberanos o menos.
Entre los niños
que ofrecían conchas con vírgenes, collares de perlas y manillas, vi a lo lejos
a José Manuel sentado con su esposa almorzando una ensalada sin nada más. Más
tarde me contó que tratan de ayudarse mutuamente hasta con la comida y, para
los almuerzos, cada uno lleva lo que puede y lo comparten. Me quedé mirando una
cartera y me acerqué para hablarle. Me interesaba saber cómo podían hacer un
trabajo tan bello. El dejó su plato de lado y se quedó mirándome.
- - Qué bonito bolso. ¿Cuánto
tiempo se demora haciéndolo?
-
- De tres a cuatro días. Mi
suegra y mi esposa los hacen, yo he intentado, pero no me salen. Ellas son unas
mujeres muy inteligentes.
-
- Y ¿la gente los pregunta?
-
- Pues muy poco.
A las personas
no les interesa mucho, pero tienen trabajo. Son tres días una cartera. Y si
quieren alguna aplicación o broche es más trabajo. Todo depende de los gustos.
-
- No tengo plata ¿me lo guarda y mañana vengo?
-
- Si quiere voy con usted y se lo
llevo.
Nos fuimos
caminando de regreso, él a mi lado tranquilo, no intentando ser agradable, eso
se siente.
- ¿No ha pensado
en regresar a Colombia? le pregunté mientras caminábamos.
- Claro, pero la
mujer no se quiere ir. Salir de Venezuela es triste. Es mi tierra pero la
estamos pasando mal. Mucha hambre. A mí nunca me ha importado ser humilde, pero
cuando uno ve los hijos enfermos no sabe qué hacer. Yo he resistido pero los
niños no dan más. No tenemos
medicamentos. Tuve a mi niño menor muy enfermo la semana pasada y sin saber qué
hacer a punta de agua de hierbas. Para mí como padre es muy triste ver los
hijos enfermos y saber que no uno no puede ir a una farmacia a comprar un medicamento
para ellos. Por eso quiero regresar, tengo familia en Cartagena y ellos me van
ayudar con los muchachos mientras yo despego. Lo único claro es que nos toca
irnos y que el regreso aquí no lo veo posible. Esto pasó de ser el mejor
vividero del mundo a un lugar muy difícil.
Nos quedamos en
la puerta del hotel charlando como dos viejos amigos. Jairo entró por la plata mientras yo
conversaba un rato con él.
- Usted es de
las pocas personas que me pregunta por mi historia. A casi nadie le interesa.
La gente viene con ganas de vacaciones y a uno tampoco le gusta mucho decirle a
la gente sus penurias. No es fácil pasar de tener una vida cómoda a estar en
una playa esperando qué trae el día. A veces nos vamos con nada. Pero lo más
importante es que estamos vivos. Y mientras Dios nos regale la vida seguiremos
luchando. Los colombianos nos ayudan viniendo. Aquí no volvió nadie. Entonces
uno agradece cualquier ayuda. Eso para nosotros es una bendición.
- ¿Qué es lo más
complicado de conseguir?
- La verdad
todo. Aunque las cosas de aseo son imposibles. Los medicamentos para el dolor
de cabeza, el acetaminofén, imposible. Las toallas higiénicas ni se ven y un
paquete puede costar más de 3 dólares, no se puede.
Nos separamos en
la puerta del hotel. Le prometí que antes de irnos le dejaríamos los
medicamentos que habíamos llevado y las cosas de aseo, así lo hicimos. Juan
Manuel lo repartió todo entre sus amigos vendedores de la playa. Aunque no fue
mucho, sé que de algo les servirá. ¡Que viva la República[U1] Bolivariana de Venezuela,
camarada!
