

Famoso por la
caratula de uno de los cuadernos de Editorial Norma donde aparece su foto con
el alias de Mapache. De nombre de pila Manchas, hace parte de una hermosa colección
de fotos de animales callejeros que buscan ser entregados en adopción y ser
visibilizados a través de los cuadernos que circularon a nivel nacional. Era mi
vecino, siempre que iba al polideportivo de mi barrio, Capellanía, me recibía
gruñendo, no le hacía mucha gracia verme entrar con mi sequito de amigos
peludos que se me pegaban del parque. Siempre me miraba de reojo como diciendo
¡vean a esta que entra como perro por su casa a mi espacio! ¡cómo osa venir con
esa pandilla de usurpadores a mi territorio!
Yo le acariciaba la cabeza y empezaba la batalla de ladridos entre unos
y otros, pero nunca pasaba a mayores. En alguna ocasión que su compañera Muñeca,
una negra flaca y de mal carácter, lo atizaba, las cosas se ponían complicadas
y se revolcaban un rato, pero se calmaban pronto y nos íbamos con nuestra
música al fondo del parque que es muy espacioso. Manchas es un perro pequeño de
patas cortas, pero él siempre se ha considerado un grandulón. Debe imaginar que
es un peso pesado y que puede batirse a duelo con el que sea porque es gigante.
Nada más equivocado. Es un chiquitín peludo que uno solo quisiera comerse a
besos. Él se quedaba con mala cara al
lado de la puerta principal como diciendo ¡ahora que salgan sabrán lo que es
bueno! Pero en el tropel de salida no pasaba nada y se quedaba mirándonos con
rabia hasta que desaparecíamos riendo entre las calles vecinas.
Siempre tuvimos
una relación distante porque yo sabía que no era un perro de muchas caricias y
arrumacos. Les llevamos a él y a muñeca su bulto de concentrado mensual.
Tratamos de mantenerlos vacunados porque sabíamos que el rector del colegio no
los quería mucho, a pesar de que eran Manchas y Muñeca los que acompañaban a
los vigilantes en las rondas nocturnas y cuidaban de ese lugar como si fuera
propio. ¿Son acaso los animales los seres más inocentes de este mundo que se
juegan la vida para defender a los que los desprecian? Creo, después de muchos años, que no
merecemos ese cariño porque somos gente que no reconoce nada y que no analiza
nunca la verdadera razón de que ellos estén en nuestra vida. Estoy convencida
de que cada animal llega a nuestro corazón por una razón. Algunas personas lo podemos entender, otras
sin embargo no están muy interesadas y pasan de largo.
La suerte de
Muñeca estaba echada y una tarde vino a buscarme a mi casa una persona que me
conoce porque a la perrita se la llevaron los de la Secretaria de Ambiente por
peligrosa. Se quejaban de que mordía a los niños. Yo no creo mucho eso, pero la
orden venia de arriba y yo sabía que no había nada que pudiera hacer para
salvarla de la perrera y la eutanasia. Por esos días andaba yo arrastrando los
pies y la vida porque también Tristán y Bowie, los perros del parque Las
Candelarias, a los que les buscaba
hogar desde hacía más de un año, cayeron en la redada y fueron a parar todos a
un “centro de bienestar”. A Bowie logré sacarlo con la ayuda de una amiga y
después de que la persona que lo quería adoptar nunca llegara por él, encontré
un refugio y allá anda gordo y con un montón de amigos en una finca no muy
lejos de Cajicá. De Tristán no supe cuál
fue su suerte. Hubiese querido ir por
todos, pasé muchos días buscando opciones, pero si no tienes los recursos, debes
hacerte a un lado y dejar que suceda lo inevitable y sucedió.
