Manchas

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domingo, 28 de junio de 2015

Ojos de Gitano: Jenaro Mejía Kintana.

Ojos de Gitano.
En memoria de Jenaro Mejía Kintana.


Cuando sonó el teléfono, Juan se quedó mirando la pantalla incrédulo ¡Pero mire usted pues, hombre, la sorpresa! Cuando me dijeron que venía no me lo podía creer, como la vez pasada me quedé con los crespos hechos esperándolo - se rio con ganas mientras continuaba hablando fuerte 
- ¡entonces qué, Jenarito, ¿dónde está mijo que nada que llega? Después de un par de risas colgó diciendo: se está bajando del metro, subamos a la estación a recogerlo. Caminamos a buen paso un par de cuadras, yo con lupa, la perrita schnauzer de Blas, cogida del collar. Siempre mirando para todo lado como buena rola que no conoce nada de Medellín. Nos encontramos sin buscarnos, como si nos hubiéramos puesto una cita exacta. Jenaro venía como siempre con su sonrisa enmarcada en la cara aunque un poco más delgado y ojeroso de lo normal. Se prendió un cigarrillo Mustang y le dio una calada mientras nos alcanzaba, nos abrazamos todos con alegría, cada cual vivía en diferentes partes. Esa casualidad era excepcional pero no lo pensamos. Compramos provisiones, me refiero a unas cervezas en lata, un aguardientico antioqueño y varios paquetes de cigarrillos pues, gracias a mi dios, todos bebedores y fumadores, nada de abstemios o alcohólicos en rehabilitación. Esta sería la última vez que estaríamos juntos. Para mí era la primera vez con Juan, a Jenaro ya lo conocía. Sacamos las butacas al balcón, era una noche buena para estar afuera. Al son de las cervezas hablamos de todo un poco, del viaje a Francia de Jenarito, para hacer una exposición con todas las de la ley, de las grandes posibilidades que le ofrecía está oportunidad, de los cuadros que iba a llevar a Grenoble, de la opción de quedarse a estudiar. ¡Qué verraquera hombre! - decía Juan mientras le entregaba una cerveza. 
- Unita no más - decía Jenaro con risa - que no puedo tomar mucho, he andado como maluco estos días. 
- ¿Y eso por qué? 
- No sé, los nervios, tanta vaina hombre Juan en la cabeza.
 - ¿Pero temas de plata o qué? Jenaro, usted siempre ha sido muy tranquilo con ese tema del billete. 
- Sí, pero mirá hombre que ha estado dura la cosa. Me ha tocado reunir la plata pal viaje a Francia y verraco, no crea. 
- Pero bueno, lo importante es que hay que aprovechar esa oportunidad al máximo. 
- Claro Juan, una vacanería poder mostrar mi obra allá. - ¿Cuántos cuadros llevás? 
 - Unos cien, creo. Aún no me han dicho. Todo depende de la plata que tenga uno pa llevar las vainas. Las más que se puedan.
 - ¡Ah! muy bueno Jenarito, ¡qué alegría! - ¿Y cuánto tiempo vas a estar allá? 
- Unos dos meses. Pero si surge algo se podría alargar. 
- No, Jenaro, una maravilla. Ahora sí que te volviste un artista internacional. 
- ¡Qué va, Juan! en Europa hay mucha gente genial. Lo que toca es aprender mucho, mirar el trabajo de los artistas, crecer mucho como pintor para venir aquí a seguir trabajando en lo propio. Todo es aprendizaje, estas oportunidades son bellas es por eso, uno puede conocer otras culturas, relacionarse con otras personas, eso es algo invaluable para mí. 

 A eso de la medianoche, ya Kintana pasó al tinto, no tomó más cerveza. Reímos de lo lindo y nos despedimos con un fuerte abrazo a eso de las dos y media de la mañana. Después supimos que Juan y Jenaro se quedaron unas buenas horas más charlando. Esa sería la última noche que compartirían Juan y él. Por cosas de la vida, este encuentro entre dos amigos que se querían mucho no se repetiría. Como dice Juan Gil Blas: la vida tiene cosas muy hijueputas de entender. 



