Manchas

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miércoles, 30 de mayo de 2018

Amor moderno



El año pasado revisando como siempre temas de actualidad en las páginas que suelo leer con regularidad para informarme encontré un par de artículos muy interesante en el New York Times en español. Se trataba de una sección de escritos redactados por personas comunes y corrientes que abordan temas de la vida de todos nosotros. Mujeres desengañadas o divorciadas, viudas aburridas que tras la pérdida de sus esposos se sentían abatidas o personas que a través del servicio a otros encontraban la manera de sobrevivir a un mundo difícil para cada uno de ellos. Se llama Modern Love y tras seguirlo con asiduidad desde entonces me he sentido muy identificada con algunas historias. También me ha hecho formularme preguntas interesantes sobre la misión de cada uno de nosotros en este mundo. Me es imposible pensar que vinimos única y exclusivamente para tener dinero, fama y si hay suerte una felicidad permanente. Uno de los artículos que más me impacto es “El Amor que solo los perros pueden provocar” por:  Amy Sutherland:  “para mi sorpresa, me había convertido en una celestina. Las tardes de los sábados me ponía mi playera gris y me dirigía a la Liga de rescate Animal de Boston, donde ayudaba a las personas a encontrar a sus almas gemelas perrunas entre una sinfonía de ladridos. Con este trabajo no solo he aprendido cómo emparejar a las personas y a los animales, he recibido una clase maestra sobre la capacidad del ser humano, una lección que yo necesitaba encarecidamente”.


Cuando analicé con profundidad la naturaleza de lo que escribía esta mujer, me pregunté cuál era el reto más apremiante de mi vida en ese momento. Ella como yo desconfiaba de sus congéneres y cada vez que intentaba entender la naturaleza humana, una enorme barrera se plantaba en frente y no la dejaba avanzar hacia los objetivos propios de una labor como salvar y ayudar peludos abandonados. Me pareció absolutamente hermoso el hecho de que ella entendiera con claridad cuál era su misión en esta tierra y que no tuviera miedo de enfrentarse con sus propios problemas para dilucidar por fin que no hay nada más hermoso que una vida con sentido. Cuando veo las fotos de mis excompañeros de trabajo, de mis amigas o conocidos, siempre tengo la sensación de que transito un camino que a veces no entiendo del todo. Alguna vez me visitó una conocida, se quedó perpleja mirándome enfundada en mis botas pantaneras y mi pantalón raído y me dijo, mientras bajaba de su carro del año, que me veía distinta. ¡Cómo es posible que hayas cambiado tanto! ¡En la universidad eras la más inteligente, si hubieses seguido trabajando en radio no estarías así!   La cosa pasó de largo, pero en mis largas vigilias empecé a pensar en sus palabras y me sentí muy incómoda conmigo misma. Sin embargo, ya no había manera de volver atrás y continúe dando mis primeros pasos hacia lo que es hoy en día la misión que tengo en este mundo. 


Es muy complicado entender la naturaleza de nuestro pensamiento. Y una de las mayores dificultades es dejar de pensar en nuestras propias necesidades. Dejar a un lado esa importancia tan compleja que no nos permite pensar en ayudar sin evaluar cuánto ganaremos por ello o cuál será la paga a nuestros esfuerzos. No está mal querer una casa más grande ni un carro más moderno, lo complicado es que toda la energía se vaya en ello y que en esa lucha olvidemos las cosas sencillas que podemos hacer por otros. En mi caso dejé de pensar en el valor que me daban los otros por las cosas que tenía y me enfoqué en algo distinto a mí. Uno de los grandes retos es aceptar mi vida tal cual es, vivir mi día con las cosas que suceden, aunque a veces quiera salir corriendo porque es demasiado. Y no lo digo por que haga mucho si no, más bien, por qué no puedo hacer lo correcto siempre.  No tengo los recursos económicos y debo hacerme a un lado con el corazón arrugado. De vez en cuando también me siento acorralada cuando veo que nadie lo entiende y parezco la loca de los perros publicando animalitos perdidos o cachorros que necesitan una mano de nosotros.  Pero dejó a un lado eso y sigo adelante esperando que me dejen tranquila con mis cosas. “A medida que pasaba más tiempo el refugio, descubría que me había vuelto menos paciente con los seres humanos, incluido mi dulce esposo. Pasear perros me alegraba, pero mi humor se ensombrecía cada vez que pensaba en la estupidez y la indiferencia de mis hermanos, los Homo sapiens. En el metro, de regreso a casa, me sorprendía darme cuenta de que fruncía el ceño varias veces a los desconocidos en el tren”  

