Manchas

Manchas

martes, 17 de septiembre de 2019

Manchas alias Mapache

























Famoso por la caratula de uno de los cuadernos de Editorial Norma donde aparece su foto con el alias de Mapache. De nombre de pila Manchas, hace parte de una hermosa colección de fotos de animales callejeros que buscan ser entregados en adopción y ser visibilizados a través de los cuadernos que circularon a nivel nacional. Era mi vecino, siempre que iba al polideportivo de mi barrio, Capellanía, me recibía gruñendo, no le hacía mucha gracia verme entrar con mi sequito de amigos peludos que se me pegaban del parque. Siempre me miraba de reojo como diciendo ¡vean a esta que entra como perro por su casa a mi espacio! ¡cómo osa venir con esa pandilla de usurpadores a mi territorio!    Yo le acariciaba la cabeza y empezaba la batalla de ladridos entre unos y otros, pero nunca pasaba a mayores. En alguna ocasión que su compañera Muñeca, una negra flaca y de mal carácter, lo atizaba, las cosas se ponían complicadas y se revolcaban un rato, pero se calmaban pronto y nos íbamos con nuestra música al fondo del parque que es muy espacioso. Manchas es un perro pequeño de patas cortas, pero él siempre se ha considerado un grandulón. Debe imaginar que es un peso pesado y que puede batirse a duelo con el que sea porque es gigante. Nada más equivocado. Es un chiquitín peludo que uno solo quisiera comerse a besos.  Él se quedaba con mala cara al lado de la puerta principal como diciendo ¡ahora que salgan sabrán lo que es bueno! Pero en el tropel de salida no pasaba nada y se quedaba mirándonos con rabia hasta que desaparecíamos riendo entre las calles vecinas.



Siempre tuvimos una relación distante porque yo sabía que no era un perro de muchas caricias y arrumacos. Les llevamos a él y a muñeca su bulto de concentrado mensual. Tratamos de mantenerlos vacunados porque sabíamos que el rector del colegio no los quería mucho, a pesar de que eran Manchas y Muñeca los que acompañaban a los vigilantes en las rondas nocturnas y cuidaban de ese lugar como si fuera propio. ¿Son acaso los animales los seres más inocentes de este mundo que se juegan la vida para defender a los que los desprecian?  Creo, después de muchos años, que no merecemos ese cariño porque somos gente que no reconoce nada y que no analiza nunca la verdadera razón de que ellos estén en nuestra vida. Estoy convencida de que cada animal llega a nuestro corazón por una razón.  Algunas personas lo podemos entender, otras sin embargo no están muy interesadas y pasan de largo.

La suerte de Muñeca estaba echada y una tarde vino a buscarme a mi casa una persona que me conoce porque a la perrita se la llevaron los de la Secretaria de Ambiente por peligrosa. Se quejaban de que mordía a los niños. Yo no creo mucho eso, pero la orden venia de arriba y yo sabía que no había nada que pudiera hacer para salvarla de la perrera y la eutanasia. Por esos días andaba yo arrastrando los pies y la vida porque también Tristán y Bowie, los perros del parque Las Candelarias,   a los que les buscaba hogar desde hacía más de un año, cayeron en la redada y fueron a parar todos a un “centro de bienestar”. A Bowie logré sacarlo con la ayuda de una amiga y después de que la persona que lo quería adoptar nunca llegara por él, encontré un refugio y allá anda gordo y con un montón de amigos en una finca no muy lejos de Cajicá.  De Tristán no supe cuál fue su suerte.  Hubiese querido ir por todos, pasé muchos días buscando opciones, pero si no tienes los recursos, debes hacerte a un lado y dejar que suceda lo inevitable y sucedió.



