Manchas

Manchas

jueves, 8 de febrero de 2018

AMIGOS



Negro llegó a mi vida hace más de un año.  Es la historia de nunca acabar. Una persona para la que en algún momento él fue importante dejó de serlo y lo abandonó en el parque Candelaria al lado de mi casa. Desde el primer momento me enamoré de su cara. Tenía una expresión tan especial que siempre lo buscaba por todas partes para darle un abrazo.  Se tiraba con las manitas delanteras abiertas  a recibir de nosotros esas caricias que tanto extrañaba. Porque aunque la gente lo dude los animales recuerdan el amor y sufren de una manera muy profunda el abandono. Pasar de tener una casa caliente a la soledad de la calle les hace un daño terrible. Mi negro las primeras semanas apenas comía, yo me sentaba junto a él e intentaba a animarlo, hasta le hacía sopita de pollo para que recibiera alimento pero con unos cuantos bocados tenia y se sentaba lejos a mirar la reja del conjunto donde vivió.  No podría explicarle a ninguno de ustedes la profunda tristeza que sentía al saber que no podía darle un hogar y que tampoco podía remediar esa alma rota que se hacía un ovillo en cualquier parte.

Aunque nos observaba con atención prefería estar solo. Notamos que cojeaba de vez en cuando de una de sus patas de atrás y le dimos antiinflamatorios pero seguía igual. Con mucha paciencia, y con todas las dificultades de tenerlo afuera, lo entrabamos algunas veces cuando llovía a dormir a la casa desocupada de mi hermano  y lo sacábamos muy temprano. Salía batiendo la cola como loco, amaba estar protegido y deseaba  una familia que lo quisiera de nuevo. Supimos entonces que su cojera se debía al frío de las noches de Cajicá y no a una lesión. La calle maltrata y resiente.



Cuando llegaba en las mañanas lo veía enroscado en el parque. Lo iba a buscar porque pensaba que no me había escuchado llegar pero cuando me veía me miraba con los ojos cansados y seguía durmiendo. Estaba  de mal genio, no quería que nada ni nadie lo molestara. Esas mañanas que no quieres recibir llamadas de nadie, que no tienes deseos de hablar de nada, que estas harto de todo. Así se levantaba el Negro, aburrido del ruido de los carros, del frio de la noche, de las largas jornadas de lluvia sin un lugar donde esconderse. Una manta para el frio  sobre el cuerpo y la salida del sol hacían que mi amigo recobrara el ánimo. Se tendía boca abajo para que se le calentara el estómago y por fin dormía en paz, como arrullado por un ángel, como si entre sueños una mano lo acariciara. Los días pasaban y la espera al lado de la reja también se acababa. Un poco más animado, al lado de sus compañeros permanentes de parque Tristán y Bowie, jugaban entre ellos a morderse las patas, a corretear por ahí. La alegría empezaba a batir la cola y un ligero alivio nos embargaba aunque sabíamos que esa no es la vida que queremos para ninguno de ellos. Su carita empezó a cambiar y su expresión también, estábamos felices de saber que al menos empezaba a salir de su depresión. Jairo lo llamaba mi amigo y él se tiraba con sus manitos alzadas, divertido, a que le dijéramos con voz de niño ¡la billetera por favor!  Tonterías nuestras, muestras de afecto que construyes con los días cuando compartes las tardes con ellos jugando a la pelota o buscando la oportunidad de abrazarlos, aunque a veces se fastidien porque ya son demasiados los besos y los abrazos.   


Publicamos fotos en Facebook  y en la página que tenemos, Mis Criollos, donde buscamos ayuda de las personas para encontrarles un hogar, pero nada sucedía. Muchos likes pero nadie preguntaba por él. Muchos amigos que conocen de nuestro trabajo con los animales de la calle intentaban compartir la publicación pero nada. La desesperanza batía sus alas y cada día veía más lejos la posibilidad de un hogar para mi Negro. Después de un mes empecé a notar que cuando me veía llegar con las vasijas del alimento corría a encontrarme y se venía detrás como un guardaespaldas  a espiar antes que sus otros amigos qué había traído. Casi siempre intentaba servirle primero y quedarme cerca para que se comiera todo. Necesitaba con urgencia mantener esa panza llena para que pudiera soportar el frio de las noches en la sabana que es terrible en las madrugadas.

