Negro llegó a mi vida hace más de
un año. Es la historia de nunca acabar.
Una persona para la que en algún momento él fue importante dejó de serlo y lo
abandonó en el parque Candelaria al lado de mi casa. Desde el primer momento me
enamoré de su cara. Tenía una expresión tan especial que siempre lo buscaba por
todas partes para darle un abrazo. Se
tiraba con las manitas delanteras abiertas
a recibir de nosotros esas caricias que tanto extrañaba. Porque aunque
la gente lo dude los animales recuerdan el amor y sufren de una manera muy
profunda el abandono. Pasar de tener una casa caliente a la soledad de la calle
les hace un daño terrible. Mi negro las primeras semanas apenas comía, yo me
sentaba junto a él e intentaba a animarlo, hasta le hacía sopita de pollo para
que recibiera alimento pero con unos cuantos bocados tenia y se sentaba lejos a
mirar la reja del conjunto donde vivió. No podría explicarle a ninguno de ustedes la
profunda tristeza que sentía al saber que no podía darle un hogar y que tampoco
podía remediar esa alma rota que se hacía un ovillo en cualquier parte.
Aunque nos observaba con atención
prefería estar solo. Notamos que cojeaba de vez en cuando de una de sus patas
de atrás y le dimos antiinflamatorios pero seguía igual. Con mucha paciencia, y
con todas las dificultades de tenerlo afuera, lo entrabamos algunas veces
cuando llovía a dormir a la casa desocupada de mi hermano y lo sacábamos muy temprano. Salía batiendo
la cola como loco, amaba estar protegido y deseaba una familia que lo quisiera de nuevo. Supimos
entonces que su cojera se debía al frío de las noches de Cajicá y no a una
lesión. La calle maltrata y resiente.
Cuando llegaba en las mañanas lo
veía enroscado en el parque. Lo iba a buscar porque pensaba que no me había
escuchado llegar pero cuando me veía me miraba con los ojos cansados y seguía
durmiendo. Estaba de mal genio, no
quería que nada ni nadie lo molestara. Esas mañanas que no quieres recibir
llamadas de nadie, que no tienes deseos de hablar de nada, que estas harto de
todo. Así se levantaba el Negro, aburrido del ruido de los carros, del frio de
la noche, de las largas jornadas de lluvia sin un lugar donde esconderse. Una
manta para el frio sobre el cuerpo y la
salida del sol hacían que mi amigo recobrara el ánimo. Se tendía boca abajo
para que se le calentara el estómago y por fin dormía en paz, como arrullado
por un ángel, como si entre sueños una mano lo acariciara. Los días pasaban y
la espera al lado de la reja también se acababa. Un poco más animado, al lado
de sus compañeros permanentes de parque Tristán y Bowie, jugaban entre ellos a
morderse las patas, a corretear por ahí. La alegría empezaba a batir la cola y
un ligero alivio nos embargaba aunque sabíamos que esa no es la vida que
queremos para ninguno de ellos. Su carita empezó a cambiar y su expresión
también, estábamos felices de saber que al menos empezaba a salir de su
depresión. Jairo lo llamaba mi amigo y él se tiraba con sus manitos alzadas,
divertido, a que le dijéramos con voz de niño ¡la billetera por favor! Tonterías nuestras, muestras de afecto que
construyes con los días cuando compartes las tardes con ellos jugando a la
pelota o buscando la oportunidad de abrazarlos, aunque a veces se fastidien
porque ya son demasiados los besos y los abrazos.
Publicamos fotos en Facebook y en la página que tenemos, Mis Criollos,
donde buscamos ayuda de las personas para encontrarles un hogar, pero nada
sucedía. Muchos likes pero nadie preguntaba por él. Muchos amigos que conocen
de nuestro trabajo con los animales de la calle intentaban compartir la
publicación pero nada. La desesperanza batía sus alas y cada día veía más lejos
la posibilidad de un hogar para mi Negro. Después de un mes empecé a notar que
cuando me veía llegar con las vasijas del alimento corría a encontrarme y se
venía detrás como un guardaespaldas a
espiar antes que sus otros amigos qué había traído. Casi siempre intentaba servirle
primero y quedarme cerca para que se comiera todo. Necesitaba con urgencia
mantener esa panza llena para que pudiera soportar el frio de las noches en la
sabana que es terrible en las madrugadas.