Manchas quedó solo en el polideportivo y se nos prohibió alimentarlo, recogimos los recipientes del alimento y el agua. ¿Qué otra cosa podíamos hacer si al parecer tenia dueño y era responsabilidad de él hacerse cargo del animalito? Me desentendí de la situación, pasé muchos meses en aquella época recomponiéndome, porque este trabajo es descorazonador y te vas rompiendo. Estuve a punto de renunciar. Me encerré en mi casa a leer y a llorar. Tengo que reconocer que fueron, sin temor a equivocarme, los días más aciagos que recuerde. Pero ¿cómo dejarlo todo si eres de las pocas personas que hacen algo? ¿cómo no ver que seguían llegando perros abandonados o destrozados y no hacer nada? En esta misión no hay retorno. No hay camino de renuncia porque cuando empiezas no puedes ser indiferente, porque hay algo que no sé qué es que te impulsa para tender la mano, para alimentar, para rescatar. Hablaba con Gretel, una de las del combo rescatista, hace poco mientras entregábamos en adopción a Tito, un chiquitín que pasó varios meses caminando sin nada en la vida por este barrio indolente, que nosotras sufrimos una condición muy particular y es la del corazón roto. Alejandra, una animalista que fue nuestra compañera de batallas mucho tiempo, terminó muerta de un infarto en su casa rodeada de sus perritos. Eran tantas las obligaciones, la lucha tan desesperada que con 42 años se fue para siempre. Su corazón dejó de latir, así como algún día nos sucederá a todos, pero estoy segura de que a nosotras este corazón roto nos pasará factura pronto.  Y es que no eres parecido a nadie, mucha gente dirá que es una locura y lo es. No somos personas iguales a nadie, porque no hemos podido ser indiferentes a la permanente tragedia de muchos animales que mueren o son abandonados en nuestras calles. Por eso nos entendemos, por eso cuando estoy tratando de ocultar mis lágrimas busco los ojos de ella y la encuentro llorando porque solo nosotras sabemos lo difícil de este camino. Un camino que brinda días de inmensa alegría cuando logramos salvarlos, pero otros de un dolor tan profundo que apenas logramos regresar al camino con algo de esperanza.  

Como las cosas por aquí son complicadas: el alcalde roba, la Secretaría de Ambiente no hace nada, los campesinos de la zona en su “tradición” creen firmemente que los perros están bien al sol y al agua, alimentados con sobras o amarrados con sogas o cadenas, nosotros, mi compañero y yo, con un pequeño grupo de hermosas personas más, somos los que ponemos el pecho por ellos.

En ese agonizante intento de lograr una política pública animal aquí en Cajicá, nos fuimos a inscribir la cedula al Polideportivo para las próximas votaciones en octubre.  Y ¡Oh sorpresa! Manchas estaba en un estado lamentable. Ya no era ese luchador aguerrido sino un manojo de pelo marchito caminando de un lado a otro, agachado, dejando la vida para poder caminar. Al parecer una obstrucción intestinal lo tenía al borde del colapso.  Jairo lo inyectó con ranitidina y le dio aceite de ricino oral a ver si lograba expulsar algo y para la casa dejándolo allá a sabiendas de que estaba grave.  Dejamos con él el corazón que ya venía resquebrajado. Me contacté con un líder comunitario del barrio para que llamara a Secretaría de Ambiente, porque a nosotros ya ni nos contestan, para que viniera el veterinario de ellos a verlo y, después de mucho rogar y mirándolo solo por encima, dijeron que no los llamaran para esas bobadas que el perro estaba en perfectas condiciones. Intentamos hacerlo por los conductos regulares, pero nos colman el vaso. Pedimos un guacal prestado y al otro día fuimos por él sin importarnos si era verdad que tenía un supuesto dueño que lo estaba dejando morir, no había más tiempo que perder.  



La primera evaluación veterinaria no nos dejó muy animados. La veterinaria, una muchacha joven y algo inexperta nos dijo que podía ser algo de columna y que podría ser un nervio o algo haciendo presión, tampoco se descartaba una obstrucción, pero era domingo y tocaba esperar al radiólogo que no venía hasta el día siguiente.  Lo canalizaron para tomarle los exámenes y ahí quedó Manchas hospitalizado.  No regresé muy convencida, me pareció malo y excesivamente caro el servicio, en una hora ya teníamos una factura de 300 mil pesos y no sabíamos siquiera qué tenía. 

Sabíamos que si queríamos salvarlo necesitábamos dinero. Así que empezamos a solicitar ayuda en la página de Nuestros Criollos.  Y sí señores, mucha gente con nosotros, qué viva la vida, qué viva la gente que nos acompaña y nos apoya. Entre ellos los amigos de mi esposo que viven en Medellín, Carlos Federico Molina que fue uno de los primeros que nos dijo:  estoy con ustedes, y que es una de las personas que apadrina para las esterilizaciones y comparte con amor nuestras publicaciones a pesar de vivir tan lejos. Empezamos a recibir mensajes hasta de una señora en Canadá que quería adoptarlo, pero con los problemas de salud que tenía no era una opción por ahora. Nos levantamos el lunes temprano y llamamos para preguntar cómo estaba.  El veterinario de turno nos dijo que estable, pero en la misma situación que lo habíamos dejado. Habían hablado con el radiólogo, pero solo podía el martes a las 3 de la tarde.  Otro día más con Manchas hospitalizado. Me entró el desespero, no podíamos seguir sin saber ni hacerle nada, necesitábamos que lo ayudaran ya, así que nos fuimos por él y llamamos a un servicio de radiografías que se llama La Res y un señor muy atento nos dijo que lo lleváramos, que estaban listos para colaborarnos. Arrancamos con toda la energía, con el perrito con los ojos vidriosos y en una situación precaria.

