Ximena es una niña de 14 años que ha encontrado un norte como voluntaria de Nuestros Criollos al lado de su madre. Para un trabajo del colegio hizo la siguiente presentación de power point que nos robó el aliento, nos hizo lagrimear y nos ensanchó el pecho de orgullo y satisfacción por nuestra labor que empezó pequeña, un sueño como el que ella tiene y ha venido creciendo al punto de contar con historias tan bellas como esta. Esperamos que la disfruten, se emocionen como nosotros y la compartan.
Las Crónicas de Madame Guillotine
Las Crónicas de Madame Gullotine son el patíbulo por el que desfilan historias que de otra forma habrían sido condenadas al olvido.
Manchas

miércoles, 17 de junio de 2020
martes, 5 de noviembre de 2019
Una antesala a Cali, Buenaventura y el Pacífico Colombiano
En nuestro último viaje con mi compañero, el Dr. Jekyll, nos trajimos muy buenos recuerdos e historias de Cali, Buga, Buenaventura y el Pacífico, además de nuestros entrañables amigos caleños, John, Nathalia y El Oso. Uno de los lugares que visitamos en Cali fue la imprenta La Linterna de donde Jairo se trajo un ejemplar de la revista El Clavo. Después de haberla olvidado en la fritanga donde probamos las marranitas y haber sido recuperada por John, logró llegar a Cajicá y al empezar a leerla nos dimos cuenta de que tenía convocatorias para escritores y fotógrafos con temáticas definidas para cada edición. La de esta era La Tusa, cosas que nos causaran ese sentimiento de pérdida, en 500 palabras. Jairo quiso participar y escribió el siguiente relato que envió por email. Al día siguiente encontró respuesta de la revista en la que decía que les había gustado mucho el texto pero que lastimosamente esa convocatoria había sido de cinco ediciones atrás. Esta historia nos define bastante, siempre anacrónicos, despistados, fuera de lugar. Eso nos encanta y por eso quise compartir el texto con ustedes.
UN PAISA Y UNA ROLA EN CALI
Nos devolvimos entusados, enguayabados, despechados. Sin
ganas de irnos, con ganas de volver. La despedida con los amigos fue a punta de
biche y curao y las fotos del paseo que alcanzó hasta Bahía Málaga en el
Pacífico colombiano.
Todo romance empieza con una invitación. En nuestro caso
fueron dos amigos caleños, un amigo y una amiga que conocí en Bogotá en la
maestría en escrituras creativas de la universidad nacional y hasta el día de
hoy. El enamoramiento fueron ellos y la gente que conocimos, fue el calorcito
después de todo un año de frío en Cajicá, donde vivimos, fue la Plazoleta Jairo
Varela y sus trompetas y el museo, los sitios obligados: La Ermita, el parque
de los poetas, la casa de Jorge Isaacs, La Linterna, San Antonio, el paseo de
las gatas, el estadio Pascual Guerrero, La Tertulia… Fue el ron Marqués, el
aguardiente Blanco, pero sobre todo el biche, el curao, la tomaseca, el
arrechón, el vinete; fue la salsa, su presencia unánime en la ciudad que nos
dio un descanso de la pandemia del reguetón, La Topa Tolondra, La Caldera del
Diablo… fueron los aborrajados, LAS MARRANITAS, el cholao, no tanto la lulada,
muy dulce para mi gusto, todo de la mano de mis dos buenos amigos John y
Nathalia y un tercer amigo, el novio de ella, El Oso, entrañable desde el
primer apretón de manos.
Sé que para un egresado de Escrituras Creativas puedo
estar sonando muy cliché nombrando lo que todos conocen o nombran de Cali, pero
¿qué novio entusado no es clichesudo? Era nuestra primera vez, la rola estaba
hinchada por el calor, el paisa se negreó, la rola empezaba a perder un poco su
cantadito y a meter más ve, oís, mirá en sus diálogos, el paisa observó que la
cultura traqueta no dejó una huella tan marcada en Cali como en su natal
Medellín, ambos se miraron diciéndose mentalmente que la situación con los
hermanos venezolanos es igual que en Bogotá o Medellín, la rola se asombró en
La Topa de que todas las mujeres iban en tenis para poder bailar cómodamente,
no entaconadas, el paisa bailó con los hombros, como los paisas, y no con las
caderas, la rola dijo: sumercé ¿cuánto vale el manjar blanco?, el paisa:
parcera ¿en cuánto me deja las gaticas si llevo cinco?, la rola dijo: nos
deberíamos casar en Cali y el paisa respondió: ¡de una!, la caleñita dijo: yo
me quisiera casar en la iglesia de San Antonio, oís, y El Oso respondió: me
invitás ve.
Obviamente, el amor estuvo muy untado de Buenaventura y
su malecón, de Playa Chucheros y doña Yanensi y su hijo Lucho y su esposo,
Lucho grande, y sus perros Cody, Guacho, Lay, Afilauñas, Tony, de su sierra en
salsa de coco y su piangüa guisada, de ese hermoso y extraño fenómeno de las
mareas, desconocido para paisas y rolos, playas enormes que se cubren, los
maderos que vienen desde las selvas aledañas del río San Juan, arrastrados por lanchas, que reposan en la playa en marea baja y vuelven y arrancan por el mar en la alta, hermosas
nuevas palabras como la puja y la quiebra, que hablan de la fuerza con que sube
y baja el mar.
La tusa es despedirse de todo eso tan cerca de La
Sucursal del Cielo.