Mientras tanto seguía buscando
sociedades con otros grupos animalistas pero nada surtía efecto. Me daba cuenta
de que ellos estaban demasiado ocupados para ayudar a mis perros o simplemente
tenían una metodología de trabajo que no buscaba la adopción como yo lo
necesitaba. Aquí tengo que decir que me llevé una terrible decepción con
algunas personas a las que consideraba hasta ese momento poderosas porque
vendían una imagen de ayuda a los animales que finalmente nunca vi y por esa
razón me fui. Me sentí profundamente
desencantada y pasé largo tiempo sin saber qué hacer y con unas ganas enormes
de renunciar. Lloré muchas noches en mi cuarto buscando la manera de tener fe
cuando todo se ponía en mi contra y continuaba sola con mi esposo luchando una
batalla que hasta ese momento sentía perdida.
En aquel momento surgió la
oportunidad de un viaje a la Guajira y nos fuimos un par de semanas a tratar de
recobrar el aliento, lejos porque estábamos agotados. Yo empaqué mis maletas
preocupada por dejarlos: Negro, Tristán, Bowie, Chayane, Natasha, Mono, son
amigos que dependen única y exclusivamente de lo que nosotros les damos. Al mes
compramos más de 90 kilos de concentrado de nuestro bolsillo para darles su
alimento y, aunque sabía que Miguel, mi mejor amigo y ángel para mí y ellos,
quedaba en casa con mis perras y se haría cargo, me angustiaba dejarlos. Los
peligros de la calle están ahí y estoy cansada de patas fracturadas, de heridas
raras causadas por los humanos.
Sin embargo salimos rumbo a
Riohacha. Creo que ese viaje fue clave para mí en ese momento. Arrastraba conmigo muchas cosas que apenas
soportaba. La Guajira fue una bofetada en la cara que me dejó perpleja. Jamás
en mi vida había visto el terrible sufrimiento de los animales en ninguna parte
como en ese lugar. El Cabo de la Vela, por ejemplo, es un caserío donde por
cuadra deben haber por lo menos 15 o 20 perros esqueléticos que no tengo idea de
cómo sobreviven. Ni una gota de agua dulce, ni un recipiente al menos con sobras. Nada para ellos y quizá lo más impactante,
absolutamente invisibles para todos. Los Wayuu son crueles con ellos, por eso
tengo que decir, pidiendo disculpas por anticipado, que fueron para mi gente
que no tiene nada que enseñarme. Sé que sus condiciones de vida son muy
difíciles, sé que son culturas ancestrales de un valor invaluable pero cuando
los veía patear a los perros pensaba: lo
siento, no quiero conocerte. En algún momento, sabiendo que no debía hacerlo,
me puse en frente e intenté defenderlos. Ellos me miraban sorprendidos, cómo
era posible que alguien pensara que golpearlos no era normal. Para mí era
simplemente imposible presenciar esta
situación y sentí desde el principio muy poca afinidad hacia ellos.
Al segundo día de nuestra
estancia compramos concentrado en una de las tiendas del Cabo de la Vela y
traté de alimentar algunos. Cuál no sería mi sorpresa al ver que apenas podían
comer. La desnutrición y la falta de
agua no les permitían pasar el alimento. No había nada en lo absoluto que
pudiéramos hacer por ellos, solo pedir que descansaran porque una vida así es
una maldita e infame tragedia. Pasé por muchos momentos difíciles, reflexioné
mucho sobre el valor de la vida, sobre las cosas que podemos lograr si tenemos
la voluntad y la fortaleza de hacerlas y me prometí que seguiría luchando por
ellos así todo mi mundo se cayera a pedazos por no encontrar la mejor manera de
hacerlo. Caminé en las tardes con
Estrella, una perrita rubia y muy simpática
que se hizo mi amiga. Guardé patacones, pedazos de pan y le di toda la comida
que llevábamos mientras estuvo cerca. Nos despedimos en la puerta del hospedaje
sin mucha alharaca porque no quería que me viera irme. La miré por el cristal
de la camioneta mientras me alejaba llorando de tristeza porque no podía
sacarla de ese infierno. La veo todos los días reflejada en los perros que
intentó ayudar y sé que donde esté está orgullosa. También tengo la certeza de que
nos volveremos a encontrar. Es ley de vida reencontrarse con los seres que uno
ha amado.