Según los
últimos datos de la ONU, 2,3 millones de venezolanos han abandonado su país en
los últimos dos años. Entre 2015 y 2017 la migración se incrementó en 132%. Consultores
21 dice que a finales de 2017 la cifra de migrantes alcanzaba los 4 millones. Tendencias
Migratorias Nacionales de América del Sur informa que la mayoría de los
migrantes se ha dirigido a Colombia o lo usan como tránsito para dirigirse a
otros países. Otra fuente que realiza la Encuesta Nacional de Condiciones de
Vida de la Población Venezolana (ENVOVI), elaborada por un grupo
interdisciplinario de las universidades más importantes del país en cuestión, señala
que el 8% de los hogares venezolanos reportan al menos 1,3% familiares en el
exilio. Una cifra que oficialmente es rechazada por el presidente Nicolás
Maduro que habla de una conspiración internacional para desacreditar su
gobierno. Yo a eso contestaría que los he visto caminado por la autopista norte,
vía Chía Bogotá. Mujeres, hombres y niños con apenas lo puesto, soportando las
inclemencias de la sabana con la ilusión de llegar a la capital. Muchas de las
personas que atienden los restaurantes son venezolanos y las noticias hablan de
peleas y situaciones violentas en nuestro país. Somos violentos, gentes de
sangre peligrosa. Nadie dijo que esto sería un jardín de rosas. Tengo que
reconocer que me avergüenza ser colombiana a ratos. No somos gente buena, así nos
creamos chéveres, tenemos una carga de violencia genética, intentamos parecer
funcionales pero tantos años de porquería nos han convertido en gente que va
por el mundo saqueando y obstruyendo. Aquí muchos dirán: yo soy de los buenos,
pero ¡qué va! estamos hechos de la misma mierda.
En fin, con
todo, en este momento los margariteños agradecen el turismo colombiano porque
es la razón de que la crisis no se sienta tan fuerte como en el interior. Nos
lo dijo otro José, nuestro guía del tour de “Shopping”, un viaje a las bodegas
que quedan, con mercancía extranjera, pero, principalmente, ron venezolano de
buena calidad: Cacique, Santa Teresa, Pampero. Tiene 51 años y más historias
que la biblia. Ha sido mesero, chef, guía de turistas alemanes por toda Venezuela.
Conoce su historia y su geografía como pocos y nos regaló un montón de
información en el único tour gratuito. Se ofreció para pagar con su tarjeta en
soberanos a quienes quisieran comprar en almacenes que no aceptaban dólares,
recibiendo la moneda gringa porque también es negocio para él. Fue muy claro y
sincero. Nos dijo de cuanto ha cambiado todo desde que el turismo en Margarita
era inaccesible para los latinoamericanos promedio, hasta hoy que es más barato
que ir a Cartagena. La mayoría son adultos mayores y, aunque al principio nos
pareció extraño, al final fue una ventaja. No beben tanto ni son tan
problemáticos ni bullosos como los jóvenes. No faltaba una que otra pareja
joven de luna de miel pero primaban los ancianos comentándolo todo, comparando
todo con sus planes anteriores y arriesgando su presión arterial, su colesterol
y su glicemia con un par de piñas coladas y no dejando pasar ni uno solo de los
snacks gratuitos a media mañana y media tarde. José nos dio las gracias al
final del tour por visitar Margarita y ser ayuda económica para ellos. La misma
señora mayor del café coordinó la recolecta de dólares para la propina para él
y para el chofer de la van. José, fue de las pocas personas que nos dio la
impresión de que con todo y lo duro de la situación, no decía la situación del
país si no que decía “la situación país”, tenía todavía al toro por los cachos
con su amabilidad y su parla.
Aun así, la
constante es el deseo de partir. Luz Marina, la bartender de la piscina del
hotel por los primeros dos días, de unos veinticinco años, experimentada, ducha
en su arte, amable y conversadora, nos dijo que era su último día de trabajo
porque se iba para Colombia. “Son tantos los ausentes que si falta uno más, no
cabe”, escribió Macedonio Fernández. Esa tarde la vimos despedirse de sus
compañeros de trabajo entre lágrimas y abrazos. Todos deseando poder hacer lo
mismo. Al otro día, una empleada de la cocina intentaba aprender a agitar el
mezclador y recibía regaños de su entrenadora cuando echaba más licor del
permitido, aunque fuera de mala calidad.
Sentimos el
dolor de su partida como si fuéramos amigos desde niños. Así nos llegaba esa
imagen tan común cuando un colombiano se debe ir a buscarse la vida en Estados
Unidos o Europa. Dejar el terruño y la familia y los amigos no es fácil. Nos
carga de melancolía.
Ese es el
sentimiento predominante. Melancolía.
