Manchas

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miércoles, 29 de marzo de 2017

UNA NOCHE DE RONDAS INFANTILES




A las siete de la noche comenzó el turno en la Unidad Básica del Menor para el médico asignado que debía mantenerse despierto durante doce horas. Todas las jornadas, según su testimonio, son distintas. Es imposible prever qué traerá consigo el ajetreo de una ciudad como Bogotá. Casi siempre los casos son de menores detenidos por raponeo de celulares, hurto agravado, consumo y venta de estupefacientes, homicidio y casos de violencia sexual.
Confundirse entre las personas que esperaban en la sala no fue fácil, sin embargo después de las dos primeras horas de espera, te conviertes en uno más. Es evidente que los jóvenes detenidos tienen factores comunes y su vestimenta es una de ellas: visten pantalones de jean, zapatos deportivos de marca, gorras y chaquetas vistosas. Las mujeres también comparten un poco el gusto varonil.
El lenguaje de la calle suele ser un poco extraño para el que no esté acostumbrado: “severo brinco el que dimos” correspondería a lo que robaron, “en la mala”, que las cosas no salieron como esperaban; “severa calentura” es que hay peligro cerca; “en la juega” que deben estar alerta por lo que pueda pasar; “paila” cuando definitivamente las cosas no salieron como esperaban y “embalados” es que están sentados allí, que pueden ser judicializados  y enviados a la Cárcel del Redentor, adecuada para la reinserción de esta población de adolecentes delincuentes.        
Aquella noche, los primeros que iban siendo conducidos por la Policía Metropolitana se sentaban en las sillas esposados, los que no, debían acomodarse como podían en el suelo o en unas pequeñas escaleras que vigilaban atentamente los guardias de la entrada. Un televisor retumbaba monótonamente sin que nadie prestara mucha atención. La atmosfera pesada y sucia empezaba a llenar el lugar con olor a tabaco, alcohol y marihuana.
Los que habían sido detenidos en pandilla se comunicaban con gestos de manos, con muecas de aburrimiento y risas cómplices. Muchos de los jóvenes que allí estaban eran reincidentes y sabían que después de 72 horas detenidos, o menos,  si no se legalizaban las denuncias, estarían en la calle. Era complicado mirar sus rostros y atinar su edad, a pesar de verse como adolecentes algo en sus maneras callejeras los hacia parecer adultos.
A las 10 de la noche había más de quince jóvenes esperando para ser atendidos por el único médico de Medicina Legal que se encontraba en el edificio. Una de las primeras personas que había llegado, era una niña menuda de trenzas a los lados mal atadas con una cinta azul. Llevaba puesta una sudadera vieja de colegio que le quedaba pequeña, un saco de lana negro, roto en el cuello, y tenis blancos sin cordones. Era la única que venía acompañada con la que al parecer era su madre: una mujer de contextura media, pelo oscuro y humildemente vestida. La niña miraba al suelo y balanceaba los pies en el aire para tratar de distraerse. La mujer extendía de vez en cuando un pañuelo para que la menor se secara la sangre seca que le colgaba de la nariz y la boca.          
María era el nombre de la niña que esperaba hacía más de tres horas el llamado del galeno. Le dolía el estómago del hambre, su última comida había sido un café con leche y pan a las 8 de la mañana.
- Tengo sed - le dijo María en voz baja a la mujer que parecía repasar algo minuciosamente en su cabeza.
- No tengo plata - le contestó su madre con frialdad - Solo tengo en el bolso dos mil pesos para la buseta, ni siquiera sé cómo la voy a regresar a la fundación a esta hora.
- No quiero volver allá - le respondió resoplando la niña molesta.
- Entonces ¿para dónde se va a ir? usted sabe que a la casa no entra mientras continúe ese comportamiento suyo que me tiene al borde de la locura, usted va acabar conmigo.
A los pocos minutos salió del consultorio un hombre joven con bata blanca. Pronunció un nombre en voz alta: María López Briceño y con un movimiento rápido de cabeza la ubicó mientras la menor se paraba sin prisa.
- Soy yo doctor-  afirmó María.
- Es su turno, pase con la persona que la acompaña por favor - agregó el doctor.
