Manchas

Manchas

domingo, 14 de mayo de 2017

EL VIEJO


- ¿Has leído el Coloquio de los perros de Cervantes?

- No me suena.

- ¿Quién es ese? ¿Un cantante?

- Eres muy bruto, Manchas. Miguel de Cervantes fue un novelista, poeta y dramaturgo español, considerado la máxima figura de la literatura. Su obra más significativa fue El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Y entre otras de sus obras está el Coloquio de los Perros.

- No sabía.

- ¿Y qué tiene de especial ese libro?

- Pues es una historia muy bonita de dos perros que hablan.

- Mira tú, dos perros que hablan como nosotros. Pero ¿qué tiene de ingenioso? tú y yo hablamos todos los días y no alardeamos.

- Eso también es cierto - respondió el Viejo mientras se rascaba una oreja.

- ¿Y cómo se llaman los perros del libro?

- Cipión y Berganza.

- ¡Qué nombres tan raros! ¿No les podían poner Tony y Manchas, por ejemplo?

- Son nombres españoles.

- Si tú lo dices. ¿Por qué siendo tú un perro tan educado e instruido compartes conmigo el destino de la calle? Podrías ser un perro de la guardia presidencial o qué se yo, hasta el amo y señor de una de esas casas tan bonitas a donde vamos a buscar comida todas las mañanas.

- No lo sé. Creo que no he tenido mucha suerte en la vida. Desde muy joven estoy solo y no he conocido más que las calles de este barrio. Pero no te creas, en estos años de andadas  he conocido historias memorables y personas que no se alejan mucho de los personajes de ese libro.

- ¿A qué te refieres?

- No necesita uno conocer el mundo para entender a los humanos, ellos se parecen no importa el lugar de donde vengan o su nivel de educación. Los hay de muchas clases y solo con verlos he aprendido a distinguir los buenos de los malos.

- Yo aún me equivoco con ellos. Son seres muy extraños, a veces tan amables y decentes, otras tan crueles y aburridos. No me gustan mucho las personas. Encariñarse con ellos es difícil, siempre están muy ocupados en sus propios asuntos y no reparan mucho en nosotros.

- ¿Recuerdas a alguna persona en particular? 

- Cuando era un muchacho - continuó el viejo - tuve una amiga muy especial que se llamaba Lucia. La gente en el barrio le llamaba la Señora Piojitos. Ella me acogió en su casa un par de meses. Puedo decir que fueron los días más felices de mi vida. Una vasija llena de papas frías con arroz y una caricia en la cabeza de vez en cuando. Recuerdo que el lugar donde vivía quedaba enfrente de una carretera y yo me sentaba a calentar las patas mientras ella se rascaba la cabeza con el pelo enmarañado.  Ella siempre hablaba sola, los hijos eran unos borrachos feos que nunca me quisieron. Pero ella me quería y eso era para mí era lo más importante. Llegué por allí una noche de lluvia y me enrosque cerca de unos cartones enfrente de su casa. Estaba agotado de caminar sin rumbo y decidí quedarme allí mientras amanecía y seguir mi camino a ninguna parte.

Cuando abrí los ojos reparé en un par de zapatos cambiados y un rostro que jamás había visto. Me asusté mucho e intenté salir corriendo. La mujer me alcanzó un platón con agua limpia y algo para comer que no recuerdo que era. No me sacó a patadas como pasaba siempre sino que arrastró de adentro una silla destartalada y se quedó muy cerca acariciándome la cabeza. Recuerdo que era una mañana clara e iluminada, los pájaros cantaban y yo no sé por qué ese día no se me olvida nunca, creo que esa es la felicidad.

Mientras escuchaba, Manchas se recostó en sus patas delanteras y abrió mucho los ojos para no perderse nada de la historia de su amigo.

-   Cuéntame más, quiero saberlo todo.

-   Esta historia no se la he contado a nadie, me duele un poco el corazón cuando recuerdo. No siempre pensar en los que no están con nosotros es grato. A veces te duele un lugar en la memoria que no sé dónde está. Doña piojitos es lo más parecido a una madre que he tenido. Ella me decía siempre que era un buen perro y que mientras ella estuviera viva me protegería y me daría abrigo y lo hizo hasta el final, ella cumplió su promesa. Lucia ya estaba por los 80 años. La casa era desordenada y siempre que salíamos a caminar ella recogía cosas de la basura: sillones viejos, cuadros rotos, le gustaban muchísimo los zapatos sin compañero. Siempre la veías con un zapato de uno y otro. Era parte de la magia de ser ella, no era parecida a nadie y tampoco le importaba lo que dijeran. Los vecinos cerraban las puertas cuando ella pasaba porque la creían loca pero en el fondo era la mujer más cuerda que he conocido, simplemente era diferente y las personas llevan muy mal el hecho de que otros sean distintos.

-   Igual que con nosotros, si no somos de raza nos miran como bichos raros. Muchas personas se han burlado de mi aspecto por tener las patas un poco cortas. Otros dicen que tengo las orejas muy grandes o que mi color es raro. Siempre me están criticando por cómo me veo.



-   A ella le pasaba lo mismo pero parecía no importarle. Siempre nos levantamos temprano y de la cocina salía un intenso olor a chocolate. Yo me sentaba a mirarla desde el umbral de la puerta, ella se entretenía escuchando las noticias y al final me daba un trozo de pan con un poco de chocolate que sobraba de su taza.  Se ponía a barrer toda la mañana el patio y a alcanzar con la escoba frutas podridas de los árboles. Las apilaba en un rincón y se olvidaba de ellas. Por eso la casa olía raro siempre y la gente prefería no ir a visitarla. También recogía revistas y periódicos viejos, se sentaba a leerlos en voz alta. Se reía mucho todo el día, era difícil verla malhumorada a no ser que me portara mal, me sacaba a palos de la casa y me dejaba castigado afuera. Las primeras veces temí que nunca más volviera a quererme pero antes de irse a dormir abría la puerta y me dejaba agacharme al lado de su cama a dormir cerca de ella. Uno de sus hijos siempre llegaba tarde en la noche arrastrando los pies de lo borracho que estaba. Yo cuando sentía las llaves afuera me ponía lejos de su alcance, no fuera y me pisaran la cola o me diera un puntapié.  Uno de ellos se llamaba Manuel y era amargo y feo el condenado. Siempre andaba en bicicleta y trabajaba en una casa de gente rica como jardinero. Siempre estaba hablando mal de todo mundo: Mamá, usted debería vender este rancho y darme lo que me corresponde para poder largarme de aquí, estoy harto. El del supermercado me dijo que está dispuesto a pagarle una buena plata por este tierrero. Usted coge su parte y se va para donde mi hermano y yo me voy para Bogotá a buscarme una esposa y todos tan contentos, cada cual en lo suyo. - ¡Es que es pendejo! - le contestaba la vieja rabiosa y con la cara roja - El día que me vaya de mi casa es para el cementerio. Su papá y yo trabajamos muy duro por tener este rancho y cuando se murió yo le prometí que nunca me iba a ir de aquí. Si está muy aburrido, lárguese usted, aquí nadie lo necesita.  Usted jamás me ayuda a nada, no me da ni una moneda y tengo que aguantármele la borrachera. ¡A ver qué mujer lo soporta si usted no sirve para nada!

-   ¡Ya empezamos! - resoplaba el hombre molesto - Con usted no se puede. Por eso solo tiene ese perro inmundo que la acompaña. Un día de estos se lo voy a sacar para la calle. Esos animales no sirven para nada, solo para hacer estorbo.

-   ¡Ni se le vaya a ocurrir tocarme mi perrito! Mejor que usted y muchos más sí es. Él no se avergüenza de mí ni anda pidiéndome la herencia cada que le da la gana. Este animal es mi compañero y el día que le pase algo lo saco de aquí con policía. Yo soy su mamá y usted me debe respeto así ya se le haya olvidado. Ahora la va a coger con el perrito que no le hace nada a nadie y es el único que está pendiente de que no se metan por la noche a robarme. ¡Déjeme tranquila y no me joda más la vida!

Se separaban vociferando siempre y yo corría a meterme entre sus piernas para esconderme. Ella me acariciaba y me decía al oído: tranquilo mi viejo que de aquí nadie me lo saca. Y fue así como me quedé con el nombre de Viejo siendo aún muy joven.  Creo que tengo el alma de anciano desde niño.

