El año pasado revisando como siempre temas de actualidad en las páginas que suelo leer con regularidad para informarme encontré un par de artículos muy interesante en el New York Times en español. Se trataba de una sección de escritos redactados por personas comunes y corrientes que abordan temas de la vida de todos nosotros. Mujeres desengañadas o divorciadas, viudas aburridas que tras la pérdida de sus esposos se sentían abatidas o personas que a través del servicio a otros encontraban la manera de sobrevivir a un mundo difícil para cada uno de ellos. Se llama Modern Love y tras seguirlo con asiduidad desde entonces me he sentido muy identificada con algunas historias. También me ha hecho formularme preguntas interesantes sobre la misión de cada uno de nosotros en este mundo. Me es imposible pensar que vinimos única y exclusivamente para tener dinero, fama y si hay suerte una felicidad permanente. Uno de los artículos que más me impacto es “El Amor que solo los perros pueden provocar” por: Amy Sutherland: “para mi sorpresa, me había convertido en una celestina. Las tardes de los sábados me ponía mi playera gris y me dirigía a la Liga de rescate Animal de Boston, donde ayudaba a las personas a encontrar a sus almas gemelas perrunas entre una sinfonía de ladridos. Con este trabajo no solo he aprendido cómo emparejar a las personas y a los animales, he recibido una clase maestra sobre la capacidad del ser humano, una lección que yo necesitaba encarecidamente”.
Cuando analicé con profundidad la
naturaleza de lo que escribía esta mujer, me pregunté cuál era el reto más
apremiante de mi vida en ese momento. Ella como yo desconfiaba de sus
congéneres y cada vez que intentaba entender la naturaleza humana, una enorme
barrera se plantaba en frente y no la dejaba avanzar hacia los objetivos
propios de una labor como salvar y ayudar peludos abandonados. Me pareció
absolutamente hermoso el hecho de que ella entendiera con claridad cuál era su
misión en esta tierra y que no tuviera miedo de enfrentarse con sus propios
problemas para dilucidar por fin que no hay nada más hermoso que una vida con
sentido. Cuando veo las fotos de mis excompañeros de trabajo, de mis amigas o
conocidos, siempre tengo la sensación de que transito un camino que a veces no
entiendo del todo. Alguna vez me visitó una conocida, se quedó perpleja
mirándome enfundada en mis botas pantaneras y mi pantalón raído y me dijo,
mientras bajaba de su carro del año, que me veía distinta. ¡Cómo es posible que
hayas cambiado tanto! ¡En la universidad eras la más inteligente, si hubieses
seguido trabajando en radio no estarías así!
La cosa pasó de largo, pero en mis largas vigilias empecé a pensar en
sus palabras y me sentí muy incómoda conmigo misma. Sin embargo, ya no había
manera de volver atrás y continúe dando mis primeros pasos hacia lo que es hoy
en día la misión que tengo en este mundo.
Es muy complicado entender la
naturaleza de nuestro pensamiento. Y una de las mayores dificultades es dejar
de pensar en nuestras propias necesidades. Dejar a un lado esa importancia tan
compleja que no nos permite pensar en ayudar sin evaluar cuánto ganaremos por
ello o cuál será la paga a nuestros esfuerzos. No está mal querer una casa más
grande ni un carro más moderno, lo complicado es que toda la energía se vaya en
ello y que en esa lucha olvidemos las cosas sencillas que podemos hacer por
otros. En mi caso dejé de pensar en el valor que me daban los otros por las
cosas que tenía y me enfoqué en algo distinto a mí. Uno de los grandes retos es
aceptar mi vida tal cual es, vivir mi día con las cosas que suceden, aunque a
veces quiera salir corriendo porque es demasiado. Y no lo digo por que haga
mucho si no, más bien, por qué no puedo hacer lo correcto siempre. No tengo los recursos económicos y debo
hacerme a un lado con el corazón arrugado. De vez en cuando también me siento
acorralada cuando veo que nadie lo entiende y parezco la loca de los perros
publicando animalitos perdidos o cachorros que necesitan una mano de
nosotros. Pero dejó a un lado eso y sigo
adelante esperando que me dejen tranquila con mis cosas. “A medida que pasaba
más tiempo el refugio, descubría que me había vuelto menos paciente con los
seres humanos, incluido mi dulce esposo. Pasear perros me alegraba, pero mi
humor se ensombrecía cada vez que pensaba en la estupidez y la indiferencia de
mis hermanos, los Homo sapiens. En el metro, de regreso a casa, me sorprendía
darme cuenta de que fruncía el ceño varias veces a los desconocidos en el tren”
Uno de los retos más importante
ahora en mi vida es combinar la ayuda a los animales con la escritura. No es
posible abrir un camino sin reflexión, por eso intento combinar estas dos cosas
para hacer de esto algo permanente y que no parezca un capricho de mujer
desocupada. Creo que una de las grandes fortalezas de la vida moderna es que
nos permite socializar lo que pensamos y hacer de esto un arma perfecta contra
la ignorancia de muchos de nosotros, porque estoy segura de que las personas
que me leen entienden que detrás de todo hay un anhelo real de que las cosas en
este mundo sean más fáciles para otros.