Manchas quedó
solo en el polideportivo y se nos prohibió alimentarlo, recogimos los
recipientes del alimento y el agua. ¿Qué otra cosa podíamos hacer si al parecer
tenia dueño y era responsabilidad de él hacerse cargo del animalito? Me
desentendí de la situación, pasé muchos meses en aquella época recomponiéndome,
porque este trabajo es descorazonador y te vas rompiendo. Estuve a punto de
renunciar. Me encerré en mi casa a leer y a llorar. Tengo que reconocer que
fueron, sin temor a equivocarme, los días más aciagos que recuerde. Pero ¿cómo
dejarlo todo si eres de las pocas personas que hacen algo? ¿cómo no ver que
seguían llegando perros abandonados o destrozados y no hacer nada? En esta
misión no hay retorno. No hay camino de renuncia porque cuando empiezas no
puedes ser indiferente, porque hay algo que no sé qué es que te impulsa para
tender la mano, para alimentar, para rescatar. Hablaba con Gretel, una de las
del combo rescatista, hace poco mientras entregábamos en adopción a Tito, un
chiquitín que pasó varios meses caminando sin nada en la vida por este barrio
indolente, que nosotras sufrimos una condición muy particular y es la del
corazón roto. Alejandra, una animalista que fue nuestra compañera de batallas
mucho tiempo, terminó muerta de un infarto en su casa rodeada de sus perritos. Eran
tantas las obligaciones, la lucha tan desesperada que con 42 años se fue para
siempre. Su corazón dejó de latir, así como algún día nos sucederá a todos, pero
estoy segura de que a nosotras este corazón roto nos pasará factura
pronto. Y es que no eres parecido a
nadie, mucha gente dirá que es una locura y lo es. No somos personas iguales a
nadie, porque no hemos podido ser indiferentes a la permanente tragedia de
muchos animales que mueren o son abandonados en nuestras calles. Por eso nos
entendemos, por eso cuando estoy tratando de ocultar mis lágrimas busco los
ojos de ella y la encuentro llorando porque solo nosotras sabemos lo difícil de
este camino. Un camino que brinda días de inmensa alegría cuando logramos
salvarlos, pero otros de un dolor tan profundo que apenas logramos regresar al
camino con algo de esperanza.
Como las cosas
por aquí son complicadas: el alcalde roba, la Secretaría de Ambiente no hace
nada, los campesinos de la zona en su “tradición” creen firmemente que los
perros están bien al sol y al agua, alimentados con sobras o amarrados con
sogas o cadenas, nosotros, mi compañero y yo, con un pequeño grupo de hermosas
personas más, somos los que ponemos el pecho por ellos.
En ese
agonizante intento de lograr una política pública animal aquí en Cajicá, nos fuimos
a inscribir la cedula al Polideportivo para las próximas votaciones en
octubre. Y ¡Oh sorpresa! Manchas estaba
en un estado lamentable. Ya no era ese luchador aguerrido sino un manojo de
pelo marchito caminando de un lado a otro, agachado, dejando la vida para poder
caminar. Al parecer una obstrucción intestinal lo tenía al borde del
colapso. Jairo lo inyectó con ranitidina
y le dio aceite de ricino oral a ver si lograba expulsar algo y para la casa
dejándolo allá a sabiendas de que estaba grave. Dejamos con él el corazón que ya venía
resquebrajado. Me contacté con un líder comunitario del barrio para que llamara
a Secretaría de Ambiente, porque a nosotros ya ni nos contestan, para que viniera
el veterinario de ellos a verlo y, después de mucho rogar y mirándolo solo por
encima, dijeron que no los llamaran para esas bobadas que el perro estaba en
perfectas condiciones. Intentamos hacerlo por los conductos regulares, pero nos
colman el vaso. Pedimos un guacal prestado y al otro día fuimos por él sin
importarnos si era verdad que tenía un supuesto dueño que lo estaba dejando
morir, no había más tiempo que perder.
La primera
evaluación veterinaria no nos dejó muy animados. La veterinaria, una muchacha
joven y algo inexperta nos dijo que podía ser algo de columna y que podría ser
un nervio o algo haciendo presión, tampoco se descartaba una obstrucción, pero
era domingo y tocaba esperar al radiólogo que no venía hasta el día siguiente. Lo canalizaron para tomarle los exámenes y
ahí quedó Manchas hospitalizado. No
regresé muy convencida, me pareció malo y excesivamente caro el servicio, en
una hora ya teníamos una factura de 300 mil pesos y no sabíamos siquiera qué
tenía.
Sabíamos que si
queríamos salvarlo necesitábamos dinero. Así que empezamos a solicitar ayuda en la página de Nuestros Criollos. Y sí señores, mucha gente con nosotros, qué
viva la vida, qué viva la gente que nos acompaña y nos apoya. Entre ellos los amigos
de mi esposo que viven en Medellín, Carlos Federico Molina que fue uno de los
primeros que nos dijo: estoy con ustedes,
y que es una de las personas que apadrina para las esterilizaciones y comparte
con amor nuestras publicaciones a pesar de vivir tan lejos. Empezamos a recibir
mensajes hasta de una señora en Canadá que quería adoptarlo, pero con los
problemas de salud que tenía no era una opción por ahora. Nos levantamos el
lunes temprano y llamamos para preguntar cómo estaba. El veterinario de turno nos dijo que estable,
pero en la misma situación que lo habíamos dejado. Habían hablado con el
radiólogo, pero solo podía el martes a las 3 de la tarde. Otro día más con Manchas hospitalizado. Me
entró el desespero, no podíamos seguir sin saber ni hacerle nada, necesitábamos
que lo ayudaran ya, así que nos fuimos por él y llamamos a un servicio de
radiografías que se llama La Res y un señor muy atento nos dijo que lo
lleváramos, que estaban listos para colaborarnos. Arrancamos con toda la
energía, con el perrito con los ojos vidriosos y en una situación precaria.