- Tengo el presentimiento de que esa historia no va a tener un final feliz - dijo Manchas mientras bajaba los ojos con tristeza.

- No lo creas, que no sea lo que uno desea no quiere decir que sea malo. Simplemente las cosas que tienen que suceder  ocurren y ya está. La vida me ha enseñado a aceptar con resignación lo que me toca.

-   ¿Y qué pasó después?

-   Muchas cosas. Un par de meses después llegó al tejado una nueva visitante. Era una gata negra muy joven que venía siempre en las noches a hablar conmigo. No he sido muy amigo de los gatos, pero ella era especial. Sus ojos eran inmensos y su pelo brillaba en la oscuridad. Siempre me quedaba debajo de un árbol esperando a que llegara, a veces mucho tiempo sentado y nada. Cuando menos esperaba, aparecía ella.

-   ¿Cómo se llamaba?

-   Cleopatra.



-   ¿Y quién le puso ese nombre?

-   Mi Lucia.

-   ¿Estas triste, Viejo?

-   Lo estoy.

-   Me tienes a mí.

-   Eso también lo sé. Eres un buen amigo, ¿lo sabias? - Le dijo el Viejo mientras se recostaba a su lado a contemplar las estrellas.

-   ¿La extrañas?

-   Todos los días.

-   Yo también la extraño. Siento que ya la conozco. ¿Algún día la veremos de nuevo?

-   Estoy seguro de eso. Siempre nos reencontramos con los que amamos, es ley de vida.  Si no fuera así ¿qué razón tendría conocerlos? lo importante es tener la certeza de que cuando todo esto termine los volveremos a ver en un lugar más bonito.

-   Eso es muy cierto, Viejo, yo por ejemplo quisiera saber si encontrare de nuevo a mis 8 hermanos.

-   ¿Ocho? no sabía eso, Manchas.

-   Hay muchas cosas que no sabes de mí. Aparento ser joven pero no lo soy tanto. Ya hasta se me están cayendo los dientes.

-   Eres afortunado - contestó riendo el Viejo - a mí ya no me queda ni uno.

-   Cuéntame un poco más de Cleopatra, me intriga saber qué pasó con ella.

-   Esa gata era una gitana embaucadora que robaba corazones y panes de la mesa. Lucia la descubrió una noche rondando por la cocina y se escondió detrás de la nevera para sorprenderla. Ella me culpaba de las extrañas desapariciones nocturnas. Pero al aguzar el oído algún día descubrió que no era yo el que entraba a hurtadillas a robar los panes del desayuno. Cuando Cleopatra se encontró frente a frente con la anciana se metió debajo de la mesa y comenzó a llorar desconsoladamente. A la mujer se le rompió el corazón y le sirvió, como era su costumbre, un poco de leche con migajas de pan y se lo puso cerca para que comiera. La gata se fue directo hacia donde estaba mi ama y se frotó contra sus piernas. Desde ese día no se separaron nunca. Y aunque al principio me sentí rabioso porque me robaba su atención, poco a poco fuimos volviéndonos amigos.

-   ¿Como hermanos?

-   Algo parecido a eso, Manchas.

-   ¿Yo soy como tú hermano?

-   Tú eres el mejor de los hermanos, amigo mío.

-   ¿Me quieres más que a ella, verdad?

-   Son cariños diferentes. Todos somos distintos y uno aprende a querer las cualidades de los otros y a no soportar a veces los defectos. Siempre recuerdo a mis amigos por las cosas positivas y ella fue una gran compañera aunque a veces fuera un poco huraña y silenciosa. Los gatos son personajes muy extraños, no son como nosotros.

-   ¿Por qué son diferentes?

-   Son naturalezas que distan mucho de parecerse. Los gatos son desconfiados, los perros somos muy tontos y nos dejamos engañar con facilidad. Los felinos son seres dotados de unas cualidades que parecen mágicas. Ellos detectan el odio en el aire, tienen un olfato muy agudo para las malas gentes.  Siempre vigilan desde lejos, es difícil ver un gato que se lanza a  saludar al que llega. Ellos observan sin prisa a los nuevos. Nosotros los perros siempre llevamos las de perder por que nos acercamos creyendo que todos nos quieren, por eso las patadas y los golpes son siempre para nosotros, somos muy tontos para querer. Cuando conocí a Cleopatra era muy joven. Nunca había tenido una gata cerca así que muchas veces pequé de bruto y me acerqué por sorpresa y recibí uno que otro manotón en la cara. Yo me molestaba mucho con ella y no la determinaba un par de días pero a ella no le importaba mucho y cuando estaba por ahí acostado echando la siesta  se arrebujaba en mi lomo y se quedaba muy quieta con su cabeza pequeña muy pegada a mi corazón. Yo intentaba no decirle nada, aunque quisiera cantarle la tabla, pero podía más mi cariño y siempre terminaba olvidando la razón de mi rabia con ella:

-   Eres un cascarrabias.  Si no vengo a buscarte te haces el loco y me ignoras.

-   Pero si te busco me das un golpe y me sacas corriendo.

-   No me gustan las sorpresas. Me pone los nervios de punta que algo se abalance sobre mí. Por eso intentó estar en guardia siempre y ver con detenimiento todo lo que sucede a mí alrededor. Uno nunca sabe lo que puede pasar, por eso siempre duermo con un ojo abierto.

-   Yo siempre duermo con los ojos bien cerrados, no faltaba más.

-   De eso puedo dar fe yo. Además, roncas.

-   Yo no ronco.

-   Bueno, lo que tú digas.

Lucia tenía muchas particularidades, una de ellas era que nunca se ponía triste a no ser que la molestaran.  Alguna vez sacó corriendo a los niños de la cuadra que la importunaban con sus tonterías. Era muy celosa de sus cosas, lo que para muchos era basura acumulada, para ella eran grandes tesoros. Un tocador con el vidrio roto adornaba su habitación humilde. La cama cubierta con un edredón de retazos hechos por ella misma. Un armario desbaratado con la ropa revuelta. Unas cobijitas en el suelo, siempre dispuestas; era ese lugar el más preciado para mí y mucho más cuando llovía y me acurrucaba a escuchar su respiración. Hablaba entre sueños mi ama evocando los viejos tiempos y al hombre que se había ido de su lado apenas unos años atrás. Yo apretaba fuerte los dientes y me daba mucha tristeza porque sabía en mi corazón que la hora de la partida estaba cerca.

Los días fueron buenos para Cleopatra y para mí. Ella tuvo muchos hijos de diferentes padres. Unos blancos de ojos penetrantes, algunos negros como ella, algunos no llegaron a abrir los ojos. Mi ama siempre los ponía en una caja cerca del fogón de leña y los cuidaba. Si me veía merodeando por allí me decía que no los molestara y me sacaba de un coscorrón. Yo solo quería mirarlos de cerca, eran tan pequeños y peludos que me daban ganas de jugar con ellos. Al poco tiempo desaparecían y veía yo a Cleopatra muy triste buscándolos por todas partes. Se ponía de muy mal humor y se iba semanas enteras.  Yo nunca le dije que Lucia regalaba a sus hijos de puerta en puerta. Muchas veces se sentaba en la puerta principal y se los regalaba al que le interesaran. Se iban los pequeños felinos sin despedirse de su madre.

-   Es el destino de todos - Agregó Manchas con voz baja.



Algún día desperté tarde. No sentí a Lucia levantarse como todos los días. Cuando abrí los ojos, ella aún seguía recostada de lado en la cama. Intenté acercarme para que se levantara pero no respondió. Estaba muy quieta y no escuché su respiración por más que me acercaba a su cara. El día que tanto había temido había llegado: mi ama estaba muerta. Corrí como un loco a ladrar a la puerta para que alguien la ayudara, nadie vino. Me quedé a su lado hasta el anochecer cuando uno de sus hijos la encontró.  Me sacó de una patada de la casa y me dejó afuera para siempre. Se llevaron a mi vieja para el cementerio sin lágrimas ni adioses.  Cuando se la llevaron pusieron un candado grande en la puerta y nadie volvió en meses. Soporté lo que pude hasta que el hambre me ganó y me fui para no volver nunca. Me despedí de Cleopatra que se quedó adentro y se negó a irse: 



- Me voy, amiga, ¿quieres venir conmigo?
- No, viejo, yo me quedo. Quizás vuelva la doña y quiero estar aquí para recibirla.
- Si vuelve, dile que la quiero.
- Se lo diré.
- Cuídate, Cleopatra.
- Cuídate, Viejo, no te metas en problemas.