Mientras tanto seguía buscando sociedades con otros grupos animalistas pero nada surtía efecto. Me daba cuenta de que ellos estaban demasiado ocupados para ayudar a mis perros o simplemente tenían una metodología de trabajo que no buscaba la adopción como yo lo necesitaba. Aquí tengo que decir que me llevé una terrible decepción con algunas personas a las que consideraba hasta ese momento poderosas porque vendían una imagen de ayuda a los animales que finalmente nunca vi y por esa razón me fui.  Me sentí profundamente desencantada y pasé largo tiempo sin saber qué hacer y con unas ganas enormes de renunciar. Lloré muchas noches en mi cuarto buscando la manera de tener fe cuando todo se ponía en mi contra y continuaba sola con mi esposo luchando una batalla que hasta ese momento sentía perdida.



En aquel momento surgió la oportunidad de un viaje a la Guajira y nos fuimos un par de semanas a tratar de recobrar el aliento, lejos porque estábamos agotados. Yo empaqué mis maletas preocupada por dejarlos: Negro, Tristán, Bowie, Chayane, Natasha, Mono, son amigos que dependen única y exclusivamente de lo que nosotros les damos. Al mes compramos más de 90 kilos de concentrado de nuestro bolsillo para darles su alimento y, aunque sabía que Miguel, mi mejor amigo y ángel para mí y ellos, quedaba en casa con mis perras y se haría cargo, me angustiaba dejarlos. Los peligros de la calle están ahí y estoy cansada de patas fracturadas, de heridas raras causadas por los humanos.

Sin embargo salimos rumbo a Riohacha. Creo que ese viaje fue clave para mí en ese momento.  Arrastraba conmigo muchas cosas que apenas soportaba. La Guajira fue una bofetada en la cara que me dejó perpleja. Jamás en mi vida había visto el terrible sufrimiento de los animales en ninguna parte como en ese lugar. El Cabo de la Vela, por ejemplo, es un caserío donde por cuadra deben haber por lo menos 15 o 20 perros esqueléticos que no tengo idea de cómo sobreviven. Ni una gota de agua dulce, ni un recipiente al menos con sobras.  Nada para ellos y quizá lo más impactante, absolutamente invisibles para todos. Los Wayuu son crueles con ellos, por eso tengo que decir, pidiendo disculpas por anticipado, que fueron para mi gente que no tiene nada que enseñarme. Sé que sus condiciones de vida son muy difíciles, sé que son culturas ancestrales de un valor invaluable pero cuando los veía patear a los perros  pensaba: lo siento, no quiero conocerte. En algún momento, sabiendo que no debía hacerlo, me puse en frente e intenté defenderlos. Ellos me miraban sorprendidos, cómo era posible que alguien pensara que golpearlos no era normal. Para mí era simplemente  imposible presenciar esta situación y sentí desde el principio muy poca afinidad hacia ellos.

Al segundo día de nuestra estancia compramos concentrado en una de las tiendas del Cabo de la Vela y traté de alimentar algunos. Cuál no sería mi sorpresa al ver que apenas podían comer.  La desnutrición y la falta de agua no les permitían pasar el alimento. No había nada en lo absoluto que pudiéramos hacer por ellos, solo pedir que descansaran porque una vida así es una maldita e infame tragedia. Pasé por muchos momentos difíciles, reflexioné mucho sobre el valor de la vida, sobre las cosas que podemos lograr si tenemos la voluntad y la fortaleza de hacerlas y me prometí que seguiría luchando por ellos así todo mi mundo se cayera a pedazos por no encontrar la mejor manera de hacerlo.  Caminé en las tardes con Estrella, una perrita rubia  y muy simpática que se hizo mi amiga. Guardé patacones, pedazos de pan y le di toda la comida que llevábamos mientras estuvo cerca. Nos despedimos en la puerta del hospedaje sin mucha alharaca porque no quería que me viera irme. La miré por el cristal de la camioneta mientras me alejaba llorando de tristeza porque no podía sacarla de ese infierno. La veo todos los días reflejada en los perros que intentó ayudar y sé que donde esté está orgullosa. También tengo la certeza de que nos volveremos a encontrar. Es ley de vida reencontrarse con los seres que uno ha amado.