Hasta este punto era la extensión pedida por la revista pero se queda muy corta. Queda mucho por contar de Cali, con bailada de salsa incluida, de Buenaventura y Bahía Malaga y mucho mar y mucha selva, la democratización de la alegría y Chucheros, nuestra casa en el Pacífico, que tan pocos conocen. Pero eso será parte de la próxima, o cercana crónica, de Madame Guillotine.
martes, 17 de septiembre de 2019
Manchas alias Mapache


Famoso por la
caratula de uno de los cuadernos de Editorial Norma donde aparece su foto con
el alias de Mapache. De nombre de pila Manchas, hace parte de una hermosa colección
de fotos de animales callejeros que buscan ser entregados en adopción y ser
visibilizados a través de los cuadernos que circularon a nivel nacional. Era mi
vecino, siempre que iba al polideportivo de mi barrio, Capellanía, me recibía
gruñendo, no le hacía mucha gracia verme entrar con mi sequito de amigos
peludos que se me pegaban del parque. Siempre me miraba de reojo como diciendo
¡vean a esta que entra como perro por su casa a mi espacio! ¡cómo osa venir con
esa pandilla de usurpadores a mi territorio!
Yo le acariciaba la cabeza y empezaba la batalla de ladridos entre unos
y otros, pero nunca pasaba a mayores. En alguna ocasión que su compañera Muñeca,
una negra flaca y de mal carácter, lo atizaba, las cosas se ponían complicadas
y se revolcaban un rato, pero se calmaban pronto y nos íbamos con nuestra
música al fondo del parque que es muy espacioso. Manchas es un perro pequeño de
patas cortas, pero él siempre se ha considerado un grandulón. Debe imaginar que
es un peso pesado y que puede batirse a duelo con el que sea porque es gigante.
Nada más equivocado. Es un chiquitín peludo que uno solo quisiera comerse a
besos. Él se quedaba con mala cara al
lado de la puerta principal como diciendo ¡ahora que salgan sabrán lo que es
bueno! Pero en el tropel de salida no pasaba nada y se quedaba mirándonos con
rabia hasta que desaparecíamos riendo entre las calles vecinas.
Siempre tuvimos
una relación distante porque yo sabía que no era un perro de muchas caricias y
arrumacos. Les llevamos a él y a muñeca su bulto de concentrado mensual.
Tratamos de mantenerlos vacunados porque sabíamos que el rector del colegio no
los quería mucho, a pesar de que eran Manchas y Muñeca los que acompañaban a
los vigilantes en las rondas nocturnas y cuidaban de ese lugar como si fuera
propio. ¿Son acaso los animales los seres más inocentes de este mundo que se
juegan la vida para defender a los que los desprecian? Creo, después de muchos años, que no
merecemos ese cariño porque somos gente que no reconoce nada y que no analiza
nunca la verdadera razón de que ellos estén en nuestra vida. Estoy convencida
de que cada animal llega a nuestro corazón por una razón. Algunas personas lo podemos entender, otras
sin embargo no están muy interesadas y pasan de largo.
La suerte de
Muñeca estaba echada y una tarde vino a buscarme a mi casa una persona que me
conoce porque a la perrita se la llevaron los de la Secretaria de Ambiente por
peligrosa. Se quejaban de que mordía a los niños. Yo no creo mucho eso, pero la
orden venia de arriba y yo sabía que no había nada que pudiera hacer para
salvarla de la perrera y la eutanasia. Por esos días andaba yo arrastrando los
pies y la vida porque también Tristán y Bowie, los perros del parque Las
Candelarias, a los que les buscaba
hogar desde hacía más de un año, cayeron en la redada y fueron a parar todos a
un “centro de bienestar”. A Bowie logré sacarlo con la ayuda de una amiga y
después de que la persona que lo quería adoptar nunca llegara por él, encontré
un refugio y allá anda gordo y con un montón de amigos en una finca no muy
lejos de Cajicá. De Tristán no supe cuál
fue su suerte. Hubiese querido ir por
todos, pasé muchos días buscando opciones, pero si no tienes los recursos, debes
hacerte a un lado y dejar que suceda lo inevitable y sucedió.
Manchas quedó
solo en el polideportivo y se nos prohibió alimentarlo, recogimos los
recipientes del alimento y el agua. ¿Qué otra cosa podíamos hacer si al parecer
tenia dueño y era responsabilidad de él hacerse cargo del animalito? Me
desentendí de la situación, pasé muchos meses en aquella época recomponiéndome,
porque este trabajo es descorazonador y te vas rompiendo. Estuve a punto de
renunciar. Me encerré en mi casa a leer y a llorar. Tengo que reconocer que
fueron, sin temor a equivocarme, los días más aciagos que recuerde. Pero ¿cómo
dejarlo todo si eres de las pocas personas que hacen algo? ¿cómo no ver que
seguían llegando perros abandonados o destrozados y no hacer nada? En esta
misión no hay retorno. No hay camino de renuncia porque cuando empiezas no
puedes ser indiferente, porque hay algo que no sé qué es que te impulsa para
tender la mano, para alimentar, para rescatar. Hablaba con Gretel, una de las
del combo rescatista, hace poco mientras entregábamos en adopción a Tito, un
chiquitín que pasó varios meses caminando sin nada en la vida por este barrio
indolente, que nosotras sufrimos una condición muy particular y es la del
corazón roto. Alejandra, una animalista que fue nuestra compañera de batallas
mucho tiempo, terminó muerta de un infarto en su casa rodeada de sus perritos. Eran
tantas las obligaciones, la lucha tan desesperada que con 42 años se fue para
siempre. Su corazón dejó de latir, así como algún día nos sucederá a todos, pero
estoy segura de que a nosotras este corazón roto nos pasará factura
pronto. Y es que no eres parecido a
nadie, mucha gente dirá que es una locura y lo es. No somos personas iguales a
nadie, porque no hemos podido ser indiferentes a la permanente tragedia de
muchos animales que mueren o son abandonados en nuestras calles. Por eso nos
entendemos, por eso cuando estoy tratando de ocultar mis lágrimas busco los
ojos de ella y la encuentro llorando porque solo nosotras sabemos lo difícil de
este camino. Un camino que brinda días de inmensa alegría cuando logramos
salvarlos, pero otros de un dolor tan profundo que apenas logramos regresar al
camino con algo de esperanza.