Estoy convencida de que si cada uno desde nuestra realidad hiciéramos
algo no estaríamos tan jodidos como estamos. Mi esposo y yo desde este barrio
remoto hemos cambiado vidas. Y ¿cómo lo hemos hecho? actuando. De nada sirve
postear memes de otros, ni lanzar la pelota al terreno de los que deberían
hacer algo. Un ejercicio que ayudaría mucho es levantarse cada mañana y hacer
algo por alguien sin preguntarse qué se va a recibir a cambio.
Hace poco vi un estilista
prestigioso de los Ángeles que dedica dos días de su semana para salir a las
calles a dar un corte y una afeitada gratis a personas en condiciones de calle.
La recompensa es ver una persona que por una hora se siente importante y amada.
Un momento de su vida para escuchar sin
juzgar una historia y eso es tener una misión en este mundo. Yo voy con una
bolsa plástica por todas partes dando una caricia y un ratico de amor a
animales que están solos. Y quiero contarles que no he visto ojos más
agradecidos y hermosos que los de ellos cuando voy a su encuentro. Sé que para
algunos eso no sirve para nada, para mí lo es todo. Es intentar hacer algo y no
quedarme en casa criticando y diciendo que este mundo es una mierda.
Aunque también debo decir que en
los últimos dos meses todas las cosas que parecían claras se han ensombrecido y
el fantasma de la renuncia ha venido a visitarme sin invitación. Todo el
trabajo hecho durante 4 años empezó a derrumbarse una mañana cuando llegó la
policía y la secretaria de ambiente a recoger los perros que alimentaba y a los
cuales les buscaba un hogar. Los vi venir a mi encuentro como si fuese una
delincuente, me esperaban afuera del conjunto donde vivo en un operativo que
más parecía la caza de un traficante de drogas o un proxeneta. Me acorralaron
al lado de la puerta de entrada con varias denuncias de la comunidad porque
alimentaba animales callejeros y los mantenía en la calle por voluntad propia.
Tengo que reconocer que en aquel momento no podía pensar con claridad. Solo
veía a los perros tratando de meterse detrás de mis piernas para escapar de las
mallas y los collares para subirlos a una camioneta. Y voces que no
entendía. Solo miraba a Tristán y a
Bowie asustados y mucha gente mirando desde las esquinas sin decir una maldita
palabra. Se me cayó la bolsa con la comida
y empecé a dar tumbos mientras mis animales eran subidos como basura porque le
incomodaban a la gente. Fui amenazada por la comandante a cargo de la operación
y me advirtieron que me quedara callada porque si me resistía me detenían. Y la
verdad, en otro momento hubiese actuado como una loca, pero estaba derrotada y
algo dentro se me rompió, no sé qué paso. Hasta hoy ando recogiendo pedazos sin
lograr recomponer nada. Escuché hace
poco que quizás padezco el síndrome del corazón roto.
Me recluí durante un par de días
superada por todo. Lo único que salvó mi vida fue un libro de Luis Miguel
Rivas, Tareas no hechas. Y la misma pregunta de todos los días qué diablos
hago, cómo soluciono este enredo, qué puedo hacer para recuperar el ánimo. Y
las lágrimas saboteándolo todo. Pero recordé ese artículo, lo busqué nuevamente
y lo leí. “Luego me di cuenta de que, si de verdad quería ayudar a los perros,
necesitaba hacer algo más que ejercitarlos o consolarlos. Tenía que ayudarlos a
salir del refugio más rápido” Entonces me vestí, traté de ocultar con
maquillaje las terribles ojeras y me fui con carta en mano a defender la vida
de mis animales. Aquí en este pueblo no hay nada para ellos. La administración
municipal ha recortado todos los presupuestos y ni se hace ni se deja hacer.
Los funcionarios de la secretaria de ambiente toman tinto detrás de sus
escritorios y ofrecen cifras manipuladas de esterilizaciones, recolección de
animales y el Centro de Bienestar Animal de Cajicá es lo único que es operativo
porque es una exigencia de los de arriba. Estuvimos más de dos años sin nada.