Manchas me miraba con tristeza desde el guacal, yo intentaba animarlo con caricias, pero se le veía el dolor en sus ojos, estaba completamente exhausto. Pensé dentro de mí que no lo lograríamos, que estábamos lejos de la ayuda que necesitábamos para él.  No quise subir con Jairo a la consulta, me temblaban las piernas, me dolía todo, me sentía derrotada. Me fumé un cigarrillo y mirando al cielo dije: si ha de estar mejor muerto, que se vaya. Tan solo pensar que si se salvaba tendríamos que regresarlo a ese polideportivo otra vez, al cuidado de nadie, no me dejaba ver nada positivo en ese momento. Creo, y en eso me diferencio de muchos animalistas, que cuando un animal sufre sin solución pronta o definitiva, es mejor que muera de una manera digna y sin dolor. No comparto las posiciones de que inválidos, con pañal y arrastrándose por el suelo pueden tener una oportunidad de vivir dignamente. Siempre pienso en mí, en si eso sería una opción de vida y no lo es.  Y sé que el derecho a la vida es primordial, pero hay situaciones que hacen que lo sea más el derecho a la muerte. Y si puedes ayudar a un animal a morir con dignidad debes hacerlo.

No tardó mucho en bajar Jairo a llamarme para que mirara la radiografía. Estaba confirmado, Manchas tenía una obstrucción y estaba a punto de estallar con todo lo que tenía adentro. Miré con desconsuelo al joven que le había tomado la placa. Me cogí la cabeza desesperada, ¿qué hacemos?  El muchacho me miró con incredulidad por mi actitud y me dijo: lo podemos ayudar, si ustedes quieren lo sedamos y le hacemos un lavado a ver si logramos desobstruirlo, estamos a tiempo. Esas eran las únicas palabras que yo estaba esperando, no mañana miramos, o veamos cómo evoluciona con un suero, era una situación de vida o muerte y fue ese muchacho de nos mas de 26 años, Juan Pablo, quien luchó por él.  Después de varias horas llegó el dictamen: lo habían logrado. Sacaron de su pequeño y estropeado cuerpo bolsas, plástico, envoltorios de salchichón, restos de huesos, basura, lo que había estado comiendo por hambre, por abandono, porque estaba sin cuidados hacía meses y nadie lo alimentaba. Respiré. Juro que una bocanada de aire de esperanza entró por todo mi ser. Manchas tenía una segunda oportunidad y lo lucharíamos hasta entregarlo a una familia. Jairo me miro y me dijo: no sé qué tenga que hacer y cuántas puertas tenga que tocar, pero yo a Manchas le encuentro un hogar así sea lo último que haga, yo no lo regreso a ese parque, pase lo que pase.



Lo dejamos adolorido a pasar la noche en observación, nos tomamos los guaros contentos en la casa. Era una gran victoria, estaba vivo. Lo habíamos logrado y eso siempre a nosotros nos llena el corazón porque lo hacemos sin nada, porque cada victoria representa para nosotros todo, porque cada vez que ponemos el alma en algo sale a delante. Aunque a veces yo soy la negativa y pienso lo peor.  Fuimos por él para traerlo a la casa con nosotros, encontramos al Manchas de siempre, su cola arriba y meneando, sus ojos limpios, su expresión de descanso. Bajó las escaleras animado, como: listo, hagámosle pues que ya me siento mejor. Nos fuimos con él por todo Centro Chía felices, la gente lo miraba y se acercaba a preguntarnos qué raza era.  Yo les contaba la historia y les daba el link de Nuestros Criollos para que si querían nos ayudaran económicamente o a difundir su historia para encontrarle una familia. Los días que siguieron fueron complicados por su estado frágil, pero ayudó que es un perro muy fuerte que solo quería estar tirado en el prado de afuera tomando el sol o sintiendo el aire en la nariz.  No le gustaba estar solo, entonces le armamos su cambuche debajo de la escalera de nuestra casa y ahí se quedaba dormido tranquilo. Su recuperación se basó en dieta especial, mucha avena y aceite de oliva. Uno de los diagnósticos era que tenía una lesión de cadera que requería en algún momento una cirugía, pero por ahora con los medicamentos adecuados podía tener una vida normal.