El consultorio era más grande que la sala donde había esperado, las paredes estaban desnudas, solo un escritorio con un computador, una camilla y una pequeña cómoda donde se veían instrumentos médicos. Un estremecimiento le recorrió la espalda a la niña y sin saber qué hacer se quedó de pie mientras su madre se sentaba con aspecto cansado frente al hombre.
Mientras esperaba se acordó sin saber por qué, de la última vez que había visto a  su padre hacía más de 3 años. La esperaba fuera del colegio con un talego lleno de pan y una bolsa de leche para que le llevara a su mamá. Siempre tenía la misma imagen de aquel extraño que aquel día vio enfermo y flaco recostado al lado de la puerta principal de la escuela. Según lo que ella sabía era alcohólico y drogadicto. Su madre lo odiaba por irresponsable. Ella se acercó con algo de miedo ante su aspecto y sin decir nada recibió el paquete.
- ¿Cómo está su hermano? - le preguntó con voz ronca su padre mirándola con tristeza.
- Bien, como siempre - le contestó María nerviosa.
- No le diga a su mamá que vine, a ella le molesta que los busque.
El padre de María no habló mucho y como llegó, se fue. Jamás volvió a verlo y siempre se pregunta si sigue vivo o si ya está muerto.
- ¿Usted qué parentesco tiene con la paciente? le preguntó el médico a la mujer mayor mientras escribía de manera automática lo que escuchaba.
- Soy la mamá de María.
- ¿Cuál es la razón de que estén aquí?
- Doctor ella es una niña muy rebelde, la tuve que internar en una fundación del distrito para adolescentes con problemas de drogas y comportamiento
 - ¿Cuánto tiempo lleva ingresada?
 - 25 días. Me llamaron a las 9 de la mañana de hoy a decirme que tuvo una pelea con otra muchacha y que se encontraba golpeada. Como pude pedí permiso en la fábrica de confección donde trabajo hace 12 años, la recogí y me dijeron que la trajera a Medicina Legal para que la valoraran.
- Siéntese - le dijo el galeno a la menor- Cuénteme ¿qué sucedió?
- Estaba sentada en el patio fumándome un cigarrillo – dijo María - y llegó una vieja que me tiene bronca y me lo quitó. Yo me paré y cuando menos pensé se me tiró encima y empezó a pegarme. Y como no soy ni manca ni boba le respondí.
- Pero, usted no debería estar fumando, además me imagino que está prohibido.
- ¿Qué no está prohibido en la vida? todo lo que hago es malo así me porte bien. Además, todo el mundo fuma, no es un pecado, es algo normal - afirmó la niña sin inmutarse.  
- Bueno, pasemos a la camilla, le voy a hacer un examen físico - dijo el médico tratando de detener la discusión que se preveía.
Después de varios minutos, el doctor habló en voz alta para que las dos escucharan:
- María presenta excoriación eritematosa lineal, vertical, de tres centímetros en el pómulo, edema irregular de 3x3 centímetros en la región malar derecha, en las dos piernas presenta equimosis violácea que no compromete ningún hueso, las lesiones no representan gravedad aunque debe tomar analgésicos por tres días y aplicar en la zona del rostro una crema cicatrizante para que no queden marcas.
- Doctor- le dijo la madre de la niña - es que llevamos en esta situación más de tres años...
El hombre que la miraba desde donde estaba, alejó un poco la silla y se quedó mirando con interés.
 - ¿Qué drogas consume?
- Pues de todo, marihuana, bazuco y cuando no hay plata pegante.
- ¿Con quién lo hace?
- Con mis amigos del barrio y mi novio.
- ¿Cuántos novios ha tenido?
- No sé,  ya perdí la cuenta, siete, tal vez más, no me acuerdo.
- ¿Usted usa algún método de anticoncepción?
- No, ninguno.
- ¿Por qué no lo hace?
- Porque  nunca se me ocurre.
- Pero usted ¿me imagino que sabe del embarazo y, lo más grave, las enfermedades de trasmisión sexual?
María alzó los hombros como señal de que no le importaba mucho lo que le decía el doctor.
- ¿Hace cuánto tiempo consume?
- Hace poco - contestó con voz baja la niña, a lo que su madre respondió con un suspiro.