Como las cosas
por aquí son complicadas: el alcalde roba, la Secretaría de Ambiente no hace
nada, los campesinos de la zona en su “tradición” creen firmemente que los
perros están bien al sol y al agua, alimentados con sobras o amarrados con
sogas o cadenas, nosotros, mi compañero y yo, con un pequeño grupo de hermosas
personas más, somos los que ponemos el pecho por ellos.
En ese
agonizante intento de lograr una política pública animal aquí en Cajicá, nos fuimos
a inscribir la cedula al Polideportivo para las próximas votaciones en
octubre. Y ¡Oh sorpresa! Manchas estaba
en un estado lamentable. Ya no era ese luchador aguerrido sino un manojo de
pelo marchito caminando de un lado a otro, agachado, dejando la vida para poder
caminar. Al parecer una obstrucción intestinal lo tenía al borde del
colapso. Jairo lo inyectó con ranitidina
y le dio aceite de ricino oral a ver si lograba expulsar algo y para la casa
dejándolo allá a sabiendas de que estaba grave. Dejamos con él el corazón que ya venía
resquebrajado. Me contacté con un líder comunitario del barrio para que llamara
a Secretaría de Ambiente, porque a nosotros ya ni nos contestan, para que viniera
el veterinario de ellos a verlo y, después de mucho rogar y mirándolo solo por
encima, dijeron que no los llamaran para esas bobadas que el perro estaba en
perfectas condiciones. Intentamos hacerlo por los conductos regulares, pero nos
colman el vaso. Pedimos un guacal prestado y al otro día fuimos por él sin
importarnos si era verdad que tenía un supuesto dueño que lo estaba dejando
morir, no había más tiempo que perder.
La primera
evaluación veterinaria no nos dejó muy animados. La veterinaria, una muchacha
joven y algo inexperta nos dijo que podía ser algo de columna y que podría ser
un nervio o algo haciendo presión, tampoco se descartaba una obstrucción, pero
era domingo y tocaba esperar al radiólogo que no venía hasta el día siguiente. Lo canalizaron para tomarle los exámenes y
ahí quedó Manchas hospitalizado. No
regresé muy convencida, me pareció malo y excesivamente caro el servicio, en
una hora ya teníamos una factura de 300 mil pesos y no sabíamos siquiera qué
tenía.
Sabíamos que si
queríamos salvarlo necesitábamos dinero. Así que empezamos a solicitar ayuda en la página de Nuestros Criollos. Y sí señores, mucha gente con nosotros, qué
viva la vida, qué viva la gente que nos acompaña y nos apoya. Entre ellos los amigos
de mi esposo que viven en Medellín, Carlos Federico Molina que fue uno de los
primeros que nos dijo: estoy con ustedes,
y que es una de las personas que apadrina para las esterilizaciones y comparte
con amor nuestras publicaciones a pesar de vivir tan lejos. Empezamos a recibir
mensajes hasta de una señora en Canadá que quería adoptarlo, pero con los
problemas de salud que tenía no era una opción por ahora. Nos levantamos el
lunes temprano y llamamos para preguntar cómo estaba. El veterinario de turno nos dijo que estable,
pero en la misma situación que lo habíamos dejado. Habían hablado con el
radiólogo, pero solo podía el martes a las 3 de la tarde. Otro día más con Manchas hospitalizado. Me
entró el desespero, no podíamos seguir sin saber ni hacerle nada, necesitábamos
que lo ayudaran ya, así que nos fuimos por él y llamamos a un servicio de
radiografías que se llama La Res y un señor muy atento nos dijo que lo
lleváramos, que estaban listos para colaborarnos. Arrancamos con toda la
energía, con el perrito con los ojos vidriosos y en una situación precaria.
Manchas me
miraba con tristeza desde el guacal, yo intentaba animarlo con caricias, pero
se le veía el dolor en sus ojos, estaba completamente exhausto. Pensé dentro de
mí que no lo lograríamos, que estábamos lejos de la ayuda que necesitábamos
para él. No quise subir con Jairo a la
consulta, me temblaban las piernas, me dolía todo, me sentía derrotada. Me fumé
un cigarrillo y mirando al cielo dije: si ha de estar mejor muerto, que se
vaya. Tan solo pensar que si se salvaba tendríamos que regresarlo a ese polideportivo
otra vez, al cuidado de nadie, no me dejaba ver nada positivo en ese momento.
Creo, y en eso me diferencio de muchos animalistas, que cuando un animal sufre sin
solución pronta o definitiva, es mejor que muera de una manera digna y sin
dolor. No comparto las posiciones de que inválidos, con pañal y arrastrándose
por el suelo pueden tener una oportunidad de vivir dignamente. Siempre pienso
en mí, en si eso sería una opción de vida y no lo es. Y sé que el derecho a la vida es primordial,
pero hay situaciones que hacen que lo sea más el derecho a la muerte. Y si
puedes ayudar a un animal a morir con dignidad debes hacerlo.
