Lo que empezó como una tenue llovizna, se convirtió en pocos minutos en una torrencial lluvia que sacudía con furia los árboles que se extendían a lo lejos. Más de 1500 personas entre camarógrafos, periodistas de medios nacionales e internacionales, policía y ejército, estaban allí congregados. Todos miraban con desconsuelo dos helicópteros Cougar que desde la mañana había llegado desde la localidad brasileña de Cachoeira, una pequeña población en la amazonía en los límites de Colombia con Brasil. Debido al mal tiempo las naves estaban estacionadas hasta nueva orden por parte de las autoridades aeronáuticas en el Aeropuerto Vanguardia de Villavicencio con una bandera de la Cruz Roja Internacional como insignia. Lejos de allí, diez hombres en mitad de la selva miraban al cielo porque después de una década de cautiverio recobrarían su libertad.
Antonio ejercía el periodismo desde hacía más de 30 años. Había experimentado en carne propia los rigores de una guerra interminable y sangrienta en Colombia. En su extensa hoja de vida contaba con más de quince años como corresponsal de orden público en RCN radio y en la actualidad, con 65 años de edad, trabajaba en una emisora de la AM. Su remuneración era bastante poca pero la excusa era siempre que el periodismo de calle era su vida, lejos de los reconocimientos y esa sed de notoriedad en boga en todos los tiempos. De carácter recio y a veces autoritario, tenía en su haber, como si fuera poco, ser un capitán retirado del ejército donde se preparó toda la vida para la guerra.
Viajó desde Bogotá hasta Villavicencio por una carretera serpenteante y accidentada. Con una gran taza de café dio inicio a lo que podría ser una larga semana: según comunicados oficiales serían liberados los últimos hombres secuestrados durante los años noventa. Estos secuestros a miembros de la fuerza pública habían sido armas de combate por parte de este grupo al margen de la ley, al usarlos como fichas de intercambio por detenidos de su propio bando. La escalada terrorista había dado inicio en las Delicias Putumayo, en el año de 1996, donde fueron secuestrados 86 militares y asesinados 31 miembros de la fuerza pública. Otro de los hechos históricos que quedó marcado en la memoria del pueblo colombiano fue la toma de Mitú, que evidenció el tremendo poder de las Farc y su facilidad para acceder a cualquier región del país dejando a su paso una espantosa estela de violencia y muerte.
Los controles para el ingreso al aeropuerto eran rigurosos, más de 500 hombres uniformados y con armamento estaban apostados en todos los flancos de este pequeño lugar enclavado en la nada. El aguacero hacía aún más complicado avanzar en la extensa fila de automóviles. Un soldado de unos 20 años se acercó a la ventanilla y le pidió que descendiera del carro. Después de una requisa exhaustiva en el maletero y el interior, le dio la orden de continuar. Debía estar en la lista suministrada por el Ministerio de Defensa que venía desde Bogotá, de otra manera se le habría prohibido el ingreso. Allí estaba su nombre, así que después de pasar el último tramo se le ordenó dejar allí mismo el automóvil. Uno de los militares que lo miraba de reojo le mostró un pequeño hueco debajo de unos árboles. Con paso tranquilo abrió la portezuela del baúl y sustrajo una gabardina de plástico verde y su mochila, caminó con buen pasó por más de 1 kilómetro. La fuerza del viento lo hacía detenerse de vez en cuando para mirar, fuertes corrientes de aire caliente le golpeaban la cara. Mientras avanzaba, se preguntó si ya no era tiempo de estar en casa con sus hijos, si no era el momento de abandonar tantos años de lucha. En sus piernas sentía el cansancio de los años, ya no podía disimular que se agotaba más rápido, que perdía el aliento más seguido.