- Eso es mentira, lleva más de tres años. Yo empecé a ver los cambios en ella hace mucho rato, dejo de arreglarse, le cambio la voz, empezó a  ser rebelde a no llegar a la casa. Lo ultimó que hizo fue meterse una semana entera a una olla en el centro de la ciudad y estuvo consumiendo bazuco una semana entera con sus amigotes. Tuve que pagarle a un indigente para que me acompañara a buscarla entre toda esa basura. La encontré sin zapatos con la ropa sucia tirada en una esquina. Mire, lo que yo sé es que esto lo hace el diablo, él actúa de manera inesperada, se mete a los hogares y se lleva a personas como María, lo que no sabe es que lo voy  a batallar hasta el final.        
Martha, desde hacía varios años frecuentaba una iglesia evangélica y trataba de hacer frente a su situación con una fe que nunca la abandonaba. Había tenido una vida de miseria desde que tenía memoria. Su matrimonio había sido una larga cadena de golpes y maltratos por parte de un hombre abusivo y vicioso que jamás la ayudó en la manutención de sus dos hijos. María había crecido con el ejemplo de un padre maltratador y una madre ausente debido a sus extensas jornadas de trabajo donde apenas ganaba para alimentarlos y mandarlos a la escuela. La caída de su hija en la drogadicción era una prueba más de un demonio que rondaba su hogar, su vida  y la de su hija mayor.
Después de un corto silencio, el médico interrogó nuevamente a María que no se veía incomoda ante los cuestionamientos de su madre.
- No tiene nada de malo vivir la vida - afirmó María molesta - Me gusta ir al Bronx, allá no hay nada malo, podemos estar tranquilos sin que la policía nos moleste, solo música y trago. Mi mamá es muy exagerada, además, es lo que quiero hacer, odio el colegio, odio mi casa, solo quiero que me dejen tranquila.
Después de escucharla hablar atentamente, Antonio Vargas, el médico que la atendía, se puso de pie, se dirigió a la puerta con paso tranquilo, las miró de vuelta y sin más que agregar le dijo a la niña que lo miraba con rabia:
- María, le deseo suerte, no tenga tanta prisa por vivir la vida, que nunca se le olvide lo importante de valorar a su mamá y las cosas que ella hace por su seguridad y felicidad, además, usted tan solo tiene 14 años.
A las 12 de la noche continuaba la ronda de exámenes donde ya habían desfilados sindicados de delitos menores como hurto, consumo y venta de drogas. Llegó el turno de un joven de 16 años con pinta de roquero de los 80, que hizo su ingreso al consultorio casi desfilando. Estaba limpio y sonriente, un nerviosismo evidente lo hacía mirar hacia todo lado sin dar crédito a lo que pasaba.
- ¿Cuál es su nombre? - preguntó el galeno
- Mario Contreras - respondió con rapidez el muchacho con los ojos muy abiertos.
 - ¿Ha consumido algún tipo de alucinógeno hoy?
- No ninguno.
Por sus reflejos y la manera en la que hablaba para el doctor era claro que no tenía evidencia de ningún tipo de consumo.
- ¿Cuántos años tiene?
- Voy a cumplir 17 el próximo mes.
- ¿Por qué está aquí?
El muchacho con vergüenza se tapó un poco la boca para hablar.
- Me cogieron con una botella de vino y un jamón en un supermercado.
- ¿Usted los tomó?
- Sí señor
- ¿Por qué lo hizo?
- Por bobo, estaba con mis amigos y me dijeron que entrara y me robara esas cosas que nadie se iba a dar cuenta, y a la salida pitó y me echaron mano.
- ¿Ya le avisaron a sus papás?
- Si señor, vienen en camino.
- ¿Qué van a decir ellos?
 - Me van a castigar. Mi mamá es muy estricta, es la primera vez que hago una cosa de estas.
- ¿Ya miró afuera? - le dijo el médico al joven observándolo fijamente - Todas las personas que están sentadas en esa sala empezaron robando cosas pequeñas, ahora roban carros, casas, personas, debería pensar muy bien lo que está haciendo.
 El muchacho bajó los ojos y se quedó pensando.