No tardó mucho
en bajar Jairo a llamarme para que mirara la radiografía. Estaba confirmado,
Manchas tenía una obstrucción y estaba a punto de estallar con todo lo que
tenía adentro. Miré con desconsuelo al joven que le había tomado la placa. Me
cogí la cabeza desesperada, ¿qué hacemos?
El muchacho me miró con incredulidad por mi actitud y me dijo: lo
podemos ayudar, si ustedes quieren lo sedamos y le hacemos un lavado a ver si
logramos desobstruirlo, estamos a tiempo. Esas eran las únicas palabras que yo
estaba esperando, no mañana miramos, o veamos cómo evoluciona con un suero, era
una situación de vida o muerte y fue ese muchacho de nos mas de 26 años, Juan
Pablo, quien luchó por él. Después de
varias horas llegó el dictamen: lo habían logrado. Sacaron de su pequeño y
estropeado cuerpo bolsas, plástico, envoltorios de salchichón, restos de
huesos, basura, lo que había estado comiendo por hambre, por abandono, porque
estaba sin cuidados hacía meses y nadie lo alimentaba. Respiré. Juro que una
bocanada de aire de esperanza entró por todo mi ser. Manchas tenía una segunda
oportunidad y lo lucharíamos hasta entregarlo a una familia. Jairo me miro y me
dijo: no sé qué tenga que hacer y cuántas puertas tenga que tocar, pero yo a
Manchas le encuentro un hogar así sea lo último que haga, yo no lo regreso a
ese parque, pase lo que pase.
Lo dejamos
adolorido a pasar la noche en observación, nos tomamos los guaros contentos en
la casa. Era una gran victoria, estaba vivo. Lo habíamos logrado y eso siempre
a nosotros nos llena el corazón porque lo hacemos sin nada, porque cada
victoria representa para nosotros todo, porque cada vez que ponemos el alma en
algo sale a delante. Aunque a veces yo soy la negativa y pienso lo peor. Fuimos por él para traerlo a la casa con
nosotros, encontramos al Manchas de siempre, su cola arriba y meneando, sus
ojos limpios, su expresión de descanso. Bajó las escaleras animado, como: listo,
hagámosle pues que ya me siento mejor. Nos fuimos con él por todo Centro Chía
felices, la gente lo miraba y se acercaba a preguntarnos qué raza era. Yo les contaba la historia y les daba el link
de Nuestros Criollos para que si querían nos ayudaran económicamente o a
difundir su historia para encontrarle una familia. Los días que siguieron
fueron complicados por su estado frágil, pero ayudó que es un perro muy fuerte
que solo quería estar tirado en el prado de afuera tomando el sol o sintiendo
el aire en la nariz. No le gustaba estar
solo, entonces le armamos su cambuche debajo de la escalera de nuestra casa y
ahí se quedaba dormido tranquilo. Su recuperación se basó en dieta especial,
mucha avena y aceite de oliva. Uno de los diagnósticos era que tenía una lesión
de cadera que requería en algún momento una cirugía, pero por ahora con los
medicamentos adecuados podía tener una vida normal.
El siguiente
reto era encontrarle una familia. A lo largo de estos primeros días, con su
historia de ser famoso y ser portada de un cuaderno, había ganado muchos
admiradores, cada foto nueva que posteábamos era elogiada por muchas personas
que se identificaron con él y con su lucha. No nos faltó nunca dinero para sus
medicamentos, para sus consultas y los veterinarios que le salvaron la vida
también lo amaron y nos dieron precios especiales. Cuando llegábamos con él
para control todos lo saludaban como a un viejo amigo. Lo bañamos y quedó aún
más divino. Nos enviaban muchas frases
de aliento como: ¡Está hermoso, por favor no lo devuelvan a la calle!, un hogar
para Manchas ya! #unhogarparamanchas, nosotros le damos hogar de paso y muchas
más. En las tardes salíamos todos al parque y se acordaba de sus antiguos peores
amigos y les gruñía. Ese es Manchas, no podía ser de otra manera distinta. Al
principio salía como si nada y se iba buscando camino. Era como diciendo: me
aburro y voy a dar una vuelta. Todos tenían que ver con él: los vigilantes, los
vecinos, los amigos, nadie fue indiferente a ese enano peludo que nos robó el
corazón a todos, mi Manchas, mi Mapache, mi muchacho, nuestro Corgui
Capellaniense, como lo llamaron muchos por su parecido con esa raza de
paticorticos.
Los días siguientes
yo me dediqué a la recuperación y Jairo a lo más complicado, a buscar una
familia por medio de las redes sociales que se han vuelto fundamentales en
nuestra labor, no solamente para buscar ayudas o para tratar de encontrar
familias adoptantes, también incluso en el caso de animales perdidos que hemos
logrado reencontrar con sus familias gracias al círculo que se ha ido ampliando
por esos medios. Tuvimos muchas personas que lo querían, pero no lo podíamos
entregar a cualquier persona, se requería un hogar con los recursos para el
tratamiento. Vinieron a verlo varias familias, pero seguíamos a la espera de
ese amor a primera vista, de ese latido que se genera con la empatía. No
teníamos afán de que se fuera, si por mi hubiese sido me hubiera quedado con él
sin pensarlo, pero no era posible. Cuando eres hogar de paso, debes estar listo
para dejarlos ir. Si no, no hay como ayudar a otros.