El Urabá estaba dibujado en sus ojos. Parecía nacido para ser árbol, siempre erguido y orgulloso de su raza, de su sencilla manera de vivir, rodeado de pinceles, bastidores, lápices, crayolas. Nació en una familia campesina en Campamento Antioquia en el año de 1957. La lucha siempre fue para él parte de ser hombre. Por eso lo dejó todo, un trabajo estable en las bananeras, y se aventuró en sus propios sueños para llegar a ser lo que realmente anhelaba su corazón. Pintaba día y noche. Buscaba en su imaginario la manera de plasmar sin artificios lo que veía en las calles de su pueblo, en las miradas de la gente que lo rodeaba, en la violencia del tiempo que vivía. Tuvo que ver de cerca el conflicto armado durante varias décadas, en el que las masacres y las desapariciones eran el pan diario de la vida en Urabá. Por eso pintaba para gritar lo que sentía, para decirle al mundo que a través del arte también podemos llorar, es posible hasta creer en algo diferente a lo que por desgracia se hereda, como la muerte. Desde adolecente se vinculó al Taller de Arte Nueva Generación en Apartado donde conoció al maestro José Debanny Marín quien lo influenció de manera positiva en el tema del arte y el inmenso compromiso que tienen los seres humanos con la época en la que viven. Por eso Kintana, desde su mirada y desde su trabajo, como artista siempre les dijo a sus interlocutores que sus colores y formas eran otra cosa, no quería ser parecido a nadie, él quería que lo recordaran por su propio estilo. Su creación artística fue muy propia y primitiva. Por eso el maestro escribía, por esa razón en algunos momentos de su vida decidió buscar nuevos caminos. Se radicó en el Bajo del Oso en Aparatadó, luego se fue a Medellín y terminó en el barrio El Paraíso en Bogotá, donde se dedicó a dibujar, a tallar, a pintar, a caminar por la ciudad. En la capital siempre se sintió cómodo, aunque lejos de su tierra, seguro, feliz de poder dedicarse a su arte. Las limitaciones económicas siempre fueron un quebradero de cabeza porque, como buen soñador, los temas de dinero no eran lo más importante y por eso regalaba algunas de sus obras. En su corazón quería darlo todo. 



Después de varios años en Bogotá, por razones familiares, regresó a Apartado y continuó trabajando con muchas limitaciones económicas ya que era el encargado de proveer a su familia de lo necesario para subsistir. El hecho de no contar con una casa propia lo llevó a perder muchas obras de trasteo en trasteo. Sin embargo, eso jamás fue un obstáculo para continuar su imparable creación que aún no ha podido ser clasificada por su extensión. Se habla de que dejó más de tres mil obras. Juan Gil Blas, escritor, me obsequió unos apartes de una entrevista que le hizo a Jenaro hace un par de años en su casa de la Calle San Juan en Medellín. Una de las impresiones más importantes es el profundo sentimiento de soledad del maestro, una tristeza honda por la realidad del país, por la difícil tarea de ser de alguna manera un artista reconocido en Urabá, aunque no pedía serlo. Para Jenaro Kintana el compromiso era con la vida, con el arte, con la pintura, con la época. Al hablar con Juan sobre el proyecto de este escrito fue muy generoso al darme este material argumentando que no necesitaba colocar el crédito de su entrevista. Pero es menester de mi escrito darle voz a uno de los grandes amigos de Jenaro que hasta el día de su muerte lo acompañó con profunda admiración y respeto, no solo por ser un gran ser humano sino un artista de los mejores que ha parido esta tierra de olvidos y miserias. 



Aquí transcribo algunos apartes de la entrevista que permiten vislumbrar quien era el maestro: 

 “—La aprendiste en Urabá. 
—¿Qué? 
—La pintura.
 —He ido aprendiendo, en Urabá, y ya los contactos también pues con… 
—Pero Urabá. 
—Pero sí, el aprendizaje de la pintura, de los colores y las vainas es Urabá todo. Urabá. Yo… un ejercicio que yo creo que empezó por ahí qué, catorce, quince años.
 —¿Hace? 
—A los catorce o quince años más o menos de mi edad. Me alegra mucho, conocí a Neruda en Anorí. Conocí a Neruda en Anorí como en una vaina de prensa donde había el poema número veinte, conocí a Neruda ahí pues como así en esa época. Fue muy bonito eso, y ya, la comunión sí con el campo, así, también, de campo, muy… Y el arte yo lo he tomado como…, o el ejercicio mío como un juego, yo me acuerdo que pintando eso como jugando con el trompo, o tirando canicas, o bueno, como un juego, pero a la vez muy serio también, porque vos si estás jugando canicas y si no aprendés a tirar bien te pelan, y bueno, o el trompo también, no te baila bien si no aprendés a tirarlo bien, a enderezarle bien el error, si lo querés que baile bastante, o como lo querrás, o que zumbe. Como un juego, pero un juego muy serio. Entonces cuando ya llega uno como a estas partes así que la gente comienza Rún, rún, que Fulano, que el trabajo, que no sé qué, entonces la cosa es comprometedora, pero uno no, uno cuando arrancó no tengo que…, de como esas cosas, ni quiero pues tampoco como apecharme pues tampoco como en esa cosa, yo no sé, Juan, pero sí se preocupa uno de todas maneras. Mucha responsabilidad ya por la credibilidad de la gente…”