Desde aquel día todo ha sido peregrinar. No he vuelto a encontrar a un humano al que pueda llamar amo. Mis amigos de correrías han sido otros perros que me aceptan por mi experiencia en las calles y seguiría siendo así de no ser porque ahora en verdad estoy viejo. Me canso muy fácil y quisiera pasármela durmiendo en algún lugar caliente como aquellas cobijas de las que te hablé. Apenas hace unos días he podido estarme quieto por la señora de las perritas que nos da comida en este parque y que me trata como lo hacía Lucía. Algo de parecido tienen, aunque la señora de las perritas es más joven y delgada, pero me mira de la misma manera. Así que ya vez, Manchas, a veces se encuentra a los que hemos querido en otros. Por ejemplo, yo en ti he encontrado a otro perro color bellota que me acompañó por mucho tiempo hasta que nos extraviamos.

-   No, yo soy único e irrepetible.

-   Todos lo somos. Aun así, sé que en el mundo hay muchos viejos como yo.


miércoles, 29 de marzo de 2017

UNA NOCHE DE RONDAS INFANTILES




A las siete de la noche comenzó el turno en la Unidad Básica del Menor para el médico asignado que debía mantenerse despierto durante doce horas. Todas las jornadas, según su testimonio, son distintas. Es imposible prever qué traerá consigo el ajetreo de una ciudad como Bogotá. Casi siempre los casos son de menores detenidos por raponeo de celulares, hurto agravado, consumo y venta de estupefacientes, homicidio y casos de violencia sexual.
Confundirse entre las personas que esperaban en la sala no fue fácil, sin embargo después de las dos primeras horas de espera, te conviertes en uno más. Es evidente que los jóvenes detenidos tienen factores comunes y su vestimenta es una de ellas: visten pantalones de jean, zapatos deportivos de marca, gorras y chaquetas vistosas. Las mujeres también comparten un poco el gusto varonil.
El lenguaje de la calle suele ser un poco extraño para el que no esté acostumbrado: “severo brinco el que dimos” correspondería a lo que robaron, “en la mala”, que las cosas no salieron como esperaban; “severa calentura” es que hay peligro cerca; “en la juega” que deben estar alerta por lo que pueda pasar; “paila” cuando definitivamente las cosas no salieron como esperaban y “embalados” es que están sentados allí, que pueden ser judicializados  y enviados a la Cárcel del Redentor, adecuada para la reinserción de esta población de adolecentes delincuentes.        
Aquella noche, los primeros que iban siendo conducidos por la Policía Metropolitana se sentaban en las sillas esposados, los que no, debían acomodarse como podían en el suelo o en unas pequeñas escaleras que vigilaban atentamente los guardias de la entrada. Un televisor retumbaba monótonamente sin que nadie prestara mucha atención. La atmosfera pesada y sucia empezaba a llenar el lugar con olor a tabaco, alcohol y marihuana.
Los que habían sido detenidos en pandilla se comunicaban con gestos de manos, con muecas de aburrimiento y risas cómplices. Muchos de los jóvenes que allí estaban eran reincidentes y sabían que después de 72 horas detenidos, o menos,  si no se legalizaban las denuncias, estarían en la calle. Era complicado mirar sus rostros y atinar su edad, a pesar de verse como adolecentes algo en sus maneras callejeras los hacia parecer adultos.
A las 10 de la noche había más de quince jóvenes esperando para ser atendidos por el único médico de Medicina Legal que se encontraba en el edificio. Una de las primeras personas que había llegado, era una niña menuda de trenzas a los lados mal atadas con una cinta azul. Llevaba puesta una sudadera vieja de colegio que le quedaba pequeña, un saco de lana negro, roto en el cuello, y tenis blancos sin cordones. Era la única que venía acompañada con la que al parecer era su madre: una mujer de contextura media, pelo oscuro y humildemente vestida. La niña miraba al suelo y balanceaba los pies en el aire para tratar de distraerse. La mujer extendía de vez en cuando un pañuelo para que la menor se secara la sangre seca que le colgaba de la nariz y la boca.          
María era el nombre de la niña que esperaba hacía más de tres horas el llamado del galeno. Le dolía el estómago del hambre, su última comida había sido un café con leche y pan a las 8 de la mañana.
- Tengo sed - le dijo María en voz baja a la mujer que parecía repasar algo minuciosamente en su cabeza.
- No tengo plata - le contestó su madre con frialdad - Solo tengo en el bolso dos mil pesos para la buseta, ni siquiera sé cómo la voy a regresar a la fundación a esta hora.
- No quiero volver allá - le respondió resoplando la niña molesta.
- Entonces ¿para dónde se va a ir? usted sabe que a la casa no entra mientras continúe ese comportamiento suyo que me tiene al borde de la locura, usted va acabar conmigo.
A los pocos minutos salió del consultorio un hombre joven con bata blanca. Pronunció un nombre en voz alta: María López Briceño y con un movimiento rápido de cabeza la ubicó mientras la menor se paraba sin prisa.
- Soy yo doctor-  afirmó María.
- Es su turno, pase con la persona que la acompaña por favor - agregó el doctor.
El consultorio era más grande que la sala donde había esperado, las paredes estaban desnudas, solo un escritorio con un computador, una camilla y una pequeña cómoda donde se veían instrumentos médicos. Un estremecimiento le recorrió la espalda a la niña y sin saber qué hacer se quedó de pie mientras su madre se sentaba con aspecto cansado frente al hombre.
Mientras esperaba se acordó sin saber por qué, de la última vez que había visto a  su padre hacía más de 3 años. La esperaba fuera del colegio con un talego lleno de pan y una bolsa de leche para que le llevara a su mamá. Siempre tenía la misma imagen de aquel extraño que aquel día vio enfermo y flaco recostado al lado de la puerta principal de la escuela. Según lo que ella sabía era alcohólico y drogadicto. Su madre lo odiaba por irresponsable. Ella se acercó con algo de miedo ante su aspecto y sin decir nada recibió el paquete.
- ¿Cómo está su hermano? - le preguntó con voz ronca su padre mirándola con tristeza.
- Bien, como siempre - le contestó María nerviosa.
- No le diga a su mamá que vine, a ella le molesta que los busque.
El padre de María no habló mucho y como llegó, se fue. Jamás volvió a verlo y siempre se pregunta si sigue vivo o si ya está muerto.
- ¿Usted qué parentesco tiene con la paciente? le preguntó el médico a la mujer mayor mientras escribía de manera automática lo que escuchaba.
- Soy la mamá de María.
- ¿Cuál es la razón de que estén aquí?
- Doctor ella es una niña muy rebelde, la tuve que internar en una fundación del distrito para adolescentes con problemas de drogas y comportamiento
 - ¿Cuánto tiempo lleva ingresada?
 - 25 días. Me llamaron a las 9 de la mañana de hoy a decirme que tuvo una pelea con otra muchacha y que se encontraba golpeada. Como pude pedí permiso en la fábrica de confección donde trabajo hace 12 años, la recogí y me dijeron que la trajera a Medicina Legal para que la valoraran.
- Siéntese - le dijo el galeno a la menor- Cuénteme ¿qué sucedió?
- Estaba sentada en el patio fumándome un cigarrillo – dijo María - y llegó una vieja que me tiene bronca y me lo quitó. Yo me paré y cuando menos pensé se me tiró encima y empezó a pegarme. Y como no soy ni manca ni boba le respondí.
- Pero, usted no debería estar fumando, además me imagino que está prohibido.
- ¿Qué no está prohibido en la vida? todo lo que hago es malo así me porte bien. Además, todo el mundo fuma, no es un pecado, es algo normal - afirmó la niña sin inmutarse.  