Paró debajo de un quiosco de venta de víveres. No había nadie allí, solo un par de perros somnolientos que miraban desde adentro la caída del agua de las tejas. Una mujer joven con pantalones cortos salió de adentró de la casa como si lo hubiera presentido, ¿desea tomar algo? le preguntó con un acento golpeado, una gaseosa fría y un roscón de esos, señaló con la mano. Sin quitarse el impermeable se quedó un rato mirando, observándolo todo, se sentía acalorado, la lluvia hacía que la humedad fuera insoportable y la camisa se le pegara al cuerpo. Sacó del pantalón una agenda pequeña y la ojeó sin prisa. Repasó uno a uno los nombres de los que serían liberados, los militares eran Luis Alfonso Beltrán, Luis Arturo Arcia, Robinson Salcedo Guarín, Luis Alfredo Moreno, y los policías Cesar Augusto lasso, Jorge Trujillo Solarte, Jorge Humberto Romero, José Libardo Forero y Wilson Rojas Medina.
Estuvo sentado media hora por reloj. Lo tenía todo en mente, el tiempo siempre era para él una obsesión. La lluvia había cesado y el cielo como por arte de magia se veía azul celeste. Las últimas nubes se evaporaban en la lejanía cuando guardó con meticulosidad la gabardina y pagó con un billete viejo la cuenta a la mujer que miraba el noticiero con atención. El presentador mostraba una panorámica de lo que sería sin lugar a dudas el hecho más representativo de aquella semana de junio de 2012 en que terminaría por fin la pesadilla de muchas familias que esperaban el regreso de sus hijos, esposos y padres.
Caminó sin prisa lo que quedaba de camino. Al fondo una tarima de CNN se erguía imponente con más de 20 periodistas y operarios que buscaban el mejor lugar para colocar la señal microondas. Rio para sus adentros, ¡tanta parafernalia para saber que la noticia muchas veces o casi siempre depende de la pericia del periodista! ¡De qué sirve tanta tecnología si a final de cuentas solo eres tú con una cámara o una grabadora encontrándose con la realidad ajena a todos! pensó Antonio.
Gonzales escuchó de lejos una voz. ¡Pensé que no venías! Al mirar a un lado vio a uno de sus amigos de batallas, más viejo que él, Pacheco, con una botella de agua en la mano. ¡Qué calor tan verraco hermano y aquí no pasa nada! Acaba de salir doña Piedad Córdoba a decir que estaban suspendidas todas las actividades por que los amigos de las Farc se comunicaron y dijeron que preferían esperar un poco, hasta que todos los vuelos se suspendieran, dijo Pacheco. ¡Eso se sabía hermano! Una cosa piensa el burro y otra el que lo está ensillando.
Los Desaparecidos
Cuando caminaba en círculos, vio de lejos a un anciano de sombrero con aspecto humilde que deambulaba por los alrededores y llevaba una camiseta con un rostro impreso. Nadie se detenía a escucharlo, todos hablaban con observadores internacionales y con políticos de turno que no podían perder la oportunidad de hacer presencia para dar sus impresiones. Señor, lo llamó Antonio con cuidado de no incomodarlo, ¿a quién busca? le preguntó. A mi hijo Héctor Gonzales Carrillo, todos están esperando a alguien pero yo no, llevo 14 años buscando una respuesta. Son muchos años tocando puertas, que si la Defensoría del Pueblo, la Fiscalía y nada. Mi señora ya no se levanta de la cama, desde que se fue mi hijo no hay agua que nos quite la sed ni comida que nos quite el hambre. Si usted pudiera ayudarnos, mire que nadie aquí nos ve, parecemos invisibles.
“Buenas tardes, tenemos a nuestro enviado especial desde el Aeropuerto Vanguardia de Villavicencio, ¿qué está pasando en el lugar de la noticia? Así es Francisco, buenas tardes para usted y todos los que nos escuchan a esta hora, son las 12 del día con aproximadamente 32 grados centígrados de temperatura. Continúan llegando corresponsales de todo el mundo. Según los últimos comunicados oficiales, el operativo de rescate está suspendido hasta nueva orden por cuestiones climatológicas.