Uno de los retos más importante ahora en mi vida es combinar la ayuda a los animales con la escritura. No es posible abrir un camino sin reflexión, por eso intento combinar estas dos cosas para hacer de esto algo permanente y que no parezca un capricho de mujer desocupada. Creo que una de las grandes fortalezas de la vida moderna es que nos permite socializar lo que pensamos y hacer de esto un arma perfecta contra la ignorancia de muchos de nosotros, porque estoy segura de que las personas que me leen entienden que detrás de todo hay un anhelo real de que las cosas en este mundo sean más fáciles para otros.  Estoy convencida de que si cada uno desde nuestra realidad hiciéramos algo no estaríamos tan jodidos como estamos. Mi esposo y yo desde este barrio remoto hemos cambiado vidas. Y ¿cómo lo hemos hecho? actuando. De nada sirve postear memes de otros, ni lanzar la pelota al terreno de los que deberían hacer algo. Un ejercicio que ayudaría mucho es levantarse cada mañana y hacer algo por alguien sin preguntarse qué se va a recibir a cambio. 


Hace poco vi un estilista prestigioso de los Ángeles que dedica dos días de su semana para salir a las calles a dar un corte y una afeitada gratis a personas en condiciones de calle. La recompensa es ver una persona que por una hora se siente importante y amada.  Un momento de su vida para escuchar sin juzgar una historia y eso es tener una misión en este mundo. Yo voy con una bolsa plástica por todas partes dando una caricia y un ratico de amor a animales que están solos. Y quiero contarles que no he visto ojos más agradecidos y hermosos que los de ellos cuando voy a su encuentro. Sé que para algunos eso no sirve para nada, para mí lo es todo. Es intentar hacer algo y no quedarme en casa criticando y diciendo que este mundo es una mierda.

Aunque también debo decir que en los últimos dos meses todas las cosas que parecían claras se han ensombrecido y el fantasma de la renuncia ha venido a visitarme sin invitación. Todo el trabajo hecho durante 4 años empezó a derrumbarse una mañana cuando llegó la policía y la secretaria de ambiente a recoger los perros que alimentaba y a los cuales les buscaba un hogar. Los vi venir a mi encuentro como si fuese una delincuente, me esperaban afuera del conjunto donde vivo en un operativo que más parecía la caza de un traficante de drogas o un proxeneta. Me acorralaron al lado de la puerta de entrada con varias denuncias de la comunidad porque alimentaba animales callejeros y los mantenía en la calle por voluntad propia. Tengo que reconocer que en aquel momento no podía pensar con claridad. Solo veía a los perros tratando de meterse detrás de mis piernas para escapar de las mallas y los collares para subirlos a una camioneta. Y voces que no entendía.  Solo miraba a Tristán y a Bowie asustados y mucha gente mirando desde las esquinas sin decir una maldita palabra.  Se me cayó la bolsa con la comida y empecé a dar tumbos mientras mis animales eran subidos como basura porque le incomodaban a la gente. Fui amenazada por la comandante a cargo de la operación y me advirtieron que me quedara callada porque si me resistía me detenían. Y la verdad, en otro momento hubiese actuado como una loca, pero estaba derrotada y algo dentro se me rompió, no sé qué paso. Hasta hoy ando recogiendo pedazos sin lograr recomponer nada.  Escuché hace poco que quizás padezco el síndrome del corazón roto. 


Me recluí durante un par de días superada por todo. Lo único que salvó mi vida fue un libro de Luis Miguel Rivas, Tareas no hechas. Y la misma pregunta de todos los días qué diablos hago, cómo soluciono este enredo, qué puedo hacer para recuperar el ánimo. Y las lágrimas saboteándolo todo. Pero recordé ese artículo, lo busqué nuevamente y lo leí. “Luego me di cuenta de que, si de verdad quería ayudar a los perros, necesitaba hacer algo más que ejercitarlos o consolarlos. Tenía que ayudarlos a salir del refugio más rápido” Entonces me vestí, traté de ocultar con maquillaje las terribles ojeras y me fui con carta en mano a defender la vida de mis animales. Aquí en este pueblo no hay nada para ellos. La administración municipal ha recortado todos los presupuestos y ni se hace ni se deja hacer. Los funcionarios de la secretaria de ambiente toman tinto detrás de sus escritorios y ofrecen cifras manipuladas de esterilizaciones, recolección de animales y el Centro de Bienestar Animal de Cajicá es lo único que es operativo porque es una exigencia de los de arriba. Estuvimos más de dos años sin nada.