- Bueno, pasemos a la camilla, le voy a hacer un examen físico - dijo el médico tratando de detener la discusión que se preveía.
Después de varios minutos, el doctor habló en voz alta para que las dos escucharan:
- María presenta excoriación eritematosa lineal, vertical, de tres centímetros en el pómulo, edema irregular de 3x3 centímetros en la región malar derecha, en las dos piernas presenta equimosis violácea que no compromete ningún hueso, las lesiones no representan gravedad aunque debe tomar analgésicos por tres días y aplicar en la zona del rostro una crema cicatrizante para que no queden marcas.
- Doctor- le dijo la madre de la niña - es que llevamos en esta situación más de tres años...
El hombre que la miraba desde donde estaba, alejó un poco la silla y se quedó mirando con interés.
 - ¿Qué drogas consume?
- Pues de todo, marihuana, bazuco y cuando no hay plata pegante.
- ¿Con quién lo hace?
- Con mis amigos del barrio y mi novio.
- ¿Cuántos novios ha tenido?
- No sé,  ya perdí la cuenta, siete, tal vez más, no me acuerdo.
- ¿Usted usa algún método de anticoncepción?
- No, ninguno.
- ¿Por qué no lo hace?
- Porque  nunca se me ocurre.
- Pero usted ¿me imagino que sabe del embarazo y, lo más grave, las enfermedades de trasmisión sexual?
María alzó los hombros como señal de que no le importaba mucho lo que le decía el doctor.
- ¿Hace cuánto tiempo consume?
- Hace poco - contestó con voz baja la niña, a lo que su madre respondió con un suspiro.
- Eso es mentira, lleva más de tres años. Yo empecé a ver los cambios en ella hace mucho rato, dejo de arreglarse, le cambio la voz, empezó a  ser rebelde a no llegar a la casa. Lo ultimó que hizo fue meterse una semana entera a una olla en el centro de la ciudad y estuvo consumiendo bazuco una semana entera con sus amigotes. Tuve que pagarle a un indigente para que me acompañara a buscarla entre toda esa basura. La encontré sin zapatos con la ropa sucia tirada en una esquina. Mire, lo que yo sé es que esto lo hace el diablo, él actúa de manera inesperada, se mete a los hogares y se lleva a personas como María, lo que no sabe es que lo voy  a batallar hasta el final.        
Martha, desde hacía varios años frecuentaba una iglesia evangélica y trataba de hacer frente a su situación con una fe que nunca la abandonaba. Había tenido una vida de miseria desde que tenía memoria. Su matrimonio había sido una larga cadena de golpes y maltratos por parte de un hombre abusivo y vicioso que jamás la ayudó en la manutención de sus dos hijos. María había crecido con el ejemplo de un padre maltratador y una madre ausente debido a sus extensas jornadas de trabajo donde apenas ganaba para alimentarlos y mandarlos a la escuela. La caída de su hija en la drogadicción era una prueba más de un demonio que rondaba su hogar, su vida  y la de su hija mayor.
Después de un corto silencio, el médico interrogó nuevamente a María que no se veía incomoda ante los cuestionamientos de su madre.
- No tiene nada de malo vivir la vida - afirmó María molesta - Me gusta ir al Bronx, allá no hay nada malo, podemos estar tranquilos sin que la policía nos moleste, solo música y trago. Mi mamá es muy exagerada, además, es lo que quiero hacer, odio el colegio, odio mi casa, solo quiero que me dejen tranquila.
Después de escucharla hablar atentamente, Antonio Vargas, el médico que la atendía, se puso de pie, se dirigió a la puerta con paso tranquilo, las miró de vuelta y sin más que agregar le dijo a la niña que lo miraba con rabia:
- María, le deseo suerte, no tenga tanta prisa por vivir la vida, que nunca se le olvide lo importante de valorar a su mamá y las cosas que ella hace por su seguridad y felicidad, además, usted tan solo tiene 14 años.
A las 12 de la noche continuaba la ronda de exámenes donde ya habían desfilados sindicados de delitos menores como hurto, consumo y venta de drogas. Llegó el turno de un joven de 16 años con pinta de roquero de los 80, que hizo su ingreso al consultorio casi desfilando. Estaba limpio y sonriente, un nerviosismo evidente lo hacía mirar hacia todo lado sin dar crédito a lo que pasaba.
- ¿Cuál es su nombre? - preguntó el galeno
- Mario Contreras - respondió con rapidez el muchacho con los ojos muy abiertos.
 - ¿Ha consumido algún tipo de alucinógeno hoy?
- No ninguno.
Por sus reflejos y la manera en la que hablaba para el doctor era claro que no tenía evidencia de ningún tipo de consumo.
- ¿Cuántos años tiene?
- Voy a cumplir 17 el próximo mes.
- ¿Por qué está aquí?
El muchacho con vergüenza se tapó un poco la boca para hablar.
- Me cogieron con una botella de vino y un jamón en un supermercado.
- ¿Usted los tomó?
- Sí señor
- ¿Por qué lo hizo?
- Por bobo, estaba con mis amigos y me dijeron que entrara y me robara esas cosas que nadie se iba a dar cuenta, y a la salida pitó y me echaron mano.
- ¿Ya le avisaron a sus papás?
- Si señor, vienen en camino.
- ¿Qué van a decir ellos?
 - Me van a castigar. Mi mamá es muy estricta, es la primera vez que hago una cosa de estas.
- ¿Ya miró afuera? - le dijo el médico al joven observándolo fijamente - Todas las personas que están sentadas en esa sala empezaron robando cosas pequeñas, ahora roban carros, casas, personas, debería pensar muy bien lo que está haciendo.
 El muchacho bajó los ojos y se quedó pensando.
- ¿Doctor usted puede ayudarme verdad? no quiero quedarme esta noche aquí, esos muchachos de afuera me miran raro, tengo miedo de que me hagan algo.
- Relájese, no creo que pase nada, están custodiados por más de cinco policías, mañana en la mañana los pasan a los patios y les dan desayuno.
- ¡Pero es que yo no hice algo tan grave!
- A mí me parece muy complicado que usted no entienda la repercusión de sus actos. Usted debe saber que cada cosa que se hace tiene una consecuencia. En el futuro intente ser más inteligente y no se meta en problemas, mire que las cárceles están llenas de personas que si hubiesen pensado mejor no estarían condenados de por vida.
El muchacho sin más argumentos guardó silencio y se quedó quieto en la silla.
- ¿Tiene algún tipo de lesión causada por alguien en el momento de su captura?
- No señor, me trataron bien.
- Terminamos, en un minuto le entregan afuera el informe a los policías, espere en la sala.
La madre del muchacho entró antes que saliera. Tenía los ojos enrojecidos y la acompañaba el que al parecer era el padre del muchacho. Espere afuera le dijo el doctor al chico que al ver entrar a sus padres palideció. La mujer se sentó suavemente en la silla, apenas podía hablar. El hombre rompió el silencio y le preguntó lo que había sucedido.
-Su hijo está aquí por hurto, parece ser que tomó varias cosas del supermercado y lo detuvieron.
La mujer miraba fijamente al médico sin saber muy bien que hacer.
-Él es buen estudiante, lo tenemos en un colegio privado, jamás en la vida me imaginé que podría hacer una cosa así - agregó la madre del muchacho entre lágrimas - ¿Qué tenemos que hacer para que se vaya con nosotros?
- Pues verá - dijo el doctor - a estas alturas de la noche no hay mucho que se pueda hacer. Lo mejor es que se vayan a su casa y vengan mañana.
- Pero es que él no está acostumbrado - respondió la madre.
- Aquí no le va a pasar nada. Además muchas veces una noche aquí es enseñanza para estos jóvenes para que en el futuro actúen con mesura y entiendan que las cosas que hacen por rebeldía o locura tienen consecuencias. Yo por mi parte no puedo hacer nada en lo absoluto para que él sea liberado, tendrán que esperar hasta que la justicia resuelva su caso. - A los pocos minutos salieron como entraron del consultorio, aún más contrariados.        