- ¿Doctor usted puede ayudarme verdad? no quiero quedarme esta noche aquí, esos muchachos de afuera me miran raro, tengo miedo de que me hagan algo.
- Relájese, no creo que pase nada, están custodiados por más de cinco policías, mañana en la mañana los pasan a los patios y les dan desayuno.
- ¡Pero es que yo no hice algo tan grave!
- A mí me parece muy complicado que usted no entienda la repercusión de sus actos. Usted debe saber que cada cosa que se hace tiene una consecuencia. En el futuro intente ser más inteligente y no se meta en problemas, mire que las cárceles están llenas de personas que si hubiesen pensado mejor no estarían condenados de por vida.
El muchacho sin más argumentos guardó silencio y se quedó quieto en la silla.
- ¿Tiene algún tipo de lesión causada por alguien en el momento de su captura?
- No señor, me trataron bien.
- Terminamos, en un minuto le entregan afuera el informe a los policías, espere en la sala.
La madre del muchacho entró antes que saliera. Tenía los ojos enrojecidos y la acompañaba el que al parecer era el padre del muchacho. Espere afuera le dijo el doctor al chico que al ver entrar a sus padres palideció. La mujer se sentó suavemente en la silla, apenas podía hablar. El hombre rompió el silencio y le preguntó lo que había sucedido.
-Su hijo está aquí por hurto, parece ser que tomó varias cosas del supermercado y lo detuvieron.
La mujer miraba fijamente al médico sin saber muy bien que hacer.
-Él es buen estudiante, lo tenemos en un colegio privado, jamás en la vida me imaginé que podría hacer una cosa así - agregó la madre del muchacho entre lágrimas - ¿Qué tenemos que hacer para que se vaya con nosotros?
- Pues verá - dijo el doctor - a estas alturas de la noche no hay mucho que se pueda hacer. Lo mejor es que se vayan a su casa y vengan mañana.
- Pero es que él no está acostumbrado - respondió la madre.
- Aquí no le va a pasar nada. Además muchas veces una noche aquí es enseñanza para estos jóvenes para que en el futuro actúen con mesura y entiendan que las cosas que hacen por rebeldía o locura tienen consecuencias. Yo por mi parte no puedo hacer nada en lo absoluto para que él sea liberado, tendrán que esperar hasta que la justicia resuelva su caso. - A los pocos minutos salieron como entraron del consultorio, aún más contrariados.        


 A eso de las 2 de la mañana ya habían sido evacuadas la mayoría de personas que estaban detenidas al comienzo de la noche pero continuaban llegando personas esposadas y en menos de una hora la sala volvió  a estar llena. Era un ir y venir. Por lo que podía apreciarse esa noche estaba lejos de terminar.
El médico descansó muy poco, apenas si tomo un café y algo que llevaba de su casa para comer. Después de un corto receso retomó su labor.
Un joven de una edad que no pude precisar estaba sentado con una camiseta de futbol, tenía las manos ensangrentadas, la cara llena de sangre y miraba al vacío sin ninguna expresión en su rostro. Los policías tuvieron que conducirlo hacia el consultorio ya que se negaba a colaborar.
- ¿Cuál es su nombre? - preguntó el doctor, a lo que no hubo respuesta.
- ¿Cuántos años tiene?
El muchacho parecía no escuchar, estaba ausente.
- Mire, es mejor que colabore, si me dice que pasó quizás podamos llegar a una conclusión que lo ayude - dijo el perito.
- No creo - respondió el joven molesto.
- ¿Ha consumido algún tipo de sustancia?
- Si, tomé aguardiente, fumé mucha marihuana y también perico.
- ¿Desde qué hora comenzó a tomar?
- Desde la tarde.
- ¿Por qué fue detenido?
- Disque por robo.
- ¿Qué pasó?
- Me están culpando de robar a un tipo.
- ¿Y usted lo hizo?
- No he hecho nada
- ¿Puede, por favor, ponerse de pie? quiero dar una mirada a sus manos, está sangrando. - Al acercarse, el médico se dio cuenta que no tenía ningún tipo de lesión, la sangre no era de él.
- No tiene ninguna herida ¿De dónde proviene la sangre de sus manos?
- No sé.
- ¿Usted ha olvidado lo que sucedió?