Y llegó ese
hogar, llegaron esas personas destinadas para él, desde que los vi supe en mi
corazón que no venían a verlo, venían a llevárselo, no tenían ninguna duda. Una
pareja de Bogotá, que no tenían hijos peludos en el momento, él había tenido su
perrita por 16 años hasta que se fue al cielo de los canes. Nos trajeron
concentrado y compartieron con todos Nuestros Criollo un rato en el parque y,
mientras la Bruja intentaba robarse el show tirada patas arriba en el pasto,
ellos no hacían más que mirar al manchado paticorto ir de aquí para allá a su
antojo. Les dimos los medicamentos que quedaban y las indicaciones necesarias y
ellos nos dijeron que no nos preocupáramos que ya nunca le iba a faltar nada. Y
se fue mi muchacho meneando su cola de penacho a su nueva vida. Me despedí de él
en la puerta del parqueadero sin mucha alharaca. Se quedó mirándome con
alegría, me dijo gracias con sus ojos. Como soy cobarde no lo acompañe hasta el
carro, me escondí detrás de la puerta de salida y lo vi partir hacia su nueva
vida. Lloré sola sentada en el parque, pero esta vez de felicidad, aunque nunca
es fácil despedirse.
Desde entonces
hemos tratado de mantenernos en comunicación con los nuevos padres de Manchas y
no podemos estar más contentos. Tiene una cama king size, aunque prefiera
permanecer echado en las alfombras, un balcón desde el que puede ver siempre a
lontananza, sin riesgo de caer, le escogieron entre muchas, la mejor guardería
para que pase sus días cuando ellos trabajan y ya tiene programada su cirugía,
de la que esperamos salga mejor que nunca. Nada de esto le hubiera pasado si
siguiera en el polideportivo de Capellanía. Nada es casualidad en esta labor,
debíamos volver allá a inscribir la cédula para reencontrarnos con Manchas e
iniciar el camino a su nueva y, por fin, como la merecen todos, cariñosa y
digna vida.
Manchas, alias
Mapache, es la muestra viva de que cuando no desviamos la mirada, cuando
encontramos, sea por redes sociales virtuales o por las reales, las personas
que se identifican con los animales, se pueden lograr grandes cosas, salvar
muchas vidas, mejorar su calidad, encontrar la dignidad que la calle les roba y
llegar a finales felices, tan difíciles, pero tan gratos como este.
Infinitas
gracias a todas las almas afines que hicieron parte de esta historia.
lunes, 20 de mayo de 2019
UVEROS, UNA PROBADITA DE LOS CONTRASTES DE URABÁ
No quería moverme de mi casa. Cuando
Jairo habló del viaje, me mostré reacia. Eran muchas cosas que no quería volver
a vivir: la relación complicada con su mamá, tantas horas en un aeropuerto, las
dificultades propias de nuestras responsabilidades, tres perritas y los de
afuera que si nos vamos quedan sin comida o nos toca pedirle el favor a unos
vecinos con toda la pena. Al principio
me dije, ¡quédate quieta, no jodas más! Pero seguí dándole vueltas al asunto. Igual,
él se iba conmigo o sin mí y decidí irme a ver qué pasaba.
Últimamente con este tema de vivir
lejos de la ciudad y el poco contacto humano, me he vuelto aún más huraña de lo
que era. Viajar ha sido para mí un asunto que me incomoda de distintas maneras,
los desplazamientos y los aeropuertos me generan una ansiedad terrible y,
aunque me encanta conocer nuevos lugares, cambiar mi rutina y llegar a ellos me
parece agotador. Sin embargo, este destino, Urabá, que ya conocía porque he estado
en Triganá, Apartadó, Capurganá, Sapzurro, Turbo y Necoclí, siempre me toca el
corazón porque me parece una tierra muy bella y extraña. El mar, por ejemplo,
es adusto y oscuro en los lugares cercanos al golfo por la gran cantidad de
ríos que desembocan cerca, entre ellos el gran río Atrato, no es un destino
para todo el mundo, se debe tener cierta dosis de locura para entablar una
relación con los elementos de esta tierra hostil que regala lluvias
torrenciales, cielos nublados, las serpientes más venenosas de Colombia,
malaria, leishmaniasis y, como nos sucedió en Uveros, una noche en la que se
desato una avalancha de insectos voladores que entró en tromba a la cabaña y por
poco nos saca a todos a buscar refugio en otra parte. Al otro día tapizaban la totalidad de las
playas y se veían flotando en las olas cercanas, moribundos o ya sin vida.