Regresé a hacerme cargo de lo
mío. Cuando mis muchachos me vieron corrieron a saludarme y me tiré en el
césped a abrazarlos como una loca porque los había extrañado y teníamos que
seguir buscando la manera de sacarlos de la calle. Dejé de pensar en la
decepción que me acarreaban los otros y pasé página. Si no puedes ayudarme si tu camino no se
conecta con el mío, aquí lo dejamos. Uno no puede por ningún motivo luchar
causas ajenas. En el camino de la vida debes tener la sinceridad de dejar atrás
todo aquello que no te permite avanzar hacia tus propios objetivos. Una de las
grandes enseñanzas de este lapso de mi vida es que no debes perder tu tiempo y
energía ayudando a alguien a quien no le interesa tu mundo. Habrán otros que
servirán para hacerlo, siempre existirán personas que estarán para servir a
otros, yo la verdad no tengo tiempo para luchar por sueños ajenos porque los
míos baten la cola, tienen hambre y yo necesito concentrarme en ellos si quiero
ayudarlos.
Mi negro continuaba en el parque
y empecé a sentir que si no lograba encontrar un hogar, al menos le daría cariño
y estaríamos para él. En una campaña de esterilización una persona que no me recuerdo
bien me dijo que si conocía a Ale Espinosa. Ella era una animalista de Cajicá
que ayudaba a muchos peludos y que era muy brava para el tema de rescate y
adopción. Me dio su número de teléfono y esa misma tarde la llamé. Recuerdo una voz ronca y fuerte en la línea.
Yo me presenté y le dije que quería trabajar con ella, que la quería conocer.
Ella se quedó pensando, tal vez le parecía raro que una persona que no conocía
la llamara. Tenía una risa contagiosa, un carisma en la voz que me hizo confiar
en que estaba en el camino correcto al contactarla. Nos despedimos con la
promesa de conocernos y empezamos a enviarnos mensajes por whatssap de jornadas
de esterilización y de adopción. Yo desde el principio le dije, tengo toda la
voluntad de ayudar pero mi gran dificultad es que no logro dar un perro en
adopción ni por equivocación. Ella se reía mucho porque quizás veía mi deseo de
hacer parte de su grupo y esa sinceridad tan mía que solo los que me conocen
soportan.
Siempre que nos íbamos a
encontrar surgía algo y no podíamos. Pero yo estaba pendiente de ella y ella de
mí. El 5 de diciembre del año pasado
hizo un rescate de una mamita Golden, tirada en una finca con sus 6 cachorros
que morían de hambre. Según lo que ella me contó, la perrita la buscó a ella y
la llevó adonde sus hijos para que los ayudara a salvarlos. Habló con el dueño de la casa que se negaba a
entregarlos y entre una cosa y otra encontró uno de los cachorros muerto dentro
del balde de desperdicios podridos que les daba a los animalitos. El hombre al ver
que podía enfrentar una demanda por maltrato animal se los entregó y ella los
llevó a un hogar de paso y empezó a buscar ayuda para ellos. Me contacté con
ella y le dije ¿qué hay que hacer? Me dijo, Yineth, necesito operar la perrita y darlos en adopción,
estamos sin comida. De una, te ayudo con un bulto. Quedamos en que al otro día
yo le iba a hacer un giro porque ella estaba de aquí para allá con algunas
perritas cachorras muy enfermas y con las paticas torcidas.
El 7 de diciembre me fui a
comprar cosas para la casa que necesitaba y cuando entre a poner la plata había
dejado la cedula. Eran las 6 de la tarde y estaba yo parada en la estación del
tren más aburrida que un emo crespo por no poder hacer lo que había prometido.