A mi lado se encuentra el señor Ángel un padre desesperado que desea enviar un mensaje a su hijo Héctor Carrillo que lleva 14 años en manos de un grupo insurgente que no ha dado muestras de su supervivencia. Señor, buenas tardes, cuéntenos un poco que es lo que le sucede a su familia: Buenas tardes, gracias por su tiempo, estoy solo aquí, vengo de Bogotá, he pasado los últimos años buscando a mi hijo, no hemos recibido durante su secuestro ninguna carta ni muestra de supervivencia. Le suplico al grupo insurgente que lo tiene en su poder que lo libere o nos dé alguna señal de él. Mijo, decirle que lo estamos esperando, no crea que lo hemos olvidado, tenga fuerza, su mamá, sus hermanos y yo mijito lo seguimos buscando y lo que me quede de vida seguiré luchando para que regrese a la casa, un abrazo mijo, aquí nadie lo olvida”
Antonio se sintió agobiado y dijo para sí: ¡vida ingrata de mierda! Cuando colgó el teléfono, una profunda rabia lo invadió, ahí estaba él mirándo a ese anciano de ojos tristes, con esa profunda desolación y sin poder hacer nada para ayudarlo. Soldado de muchas batallas, guerrero de verdades a medias, verdades a mordiscos como le gustan a todos, treinta años lidiando con eso y aun le sorprendía. Soy un anciano, apenas si reconozco mi cara en el espejo y continuo este camino. Estoy cansado, me pesan los ojos, a veces me pesan los recuerdos, esta tarde de junio me pesa como ninguna otra.
A eso de las tres de la tarde, la ex senadora Piedad Córdoba, a través de una de las mallas que separaban la pista de aterrizaje de las personas que esperaban, anunció que debido a los requerimientos de la Farc no contaban aun con las coordenadas en las que debían recoger a los 10 hombres. Por cuestiones de mal tiempo, aquel día había sido infructuoso pero según sus palabras el ánimo continuaba intacto y había que tener paciencia ya que todo estaba listo para ir a buscarlos y traerlos de nuevo a la libertad.
Al finalizar la tarde, de camino al auto tropezó con Carlos, otro de sus antiguos colegas, un periodista de viejas historias de cuando comenzaban en la radio quien, a pesar de no verlo tan seguido, era uno de sus buenos amigos. Llegaba hasta ahora escoltado por dos practicantes con cara de pánico que lo miraban con miedo. No era un secreto para nadie el terrible carácter de este hombre que muchos miraban con fastidio por ser siempre la estrella rutilante de todos los cubrimientos a los que asistía.
A Carlos, Antonio le recordaba a Jorge Vega alias “Veguita”, un personaje de un cuento de Toño Angulo Daneri que se llama “Librero de viejo andante”. El personaje era un periodista empírico que vendía libros en las redacciones de los periódicos. Era un tipo de un carácter muy parecido al de su amigo, amante del mar, la soledad, el vino y los burdeles. Vega, como Antonio, había sido reportero de calle en los tiempos en que los periodistas bebían, conversaban y envidiaban menos. Siempre que se lo encontraba terminaban borrachos en cualquier parte. Él, como el protagonista de la historia, tenía por oficio la palabra e igual que su colega contaba mil historias de aventuras fantásticas. Enamorado siempre de las mujeres bellas e inteligentes. Entre risas recordaron antiguos amoríos que en su momento los llevaron a rivalizar y a mirarse de reojo por un par de días para después olvidarlo.
Aquella tarde hablaron como siempre de su ingreso empírico a un periodismo difícil, trajeron a la memoria a su antiguo director ya retirado, que les decía siempre que eran unos inútiles y para rematar unos borrachos. Antonio, animado por una botella de aguardiente, invitó a unos periodistas mexicanos que tomaban cerveza en la mesa del lado a que sentaran con ellos. Compartieron con ánimo varias rondas de cerveza fría y brindaron al aire con los “cuchachos” periodistas como les puso de cariño. Ellos disfrutaron cada palabra Antonio Gonzáles, el periodista convicto, como se hacía llamar él.