El siguiente reto era encontrarle una familia. A lo largo de estos primeros días, con su historia de ser famoso y ser portada de un cuaderno, había ganado muchos admiradores, cada foto nueva que posteábamos era elogiada por muchas personas que se identificaron con él y con su lucha. No nos faltó nunca dinero para sus medicamentos, para sus consultas y los veterinarios que le salvaron la vida también lo amaron y nos dieron precios especiales. Cuando llegábamos con él para control todos lo saludaban como a un viejo amigo. Lo bañamos y quedó aún más divino.  Nos enviaban muchas frases de aliento como: ¡Está hermoso, por favor no lo devuelvan a la calle!, un hogar para Manchas ya! #unhogarparamanchas, nosotros le damos hogar de paso y muchas más. En las tardes salíamos todos al parque y se acordaba de sus antiguos peores amigos y les gruñía. Ese es Manchas, no podía ser de otra manera distinta. Al principio salía como si nada y se iba buscando camino. Era como diciendo: me aburro y voy a dar una vuelta. Todos tenían que ver con él: los vigilantes, los vecinos, los amigos, nadie fue indiferente a ese enano peludo que nos robó el corazón a todos, mi Manchas, mi Mapache, mi muchacho, nuestro Corgui Capellaniense, como lo llamaron muchos por su parecido con esa raza de paticorticos.



Los días siguientes yo me dediqué a la recuperación y Jairo a lo más complicado, a buscar una familia por medio de las redes sociales que se han vuelto fundamentales en nuestra labor, no solamente para buscar ayudas o para tratar de encontrar familias adoptantes, también incluso en el caso de animales perdidos que hemos logrado reencontrar con sus familias gracias al círculo que se ha ido ampliando por esos medios. Tuvimos muchas personas que lo querían, pero no lo podíamos entregar a cualquier persona, se requería un hogar con los recursos para el tratamiento. Vinieron a verlo varias familias, pero seguíamos a la espera de ese amor a primera vista, de ese latido que se genera con la empatía. No teníamos afán de que se fuera, si por mi hubiese sido me hubiera quedado con él sin pensarlo, pero no era posible. Cuando eres hogar de paso, debes estar listo para dejarlos ir. Si no, no hay como ayudar a otros.



Y llegó ese hogar, llegaron esas personas destinadas para él, desde que los vi supe en mi corazón que no venían a verlo, venían a llevárselo, no tenían ninguna duda. Una pareja de Bogotá, que no tenían hijos peludos en el momento, él había tenido su perrita por 16 años hasta que se fue al cielo de los canes. Nos trajeron concentrado y compartieron con todos Nuestros Criollo un rato en el parque y, mientras la Bruja intentaba robarse el show tirada patas arriba en el pasto, ellos no hacían más que mirar al manchado paticorto ir de aquí para allá a su antojo. Les dimos los medicamentos que quedaban y las indicaciones necesarias y ellos nos dijeron que no nos preocupáramos que ya nunca le iba a faltar nada. Y se fue mi muchacho meneando su cola de penacho a su nueva vida. Me despedí de él en la puerta del parqueadero sin mucha alharaca. Se quedó mirándome con alegría, me dijo gracias con sus ojos. Como soy cobarde no lo acompañe hasta el carro, me escondí detrás de la puerta de salida y lo vi partir hacia su nueva vida. Lloré sola sentada en el parque, pero esta vez de felicidad, aunque nunca es fácil despedirse.



Desde entonces hemos tratado de mantenernos en comunicación con los nuevos padres de Manchas y no podemos estar más contentos. Tiene una cama king size, aunque prefiera permanecer echado en las alfombras, un balcón desde el que puede ver siempre a lontananza, sin riesgo de caer, le escogieron entre muchas, la mejor guardería para que pase sus días cuando ellos trabajan y ya tiene programada su cirugía, de la que esperamos salga mejor que nunca. Nada de esto le hubiera pasado si siguiera en el polideportivo de Capellanía. Nada es casualidad en esta labor, debíamos volver allá a inscribir la cédula para reencontrarnos con Manchas e iniciar el camino a su nueva y, por fin, como la merecen todos, cariñosa y digna vida.

Manchas, alias Mapache, es la muestra viva de que cuando no desviamos la mirada, cuando encontramos, sea por redes sociales virtuales o por las reales, las personas que se identifican con los animales, se pueden lograr grandes cosas, salvar muchas vidas, mejorar su calidad, encontrar la dignidad que la calle les roba y llegar a finales felices, tan difíciles, pero tan gratos como este.
Infinitas gracias a todas las almas afines que hicieron parte de esta historia.




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