Recuerdo haberme sentado frente a una de sus funcionarias. Una antigua compañera de batallas que desde que ocupa su puesto con la alcaldía de turno ha cambiado de manera drástica su posición frente a nosotros los animalistas. Escuché pacientemente todas las cosas que tenía que decirme: Es importante que revises tu forma de trabajo, estás fallando si crees que alimentando animales de la calle haces algo (Me lo decía sin pestañear, olvidando que los perros que alimentaba fueron reportados al momento de aparecer en el barrio sin que se hiciera nada), debes organizarte e intentar no tener animales en la calle. Una de las denuncias que hay en tu contra es por una tenencia irresponsable, las personas están muy preocupadas porque tienes tus perros tirados (tal vez, aunque no creo, no sabía de mis tres perritas que viven como reinas y que son más de lo que cualquiera tendría en un espacio como en el que vivo). Necesito que te comprometas con nosotros con que no vas a seguir alimentando perros callejeros porque dentro de nuestra política pública animal esa no es una herramienta que funcione (en una ocasión que intentamos poner un comedero y un bebedero permanente en el parque nos dijeron: los perros son como los indigentes, si los alimentas, se quedan).  Yo intentaba no mirarla a los ojos y jugaba con la carta entre mis dedos encajando lo que ella me decía con una inmensa sonrisa y una expresión de compasión que escalaba de manera paulatina por mi columna y me tenía al borde de un ataque de histeria que si sucedía podía joder lo que de por sí ya estaba totalmente a punto de caer. Respiré profundo, la miré y respondí, haciendo acopio de toda la paciencia que no tengo: Lo único que me interesa en este punto es que ustedes me garanticen la vida de mis perros mientras yo les busco un hogar. Por eso estoy aquí y necesito saber qué tengo que hacer para que ellos puedan acceder a un plan de adopción y al respeto de sus derechos. Bueno, y ya que estamos aquí sentadas charlando, valoro infinitamente tus concejos, pero hay algo que me gustaría que no pierdas de vista: Primero, esto a que tu llama trabajo es simplemente una labor que hago de manera desinteresada por los animales con mis propios recursos. Partiendo de ese principio, un trabajo es estar contratada, por ejemplo, por ustedes y que los lineamentos, los recursos económicos y ayuda vinieran de ustedes que son los que están aquí para garantizar que personas particulares no tengamos que esterilizar, alimentar y hasta hacer colectas para operar animales desamparados que mueren en los andenes sin que ustedes hagan nada. En muchas ocasiones hemos intentado contactarlos, pero creo que tú ya sabes de sobra los argumentos suyos para no ayudar: No tenemos transporte, en este momento el veterinario está haciendo una visita, lo sentimos, no podemos recoger ningún animal porque no tenemos Centro de Bienestar. Muchas veces he intentado recibir alguna ayuda, pero no ha sido posible porque aquí lo único cierto es que ustedes están por devengar un sueldo fijo, pero a ninguno de ustedes les interesan los animales. Quizás tú en algún momento tuviste alguna afinidad, pero desde que te sentaste ahí donde estás no has hecho absolutamente nada y los que estamos de este lado resultamos ser enemigos (La razón por la que finalmente actuaron fue por una denuncia de un vecino al que los perros del parque le parecieron violentos). Continuando con esta agradable e instructiva charla, me encantaría que entendieras algunas cosas que me parece, a manera personal, que estás pasando por alto. ¿Cuándo se volvió un delito ayudar a quienes necesitan? ¿qué código de policía o penal podría sancionarme por ayudar animales callejeros? Y, lo más preocupante, ¿por qué se me coacciona, amenaza y se me intenta sancionar cuando la compasión es un bien común que todos, incluidos ustedes, deberían profesar? En resumidas cuentas, tu hoja de vida, tus estudios en veterinaria y me imagino que el trabajo arduo de estos años te ha debido enseñar eso. ¡Ah! Lo olvidaba, eres diseñadora gráfica, te sentaron aquí para callarte y tú te vendiste al mejor postor, una administración miserable que roba los presupuestos y te paga para que te sientes a hablarme a mí con superioridad de lo que debo cambiar para hacer bien mi trabajo, te sigo perfectamente.  