Regresé a hacerme cargo de lo mío. Cuando mis muchachos me vieron corrieron a saludarme y me tiré en el césped a abrazarlos como una loca porque los había extrañado y teníamos que seguir buscando la manera de sacarlos de la calle. Dejé de pensar en la decepción que me acarreaban los otros y pasé página.  Si no puedes ayudarme si tu camino no se conecta con el mío, aquí lo dejamos. Uno no puede por ningún motivo luchar causas ajenas. En el camino de la vida debes tener la sinceridad de dejar atrás todo aquello que no te permite avanzar hacia tus propios objetivos. Una de las grandes enseñanzas de este lapso de mi vida es que no debes perder tu tiempo y energía ayudando a alguien a quien no le interesa tu mundo. Habrán otros que servirán para hacerlo, siempre existirán personas que estarán para servir a otros, yo la verdad no tengo tiempo para luchar por sueños ajenos porque los míos baten la cola, tienen hambre y yo necesito concentrarme en ellos si quiero ayudarlos.
Mi negro continuaba en el parque y empecé a sentir que si no lograba encontrar un hogar, al menos le daría cariño y estaríamos para él. En una campaña de esterilización una persona que no me recuerdo bien me dijo que si conocía a Ale Espinosa. Ella era una animalista de Cajicá que ayudaba a muchos peludos y que era muy brava para el tema de rescate y adopción. Me dio su número de teléfono y esa misma tarde la llamé.   Recuerdo una voz ronca y fuerte en la línea. Yo me presenté y le dije que quería trabajar con ella, que la quería conocer. Ella se quedó pensando, tal vez le parecía raro que una persona que no conocía la llamara. Tenía una risa contagiosa, un carisma en la voz que me hizo confiar en que estaba en el camino correcto al contactarla. Nos despedimos con la promesa de conocernos y empezamos a enviarnos mensajes por whatssap de jornadas de esterilización y de adopción. Yo desde el principio le dije, tengo toda la voluntad de ayudar pero mi gran dificultad es que no logro dar un perro en adopción ni por equivocación. Ella se reía mucho porque quizás veía mi deseo de hacer parte de su grupo y esa sinceridad tan mía que solo los que me conocen soportan.

Siempre que nos íbamos a encontrar surgía algo y no podíamos. Pero yo estaba pendiente de ella y ella de mí.  El 5 de diciembre del año pasado hizo un rescate de una mamita Golden, tirada en una finca con sus 6 cachorros que morían de hambre. Según lo que ella me contó, la perrita la buscó a ella y la llevó adonde sus hijos para que los ayudara a salvarlos. Habló con  el dueño de la casa que se negaba a entregarlos y entre una cosa y otra encontró uno de los cachorros muerto dentro del balde de desperdicios podridos que les daba a los animalitos. El hombre al ver que podía enfrentar una demanda por maltrato animal se los entregó y ella los llevó a un hogar de paso y empezó a buscar ayuda para ellos. Me contacté con ella y le dije ¿qué hay que hacer? Me dijo, Yineth,  necesito operar la perrita y darlos en adopción, estamos sin comida. De una, te ayudo con un bulto. Quedamos en que al otro día yo le iba a hacer un giro porque ella estaba de aquí para allá con algunas perritas cachorras muy enfermas y con las paticas torcidas.