Manchas me
miraba con tristeza desde el guacal, yo intentaba animarlo con caricias, pero
se le veía el dolor en sus ojos, estaba completamente exhausto. Pensé dentro de
mí que no lo lograríamos, que estábamos lejos de la ayuda que necesitábamos
para él. No quise subir con Jairo a la
consulta, me temblaban las piernas, me dolía todo, me sentía derrotada. Me fumé
un cigarrillo y mirando al cielo dije: si ha de estar mejor muerto, que se
vaya. Tan solo pensar que si se salvaba tendríamos que regresarlo a ese polideportivo
otra vez, al cuidado de nadie, no me dejaba ver nada positivo en ese momento.
Creo, y en eso me diferencio de muchos animalistas, que cuando un animal sufre sin
solución pronta o definitiva, es mejor que muera de una manera digna y sin
dolor. No comparto las posiciones de que inválidos, con pañal y arrastrándose
por el suelo pueden tener una oportunidad de vivir dignamente. Siempre pienso
en mí, en si eso sería una opción de vida y no lo es. Y sé que el derecho a la vida es primordial,
pero hay situaciones que hacen que lo sea más el derecho a la muerte. Y si
puedes ayudar a un animal a morir con dignidad debes hacerlo.
No tardó mucho
en bajar Jairo a llamarme para que mirara la radiografía. Estaba confirmado,
Manchas tenía una obstrucción y estaba a punto de estallar con todo lo que
tenía adentro. Miré con desconsuelo al joven que le había tomado la placa. Me
cogí la cabeza desesperada, ¿qué hacemos?
El muchacho me miró con incredulidad por mi actitud y me dijo: lo
podemos ayudar, si ustedes quieren lo sedamos y le hacemos un lavado a ver si
logramos desobstruirlo, estamos a tiempo. Esas eran las únicas palabras que yo
estaba esperando, no mañana miramos, o veamos cómo evoluciona con un suero, era
una situación de vida o muerte y fue ese muchacho de nos mas de 26 años, Juan
Pablo, quien luchó por él. Después de
varias horas llegó el dictamen: lo habían logrado. Sacaron de su pequeño y
estropeado cuerpo bolsas, plástico, envoltorios de salchichón, restos de
huesos, basura, lo que había estado comiendo por hambre, por abandono, porque
estaba sin cuidados hacía meses y nadie lo alimentaba. Respiré. Juro que una
bocanada de aire de esperanza entró por todo mi ser. Manchas tenía una segunda
oportunidad y lo lucharíamos hasta entregarlo a una familia. Jairo me miro y me
dijo: no sé qué tenga que hacer y cuántas puertas tenga que tocar, pero yo a
Manchas le encuentro un hogar así sea lo último que haga, yo no lo regreso a
ese parque, pase lo que pase.
Lo dejamos
adolorido a pasar la noche en observación, nos tomamos los guaros contentos en
la casa. Era una gran victoria, estaba vivo. Lo habíamos logrado y eso siempre
a nosotros nos llena el corazón porque lo hacemos sin nada, porque cada
victoria representa para nosotros todo, porque cada vez que ponemos el alma en
algo sale a delante. Aunque a veces yo soy la negativa y pienso lo peor. Fuimos por él para traerlo a la casa con
nosotros, encontramos al Manchas de siempre, su cola arriba y meneando, sus
ojos limpios, su expresión de descanso. Bajó las escaleras animado, como: listo,
hagámosle pues que ya me siento mejor. Nos fuimos con él por todo Centro Chía
felices, la gente lo miraba y se acercaba a preguntarnos qué raza era. Yo les contaba la historia y les daba el link
de Nuestros Criollos para que si querían nos ayudaran económicamente o a
difundir su historia para encontrarle una familia. Los días que siguieron
fueron complicados por su estado frágil, pero ayudó que es un perro muy fuerte
que solo quería estar tirado en el prado de afuera tomando el sol o sintiendo
el aire en la nariz. No le gustaba estar
solo, entonces le armamos su cambuche debajo de la escalera de nuestra casa y
ahí se quedaba dormido tranquilo. Su recuperación se basó en dieta especial,
mucha avena y aceite de oliva. Uno de los diagnósticos era que tenía una lesión
de cadera que requería en algún momento una cirugía, pero por ahora con los
medicamentos adecuados podía tener una vida normal.