Como dice Alfonso Tealdo, dijo Antonio levantando la cerveza, mientras unos andan por la vida embriagados de alcohol y sabiduría, otros atraviesan el mismo camino sin darse cuenta que ambas cosas existen, tratando de defender su higienizado derecho a ser abstemios.
Abrió los ojos antes del amanecer sin resaca alguna. Saltó de la cama de un viejo hotel en el centro de la ciudad y recordó sin remordimiento la noche anterior. Su rigor periodístico jamás se había visto disminuido por una noche de tragos y mujeres aunque ya hacía tiempo que compartía la vida con la madre de sus hijos después de una separación de 15 años y se encontraba muy tranquilo con ella. Por eso, las juergas siempre eran con amigos o viejos colegas y casi siempre terminaban hablando de faenas de antaño.
Tomó una gran taza de café en la recepción del hotel antes de salir. El aire a aquella hora de la mañana era limpio y renovador, aspiró con fuerza y se sintió listo para una larga jornada de trabajo. A las 5 y 30 de la mañana llegó al aeropuerto. Se veían muy pocas personas en la zona, entre ellas una joven de su noticiero que al parecer había pasado la noche allí. Ella lo reconoció de lejos y se acercó para saludarlo. El señor Francisco me envió para ayudarlo en lo que necesite estoy a su disposición, le dijo ella como saludo. ¿A qué hora llegó? le preguntó él con tono seco, a las 9 de la noche. ¿Y por qué no me llamó? interpeló él con voz recia mirándola de frente, me dio pena molestarlo, aquí hay una sillas estupendas para dormir, dijo sobándose con gracia la espalda mientras se reía. Pues bueno, dijo Antonio con sorna, aquí me basto solo pero ya que está aquí, sería bueno que nos distribuyéramos el trabajo, nunca sobran dos ojos más para mirar lo que está oculto.
Antonio sabía bien el espantoso suplicio del secuestro. Siempre lo vivió de cerca, escuchó muchos testimonios de cómo secuestrados hablaban de las practicas inhumanas, con fines lucrativos, a las que habían sido sometidas muchas personas. Conoció de cerca la historia de un hombre privado de la libertad durante ocho meses y sometido a toda clase de horrores para que no escapara, entre los que se encontraban el hambre, ser amarrado con sus compañeros a los arboles durante 43 días por habérseles encontrado un pequeño radio en el que escuchaban juntos las Voces del Secuestro, un programa donde sus familiares les enviaban mensajes en las noches largas de soledad en la selva. Ese hombre hablaba entre lágrimas de las extensas caminatas a las que eran sometidos; de los tratos vejatorios de miembros de esta banda de delincuentes que, según él, no tenía ninguna ideología política, solo buscaban el dinero para mantener una causa que les era absolutamente indiferente. Aun en el espanto del cautiverio muchos secuestrados hablaban de ricos que discriminaban. Ricos y pobres condenados en el mal dormir, en la comida miserable, en el mal trato y aun así se creían unos mejores que otros.
Antonio había escuchado, de voz de varios secuestrados, las fases psicológicas que experimentaban durante su cautiverio, cambios en su estado de ánimo, que comenzaban con la llamada fase del positivismo, que es la de creer que se irán muy pronto. Después comienza el desconcierto, cuando solo se escucha una pregunta en la cabeza día y noche ¿por qué a mí? Tal vez la más espantosa de todas las fases, y la que muchos no superaban, arrepentirse de todo lo malo que habían hecho en la vida y consumirse por los remordimientos. Por eso los captores, que conocen al dedillo la vida de sus secuestrados, los chantajean continuamente con sus amantes, con las cosas que mantenían ocultas a sus familias, este método les permitía ablandarlos para que confesaran sus posesiones y así saber con certeza cuanto exigirían por su libertad.