Viajamos en avión hasta Medellín,
allí tendríamos que esperar 4 horas para salir hacia Montería. En el aeropuerto
José María Córdoba buscamos un lugar para tomar una cerveza y resultamos con unos
cocteles bastante deliciosos que nos pusieron mágicos para continuar nuestro
camino. Al llegar en horas de la noche a Los Garzones, el aeropuerto de
Montería, no perdimos tiempo y buscamos un bus que nos llevara a Uveros, que según sabíamos quedaba a unos 65 kilómetros por tierra. Tuvimos la
fortuna de conseguir un colectivo que salía en ese mismo momento hacia Apartadó
y nos dejaba a la entrada del Caserío. Llegamos pasadas las 10 de la noche sin
novedad. Fue muy poco lo que vi del pueblo y pensé en recluirme en ese pedazo
de playa para nosotros solos y no salir mucho a mirar el mundo. Hay una
situación descorazonadora en todas partes y son los perritos callejeros que hay
en todos lados y que atraigo como un imán. Eso no me permite relajarme del todo
porque empiezo a buscar recipientes para el agua, a buscar comida para perros,
en lugares en los que no hay ni para humanos, y empieza mi enredo de siempre con tres
o cuatro acostados frente a mi puerta. Esta vez me jugó a favor que mi cuñado
Camilo y su esposa Alejandra son veterinarios y aman a los animales. Me recibieron
con una bolsa de concentrado en la alacena y un par de clientes fijos para la
hora de la comida. Ya estaban planillados un enano amarillo con una oreja
mordida e infectada, la vecina Brenda, supuestamente de raza y llevada de
Bogotá muy joven, que nos visitaba solo para comer y se iba sin más. A Concho, como le puso Humber, mi suegro, al primero por lo conchudo, lo tuvimos toda la
semana dando vueltas como el dueño y señor de la casa. Muy juicioso y respetuoso, más que muchos
niños que entraban por todas partes sin ser invitados e invadían sin ningún
respeto nuestra privacidad. Por ultimo, un cachorro negrito muy tímido que
siempre veía salir detrás de unos niños que vivían al lado de la cabaña donde
nos quedábamos, en una choza al lado de una cañada con agua reposada que olía
mal. Ese chiquito la verdad no tengo
idea de cómo sobrevive porque las condiciones de pobreza de esa inmensa familia
son difíciles de explicar.
Me decían que eran 11 niños, pero
cuando los contaba no me daban los números. Siempre encabezaba la romería un
niño de unos tres años, empeloto, que corría como loco a todas partes. Se
tiraba al mar a enfrentar las olas como el más experto nadador, como si hubiese
nacido entre las aguas.
Los niños son otro tema que vale la
pena retratar cortamente en este escrito, son demasiados. Esta familia en
particular vive de una manera primitiva. Las niñas que ya empiezan a verse
grandes con la ropa rota y que a pesar de que les queda pequeña, tienen los
cuellos y las mangas tan amplios por el uso que no es posible evitar que las
olas dejen ver los botoncitos de sus téticas nacientes. Siempre sin zapatos, aunque eso sí, ¿quién
necesita zapatos en la playa? Sin bañarse y despelucadas. Rascándose la cabeza
porque deben estar llenas de piojos. No cuentan con agua corriente y la poca
que almacenan en unos tanques es, me imagino, para cocinar. Las necesidades las
hacen en las zonas de plataneras. Por ahí los ve uno acurrucados a todos por
turnos cuando los coge el afán. Yo aquí
no sabría muy bien qué opinar, no sé si está bien o mal. Igual viven en un
ambiente alejado de los vicios, siempre están juntos y su mayor diversión en
meterse al mar cuando les plazca. Entonces por un lado creo que son felices con
lo que tienen porque no conocen más.
Pero le queda a uno la duda de si a futuro, cuando empiecen a crecer,
todo eso les juegue en contra y esas mismas niñas en un par de años ya estén
cargando su primer hijo y en un dos por tres estarán repitiendo la historia de
su madre que, entre otras cosas, está embarazada otra vez. Intento ser cauta en
mis apreciaciones que a veces son idas a los extremos, pero siempre estará bien
entregar a nuestros hijos las herramientas para que sufran lo menos posible y
la educación me parece clave si de mirar al horizonte se trata, ya que permite
decidir qué cosas se quieren para sí mismo. Eso va de la mano con la planificación
familiar para no llenarse de muchachitos, tener en la cabeza quièn se es, para
dònde se camina y què quiere uno ser y hacer. Ninguno de los niños de esta
familia asiste al colegio. Es una
situación particular porque al resto de chinitos los ve uno uniformados al
mediodía rumbo a la escuela.
Intenté ser amable con algunos de
ellos, pero les cuesta un poco conservar los límites y acatar las normas que
nunca han tenido. Entran sin avisar y cogen sin permiso los juguetes de mi
sobrino que al principio los miraba receloso. Entonces está uno por ahí sentado
mirando el mar cuando de repente llega uno y cuando vuelve a mirar hay otro y luego
otro más y cuando uno menos piensa hay 10 niños como un enjambre que se
apoderan de todo y se termina en medio de una gritería que no se comprende y
toca, con el dolor del corazón, repartir galletas y decirles que vengan mañana y
al otro día repetir la misma operación. No tienen nada que hacer y se aburen y
quieren ver otras caras y tal vez comer algo distinto a la misma sopa de
pescado con plátano, aunque a veces llega la barca sin pesca y me imagino que
no hay que echarle a la olla y toca acostarse con la barriga vacía, o con
cualquier mango recogido del suelo o con ese dulce que uno les regala porque tampoco
hay más para darles.
Johana tiene 19 años, pero parece de
30. Carga un niño bien vestido de unos dos años, de ojos grandes, que no se
mueve de su lado. Ella intenta no mirarme a los ojos, parece tímida, un poco
avergonzada de estar sentada enfrente mío que tal vez la observo de una manera
que no le gusta. Ya la había visto antes discutiendo con la vecina de la casa
de los niños. Ella al principio trató de ser decente, pero se hartó y empezó a
manotear igual que la rival, que cuando la vio emberracada se entró al rancho. Imposible no pensar en ello, intentó
últimamente no fijarme mucho en nada, pero me puede la duda. Lo dejé pasar porque me dije empezando viaje:
no voy a escribir nada, para qué. Cuando
la observaba desde el balcón, antes de hablarle, la veía muy jovencita, pero
cuando me acerqué y empezó a conversar había algo en ella que la ensombrecía y
tal vez por esta razón la vi mayor. Los sufrimientos definitivamente ponen
muchos años a las personas, les quitan un poco el brillo, los hacen más
susceptibles al paso del tiempo.