 “—Yo he vendido mucho trabajo, Juan, ¿me entendés?, lo he vendido favorable, a bajo precio, para sobrevivir, ¿me entiende?, todo eso, pero…, pero y con eso hay mucha más responsabilidad, hay mucha más responsabilidad, que a vos te compran, entonces Uy, hijueputa, van creyendo en vos. —¿Vos empezaste a vender a partir de la primera exposición? —No, yo creo que demoré muchos hijueputas años para vender el primer trabajo, pero sí, sí. Pero como vender-vender, nunca.”

 “—Yo venía trabajando digamos en un aprendizaje y yo empecé pintando mucho como con el azul, algo así muy azul…, por mis gustos con el color azul, que para mí el color, si algún color a mí me fascina de la naturaleza es el azul, y en toda su gama de azules, me fascina mucho el azul, el azul como por la tranquilidad, por lo que es como el horizonte, la lejanía, bueno, como ese tipo de cosas. Y de ahí, pero también mezclados con todos los colores, porque yo sé y si vos ves los primeros ejercicios de mi trabajo mezclando, trabajé incluso con los dedos de la mano, todos los colores y mezclados. Juego con los colores. Después, en esa época, comienzo yo a pensar cómo (… …) como a tanta sangre y tanta vaina, a partir de colores, es donde empecé trabajando con el rojo, con el negro, y posteriormente el blanco.” 



Sus materiales de trabajo tenían el espíritu de la tierra. Recogía de las calles tablas, puertas, ventanas de las casas donde habían sucedido las masacres. También utilizó las cajas de las bananeras, que tanta violencia y muerte le han dado a este país, para pintar. Una de las cosas más particulares del maestro Kintana era su eterna búsqueda, su alma de niño era inagotable. Un niño que jamás perdió el brillo juvenil de su mirada de gitano. Ojos como nunca vi, felinos, grandes. La primera vez que lo conocí en “La Oficina”, una cafetería diagonal a la Casa de la Cultura de Apartado, me impresionó su timidez, su humilde manera de acercarse. Muy mesurado en su lenguaje, pero muy cercano y cariñoso con todos los que sabíamos, calladamente, la clase de artista con la que estábamos sentados. Sin pretensión de alardear sobre sus conocimientos de arte o sobre sus bellos poemas, era un lector ávido y una persona sumamente culta. Independiente a eso, un ser humano de una generosidad y un sentido del amor que te traspasaba, te hacía querer ser una mejor persona. ¿Y cómo no conmoverse al escucharlo hablar de su trabajo, de sus caminatas incesantes para reconocer en todos quién era él? Todos somos la tierra, todos somos uno, decía con mucha emoción. Hablaba arrastrando un poco las palabras, su sangre antioqueña era su sello. Su ropa se componía de una camiseta blanca del Taller de Escritores de Urabá, bien planchada y limpia, un pantalón de jean y unas botas de obrero. Una gorrita azul deportiva y una mochila terciada de lado. Fumaba bastante y miraba siempre a los ojos a las personas con las que hablaba. Jamás interrumpía cuando otros tomaban la palabra y esperaba pacientemente la hora de decir lo que pensaba y la risa de aquel hombre ojalá no se nos olvide nunca a ninguno de los que lo conocimos. Como dice Hector Abad Faciolince en su libro el Olvido que Seremos: “La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos. O mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigados sobre una playa de olvidos” 