Él sabía de sobra que este secuestro era diferente ya que los secuestrados eran jóvenes militares que serían canjeados por beneficios políticos. Aunque la diferencia real entre el dinero y la política es nula pensaba Antonio. Como militar retirado imaginaba la profunda humillación que debían haber vivido estos hombres extraídos de su realidad en un país que apenas si les conocía y que de alguna manera los había olvidado. Estos hombres llevaban demasiados años sumidos en el caos de la pérdida absoluta de sus derechos fundamentales, avalado de alguna manera por un estado incapaz y tolerante ante la violencia y el conflicto armado. Detrás de cada ser humano, pensaba Antonio, no había una historia de país sino más bien una historia de vida hecha de amaneceres desolados, de maltratos, ser tratados como trofeos humanos ante una situación que solo cada de uno ellos conocía.
En medio de sus cavilaciones miró de reojo y vio a la chica del noticiero parada frente a él. Se había cambiado de ropa y tenía unas ojeras que le atravesaban la cara. Parece ser, dijo ella, que a las diez de la mañana salen los helicópteros. ¿A dónde? preguntó él sin moverse, no sé, contestó ella alzando los hombros. Información no verificada, señorita, le respondió él mientras se levantaba. Primera lección de la mañana, un periodista no puede especular sobre nada, mucho menos dar oídos a lo que se dice por ahí. Lo que tenemos que hacer es que usted está con los veedores internacionales y yo me ocupo de lo grueso, de los grandes, ¿me entendió? la chica lo miró y asintió con la cabeza.
A las 8 de la mañana, un comunicado oficial informó que se iniciaría el operativo que daría como resultado el retorno de los diez uniformados a la libertad. No dieron pormenores, las coordenadas exactas serian suministradas a los pilotos de los helicópteros cuando estuvieran en el aire, todo esto para evitar posibles rastreos del ejército y un ataque sorpresa al frente armado que tenía en su poder a los hombres.
Sin muchos preámbulos, y ante la mirada de periodistas, familiares y militares, los helicópteros se pusieron en marcha. Ante la llegada de una mujer contradictoria que despierta odios y amores en el país del sagrado corazón, la ex senadora Piedad Córdoba, con un turbante rojo y vestido blanco, hizo una señal de victoria y subió al helicóptero que después de veinte minutos de maniobras se perdió en el infinito de esa llanura clara y tibia.
Eran las diez de la mañana cuando todo quedó en suspenso. Todos colgados del fino hilo de la incertidumbre iban y venían en un caminar monótono. Aún era incierto si se liberarían todos, se hablaba de 5 otras veces de 8, todo era un profundo mar de especulación. Pasaban las horas y no sucedía nada. Un calor intenso empezó a filtrarse por las nubes, un sol inclemente golpeaba las cabezas de los que allí estaban, habían cerrado las puertas del aeropuerto y habían empapelado los vidrios de la pequeña sala de espera, mal augurio si se tenía en cuenta que los teleobjetivos, las cámaras y las grabadoras estaban listas para aquel histórico momento.
Se lo dije, afirmó la chica con sorna, ¿qué? contestó Antonio sin mirarla, que salían a las diez. ¡Pura suerte!, contesto él lacónico y se rio para sus adentros, la muchacha era testaruda y eso en este oficio era importante, aunque muchas veces un descalabro. Pasaron no más de dos horas cuando un vocero de la Cruz Roja Internacional leía un comunicado de última hora. Antonio no pudo acercarse, eran demasiadas personas que lo rodeaban. Cuando miró, vio a Pilar luchando cuerpo a cuerpo con una turba de periodistas embravecidos por tomar de primera mano la voz del alto funcionario. Cuando terminó de hablar, Pilar lo ubicó de lejos y corrió a encontrarse con él, aquí está el comunicado señor Antonio, le sorprendió que ella lo buscara, los periodistas son egoístas en desmedida con lo que encuentran, la sed de titularidad no les permite ver más allá de si mismos, así en el camino tengan que golpear, estrujar y sacar del camino al que haga falta.