Se remueve en el tronco en que está
sentada. Le ofrezco una galleta al niño y a ella. Intentó hablarle de cualquier
cosa. De repente comienza diciéndome su edad y que es huérfana de madre, que se
murió de cáncer, que su padre es el esposo de la mujer que le peleaba el otro
día y que no le habla desde hace años, que la entregó a Bienestar Familiar con
una hermanita menor después del entierro de la mamá y que nunca quiso saber
nada de ella, ni siquiera teniéndola a dos cuadras, que es un hombre seco, que
se ha ganado la vida pescando, que ella no quiere saber de él, ni de su mujer,
ni de los hijos que la odian, no sabe por qué motivo, que no conoce de hogar ni de
familia y que ya no se acuerda de la última vez que sintió el afecto de alguien
diferente al de su hijo Luis Mateo. La recogió la abuela anciana aquejada
también de cáncer y murió dos años después y volvió la pena del abandono y la
búsqueda de la comida. Mucha hambre ha pasado Johana y se ve que aun guerrea
contra ella. Hambre de cariño, de oportunidades, de otra vida menos triste. Limpia,
humildemente vestida con un pantalón ajustado rojo, una camiseta vieja, unas
sandalias gastadas de tacón, el pelo recogido en una moña bien peinada.
No tuve que forzar la charla, ella me
cogió confianza rápido y siguió hablando. La vendieron a una finca bananera y
trabajaba de tres de la mañana hasta la media noche por un plato de sopa, el
cuerpo agotado no le permitía hacer lo que le pedían los dueños que le pegaban
con un zurriago y la trataban peor que a un perro. El dueño de la finca la buscaba
en las noches para violarla y la dejaba tirada en cualquier parte con el cuerpo
destrozado. La niña escapó una noche y
le pidió ayuda a un vecino para regresar a Uveros, donde estaba una tía que la
recibió de mala gana. Ahí vive en una pieza, que le cuesta 50 mil pesos, con el
padre del niño. Dice que es un buen hombre, pero que trabaja en lo que sale y a
veces se va a las bananeras y pasa sola mucho tiempo. Le digo que
trate de no tener tantos hijos, que con el que tiene es suficiente, que lo
importante es tratar de darle mejores oportunidades, para que no repita
historias, para que tenga posibilidades de educarse, salir adelante. Ella me
mira desconfiada como si le estuviera diciendo algo inapropiado, como si la
naturaleza fuera tener los que vengan, como vengan. Me pregunta si el niño de
la casa es hijo mío, le digo que no, es mi sobrino, que no tuve hijos, que
tengo tres perras, que esas son mis niñas, se ríe como si fuese una broma. No
lo es. Son lo más parecido que he tenido a la maternidad porque las escogí,
porque fueron una decisión consciente, meditada, y las quiero, somos familia. Distinta,
pero hogar, felicidad, todo junto.
Johana parece guardar rencores,
recordar con rabia las cosas que le pasaron. Ella tiene el derecho de sentirse
así. Que el padre de uno lo abandone sin importar su destino, que tenga que pasar
desde niña por tanto sin merecerlo, la deja en la libertad de detestarlo. Pero
hay que perdonar y olvidar dirán los buenos de corazón. A mi si no me jodan con
eso que hay gente que hay que odiar toda la puta vida por infames y
desgraciados. Yo creo que por más pobre
que sea una persona no justifica tirar dos niñas a las manos de trúhanes que
las maltrataron y las violaron. Su padre
ya tiene un montón más de vástagos y me imagino que en cualquier momento
correrán la misma suerte. Tal vez un día se despierte cansado y se largue.
De repente llegan un montón de
hombres negros y chilapos, razas predominantes en Uveros (afroamericanos y
Sinuanos respectivamente), hablando duro, con un balón de futbol en la mano y
nos toca pararnos de donde estamos. Están acomodando las canchas para el cotejo
y les estorbamos. Estuve a punto de
decir algo, pero ni se me ocurrió de ver 20 tipos sin camisa, grandotes y con
cara de bravos. Me despedí de ella y me entré a ver el partido desde la cabaña
en el segundo piso. Un derroche de patadas, caídas y burlas, el poder de la
masculinidad en su esplendor. Se molieron a patadas una hora y se fueron
echando chistes como si nada. Yo me quedé adolorida pensando en esa
mentalidad machista y guerrerista de los hombres que se me hace lo mismo de
siempre. No estoy generalizando, por favor, pero en la provincia si es muy
notable el peso de la voz del hombre y la escasa participación de las mujeres
que son máquinas de tener hijos y servir el hogar. Aaunque no tiene nada de malo cuando es
decisión propia, creo que les tocó y si pudieran se rebelarían, pero no pueden
hacerlo porque estas llenas de obligaciones, sumisión, y sienten que no pueden cambiar
el rumbo de sus vidas.