 A eso de las 2 de la mañana ya habían sido evacuadas la mayoría de personas que estaban detenidas al comienzo de la noche pero continuaban llegando personas esposadas y en menos de una hora la sala volvió  a estar llena. Era un ir y venir. Por lo que podía apreciarse esa noche estaba lejos de terminar.
El médico descansó muy poco, apenas si tomo un café y algo que llevaba de su casa para comer. Después de un corto receso retomó su labor.
Un joven de una edad que no pude precisar estaba sentado con una camiseta de futbol, tenía las manos ensangrentadas, la cara llena de sangre y miraba al vacío sin ninguna expresión en su rostro. Los policías tuvieron que conducirlo hacia el consultorio ya que se negaba a colaborar.
- ¿Cuál es su nombre? - preguntó el doctor, a lo que no hubo respuesta.
- ¿Cuántos años tiene?
El muchacho parecía no escuchar, estaba ausente.
- Mire, es mejor que colabore, si me dice que pasó quizás podamos llegar a una conclusión que lo ayude - dijo el perito.
- No creo - respondió el joven molesto.
- ¿Ha consumido algún tipo de sustancia?
- Si, tomé aguardiente, fumé mucha marihuana y también perico.
- ¿Desde qué hora comenzó a tomar?
- Desde la tarde.
- ¿Por qué fue detenido?
- Disque por robo.
- ¿Qué pasó?
- Me están culpando de robar a un tipo.
- ¿Y usted lo hizo?
- No he hecho nada
- ¿Puede, por favor, ponerse de pie? quiero dar una mirada a sus manos, está sangrando. - Al acercarse, el médico se dio cuenta que no tenía ningún tipo de lesión, la sangre no era de él.
- No tiene ninguna herida ¿De dónde proviene la sangre de sus manos?
- No sé.
- ¿Usted ha olvidado lo que sucedió?
- Creo que sí, no me acuerdo de nada - dijo el joven.
De pronto se escucharon varios golpes en la puerta. Un policía entró al consultorio.
- Doctor, la persona herida por el sindicado aquí presente se murió de camino al hospital, parece que lo apuñaleó por robarle un computador.
El joven se revolvió en su silla y se cruzó de brazos sin que ninguna emoción aflorara en su rostro. Continuando con la diligencia de reconocimiento el galeno intento recobrar la comunicación pero simplemente el muchacho se negaba a hablar.
- Espero que esté consciente en este momento de lo que está sucediendo, usted enfrenta cargos de homicidio y si es mayor de 16 años  y lo declaran culpable, puede enfrentar una pena de más de 20 años. Quiero preguntarle de nuevo ¿cuál es su edad?
 Al ver que definitivamente el muchacho no hablaría más, debía  realizar un examen donde a partir de su dentadura y de los caracteres sexuales secundarios podría intentar establecer la edad. El procedimiento consistía en observar si habían salido o no las cordales, el vello facial, axilar y púbico, y el desarrollo de los genitales.  El examen no fue definitivo y el expediente quedó cerrado por ahora, con nombre desconocido y una edad entre 17 y 18 años. Probablemente tendrían que tomarle una radiografía dental para estar seguros de su edad y buscarían conocidos y familiares para su identificación.

Es difícil entender qué situación lleva a un adolecente a robar o a matar, sin ningún remordimiento, a una persona. Es lógico que una sociedad deba enfrentar este tipo de comportamientos pero no deja de ser preocupante que las personas que apenas comienzan su vida tengan la sangre tan fría para cometer un asesinato sin que sientan ningún tipo de culpa. Algunos dirían que su misma inmadurez no les permite dimensionar sus actos, pero viendo la actitud y la mirada de estos jóvenes, podría ponerse en duda.
Según cifras del Libro: Adolescencia, Jóvenes y Delitos, publicado por el Observatorio del Bienestar de la niñez del Instituto de Bienestar Familiar, los delitos de mayor comisión por parte de los adolescentes que han ingresado al Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes son el trafico y fabricación de estupefacientes, hurto calificado, lesiones personales y violencia intrafamiliar. Datos de la Alta Consejería para la Seguridad Ciudadana señalan que desde la entrada en vigencia en 2007 del nuevo Régimen Penal para Adolescentes, unos 3.000 menores entre los 14 y los 18 años se vieron envueltos en 600 asesinatos. Se habla de que el 27 por ciento de los detenidos por robo reincide y el 22 por ciento por homicidio vuelve a matar. En el año de 2014 fueron capturados 24.357 menores y en los primeros seis meses de 2015 fueron detenidos 7.300. 
El número de sancionados y privados de la libertad es muy bajo. En Colombia existen 22 centros de reclusión de menores y en ellos hay 2.400 jóvenes detenidos. En los últimos cinco años, de los 100.886 capturados o conducidos ante alguna autoridad, tan solo 31.129 han sido sancionados con algún tipo de medida restrictiva. De ese total, al 27 por ciento le han dado libertad vigilada y solo el 21 por ciento ha sido enviado a un centro de reclusión especial.
Con estos antecedentes el panorama no es muy alentador. Al visitar este tipo de lugares, en este caso la Unidad del Menor en Bogotá, surgen bastantes interrogantes sobre lo que sucede en la sociedad y en la familia para que estos jóvenes adquieran este tipo de comportamientos.
Según un artículo de la revista estadounidense ‘Pediatrics’, en la última década factores como el maltrato físico, psíquico y sexual en la niñez, se asocia a comportamientos delictivos en la adolescencia. Las investigaciones han tratado de determinar experiencias adversas en los primeros años de vida como son: los abusos físicos por parte de un familiar u otras personas, ser testigos de abusos, la disfunción en el hogar por uso de alcohol o drogas por parte de algún miembro del núcleo familiar.
Muchos de los investigados se habían visto inmersos en este tipo de situaciones, ya sea familiares o en sus colegios, y presentaron distintas conductas violentas como delincuencia, acoso escolar, intimidación física, violencia dentro de la pareja, llevar armas al colegio, uso de auto violencia como la automutilación, ideación suicida e intento de suicidio. Los datos revelan que uno de cada cuatro jóvenes reconoció haber vivido sucesos traumáticos cuando eran niños. La experiencia más común en todos ellos fue el consumo de alcohol y sus consecuencias dentro del nucleo familiar.
A eso de las tres de la mañana un grupo de varios muchachos llegó escoltado por tres policías. Acababan de ser detenidos por intentar robar un bus en el sur de la capital. Se les había decomisado armas cortopunzantes y drogas. Eran cinco hombres y una mujer. Denunciaban a gritos malos tratos por parte de la policía que según ellos los habían golpeado e inculpado por algo que no habían hecho. La mujer estaba histérica y lloraba diciendo que ella no había hecho nada. Al revisar la base de datos, ella ya no era menor de edad, pero había sido detenida en varias oportunidades anteriormente por consumo de estupefacientes y hurto a mano armada, al parecer era utilizada por bandas de delincuentes como señuelo y sus servicios eran recompensados con bazuco y golpes por parte de hombres que abusaban física y mentalmente de ella.          
Fue la primera en ser revisada y al parecer eran tantas sus entradas a esta unidad que el medico la reconoció.
- Usted me parece conocida - dijo él
- No sé - contestó la detenida.
- Su nombre es Carolina Ruiz.
- No sé.
La muchacha había estado cinco veces ante las autoridades por diferentes delitos como hurto, posesión de drogas y escándalo en la vía pública.
- Carolina, ¿cuántos años tiene?
- Ni idea - contestó - como 17, creo.
- ¿Cree o sabe que tiene esa edad?
- No sé la verdad que edad tengo.
- Según lo que aquí aparece tiene 18 años. Usted es reincidente y tiene una larga fila de delitos cometidos. - Cuando alzó la cara, el médico pudo ver un maquillaje abundante y mal aplicado y lesiones anteriores en el rostro.
- ¿Con quién vive?
- Con nadie, estoy sola.
- ¿Y sus padres dónde están?
- Ni idea, no sé nada de ellos.
El médico sabía que la situación de esta joven no era nada fácil. Por su aspecto se podía evidenciar que vivía en la calle y que era consumidora.
- ¿Ha fumado algo hoy?
- Marihuana y pegante - contestó la joven.
- ¿Por qué la trajeron?
 - Dicen que estaba robando pero yo no estaba ahí.
 - ¿En dónde?
- En el barrio Yomasa, pero yo no sé nada de eso.
- ¿Segura que usted no estaba allí?
- No estaba, los policías me cogieron  y me montaron a la patrulla a golpes.
- Pase a la camilla, la voy  a revisar.
Después de un exhaustivo reconocimiento, el galeno encontró viejas heridas y golpes que no eran de esa noche.
- Lo que puedo ver - afirmó el médico mirándola con atención - es que no tiene golpes recientes. ¿De qué manera la agredieron?
La muchacha guardó silencio sin saber qué responder.
- Los detenidos que están afuera ¿los conoce?
- No sé quiénes son.
Carolina era hija única de una madre soltera. Había nacido con un retraso cognitivo que conllevaba una limitación sustancial en el desenvolvimiento de su vida cotidiana, con un funcionamiento intelectual significativamente inferior a la media para su edad y que comprometía las habilidades adaptativas, de comunicación, cuidado personal, vida en el hogar, habilidades sociales, autogobierno. Esa era la razón por la cual está joven, al estar desamparada y sin el cuidado especial de la familia, se había visto inmersa en vínculos sociales inestables, con abuso de sustancias, maltrato y abandono personal. Su madre había viajado a otra región dejándola a cargo de sus abuelos que nunca entendieron las necesidades de una niña distinta a la cual no podían soportar. Carolina abandonó su casa a los 12 años y vivía como podía en la calle. Los chicos con los que había sido capturada eran amigos ocasionales qua la ponían como carnada para robar y cometer delitos.
El médico decidió remitir a la paciente a psiquiatría para que se le realizara un diagnóstico  y para determinar qué tipo de retraso tenía la joven y si esa condición de alguna manera era la que no le permitía discernir entre el bien y el mal y  si simplemente había sido víctima de un entorno  social y cultural adverso.    
Los interrogados iban y venían. Al salir eran trasladados a la parte trasera del edificio donde no había bancas ni lugares para que se sentaran. Resultaba bastante extraño que un lugar de este tipo tuviese limitaciones tan grandes en logística y en personal, teniendo en cuenta el volumen de personas detenidas.
Al amanecer el médico había atendido más de 40 personas con la única ayuda de una secretaria que radicaba los casos que él  atendía solo, sin ninguna ayuda.
Se habla de una grave problemática social que va en auge y de un sistema de justicia inoperante para enfrentar lo que parece ser una bomba de tiempo, donde los adolescentes amparados por la ley salen a las calles a robar y a matar. Después de cortos meses o días de detención están de nuevo, sin ningún tipo de control, en libertad. La pregunta sería si las penas son demasiado laxas, si el aparato judicial no está listo para lo que sucede y la pregunta más preocupante: ¿pueden considerarse inimputables a adolescentes que toman un arma y asesinan a sangre fría a otra persona por robarle su cartera o su computador? ¿puede ser considerada inimputable una persona que golpea y maltrata a otra para obtener algo que no le pertenece? ¿Son las penas aplicadas en la actualidad coherentes socialmente ante una perspectiva de delitos graves y que atentan contra la vida y seguridad de las personas que vivimos en esta sociedad? Sin importar las penas o la forma en que sean juzgados los menores ¿Está allí la solución para un problema que inicia desde las familias y la primera educación?