La llamé y ella me dijo, acabó de entrar, espérame 15 minutos y llego. Nos
encontramos como unas viejas amigas que no se ven hace rato. Me abrazó largo y
bonito y, no sé por qué, lloramos. Ella comprendía de alguna manera mi lucha y
yo la de ella. Una mujer hermosa, rubia, de ojos grandes y expresivos, esa voz
rasgada. Nos sentamos en una banca del parque a fumar un cigarrillo y bromeamos,
el tabaco nos va a matar, le dije riendo, ella me contestó: si no nos mata
antes una rabia. En cada rescate se
queda un poco mi alma, sufro demasiado por ellos. No hay un solo día en que no
me levante con la certeza de que mi misión es esta y estoy agradecida de tener
mucha gente que me ayuda, me dijo mirándome con convicción. Hablamos largo y
hasta estuvimos tentadas a tomarnos una cerveza, no queríamos separarnos pero
decidimos postergarlo. Nos despedimos felices y satisfechas, por fin nos
habíamos conocido y yo en mi corazón sentí que ya no estaba sola.
Y resulta que unos días después se
murió Ale Espinosa. Me enteré en Villavicencio en casa de mis padres, vi una
publicación de Facebook donde decían que la estaban velando esa noche y al otro
día era la misa. Me quedé petrificada en el patio sin saber qué hacer. Toda mi vida me pasó enfrente y me sentí
devastada por perderla. Imaginé tantas cosas con ella, me sentí tan feliz de
tenerla que haberla perdido me dejó absolutamente desolada. No pude asistir a
su velorio, apenas si vi los mensajes de sus amigos y lloré, maldita sea, lloré
mucho y sin consuelo. Aun miró sus fotos y hablo con ella. Me gustaría tenerla de
vuelta pero sé que donde esté está sonriendo. Esta historia de viaje con ella
se resume en lo siguiente: A los pocos días me contacté con una de las personas
que estaban a cargo de los animales que ella había rescatado. Mágicas Mascotas
Luciano, que era su ex esposo y compañero de lucha. Le dije que quería donar
comida y esterilizar a Norca, la perrita por la que tanto luchó ella, y
encontré un ser absolutamente amoroso que me recibió como ella y quedamos en
seguir en contacto.
Hace un mes fui a Nemocón a
recoger a Norca para esterilizarla en Zipaquirá. Estábamos de afán porque él
estaba entregando a un orejón divino a su nueva familia y fue muy poco lo que
pudimos hablar. Fue algo natural, ya nos
conocimos y después tendríamos tiempo de hablar. Seguimos en contacto y como
por arte de magia todo empezó a fluir. Les conté de mis perritos del parque y
todos ellos sin excepción se mostraron abiertos a ayudarnos. Me pidieron fotos
y las primeras que envié fueron de mi Negro. Las últimas semanas mi muchacho
estaba más cojo por el frio y se levantaba muy adolorido de su pata. Yo sabía
que era urgente ayudarlo y sucedió. Recibí un mensaje de una amiga de Ale que
me decía que una familia de Tocancipá estaba interesada en él.
Contacté a la señora y me dijo
que quería conocer a Negro. Lo bañamos con Jairo en la puerta de la casa con
esa ilusión que solo nosotros podíamos sentir. Un nuevo comienzo, una nueva
vida para mi perrito. Viajamos con él en el carro mirando por la ventana
preocupado. Yo acariciándolo para que sintiera que estaba protegido, que
nosotros estaríamos con él para las que sea. Y sucedió el milagro, se bajó en
la que sería su nueva casa y empezó a recorrer el lugar sin pena. Todos lo
mirábamos ansiosos. Una chiquitina de unos 5 años lo seguía a todas partes,
feliz y emocionada. Negro, nervioso, no reparaba mucho en los humanos hasta que
se sintió protegido y como por arte de magia la conexión surgió.
Se quedó mirando a la señora y a la niña y se rindió. Se tiró al suelo con sus manitas extendidas y todos lo abrazamos, fue uno de los momentos más especiales de mi vida. Lo dejamos en su nueva casa con el corazón grandote. Hoy me mandaron fotos y está feliz, duerme calentito y ya no tendrá que estar solo.
Ese mismo día fue adoptada también Norca, por extraño
que parezca, dos almas unidas por la misma persona pueden vivir lejos del
abandono. Gracias Ale Espinosa, en un
rato nos vemos y nos tomamos una cerveza.
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