Y ¿cómo una persona cualquiera que lo
ha tenido todo y va de viaje osa decir semejante barbaridad? Lo hago porque soy
mujer y tengo la oportunidad de decidir y de hacer lo que me da la gana. Por
ejemplo, tomé la decisión consciente de no tener descendencia, primero porque
tengo un genio de los mil demonios y hubiese sido una madre tirana y segundo
porque creo que ya somos demasiados y no vale la pena traer más muchachitos a
este mundo que se cae a pedazos. Por
eso soy bastante pesimista ante el futuro de todos nosotros, creo que la
desigualdad en este país es vergonzosa, la distribución de los recursos es
infame. En Uveros, la casa de la alcaldesa está en la mitad de la playa que
abarca el caserío, con una hermosa vista al mar, una edificación de dos plantas
y una enorme piscina con grandes sombrillas y sillas para tomar el sol. A los
lados casitas de madera humildes, ninguna se parece a la de la alcaldesa en
toda la zona. Entonces uno se pregunta, ¿de dónde saca un funcionario público de
un corregimiento tan pequeño para montarse semejante palacete? Como dice
Fernando Vallejo en las Memorias de un Hijueputa: “¿de qué manga se sacaron
semejantes conejos tan orejones?”
Marcelino Arroyo, es un señor bien
parecido, alto, delgado, dorado por el sol, con sus 62 años aparenta 50, con su
pelo intacto y un par de canas a los lados. Es un buen representante de eso de
que negros y chilapos, en general, envejecen mejor. Se ríe grande, bonito. Con
una sinceridad que se deja ver en las manos que acompañan sus palabras. Me
gusta la gente que habla con las manos, creo que somos pocos los que lo hacemos
y eso me parece un poder de personalidad enorme. Lo conocimos en la playa mientras jugaba con sus
nietas y con su perra Brenda. Ahí fue que nos dijo que era perra de raza traída
de Bogotá, aunque a leguas se veía que era criollita. Amigablemente se prestó
para que Jairo le tomara una foto con las niñas y con Brenda en medio de las
olas. Cuida de sus dos nietas, Sharik y Nathaly, niñas hermosas, educadas,
mesuradas. Se nota que intenta
enseñarlas para que sean respetuosas. No se ven descuidadas, siempre tienen la
ropita limpia y se ven muy bien puestas. Cada medio día lo vimos venir a
sacarlas del mar para ir al colegio.
Se acercó a la cabaña sin entrar. Se
quedó parado enfrente de nosotros con ganas de charlar. Le ofrecimos una
gaseosa y la recibió con gusto, la tomaba a sorbos pequeños, sin prisa, con esa
tranquilidad que dan los años vividos con sufrimiento, pero con orgullo. Nunca
pasó por la escuela. Desde pequeño trabajó para comer, para sobrevivir, y se
nota que le gusta, que es de esos hombres que no le tienen miedo a nada porque
lo han vivido todo: “he trabajado en lo que me salga, ayudante de obra,
pescador, en las bananeras, arriando ganado, uno aquí amanece y tiene que ver
como trae la comida a la casa, los niños son lo más importante, intento que nos
les falte lo necesario. A las niñas las hemos criado mi esposa y yo solos, los
que se fueron a veces no tienen ni para ellos, entonces toca ponerle la cara al
sol y hacer lo mejor que se pueda”.
Al rato llegó la esposa fumándose un cigarrillo y nos acompañaron un poco más. A los pies de ellos, la
pelirroja peluda dormitando, parando las orejas para escuchar lo que hablamos, con
la barriguita llena porque Alejandra le sacó comida. Para finalizar la charla nos dijo que era
cordobés y que les dicen en todo el Urabá chilapos, los distinguen porque
siempre van de bota pantanera y siempre llevan su rula al cinto. Son muy
trabajadores y Marcelino es claro ejemplo de ello.
Aparte de todas estas historias,
Uveros, San Juan de Urabá, es un lugar hermoso, salvaje y hermoso, con unas
playas extensas que, al menos en esta época, están libres de turistas, apenas
nosotros, y de vendedores. Las plataneras hacen parte del paisaje y de añejas en
la zona, no desentonan a nuestros ojos. Nos regaló dos atardeceres de fantasía,
llenos de rojos, naranjas y amarillos de fuego, nos dio una noche sin luz
eléctrica que, aunque calurosa, nos permitió sentirnos más lejos de la
civilización, al igual que la ausencia de señal del celular, de televisores, de
computadores. Incluso más la noche del aluvión de insectos. Disfrutamos en
familia, gozamos el mar y sus olas y sus playas me dieron unas trotadas de
ensueño. Sabía que, como siempre nos ocurre, nos iríamos con tristeza de dejar
aquel paraje tan distinto a nuestro frío Cajicá. Supe que había valido la pena.
El ùltimo dìa, tratando de no
presentir el adiòs, hicimos lo cotidiano y en la noche nos
encontramos viendo a Emilio, el sobrino, rodeado de los niños que él llamaba
“mis amiguitos”, jugando y sudando de correr de aquí para allá arrastrando
carritos plásticos atados a una cuerda, como solía ser. Cuando era hora de
darle la comida, Alejandra, su mamá, les repartió comida a todos los niños y
antes de que se fueran, mientras nosotros entreteníamos a Emilio, les dijo que
esperaran afuera un momentico y les regaló todos y cada uno de los juguetes que
habían llevado. Salieron felices, corriendo y saltando hacia sus ranchos, como
en una pequeña navidad anticipada. Me enorgulleció y emocionó ese gesto de
Alejandra, que, entre otros muchos gestos, con los perritos, por ejemplo,
conmigo, en charlas eternas, hizo que la sintiera muy cercana y que fuera otra
de las cosas valiosas que me dejó este viaje.
Partimos temprano al día siguiente
con los ladridos y aullidos de Concho que nos recriminaba que nos fuéramos y
que fue el causante, al igual que despedirme de Emilio, el niño que no llora,
de que las imágenes a la salida de San Juan de Urabá me sean borrosas por mis
ojos enlagunados.
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