Cuando amanecía por fin, después de una extenuante noche, reparé en la cara cansada del doctor que amablemente me había dejado acompañarlo. Tenía el rostro agotado, miraba por la ventana en silencio. Pensé en lo difícil de  su oficio, en lo agotador que debería ser enfrentar cada noche este tipo de situaciones y si de alguna manera no lo afectaba emocionalmente vivir tan de cerca lo que muchos de nosotros ignoramos porque estamos muy lejos de imaginar lo que sucede en Bogotá, lo que pasa en las calles. Me atreví a preguntárselo sabiendo de ante mano que quizás no me contestaría, era algo personal que tal vez no le interesaba compartir. Se quedó mirándome por un par de minutos y esbozó una sonrisa, tomaba con tranquilidad un café mientras apagaba el sistema para que el médico de la mañana continuara con los que seguían llegando. Después de pensar un rato me contestó:
-Hay casos especiales que me hacen sentir francamente confundido, una de las cosas que más me golpean son los menores maltratados por sus familias. Ver niños de tres y cuatro años con moretones y físicamente atacados me hace sentir muy triste porque como ser humano te preguntas qué está sucediendo en nuestra sociedad. Ver que cada día es mayor el número de personas detenidas también me genera preocupación, no estamos a salvo en ninguna parte. Escuchar de primera mano que un joven sentado frente a mí no muestra ningún tipo de remordimiento ante un asesinato me replantea cosas de la vida, como cuál es el sistema de valores que estamos infundiendo, en qué se está fallando, son preguntas que hasta usted misma se hace después de ver la verdadera realidad de nuestro entorno. Una de las maneras de catarsis que tengo - continuó el médico hablando - es la escritura, trato de poner en el papel lo que ronda mi cabeza, esa es la manera que tengo de enfrentar los retos que me supone estar inmerso noche a noche en un trabajo como estos. Tratar de olvidar ciertas cosas a medida que las escribo.


Al atravesar la sala de espera se encontraban allí más de cuarenta muchachos que dormitaban contra las paredes o cabeceaban en el aire. Los policías charlaban en voz baja para matar el tiempo. Las escaleras que llevaban a la puerta de salida estaban intransitables ya que todos los detenidos habían sido ubicados allí. Era extraño mirar sus rostros y saber la razón por la que habían detenido a cada uno de ellos. Era contradictorio verlos tan indefensos, muchos de ellos lloriqueaban por el frio y el hambre mientras otros, al parecer acostumbrados, dormían profundamente enrollados en sus chaquetas. Muchos de ellos pasaran más jornadas como la de esta noche, repetirán una y otra vez la misma historia. Ojalá alguno de ellos se salven de un destino tan desesperanzador.

viernes, 27 de enero de 2017

CLANDESTINOS

Clandestinos

“Solo voy con mi pena, sola va mi condena, correr es mi destino para burlar la ley, perdido en el corazón de la grande Babilón, me dicen el clandestino por no llevar papel”

Clandestino. Manu Chao.



Recuerdo estar sentada en el Wafe,  puerto del Urabá antioqueño, a las 6 de la mañana con un letargo viajero de ocho horas de recorrido mal dormido, sin saber muy bien dónde estaba mi mente.  Los ojos juguetones observándolo todo, embelesada con el caminar de las morenas voluptuosas recién bañadas, que con cada movimiento desprendían ese olor delicioso a otra parte, a música de cuerpos, a sexo, a oscuridad de mar. Siempre altivas, coquetas, deliciosas. Y los machos con cortes a la moda, uñas pintadas con filigrana, ropas de marca, avanzando siempre a la caza de atención, dinero, de oportunidad.  Los ojos puestos en el turista desprevenido que casi siempre está tomando fotos de cualquier cosa. Todos esperando el verde, los sueños se compran con dólares, el peso colombiano vale menos en estas tierras.

La rutina del puerto incesante. Vendedores de sombreros, gafas, carimañolas. El olor del muelle en oleadas pestilentes. Los detritos flotando por todas partes, bolsas de basura, aves muertas, desperdicios de comida, el vómito de la humanidad  en todo su esplendor.  Esa nausea contenida, esa sensación extraña de estar parada justo al borde de algo que no sabes muy bien como definir: A lo lejos, majestuoso, el mar,  mezclado con aguas dulces del rio León que se diluye en colores grises casi tristes;  al fondo, en el horizonte, la promesa de ese viejo mar se mezcla con los manglares que son la puerta de entrada a la selva del Darién; acá el cementerio de barcazas que es el Wafe, las casas coloridas y destartaladas que casi se yerguen sobre ese caño que hace de entrada al muelle.  Un desayuno de café oscuro y arepa de huevo, el hambre apremia y los viajes prueban los estómagos y también las conciencias. No es raro estar parada en medio de la nada pensando el destino  propio, la inutilidad de la existencia, lo solos que estamos casi siempre en medio del gentío parlante buscando un tiquete de lancha, en medio del estruendo del vallenato y el reguetón que parecen incesantes en esta zona.