- Creo que sí, no me acuerdo de nada - dijo el joven.
De pronto se escucharon varios golpes en la puerta. Un policía entró al consultorio.
- Doctor, la persona herida por el sindicado aquí presente se murió de camino al hospital, parece que lo apuñaleó por robarle un computador.
El joven se revolvió en su silla y se cruzó de brazos sin que ninguna emoción aflorara en su rostro. Continuando con la diligencia de reconocimiento el galeno intento recobrar la comunicación pero simplemente el muchacho se negaba a hablar.
- Espero que esté consciente en este momento de lo que está sucediendo, usted enfrenta cargos de homicidio y si es mayor de 16 años  y lo declaran culpable, puede enfrentar una pena de más de 20 años. Quiero preguntarle de nuevo ¿cuál es su edad?
 Al ver que definitivamente el muchacho no hablaría más, debía  realizar un examen donde a partir de su dentadura y de los caracteres sexuales secundarios podría intentar establecer la edad. El procedimiento consistía en observar si habían salido o no las cordales, el vello facial, axilar y púbico, y el desarrollo de los genitales.  El examen no fue definitivo y el expediente quedó cerrado por ahora, con nombre desconocido y una edad entre 17 y 18 años. Probablemente tendrían que tomarle una radiografía dental para estar seguros de su edad y buscarían conocidos y familiares para su identificación.

Es difícil entender qué situación lleva a un adolecente a robar o a matar, sin ningún remordimiento, a una persona. Es lógico que una sociedad deba enfrentar este tipo de comportamientos pero no deja de ser preocupante que las personas que apenas comienzan su vida tengan la sangre tan fría para cometer un asesinato sin que sientan ningún tipo de culpa. Algunos dirían que su misma inmadurez no les permite dimensionar sus actos, pero viendo la actitud y la mirada de estos jóvenes, podría ponerse en duda.
Según cifras del Libro: Adolescencia, Jóvenes y Delitos, publicado por el Observatorio del Bienestar de la niñez del Instituto de Bienestar Familiar, los delitos de mayor comisión por parte de los adolescentes que han ingresado al Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes son el trafico y fabricación de estupefacientes, hurto calificado, lesiones personales y violencia intrafamiliar. Datos de la Alta Consejería para la Seguridad Ciudadana señalan que desde la entrada en vigencia en 2007 del nuevo Régimen Penal para Adolescentes, unos 3.000 menores entre los 14 y los 18 años se vieron envueltos en 600 asesinatos. Se habla de que el 27 por ciento de los detenidos por robo reincide y el 22 por ciento por homicidio vuelve a matar. En el año de 2014 fueron capturados 24.357 menores y en los primeros seis meses de 2015 fueron detenidos 7.300. 
El número de sancionados y privados de la libertad es muy bajo. En Colombia existen 22 centros de reclusión de menores y en ellos hay 2.400 jóvenes detenidos. En los últimos cinco años, de los 100.886 capturados o conducidos ante alguna autoridad, tan solo 31.129 han sido sancionados con algún tipo de medida restrictiva. De ese total, al 27 por ciento le han dado libertad vigilada y solo el 21 por ciento ha sido enviado a un centro de reclusión especial.
Con estos antecedentes el panorama no es muy alentador. Al visitar este tipo de lugares, en este caso la Unidad del Menor en Bogotá, surgen bastantes interrogantes sobre lo que sucede en la sociedad y en la familia para que estos jóvenes adquieran este tipo de comportamientos.
Según un artículo de la revista estadounidense ‘Pediatrics’, en la última década factores como el maltrato físico, psíquico y sexual en la niñez, se asocia a comportamientos delictivos en la adolescencia. Las investigaciones han tratado de determinar experiencias adversas en los primeros años de vida como son: los abusos físicos por parte de un familiar u otras personas, ser testigos de abusos, la disfunción en el hogar por uso de alcohol o drogas por parte de algún miembro del núcleo familiar.