El 7 de diciembre me fui a comprar cosas para la casa que necesitaba y cuando entre a poner la plata había dejado la cedula. Eran las 6 de la tarde y estaba yo parada en la estación del tren más aburrida que un emo crespo por no poder hacer lo que había prometido. La llamé y ella me dijo, acabó de entrar, espérame 15 minutos y llego. Nos encontramos como unas viejas amigas que no se ven hace rato. Me abrazó largo y bonito y, no sé por qué, lloramos. Ella comprendía de alguna manera mi lucha y yo la de ella. Una mujer hermosa, rubia, de ojos grandes y expresivos, esa voz rasgada. Nos sentamos en una banca del parque a fumar un cigarrillo y bromeamos, el tabaco nos va a matar, le dije riendo, ella me contestó: si no nos mata antes una rabia.  En cada rescate se queda un poco mi alma, sufro demasiado por ellos. No hay un solo día en que no me levante con la certeza de que mi misión es esta y estoy agradecida de tener mucha gente que me ayuda, me dijo mirándome con convicción. Hablamos largo y hasta estuvimos tentadas a tomarnos una cerveza, no queríamos separarnos pero decidimos postergarlo. Nos despedimos felices y satisfechas, por fin nos habíamos conocido y yo en mi corazón sentí que ya no estaba sola.

Y resulta que unos días después se murió Ale Espinosa. Me enteré en Villavicencio en casa de mis padres, vi una publicación de Facebook donde decían que la estaban velando esa noche y al otro día era la misa. Me quedé petrificada en el patio sin saber qué hacer.  Toda mi vida me pasó enfrente y me sentí devastada por perderla. Imaginé tantas cosas con ella, me sentí tan feliz de tenerla que haberla perdido me dejó absolutamente desolada. No pude asistir a su velorio, apenas si vi los mensajes de sus amigos y lloré, maldita sea, lloré mucho y sin consuelo. Aun miró sus fotos y hablo con ella. Me gustaría tenerla de vuelta pero sé que donde esté está sonriendo. Esta historia de viaje con ella se resume en lo siguiente: A los pocos días me contacté con una de las personas que estaban a cargo de los animales que ella había rescatado. Mágicas Mascotas Luciano, que era su ex esposo y compañero de lucha. Le dije que quería donar comida y esterilizar a Norca, la perrita por la que tanto luchó ella, y encontré un ser absolutamente amoroso que me recibió como ella y quedamos en seguir en contacto.



Hace un mes fui a Nemocón a recoger a Norca para esterilizarla en Zipaquirá. Estábamos de afán porque él estaba entregando a un orejón divino a su nueva familia y fue muy poco lo que pudimos hablar.  Fue algo natural, ya nos conocimos y después tendríamos tiempo de hablar. Seguimos en contacto y como por arte de magia todo empezó a fluir. Les conté de mis perritos del parque y todos ellos sin excepción se mostraron abiertos a ayudarnos. Me pidieron fotos y las primeras que envié fueron de mi Negro. Las últimas semanas mi muchacho estaba más cojo por el frio y se levantaba muy adolorido de su pata. Yo sabía que era urgente ayudarlo y sucedió. Recibí un mensaje de una amiga de Ale que me decía que una familia de Tocancipá estaba interesada en él.   



Contacté a la señora y me dijo que quería conocer a Negro. Lo bañamos con Jairo en la puerta de la casa con esa ilusión que solo nosotros podíamos sentir. Un nuevo comienzo, una nueva vida para mi perrito. Viajamos con él en el carro mirando por la ventana preocupado. Yo acariciándolo para que sintiera que estaba protegido, que nosotros estaríamos con él para las que sea. Y sucedió el milagro, se bajó en la que sería su nueva casa y empezó a recorrer el lugar sin pena. Todos lo mirábamos ansiosos. Una chiquitina de unos 5 años lo seguía a todas partes, feliz y emocionada. Negro, nervioso, no reparaba mucho en los humanos hasta que se sintió protegido y como por arte de magia la conexión surgió. 





Se quedó mirando a la señora y a la niña y se rindió. Se tiró al suelo con sus manitas extendidas y todos lo abrazamos, fue uno de los momentos más especiales de mi vida. Lo  dejamos en su nueva casa con el corazón grandote. Hoy me mandaron fotos y está feliz, duerme calentito y ya no tendrá que estar solo. 



Ese mismo día fue adoptada también Norca, por extraño que parezca, dos almas unidas por la misma persona pueden vivir lejos del abandono.  Gracias Ale Espinosa, en un rato nos vemos  y nos tomamos una cerveza.



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