Cansada me reclino en una silla a la espera de la salida de la lancha rumbo a Triganá.  Me revuelvo en mi puesto, incomoda, sin saber con exactitud si me duele el cuello o la cabeza. A mi lado una mujer con varios niños pequeños, uno de ellos en brazos,  una negra de estatura mediana de rasgos hermosos, muy distinta de todas las otras, tiene un turbante de colores vivos en la cabeza y el rostro sudoroso. La niña la jala de la falda y le pregunta una y otra vez algo que no entiendo. Me incorporo de a poco y aguzo el oído para saber qué es lo que le dice pero tropiezo con un inglés rápido y mezclado que no comprendo. Estoy de vacaciones, me digo mentalmente, no debería estar entrometiéndome en lo que no me importa, pero soy curiosa, quiero saberlo todo, es algo natural en mí, qué le vamos a hacer. A los pocos minutos se reúne con la mujer y los niños un hombre de unos cuarenta años, delgado, de ojos saltones, mal vestido. Lleva en las manos unos tenis recién comprados.  Se quita los zapatos viejos, desbaratados, y los tira de mala gana a una caneca de basura. Tiene las medias rotas pero no le importa, se los pone con rapidez y sigue en lo suyo. Saca con las dos manos ropa de las maletas y la tira igual que los zapatos viejos. La niña llora desconsolada al ver sus cosas desaparecer entre la basura.



La gente se arremolina en la salida, ha empezado el llamado a lista para embarcar. No me muevo de mi sitio, estoy mejor ahí sentada que entre el barullo de la turba que quiere subir primero para aguantar una hora a que todos  los demás suban después de pesar las maletas. A un par de metros unos jóvenes negros ríen estruendosamente. Son altos y fornidos como la mayoría, bien vestidos. Algunos acaban de comprar teléfonos celulares y se toman fotos entre ellos. Dos tienen cadenas de oro y anillos grandes. Al lado de sus maletas galones de cinco litros de agua y botas pantaneras. Me quedo reflexionando largo rato. Botas de caucho en este calor infernal. Quizá van a trabajar en las bananeras. Me levanto y voy en busca de mi compañero de viaje, él entiende mucho mejor que yo el inglés y necesito que les pregunte, antes de que se suban a la panga (lancha), adónde van. Jairo se acerca, como quien no quiere la cosa, a hablar con uno de ellos. Los miro de lejos con interés. No alcanzo a escuchar nada, solo puedo ver las manos del muchacho que se mueven mientras habla mirando al suelo, no mira a los ojos, esquiva de manera pertinaz la mirada del otro. La charla dura un par de minutos. Jairo me guiña un ojo y se va a tomar fotos de los que se están subiendo a las lanchas.

- ¿Quiénes son?
- Buena pregunta, me contesta Jairo entretenido con el lente como siempre.
- Algo te tuvo que decir, yo los vi charlando, le contesté impaciente.
- Me dijo que es de Haití y que vienen desde Pasto, que están de paseo.
- ¿Para dónde van?
- Capurganá.
- ¿Para qué llevan botas?
-  Él no me dijo nada pero creo que son inmigrantes ilegales.
- Hubieras empezado por ahí, Le dije mirándolo con los ojos que se me salían de las orbitas.
- Él dice que viene de paseo para despistar pero a toda esa gente la traen para pasarla a Panamá por la selva del Darién.
- Pero a quién se le ocurre  semejante barbaridad, si esa selva se traga todo.
- No sé, me contestó mientras salía corriendo a tomar la foto de una tijereta.



Esa madrugada, recién llegados, el dueño de un hostal cercano nos había sacado de la calle. Estaba paseando un par de pastores alemanes y vio que nos habíamos instalado en la plazoleta al lado del Wafe a esperar el amanecer. Vengan se toman un tinto, aquí no es bueno que esperen, los borrachos del lugar no hacen nada pero pueden pasar otros en moto y los roban. Lo seguimos con un poco de desconfianza pero el café caliente nos devolvió la calma. Fue este paisa de Turbo quien nos contó que hasta hace poco el puerto había estado repleto  de cubanos intentando pasar hacia el norte. Nos dijo que ahora eran africanos.  Realmente era imposible saber el origen de cada ser de piel negra transitando las calles. Saqué el teléfono de mi bolsillo y les tomé un par de fotos. No podía apartar los ojos de ellos.   Si hubiese podido los habría entrevistado pero teniendo en cuenta que no hablo inglés me quedé rabiosa observando a mi acompañante encaletado detrás de unas sillas tomando fotos a una indias Cuna, malacarosas, que hablaban entre ellas. Esas son las únicas oportunidades en que reniego de no haber aprovechado las clases que me pagó mi madre en el Meyer y que me aburrieron hasta la náusea. Embarcamos después de un rato y los perdí de vista. La morena de los niños se fue con nosotros en la misma barca. La vi secarse las lágrimas un par de veces mientras miraba el mar. Los niños inquietos, igual que ella, miraban a la lejanía  a quién sabe qué. No lo sabré nunca.   



Bajamos primero en Triganá donde estaríamos un par de días. Disfrutamos de la soledad de la playa, de un mar sosegado y resplandeciente, días hermosos con pocos turistas y comiendo patacón con pescado a diario. Una alta dosis de cerveza fría y mucho tiempo para caminar y pensar. Se me clavó la espinita de la historia de los migrantes e intenté preguntar a los locales que sabían de eso. Siempre encontraba respuestas evasivas, al parecer no les gustaba mucho hablar de eso, sin embargo, allí en Triganá hallé el primer atisbo de lo que se convertiría en la mitología del migrante. La historia dominante en el lugar era que estas personas, haitianos y africanos en su mayoría, habían sido contratados en Brasil para las construcciones previas al mundial de fútbol y que una vez habían terminado, se quedaron allí varados y sin trabajo por lo que empezaron a subir buscando llegar a Estados Unidos. Al parecer ingresan al país por la frontera con Ecuador, de Ipiales pasan a Pasto y desde allí algunos vuelan a Medellín aunque la mayoría, me enteraría más adelante, eran esperados en Pasto por personas que les tienen la ruta armada en bus hasta Turbo y de allí en lancha hasta Capurganá y Sapzurro, para cruzar la frontera con Panamá por la selva del Darién.

Nuestra segunda parada era Capurganá. Llegamos un jueves en la tarde para encontrar todo revuelto:  era la fiesta de la Cigua y todos se preparaban para un fin de semana de parranda y trago hasta que la conciencia se perdiera por completo. Descubrimos con sorpresa que  no había electricidad, estaban apagados ventiladores y neveras, se habían caído unas torres de energía. En la tarde empezaron a encenderse las plantas eléctricas, las más grandes de ellas, las que alimentaron los parlantes en el parque principal, fueron aportadas por los “paras” de la zona. Sí, todavía están ahí y todos lo saben. La música empezó a tronar. Llegó la champeta y el reguetón a apoderarse de turistas y nativos. Las muchachas con sus mejores ropas caminaban hacia el parque.



El viernes en la mañana salimos a desayunar y al lado de donde estábamos, había un tipo gordo con acento paisa hablando por teléfono: “Yo ya le dije a usted que tengo la flecha segura. Además son unos dólares más pero yo garantizo la vuelta. Tengo gente de aquí que conoce la región. Usted vera pues, me llama si concreta algo, yo ya mañana me voy para Medellín, a la final el que se embala es usted”. Detrás del hombre, a la entrada de un hostal, se hallaban reunidos todos aquellos negros de idioma extraño que habíamos visto en Turbo,  se estaban poniendo las botas pantaneras sobre unas gruesas medias de fútbol que también vimos vender en el puerto, llevaban ya capas impermeables y el garrafón en la mano o colgado a sus maletas. Los coyotes, aunque allí nadie les llama de esa manera instaurada en México, son los encargados de pasar a los migrantes cubanos, senegaleses, congoleses y de otros lugares hasta Panamá. Cobran entre 50 y 100 dólares para guiarlos por el tapón del Darién hasta un punto en el que, supuestamente, los reciben indios Cunas o militares panameños para continuar el camino. Los grupos son de aproximadamente 40 personas, lo que le resulta más rentable y han bajado las tarifas. Me quedé parada en una esquina viendo desembarcar la gente, un  muchacho en una moto los guiaba con la mano para que no se quedaran a la vista de todas las personas y de los guardas de migración que se hacían los bobos cuando pasaban a su lado. Todos miraban al suelo, asustados, y caminaban a paso rápido. Cuando el tipo de la moto se dio cuenta que los seguía con la mirada y estaba tomando fotos empezó a gritarme groserías: “Aquí no se pueden tomar fotos, si no quiere problemas mejor lárguese que no nos gustan los sapos” Los vi desaparecer camino a la cascada El Cielo.