“Ultima hora, enlazamos con nuestros enviados especiales en el aeropuerto Vanguardia de Villavicencio donde al parecer hay noticias sobre la liberación de los uniformados” Antonio dejó que Pilar comenzara, por supuesto lo merecía, había trabajado duro para conseguir la primicia. “Buenas tardes, la noticia del momento es que la operación de rescate de los uniformados ha sido un éxito. Según el último comunicado de la Cruz Roja, dado a conocer hace breves minutos, todos los hombres vienen hacia el Aeropuerto Vanguardia sanos y salvos. Recordemos que existían dudas con respecto a si serían liberados solo la mitad de ellos” Después de una breve pausa, Gonzales saludó y dio paso a la lectura total del comunicado que nombraba uno a uno a los militares que en pocas horas llegarían a reencontrarse con sus seres queridos después de una década de no verlos.
A las 4 y 30 de la tarde los helicópteros aparecieron en el horizonte. Después de quince minutos de haber aterrizado, se abrieron las puertas de las aeronaves y aparecieron los hombres que vestían ropas militares, al parecer suministradas hace poco, se veían nuevas y en excelente estado. Cada uno de ellos era acompañado por enfermeras y psicólogos de la Cruz Roja. A lo lejos se veía uno de los hombres, Wilson Rojas Medina, que traía un animal sujeto con una cuerda, se trataba de un saíno pequeño, animal de la familia de los jabalíes que fue su compañero de cautiverio.
Como presagiaban los grandes dispositivos de seguridad, los hombres fueron conducidos de manera inmediata hacia el interior del aeropuerto que con antelación había sido aislado para que la prensa no pudiera tener acceso a ninguno de los liberados, cuestiones del protocolo que impidieron incluso que los familiares los recibieran en la pista de aterrizaje. Mientras tanto, todos aquellos que habían esperado durante horas tuvieron que resignarse con la imagen a la distancia de estos diez hombres que por fin estaban camino a sus hogares para tomar las manos de los únicos que realmente sabían la falta que hacían.
Los hombres se reencontraron con algunos familiares dentro de la sala de espera del Aeropuerto Vanguardia. Según testimonio de uno de ellos, que habló a una reconocida emisora colombiana desde adentro, tenían órdenes precisas del mismo presidente Juan Manuel Santos de no dar ningún tipo de declaraciones a la prensa. Al parecer querían resguardarlos de un posible daño psicológico después de su largo secuestro, podrían aflorar problemas para ellos y sus familiares. A las siete de la noche, en un vuelo en una aeronave de uso privativo del ejército de Colombia, los liberados llegaron a Catam, un aeropuerto militar a las a fueras de Bogotá.
“Buenas noches a todos los que nos escuchan a esta hora. Son las 9 de la noche y ya se encuentran al lado de sus familias los 10 uniformados que permanecieron en cautiverio en manos de las Farc durante una década, como venimos informando a lo largo de estos dos días de transmisión. Después de una larga espera los medios de comunicación no tuvimos acceso a ninguno de los liberados debido a los protocolos de seguridad. Los liberados a esta hora ya se encuentran en el Hospital Militar en la ciudad de Bogotá donde serán sometidos a pruebas médicas.
Los helicópteros Cougar aterrizaron en el Aeropuerto Vanguardia, aproximadamente a las 4 y 30 de la tarde procedentes de un punto entre los departamentos del Meta y el Guaviare. Según información oficial suministrada por la Cruz Roja Internacional, el vuelo hacia la zona de entrega fue tranquilo y el arribo se logró de manera adecuada.