Recuerdo haberme sentado frente a
una de sus funcionarias. Una antigua compañera de batallas que desde que ocupa
su puesto con la alcaldía de turno ha cambiado de manera drástica su posición
frente a nosotros los animalistas. Escuché pacientemente todas las cosas que
tenía que decirme: Es importante que revises tu forma de trabajo, estás
fallando si crees que alimentando animales de la calle haces algo (Me lo decía
sin pestañear, olvidando que los perros que alimentaba fueron reportados al momento
de aparecer en el barrio sin que se hiciera nada), debes organizarte e intentar
no tener animales en la calle. Una de las denuncias que hay en tu contra es por
una tenencia irresponsable, las personas están muy preocupadas porque tienes
tus perros tirados (tal vez, aunque no creo, no sabía de mis tres perritas que
viven como reinas y que son más de lo que cualquiera tendría en un espacio como
en el que vivo). Necesito que te comprometas con nosotros con que no vas a
seguir alimentando perros callejeros porque dentro de nuestra política pública
animal esa no es una herramienta que funcione (en una ocasión que intentamos
poner un comedero y un bebedero permanente en el parque nos dijeron: los perros
son como los indigentes, si los alimentas, se quedan). Yo intentaba no mirarla a los ojos y jugaba
con la carta entre mis dedos encajando lo que ella me decía con una inmensa
sonrisa y una expresión de compasión que escalaba de manera paulatina por mi
columna y me tenía al borde de un ataque de histeria que si sucedía podía joder
lo que de por sí ya estaba totalmente a punto de caer. Respiré profundo, la miré
y respondí, haciendo acopio de toda la paciencia que no tengo: Lo único que me
interesa en este punto es que ustedes me garanticen la vida de mis perros
mientras yo les busco un hogar. Por eso estoy aquí y necesito saber qué tengo
que hacer para que ellos puedan acceder a un plan de adopción y al respeto de
sus derechos. Bueno, y ya que estamos aquí sentadas charlando, valoro
infinitamente tus concejos, pero hay algo que me gustaría que no pierdas de
vista: Primero, esto a que tu llama trabajo es simplemente una labor que hago
de manera desinteresada por los animales con mis propios recursos. Partiendo de
ese principio, un trabajo es estar contratada, por ejemplo, por ustedes y que
los lineamentos, los recursos económicos y ayuda vinieran de ustedes que son
los que están aquí para garantizar que personas particulares no tengamos que
esterilizar, alimentar y hasta hacer colectas para operar animales desamparados
que mueren en los andenes sin que ustedes hagan nada. En muchas ocasiones hemos
intentado contactarlos, pero creo que tú ya sabes de sobra los argumentos suyos
para no ayudar: No tenemos transporte, en este momento el veterinario está
haciendo una visita, lo sentimos, no podemos recoger ningún animal porque no tenemos
Centro de Bienestar. Muchas veces he intentado recibir alguna ayuda, pero no ha
sido posible porque aquí lo único cierto es que ustedes están por devengar un
sueldo fijo, pero a ninguno de ustedes les interesan los animales. Quizás tú en
algún momento tuviste alguna afinidad, pero desde que te sentaste ahí donde
estás no has hecho absolutamente nada y los que estamos de este lado resultamos
ser enemigos (La razón por la que finalmente actuaron fue por una denuncia de
un vecino al que los perros del parque le parecieron violentos). Continuando
con esta agradable e instructiva charla, me encantaría que entendieras algunas
cosas que me parece, a manera personal, que estás pasando por alto. ¿Cuándo se
volvió un delito ayudar a quienes necesitan? ¿qué código de policía o penal
podría sancionarme por ayudar animales callejeros? Y, lo más preocupante, ¿por
qué se me coacciona, amenaza y se me intenta sancionar cuando la compasión es
un bien común que todos, incluidos ustedes, deberían profesar? En resumidas
cuentas, tu hoja de vida, tus estudios en veterinaria y me imagino que el
trabajo arduo de estos años te ha debido enseñar eso. ¡Ah! Lo olvidaba, eres
diseñadora gráfica, te sentaron aquí para callarte y tú te vendiste al mejor
postor, una administración miserable que roba los presupuestos y te paga para
que te sientes a hablarme a mí con superioridad de lo que debo cambiar para
hacer bien mi trabajo, te sigo perfectamente.
Recuerdo haber salido y sentarme
en un parque a ver llover. Jamás en mi vida me sentí tan sola en toda mi vida.
Romperse. Hacerse pedazos contra el pavimento. Caminar en círculos mientras
todo cae a tu paso. La estática de los pensamientos desordenados. Nada volverá
a recomponerse, nada volverá a armarse, solo la imagen de la camioneta que los
alejaba de mí. La rabia, la renuncia, la derrota, ahora la soledad. Lo que el
amor no puede lograr es la enseñanza de estos días donde todo ha perdido
sentido. El desapego batiendo sus alas.