Las fronteras se parecen entre sí, más filosófica que geográficamente. El sueño está del otro lado. Colombia no es frontera con los Estados Unidos pero es el inicio de la travesía. Tradicionalmente han sido los sudamericanos los que cruzan por este lado pero con el tiempo se han sumado muchos que desde cualquier continente llegan a este para iniciar su peregrinaje sin fin.  Atraviesan varios países para llegar a nuestro Tijuana, a nuestra Ceuta. Piensan que con llegar a Centroamérica han completado la mitad del camino. Saben de las restricciones en el norte pero nada saben de las mapanás, de los mosquitos de la malaria, de los jejenes de la leishmania, de los rigores de la selva, de los fantasmas que quieren su dinero y no reparan en causar la muerte, de las pocas posibilidades de éxito.

Se estima que en 2016 fueron detectados 3.891 migrantes irregulares en el Urabá. El año  pasado se generó el drama humanitario más grave ya que Panamá cerró la frontera dejando más de 200 personas varadas en Turbo.   Estas personas dormían en los parques y las calles, muchos de ellos padres de familia con sus hijos menores de edad también en precarias condiciones sanitarias y económicas. Según familias cubanas retenidas en la zona el camino empieza con dos mil dólares de presupuesto y la promesa de los coyotes es que el viaje durará ocho días. Salen de Cuba con destino a Guyana camino a Brasil. Después cruzan por la amazonía o por Ecuador y desde cualquier punto, por 800 dólares toman un vuelo chárter Medellín y por tierra llegan al Urabá antioqueño. Según Migración Colombia  el  tráfico de migrantes se incrementó hace dos años. Una de las políticas migratorias es la expedición de salvo conductos para permitir a estas personas poder circular libremente.   Según fuentes no oficiales, son los antiguos paramilitares los que se encargan del tráfico de personas desde su ingreso al país hasta su paso por esta zona.



En los tiempos que corren la gente huye de donde vive. Intenta buscar mejores oportunidades a costa de su propia vida y la de sus familias. No interesa el precio ni los peligros a los que se exponen. El sueño de esa tierra prometida  tal vez no existe en ninguna parte. ¿Qué más da cuando no hay nada que perder? Muchas de las personas que intentan pasar a Panamá por la selva del Darién no tienen la menor idea en lo que se meten. Los coyotes nunca les hablarán de la inclemencia del tiempo, de las lluvias de tres y cuatro días, de las serpientes venenosas  que se esconden detrás de la maleza. El agua que llevan siempre se agota, los alimentos son insuficientes y las largas jornadas de camino minan sus fuerzas. Muchos han muerto en el recorrido, es imposible saber la cifra, nadie los reclamará nunca porque se esfumaron entre kilómetros y kilómetros de manigua. Se habla de mujeres violadas, niños ahogados, personas atacadas por las víboras. Los gobiernos se tiran la pelota, hablan de controles y ayudas para los migrantes pero la realidad es otra muy distinta, a nadie les importan. Los policías de migración están comprados, todos se mueven por el dólar, ellos no son seres humanos, son el dinero que entregan por el agua, las botas, la comida. A la gente no le interesa cuantos llegan en las lanchas, quienes son y cuál será su destino.  Pasan como si nada, por su lado, sin detenerse a pensar en ellos. Somos una sociedad enferma y bisoña, preferimos mirar a un lado cuando algo incomoda. Somos gentes de mala sangre.

Un sociólogo con el que hablé, ya de regreso en Apartadó, me contó que este negocio lo manejan los paramilitares que aún son los dueños y señores de esta zona. No se mueve una hoja si la empresa, como ellos la llaman ahora, no acepta. Ellos ponen tarifas, mueven los contactos y reciben mucho dinero por pasar esta gente de Colombia a Panamá. Al fin y al cabo no es muy diferente del tradicional tráfico de drogas para el que ya tienen toda una infraestructura montada. Los vi caminando por todas partes en silencio, son gente muy observadora, poco hablan, pero saben quién eres,  de dónde vienes, eso siempre me pareció perturbador y sentí miedo muchas noches en la casa de Guillo en el Aguacate (Capurganá), que es vecina de la que todos llaman a viva voz la casa de los paras. Recuerdo las noches sin luz hablando en la mesita al lado de la cocina, aguzando el oído porque me sentía observada. Ellos mantienen el orden en la zona y cuando uno de los dueños de unas cabañas se reveló contra ellos y su control entraron a su casa a las siete de la noche y le pegaron un tiro en la cabeza mientras descansaba en la hamaca del segundo piso. El cuento es que el hombre se armó para defenderse y los únicos que pueden tener armas son ellos. Lo mataron delante de su esposa que después del levantamiento del cadáver salió corriendo con lo puesto y jamás volvió.  Quedó la casa abandonada y cerrada quizá para siempre.



La empresa es una realidad, el paramilitarismo avanza. Recuerdo que por esos días había votado en el referendo por la paz y me sentí burlada y engañada. No hay manera de salir de esta espiral, estamos atrapados en un país carroñero, en un lugar donde los malos tienen el control de nuestras vidas. Las zonas rurales del Urabá viven en el completo abandono, no hay hospitales, no hay transporte, no hay trabajo. Viven del turismo pero como siempre los que se llevan los recursos son los dueños de los grandes hoteles, los nativos sobreviven con casi nada. Son pescadores, limpian las habitaciones de los hoteles o cocinan para otros. Intentan no cuestionar mucho lo que sucede, en el fondo tienen miedo.

Esta coyuntura es la que permite todo lo que pasa en esta zona, por eso seguirán llegando lanchas llenas de personas de Angola, Senegal, Gambia, Haití, etc.  No hay manera de detener el éxodo porque el mundo se está convirtiendo en un infierno lleno de muros y de represión. Los líderes mundiales son xenófobos, intolerantes y quieren expulsar a los que no son de allí. Las políticas que se están implementando son de odio, de represión, estamos en un momento de esquizofrenia absoluta porque las fronteras se cierran, los países se declaran la guerra y los que mueren no son los que ordenan bombardeos y masacres, son los niños, son  personas como nosotros que tuvieron las desgracia de nacer pobres. Esas son las mismas personas que huyen a cualquier costo. Es la mujer que vi con su hijo en brazos en el Puerto del Wafe tratando de escapar y los muchachos jóvenes que se tomaban fotos antes de entrar a la selva para llegar a un lugar que ellos sueñan, donde puedan trabajar y rescatar a sus familias que quedaron atrás. Por eso, cuando veo las noticias o leo los periódicos, confirmo que nada se dice de la realidad. No alcanza los titulares por conveniencia. Estamos condenados a repetir la historia una y otra vez porque no hemos aprendido absolutamente nada. Porque no avanzamos en la construcción de sociedad y de respeto sino más bien estamos en la dinámica de la destrucción global. Prima el interés particular sobre el individual, por eso las políticas migratorias son ineficaces, básicamente las están creando desde los escritorios y no a partir de las necesidades de los pueblos que están migrando.



Cada desgracia es negocio. Si les quitas el tráfico de drogas buscarán otra fuente igual de rentable y además seguirán con las drogas de otras formas. No solo en Colombia, en el mundo.


Fueron unos poco minutos en los que aquellas personas de grandes sonrisas o, al contrario, de miradas nostálgicas, estuvieron delante de mí pero no puedo dejar de pensar en qué habrá sido de ellos, de esos niños tan pequeños para una travesía de tal magnitud, de esos muchachos con dreadlocks en el pelo que ostentaban iphones y tenis que quizá debieron abandonar en el camino, o que quizá les fueron robados, esas mujeres inocentes con ojos de madres que ignoraban que los mapas no reflejan para nada las distancias ni los peligros, tal vez algunos de ellos incluso hayan muerto en el camino, aunque prefiero pensar que llegaron al menos vivos a cualquiera que fuera su destino o que la rigurosa selva solo les haya servido para arrepentirse y decidir otro camino menos tortuoso. Alguna vez fui inmigrante en España y, aunque mi situación no fue ni remotamente parecida a lo que viven estas personas y aunque no lo fui ilegalmente, siempre añoré el regreso a casa.


Fotos: Jairo Orrego (https://www.flickr.com/photos/jorrego/) (Instagram: toomai79)