Muchos de los investigados se habían visto inmersos en este tipo de situaciones, ya sea familiares o en sus colegios, y presentaron distintas conductas violentas como delincuencia, acoso escolar, intimidación física, violencia dentro de la pareja, llevar armas al colegio, uso de auto violencia como la automutilación, ideación suicida e intento de suicidio. Los datos revelan que uno de cada cuatro jóvenes reconoció haber vivido sucesos traumáticos cuando eran niños. La experiencia más común en todos ellos fue el consumo de alcohol y sus consecuencias dentro del nucleo familiar.
A eso de las tres de la mañana un grupo de varios muchachos llegó escoltado por tres policías. Acababan de ser detenidos por intentar robar un bus en el sur de la capital. Se les había decomisado armas cortopunzantes y drogas. Eran cinco hombres y una mujer. Denunciaban a gritos malos tratos por parte de la policía que según ellos los habían golpeado e inculpado por algo que no habían hecho. La mujer estaba histérica y lloraba diciendo que ella no había hecho nada. Al revisar la base de datos, ella ya no era menor de edad, pero había sido detenida en varias oportunidades anteriormente por consumo de estupefacientes y hurto a mano armada, al parecer era utilizada por bandas de delincuentes como señuelo y sus servicios eran recompensados con bazuco y golpes por parte de hombres que abusaban física y mentalmente de ella.          
Fue la primera en ser revisada y al parecer eran tantas sus entradas a esta unidad que el medico la reconoció.
- Usted me parece conocida - dijo él
- No sé - contestó la detenida.
- Su nombre es Carolina Ruiz.
- No sé.
La muchacha había estado cinco veces ante las autoridades por diferentes delitos como hurto, posesión de drogas y escándalo en la vía pública.
- Carolina, ¿cuántos años tiene?
- Ni idea - contestó - como 17, creo.
- ¿Cree o sabe que tiene esa edad?
- No sé la verdad que edad tengo.
- Según lo que aquí aparece tiene 18 años. Usted es reincidente y tiene una larga fila de delitos cometidos. - Cuando alzó la cara, el médico pudo ver un maquillaje abundante y mal aplicado y lesiones anteriores en el rostro.
- ¿Con quién vive?
- Con nadie, estoy sola.
- ¿Y sus padres dónde están?
- Ni idea, no sé nada de ellos.
El médico sabía que la situación de esta joven no era nada fácil. Por su aspecto se podía evidenciar que vivía en la calle y que era consumidora.
- ¿Ha fumado algo hoy?
- Marihuana y pegante - contestó la joven.
- ¿Por qué la trajeron?
 - Dicen que estaba robando pero yo no estaba ahí.
 - ¿En dónde?
- En el barrio Yomasa, pero yo no sé nada de eso.
- ¿Segura que usted no estaba allí?
- No estaba, los policías me cogieron  y me montaron a la patrulla a golpes.
- Pase a la camilla, la voy  a revisar.
Después de un exhaustivo reconocimiento, el galeno encontró viejas heridas y golpes que no eran de esa noche.
- Lo que puedo ver - afirmó el médico mirándola con atención - es que no tiene golpes recientes. ¿De qué manera la agredieron?
La muchacha guardó silencio sin saber qué responder.
- Los detenidos que están afuera ¿los conoce?
- No sé quiénes son.
Carolina era hija única de una madre soltera. Había nacido con un retraso cognitivo que conllevaba una limitación sustancial en el desenvolvimiento de su vida cotidiana, con un funcionamiento intelectual significativamente inferior a la media para su edad y que comprometía las habilidades adaptativas, de comunicación, cuidado personal, vida en el hogar, habilidades sociales, autogobierno. Esa era la razón por la cual está joven, al estar desamparada y sin el cuidado especial de la familia, se había visto inmersa en vínculos sociales inestables, con abuso de sustancias, maltrato y abandono personal. Su madre había viajado a otra región dejándola a cargo de sus abuelos que nunca entendieron las necesidades de una niña distinta a la cual no podían soportar. Carolina abandonó su casa a los 12 años y vivía como podía en la calle. Los chicos con los que había sido capturada eran amigos ocasionales qua la ponían como carnada para robar y cometer delitos.
El médico decidió remitir a la paciente a psiquiatría para que se le realizara un diagnóstico  y para determinar qué tipo de retraso tenía la joven y si esa condición de alguna manera era la que no le permitía discernir entre el bien y el mal y  si simplemente había sido víctima de un entorno  social y cultural adverso.    