Sentada en un banco, llorando por dentro. No hay sol, no hay alegría.
Solo un barrio empantanado, feo, solitario. Pareciera que abril llorara
conmigo. Creo que el día que se los llevaron no entré completa a mi casa. Algo
se rompió, no volví a ser la misma persona y no quiero volver a serlo. Y
mientras escribo este texto lloro de rabia porque odio estar aquí. Porque tengo el corazón roto y eso es algo
que no puede remediarse.
En los tiempos del amor moderno
no hay nada para nadie. Todos naufragamos en los sueños de otros. Quién dijo
que seriamos felices, que la vida sería más fácil si teníamos un trabajo, un
hombre divino que nos ame con locura. En los tiempos que corren apenas si
sobrevivimos a nosotros mismos. Pero la misión
que escoges, o te escoge por las necesidades que te rodean, a veces va dándote razones
para no continuar. Luchar contra un sistema de pensamiento colectivo es
generalmente una lucha solitaria porque se convierte en una batalla donde es más
lo que pierdes que lo que ganas. Sacrificas los viajes que podrías hacer, las
maratones que podrías correr en algún lugar lejano por estar ahí para ellos. Tengo
tres perritas rescatadas de la calle y desde hace 5 años todo mi tiempo y energía
está en procurarles una vida feliz. Me comprometí cuando las traje a casa,
cuando las alimenté y cuando sané sus corazones rotos por el maltrato, el
abandono y quizás, lo peor, la indiferencia de los que pasaban a su lado y nos
las veían porque en los tiempos del amor moderno, nos amamos con mensajes de whatssap,
nos consolamos con likes a nuestras publicaciones vacías y nos dejamos
bloqueando facebook porque se acabó. Entonces en la vida diaria nos enfrentamos
con la soledad del camino. Con el cansancio de sentir que no se logra nada que
perdure o que realmente valga la pena. Como un refugio con recursos para hacer
sostenible una labor como salvar perros y no depender de la administración
pública, pero tampoco tener que alimentarlos en la calle. Intentar ayudar con una comida y una caricia
no sirven para absolutamente nada porque ellos siguen allí. Entonces revalúas
todo y ya no quieres hacer nada, pero ellos siguen apareciendo a buscarte y soy
incapaz de no acercarme de no querer salvarlos a todos.
Como soy una mujer testaruda y me
encanta llevar la contraria, continuo. Me armo de valor y sigo caminando estas
mismas calles empantanadas y tristes buscando una manera de ayudar. A mis dos
perros se los llevaron, pero no ha pasado un solo día en que no los piense. Hace
un par de semanas logré sacar a uno de ellos del Centro de Bienestar. Pasé una
tarde entera en un carro esperando un adoptante que nunca llegó a recogerlo. Mi
muchacho se refugiaba en mis brazos, angustiado porque ellos sienten, porque ellos
sufren, como nosotros, el abandono y tienen miedo de perder lo poco que les
damos, sabiendo que es infinitamente más grande lo que ellos dan, el amor
incondicional que solo los perros pueden dar. Recuerdo a mi muchacho con una
pañoleta torcida, cabeceando en medio de la noche, agotado. Hace apenas unos días
logré encontrar una finca donde lo recibieran, una guardería de una señora
amorosa que al verme en un andén a las 10 de la noche me dijo que lo tendría un
par de días mientras yo le buscaba una familia. Gente pobre y humilde que no
sabe de egoísmo. Tuvimos la fortuna de despedirnos de él. El domingo pasado lo recogimos bañado y limpio,
con esa mirada de alegría, ya no había cansancio, solo un perrito grande y
alocado que quiere ser feliz. Lo dejamos en una esquina de la mano de la mujer
que lo llevaría a su nuevo hogar. Cuando se alejaba la camioneta, solo pude
mirar cómo se lo llevaban de mi vida pero con la alegría de haberle encontrado
un hogar. La lección más grande de este periodo
de oscuridad profunda es que me quedan Tristán, Muñeca, Negra y
los que lleguen porque no renuncio, porque continuo a pesar de las derrotas, el
apego y la soledad de los amores modernos que pocos entienden.
“Muchos de nosotros tenemos mucho
amor en nuestro interior y no sabemos qué hacer con él, pero lo reprimimos. Y
es justo ahí donde tienen cabida los perros. Con ellos, podemos dejar fluir
nuestro amor con libertad sin temer que nos juzguen o nos rechacen. Son como
válvulas de escape” (Amy Sutherland).
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