 Uno de sus amigos más cercanos, el poeta y catedrático de la Universidad de Antioquia Juan Mares Poteas, en un artículo publicado después del fallecimiento de Kintana afirma: “En muchas ocasiones me iba por los potreros y las bananeras hasta la casa de Jenaro en el Bajo del Oso. Allí tertuliábamos cuando él no podía asistir. Por aquellos días no pensaba retirarse de Unibán y aún no se había decidido lanzarse como artista en pleno y en medio de la incertidumbre de noches tenebrosas, fijaba imágenes geométricas y punteaba colores para relatar el miedo, la angustia y el horror desencadenado por la soberbia, era una guerra ya fratricida y radical mucho antes, mucho antes. En el titular de un periódico de mucha circulación en el país alcanzaron a titular: “En Urabá vale más un banano que la vida de un administrador.” Dos bandos se disputaban los sindicatos y ya por los noventa empezó la retaliación por otras fuerzas igualmente tenebrosas y estos no llegaron graneando, llegaron arrasando y el dolor creció. Cada que nos encontrábamos nos abrazábamos como si fuera el último, ya cualquier cosa podría ocurrir” Juan Mares retrata de manera muy sincera los embates de una época difícil para Jenaro Kintana que estuvo siempre en la mitad de un conflicto personal y social que marcó de manera definitiva el carácter de su obra llena de personajes, entre los que se encuentran niños desamparados y hambrientos, mujeres desplazadas por el conflicto armado, cadáveres, tiempos turbulentos y tristes que han desangrando a Colombia y que siguen sucediendo una y otra vez. Es como una cadena de calvarios que es parte ya de nuestro imaginario porque hemos crecido en medio de las balas, odios, luchas y asesinatos. 



 Siempre me ha sorprendido mucho que la obra del maestro Kintana no haya sido valorada como se debe, que no fuera reconocido en vida por su extenso y maravilloso trabajo. Por eso este ejercicio que le debía al maestro ha surgido como una promesa cuando vi el espíritu de sus dibujos, la extraordinaria esencia de sus colores, su fuerza creadora, su energía animal que espero que las personas que lean estas líneas se tomen el tiempo de observar y valorar, dejando atrás las comparaciones o las odiosas maneras que tienen muchos artistas plásticos para desvirtuar la técnica sin profundizar. A Jenaro Kintana hay que mirarlo con el alma, hay que darle la oportunidad de la sorpresa, de la ingenuidad, de la profunda mirada de un ser único que perdimos todos. Pero siempre estará su obra, siembre estarán los Bocones, las Vírgenes de Bojaya, Los niños de la calle, La Sequía, Los Andes, Banderas, Lugar Común, entre otros títulos. Se han referido a la obra de Jenaro como un artista abstracto, como un artista onírico y surrealista. Fue un enamorado de Picasso, Kandinsky, Guayasamin, Miró, Wifredo Lam, de Warhol y Basquiat, entre muchos otros. Lo que si es cierto es que no se parecía a nadie. “Sí, porque yo siempre me consideré muy malo para dibujar en la escuela, le sirvo un ejemplo, por decir algo, los profesores me decían: vea, que el marranito, entonces uno tenía que hacer el hijueputa marrano igualito al marranito, muy bravo, o el conejo, huy, esas particularidades tan verracas que lo meten a uno ahí como a primera pues, muy bravo, entonces yo siempre me negué como para el dibujo” Palabras de Jenaro cuando se refería a su manera de mirar el mundo desde siempre muy suya. 



Este trabajo ha sido a todas luces un camino de sinsabores, intentar reconstruir la memoria es algo doloroso. A veces se pregunta uno por qué la vida es de la manera que es, por qué en el mundo habitan un montón de alimañas que mueren de viejos al lado de la nada. Y con eso me refiero a los asesinos, a los políticos corruptos, a los violadores, a gente que se debería ir primero, ojalá sin despedirse. He tenido un amargo sabor de boca desde que se fue Jenaro. Esta vida es un ejercicio en el que todos deberíamos propender por dejarle algo al mundo diferente a una maraña de sombras y tristeza. Una mirada del lugar que habitamos, desde donde nos encontremos, reconstruir la memoria para que nadie nos olvide, sin importar cuánto dinero podamos tener por ello. Esa quizás es la enseñanza del maestro, crear, ser, vivir. Aunque la muerte sea caprichosa. 