La exsenadora Piedad Córdoba, en rueda de prensa, agradeció el acompañamiento humanitario de miembros de la Cruz Roja de Brasil que pusieron a su disposición los helicópteros y un gran equipo de profesionales médicos para que el retorno de estos hombres se hiciera bajo todas las medidas de seguridad. Según la exsenadora, aterrizaron en un caserío pequeño en zona rural entre el Meta y el Guaviare. Córdoba afirmó que en el momento de la llegada del comité humanitario no se encontraba nadie de este grupo guerrillero en la zona, solo se hallaban campesinos de la región que se veían sorprendidos por el aterrizaje de los grandes helicópteros en esta región olvidada de la mano de Dios. Pese a las advertencias por parte del grupo guerrillero del absoluto anonimato de la zona en cuestión, la exfuncionaria caminó por la región, donde fue reconocida por todos sus habitantes. “Nos recibieron con mucho cariño”, agregó Córdoba, “una de las mujeres se acercó a donde estábamos y nos ofreció algo para la sed, nos fuimos todos para su casa, abrió un par de cervezas y sin pensarlo dos veces mandó a un niño por dos gallinas para un sancocho”
La situación era tensa, no había ninguna señal de que los hombres estuvieran en la zona, la única opción era esperar. Después de más de una hora sin señal alguna de ningún miembro de las Farc, los ánimos empezaron a decaer, miembros de la comunidad se acercaban a hablar con Piedad Córdoba para contarle las precarias condiciones en las que vivían y el absoluto olvido institucional en el que se encontraban desde que tenían memoria. “Aquí, recalcaba Córdoba, lo que sucede es que hay muchas personas clamando por justicia, por oportunidades, por sentirse parte de un país que finalmente los ha marginado a una situación de completo abandono”
En medio de una improvisada hoguera y rodeada de personas solicitas y cariñosas escuchó con atención lo que tenían que contarle, historias de lucha y tristeza, pero también encontró la sangre firme de un pueblo lleno de esperanza, lleno de sonrisas sinceras y de manos amigas que se extendían para saludarla.
“Después de la larga espera, dos canoas bajaron por el rio hasta llegar a la orilla del caserío, en ellas se veían varios hombres uniformados y sentados en hileras, los hombres que durante muchos años habían esperado este momento. Sentí nudo en el estómago y una profunda alegría al comprobar que venían todos. Siempre tuvimos la duda de si iban a ser liberados todos o solo una parte. Verlos allí me llenó de una gran euforia, por fin regresarían a la libertad estos hermanos colombianos, se lo merecían”
Ya en el helicóptero pudo saludar de manera personal a los uniformados que reían y daban gritos de felicidad. Uno de ellos le dijo con desparpajo que le caía muy mal porque era izquierdosa y amiga de las Farc. Ella se quedó en silencio. Finalmente, palabras suyas, lo más importante es que estaban libres sin importar otra cosa. “Yo siempre he sabido que soy de odios y amores, trabajo por los colombianos, por la restitución de derechos, eso es lo que realmente me importa, que podamos cumplir el sueño de libertad de muchas personas secuestradas y de familias que continúan la lucha de recuperar a sus seres queridos que están en cautiverio, lo demás hay que dejarlo pasar”
A lo lejos se ve mi pueblo natal, no veo la santa hora de estar allá. Se vienen a mi mente bellos recuerdos, infancia alegre que nunca olvidaré. Luces de esperma en el fondo se divisan titilantes igual que estrellas en el cielo y el ruido incesante del viejo trapiche, sustento eterno de todos mis abuelos. Ya vamos llegando, me estoy acercando, no puedo evitar que los ojos se me agüen… Con esta canción del grupo Niche, entonada por los liberados, termina esta emisión desde el Aeropuerto Vanguardia de Villavicencio. Les habló el enviado especial Antonio Gonzales con la colaboración de Pilar Mejía. Gracias por su atención, buenas noches. Vivos se los llevaron, vivos regresaron, bienvenidos a la libertad.
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