El siguiente
reto era encontrarle una familia. A lo largo de estos primeros días, con su
historia de ser famoso y ser portada de un cuaderno, había ganado muchos
admiradores, cada foto nueva que posteábamos era elogiada por muchas personas
que se identificaron con él y con su lucha. No nos faltó nunca dinero para sus
medicamentos, para sus consultas y los veterinarios que le salvaron la vida
también lo amaron y nos dieron precios especiales. Cuando llegábamos con él
para control todos lo saludaban como a un viejo amigo. Lo bañamos y quedó aún
más divino. Nos enviaban muchas frases
de aliento como: ¡Está hermoso, por favor no lo devuelvan a la calle!, un hogar
para Manchas ya! #unhogarparamanchas, nosotros le damos hogar de paso y muchas
más. En las tardes salíamos todos al parque y se acordaba de sus antiguos peores
amigos y les gruñía. Ese es Manchas, no podía ser de otra manera distinta. Al
principio salía como si nada y se iba buscando camino. Era como diciendo: me
aburro y voy a dar una vuelta. Todos tenían que ver con él: los vigilantes, los
vecinos, los amigos, nadie fue indiferente a ese enano peludo que nos robó el
corazón a todos, mi Manchas, mi Mapache, mi muchacho, nuestro Corgui
Capellaniense, como lo llamaron muchos por su parecido con esa raza de
paticorticos.
Los días siguientes
yo me dediqué a la recuperación y Jairo a lo más complicado, a buscar una
familia por medio de las redes sociales que se han vuelto fundamentales en
nuestra labor, no solamente para buscar ayudas o para tratar de encontrar
familias adoptantes, también incluso en el caso de animales perdidos que hemos
logrado reencontrar con sus familias gracias al círculo que se ha ido ampliando
por esos medios. Tuvimos muchas personas que lo querían, pero no lo podíamos
entregar a cualquier persona, se requería un hogar con los recursos para el
tratamiento. Vinieron a verlo varias familias, pero seguíamos a la espera de
ese amor a primera vista, de ese latido que se genera con la empatía. No
teníamos afán de que se fuera, si por mi hubiese sido me hubiera quedado con él
sin pensarlo, pero no era posible. Cuando eres hogar de paso, debes estar listo
para dejarlos ir. Si no, no hay como ayudar a otros.
Y llegó ese
hogar, llegaron esas personas destinadas para él, desde que los vi supe en mi
corazón que no venían a verlo, venían a llevárselo, no tenían ninguna duda. Una
pareja de Bogotá, que no tenían hijos peludos en el momento, él había tenido su
perrita por 16 años hasta que se fue al cielo de los canes. Nos trajeron
concentrado y compartieron con todos Nuestros Criollo un rato en el parque y,
mientras la Bruja intentaba robarse el show tirada patas arriba en el pasto,
ellos no hacían más que mirar al manchado paticorto ir de aquí para allá a su
antojo. Les dimos los medicamentos que quedaban y las indicaciones necesarias y
ellos nos dijeron que no nos preocupáramos que ya nunca le iba a faltar nada. Y
se fue mi muchacho meneando su cola de penacho a su nueva vida. Me despedí de él
en la puerta del parqueadero sin mucha alharaca. Se quedó mirándome con
alegría, me dijo gracias con sus ojos. Como soy cobarde no lo acompañe hasta el
carro, me escondí detrás de la puerta de salida y lo vi partir hacia su nueva
vida. Lloré sola sentada en el parque, pero esta vez de felicidad, aunque nunca
es fácil despedirse.
Desde entonces
hemos tratado de mantenernos en comunicación con los nuevos padres de Manchas y
no podemos estar más contentos. Tiene una cama king size, aunque prefiera
permanecer echado en las alfombras, un balcón desde el que puede ver siempre a
lontananza, sin riesgo de caer, le escogieron entre muchas, la mejor guardería
para que pase sus días cuando ellos trabajan y ya tiene programada su cirugía,
de la que esperamos salga mejor que nunca. Nada de esto le hubiera pasado si
siguiera en el polideportivo de Capellanía. Nada es casualidad en esta labor,
debíamos volver allá a inscribir la cédula para reencontrarnos con Manchas e
iniciar el camino a su nueva y, por fin, como la merecen todos, cariñosa y
digna vida.
Manchas, alias
Mapache, es la muestra viva de que cuando no desviamos la mirada, cuando
encontramos, sea por redes sociales virtuales o por las reales, las personas
que se identifican con los animales, se pueden lograr grandes cosas, salvar
muchas vidas, mejorar su calidad, encontrar la dignidad que la calle les roba y
llegar a finales felices, tan difíciles, pero tan gratos como este.
Infinitas
gracias a todas las almas afines que hicieron parte de esta historia.
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