Son las once de la noche, afuera llueve y ha sido un día muy frio en la sabana de Bogotá. Recordar a Jenaro ha sido muy triste, especialmente hoy. Recuerdo que vino a Bogotá a pedir la visa en la embajada de Francia días antes del viaje. Siempre se quedaba en el Paraíso en la casa de unos amigos que lo querían mucho, llamó a mi esposo, que en este punto del relato debo decir que fue el que me presentó al maestro, a él le debo todas las historias hermosísimas que sé de él. Nos visitó con Jota, su hijo, en nuestra casa de Cajicá. Nos trajo un par de pinturas que había hecho para recolectar dinero para su viaje. En ellas estaban, sin conocerlas siquiera, nuestras perritas: la Mona y la Negra. Jairo y yo en un lienzo naranja enfrentados uno al otro. 

- Jenaro, pero ¿cómo pintaste a la mona y la negra sin conocerlas? 
- Ah no sé, me imaginó que ya las conocía. Muy linda la casa, qué bonito lugar para vivir. 
- Felices, Jenaro. 
 - El dibujo que les traje es para que lo miren cada vez que peleen. Siempre se tienen que acordar de todas las cosas que los hacen estar juntos. Uno en la vida tiene que aferrase a lo que lo hace feliz y ustedes dos tienen que acordarse de eso siempre, que no se les olvide.



Compartimos una bella tarde, caminamos hasta el pueblo y en la plaza principal estaban celebrando el día de la raza. Kintana tomó un par de fotos y compramos un café con panela que nos ayudó a pasar el frió. Regresamos caminando, charlando de lo felices que nos hacía que hubiera sacado un ratico para venir a vernos. Como si no quisiéramos despedirnos, preparé dos o tres cafés más en casa, como intentando postergar la despedida, como si por alguna razón quisiéramos que se quedara para siempre con nosotros. 

La última imagen que tengo de ti es cuando paramos el bus, te quedaste muy cerca de mi corazón y me abrazaste. 
 - Jenaro lo quiero mucho. Suerte en Francia. 
- Gracias Yineth por el apoyo, sos una bonita. 
- No se olvide de nosotros, aquí vamos a estar para lo que necesite Jenarito. 
- Los llevo en el corazón. 
- Escribanos por Facebook, pónganos foticos de la exposición. 
 - Claro, apenas me instale y vea como es la movida yo les cuento como va todo. 
- Cuídese, gracias por las pinturas, la próxima vez que venga ya las vamos a tener enmarcadas en la sala para que las vea. 
- No se olvide lo que les dije, no peleen. 
- Jenaro, nosotros no peleamos - le respondí guiñando el ojo. 
 - Bueno, ya viene el bus. Nos vamos. 
- Adiós, Jenarito. 
- Adiós, Yineth, mucho ánimo, siga trabajando en lo suyo, no se dé por vencida. 
- No lo haré. 



Dos meses después supimos que Jenaro, al llegar de su exposición en Francia, había muerto en Chapinero. Unos amigos lo recogieron en el aeropuerto el Dorado de Bogotá. Al llegar al apartamento el maestro tuvo dificultad para respirar y cayó fulminado en el suelo. Fue trasladado a la Clínica Palermo a donde llegó por urgencias sin signos vitales. El maestro Kintana murió de un tromboembolismo pulmonar, que según registros médicos se produjo por un coagulo de sangre que se formó en sus piernas por el largo tiempo que estuvo sentado durante su viaje de regreso. Al empezar de nuevo a caminar, el coagulo se desprendió y viajó por sus venas, hasta llegar a los pulmones y taponar algún vaso, lo que le produjo la muerte. Vino a morir a su amada Colombia. Su cuerpo fue trasladado a Apartado después de un corto homenaje en Bogotá, al cual no pudimos asistir por la premura. Sentados en el estudio, sin poder dar crédito a una noticia tan desafortunada, se escucharon en el computador sin razón aparente doce campanazos de iglesia. El silencio nos rodeó y un estremecimiento me subió por la espalda, era el maestro Jenaro Kintana que se despedía de nosotros. Cerré los ojos un momento y busqué en el recuerdo su mirada gitana. La encontré serena, bravía, profunda. Le dije adiós, que nos veíamos en un ratico, que había sido un orgullo y una infinita felicidad conocerlo. Gracias maestro.



2 comentarios:

  1. Adoro sus obras son fascinantes , me identifico mucho con su arte. un abrazo.

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  2. muchas gracias por dar a conocer la vida de Jenaro. muy pocos la conocen y por lo tanto su trabajo en torno a la violencia.

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