Recuerdo haber salido y sentarme en un parque a ver llover. Jamás en mi vida me sentí tan sola en toda mi vida. Romperse. Hacerse pedazos contra el pavimento. Caminar en círculos mientras todo cae a tu paso. La estática de los pensamientos desordenados. Nada volverá a recomponerse, nada volverá a armarse, solo la imagen de la camioneta que los alejaba de mí. La rabia, la renuncia, la derrota, ahora la soledad. Lo que el amor no puede lograr es la enseñanza de estos días donde todo ha perdido sentido. El desapego batiendo sus alas.  Sentada en un banco, llorando por dentro. No hay sol, no hay alegría. Solo un barrio empantanado, feo, solitario. Pareciera que abril llorara conmigo. Creo que el día que se los llevaron no entré completa a mi casa. Algo se rompió, no volví a ser la misma persona y no quiero volver a serlo. Y mientras escribo este texto lloro de rabia porque odio estar aquí.   Porque tengo el corazón roto y eso es algo que no puede remediarse.   


En los tiempos del amor moderno no hay nada para nadie. Todos naufragamos en los sueños de otros. Quién dijo que seriamos felices, que la vida sería más fácil si teníamos un trabajo, un hombre divino que nos ame con locura. En los tiempos que corren apenas si sobrevivimos a nosotros mismos.  Pero la misión que escoges, o te escoge por las necesidades que te rodean, a veces va dándote razones para no continuar. Luchar contra un sistema de pensamiento colectivo es generalmente una lucha solitaria porque se convierte en una batalla donde es más lo que pierdes que lo que ganas. Sacrificas los viajes que podrías hacer, las maratones que podrías correr en algún lugar lejano por estar ahí para ellos. Tengo tres perritas rescatadas de la calle y desde hace 5 años todo mi tiempo y energía está en procurarles una vida feliz. Me comprometí cuando las traje a casa, cuando las alimenté y cuando sané sus corazones rotos por el maltrato, el abandono y quizás, lo peor, la indiferencia de los que pasaban a su lado y nos las veían porque en los tiempos del amor moderno, nos amamos con mensajes de whatssap, nos consolamos con likes a nuestras publicaciones vacías y nos dejamos bloqueando facebook porque se acabó. Entonces en la vida diaria nos enfrentamos con la soledad del camino. Con el cansancio de sentir que no se logra nada que perdure o que realmente valga la pena. Como un refugio con recursos para hacer sostenible una labor como salvar perros y no depender de la administración pública, pero tampoco tener que alimentarlos en la calle.  Intentar ayudar con una comida y una caricia no sirven para absolutamente nada porque ellos siguen allí. Entonces revalúas todo y ya no quieres hacer nada, pero ellos siguen apareciendo a buscarte y soy incapaz de no acercarme de no querer salvarlos a todos.


Como soy una mujer testaruda y me encanta llevar la contraria, continuo. Me armo de valor y sigo caminando estas mismas calles empantanadas y tristes buscando una manera de ayudar. A mis dos perros se los llevaron, pero no ha pasado un solo día en que no los piense. Hace un par de semanas logré sacar a uno de ellos del Centro de Bienestar. Pasé una tarde entera en un carro esperando un adoptante que nunca llegó a recogerlo. Mi muchacho se refugiaba en mis brazos, angustiado porque ellos sienten, porque ellos sufren, como nosotros, el abandono y tienen miedo de perder lo poco que les damos, sabiendo que es infinitamente más grande lo que ellos dan, el amor incondicional que solo los perros pueden dar. Recuerdo a mi muchacho con una pañoleta torcida, cabeceando en medio de la noche, agotado. Hace apenas unos días logré encontrar una finca donde lo recibieran, una guardería de una señora amorosa que al verme en un andén a las 10 de la noche me dijo que lo tendría un par de días mientras yo le buscaba una familia. Gente pobre y humilde que no sabe de egoísmo. Tuvimos la fortuna de despedirnos de él.  El domingo pasado lo recogimos bañado y limpio, con esa mirada de alegría, ya no había cansancio, solo un perrito grande y alocado que quiere ser feliz. Lo dejamos en una esquina de la mano de la mujer que lo llevaría a su nuevo hogar. Cuando se alejaba la camioneta, solo pude mirar cómo se lo llevaban de mi vida pero con la alegría de haberle encontrado un hogar.  La lección más grande de este periodo de oscuridad profunda es que me quedan Tristán, Muñeca,  Negra  y los que lleguen porque no renuncio, porque continuo a pesar de las derrotas, el apego y la soledad de los amores modernos que pocos entienden.  

“Muchos de nosotros tenemos mucho amor en nuestro interior y no sabemos qué hacer con él, pero lo reprimimos. Y es justo ahí donde tienen cabida los perros. Con ellos, podemos dejar fluir nuestro amor con libertad sin temer que nos juzguen o nos rechacen. Son como válvulas de escape” (Amy Sutherland).



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