Los interrogados iban y venían. Al salir eran trasladados a la parte trasera del edificio donde no había bancas ni lugares para que se sentaran. Resultaba bastante extraño que un lugar de este tipo tuviese limitaciones tan grandes en logística y en personal, teniendo en cuenta el volumen de personas detenidas.
Al amanecer el médico había atendido más de 40 personas con la única ayuda de una secretaria que radicaba los casos que él  atendía solo, sin ninguna ayuda.
Se habla de una grave problemática social que va en auge y de un sistema de justicia inoperante para enfrentar lo que parece ser una bomba de tiempo, donde los adolescentes amparados por la ley salen a las calles a robar y a matar. Después de cortos meses o días de detención están de nuevo, sin ningún tipo de control, en libertad. La pregunta sería si las penas son demasiado laxas, si el aparato judicial no está listo para lo que sucede y la pregunta más preocupante: ¿pueden considerarse inimputables a adolescentes que toman un arma y asesinan a sangre fría a otra persona por robarle su cartera o su computador? ¿puede ser considerada inimputable una persona que golpea y maltrata a otra para obtener algo que no le pertenece? ¿Son las penas aplicadas en la actualidad coherentes socialmente ante una perspectiva de delitos graves y que atentan contra la vida y seguridad de las personas que vivimos en esta sociedad? Sin importar las penas o la forma en que sean juzgados los menores ¿Está allí la solución para un problema que inicia desde las familias y la primera educación?



Cuando amanecía por fin, después de una extenuante noche, reparé en la cara cansada del doctor que amablemente me había dejado acompañarlo. Tenía el rostro agotado, miraba por la ventana en silencio. Pensé en lo difícil de  su oficio, en lo agotador que debería ser enfrentar cada noche este tipo de situaciones y si de alguna manera no lo afectaba emocionalmente vivir tan de cerca lo que muchos de nosotros ignoramos porque estamos muy lejos de imaginar lo que sucede en Bogotá, lo que pasa en las calles. Me atreví a preguntárselo sabiendo de ante mano que quizás no me contestaría, era algo personal que tal vez no le interesaba compartir. Se quedó mirándome por un par de minutos y esbozó una sonrisa, tomaba con tranquilidad un café mientras apagaba el sistema para que el médico de la mañana continuara con los que seguían llegando. Después de pensar un rato me contestó:
-Hay casos especiales que me hacen sentir francamente confundido, una de las cosas que más me golpean son los menores maltratados por sus familias. Ver niños de tres y cuatro años con moretones y físicamente atacados me hace sentir muy triste porque como ser humano te preguntas qué está sucediendo en nuestra sociedad. Ver que cada día es mayor el número de personas detenidas también me genera preocupación, no estamos a salvo en ninguna parte. Escuchar de primera mano que un joven sentado frente a mí no muestra ningún tipo de remordimiento ante un asesinato me replantea cosas de la vida, como cuál es el sistema de valores que estamos infundiendo, en qué se está fallando, son preguntas que hasta usted misma se hace después de ver la verdadera realidad de nuestro entorno. Una de las maneras de catarsis que tengo - continuó el médico hablando - es la escritura, trato de poner en el papel lo que ronda mi cabeza, esa es la manera que tengo de enfrentar los retos que me supone estar inmerso noche a noche en un trabajo como estos. Tratar de olvidar ciertas cosas a medida que las escribo.


Al atravesar la sala de espera se encontraban allí más de cuarenta muchachos que dormitaban contra las paredes o cabeceaban en el aire. Los policías charlaban en voz baja para matar el tiempo. Las escaleras que llevaban a la puerta de salida estaban intransitables ya que todos los detenidos habían sido ubicados allí. Era extraño mirar sus rostros y saber la razón por la que habían detenido a cada uno de ellos. Era contradictorio verlos tan indefensos, muchos de ellos lloriqueaban por el frio y el hambre mientras otros, al parecer acostumbrados, dormían profundamente enrollados en sus chaquetas. Muchos de ellos pasaran más jornadas como la de esta noche, repetirán una y otra vez la misma historia. Ojalá alguno de ellos se salven de un destino tan desesperanzador.

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