De eso cantaba
Don Efrén Fermín con su cuatro venezolano a las afueras de la iglesia de la
Virgen del Valle. No sé si las canciones eran compuestas por él, pero hablaban
de Margarita. Nos contó que toda su vida había sido músico y que llegó a cantar
en el show del payaso Popy, famoso en Venezuela en épocas pasadas. Lo recuerda
con un orgullo igual al de su impecable camiseta de la virgen del valle, aunque
sus alpargatas, el calzado delator, hablaran también de épocas mejores. En su
ritmo llanero nos pareció escuchar trovas santiagueras o sones que describen la
belleza del Caribe. Mientras nos hablaba seguía cantando para los turistas que
salían del pasaje de la iglesia. Nos fuimos con pesar de dejarlo sabiendo que
tenía muchas más historias que contarnos.
Esa es la
sensación más difícil de manejar en lo que pudimos ver en Margarita, el corto
tiempo y el saber que se vuelve a la realidad de un país capitalista en el que,
con todo y la corrupción, la desigualdad y la violencia, puedes entrar a un D1
y conseguir casi todo a precios económicos y que aun encuentras verduras y
frutas, farmacias 24 horas y centros comerciales con más de lo que se puede
necesitar.
El último día en
Margarita decidimos irnos para la playa a ver el atardecer. Sabíamos que el
hotel tenía bar allá y tiendas para resguardarse del sol, pero no sabíamos
hasta qué hora. Sabíamos que en el hotel nos precavían de no quedarnos fuera
hasta muy tarde y advertían de cuidar las pertenencias por si los ladrones.
Hasta el último momento me pareció una advertencia redundante para colombianos
enseñados al raponeo y los atracos. Nunca sentí nada sospechoso y, por el
contrario, nos demostraron al final una amabilidad casi extinta en Colombia.
Nos enteramos
que el bar del hotel en la playa iba hasta las 4 de la tarde. Llegamos a las 3
y 30. Alcanzamos a tomarnos un ron con hielo lejos de las carpas, todas copadas.
Nos gusta más así. Al terminar, Jairo fue a preguntar al único chiringuito si
tenían ron y le dijeron que solo coco loco. Estaban tomando y uno de ellos
dijo: ¡Dele un trago! Le sirvieron dos
vasos de ron con hielo y cuando los iba a pagar le dijeron que les diera lo que
quisiera para colaborar con la botella. Pagó a dólar el vaso y se devolvió a
donde yo estaba con una sonrisa en los dientes. Queríamos estar allí toda la
tarde. No nos importó la calidad del ron, no debía ser mucho peor que el del
hotel, aunque después nos dijeron que hace unos años ese ron lo usaban para
limpiar a los gallos de bichos, que el Cacique y el Pampero los regalaban con
la compra de vodka, ginebra o whiskey extranjeros.
La más grata
sorpresa nos vino cuando al rato, ya acabando nuestros vasos, vimos a un
hombre, Victor, en su treintena, venir hacia nosotros cargando otros dos vasos
de ron con hielo. Descompletaron su botella y nos lo trajeron hasta donde
estábamos. Nos pusimos a hablar con él y nos contó que era ingeniero de acueductos
y que trabajaba en la planta de desalinización, que había trabajado en
hotelería pero se había cansado por el mal pago, que estudió en el interior,
donde le hacían burlas por su acento margariteño, que para salir de la isla
tocaba en avión, con lo difícil de obtener un pasaporte, o en ferri. Cuando nos
terminamos el trago, ya estaba atardeciendo, nos fuimos con él hasta donde
estaban los otros tertuliantes del desamparo y nos tomamos el último vaso con
ellos, despotricando de nuestros países, hablando del narcotráfico en Colombia
y de Maduro, y del turismo, y de la pesca, y del chorro, y de todo, como viejos
amigos. Nos reímos relajados y cuando se acabó el garrafón de plástico,
caminamos juntos hasta el hotel, donde nos despidieron con sonrisas y bulla,
éramos unos ocho o diez, nos abrazamos y dejamos un par de dólares para que
compraran la otra botella en su barrio. Como lo hubiéramos hecho acá, en
Colombia.
Del plan todo
incluido, lo más bonito fue esa tarde con los venezolanos que no incluía el
plan.
Mi querida Madame Guillotine, es la tercera vez que intento escribir, me quito el sombrero me sentí como si los hubiese acompañado en tan interesante travesía además de lo mucho que aprendí. La estaré siguiendo muy de cerca👀
ResponderBorrarGracias mi querida Angelina por tan bellas palabras.
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