Manchas

Manchas

martes, 2 de octubre de 2018

Hotel Bellavista, sobreviviendo entre gigantes (Un texto a 4 manos)




Un lugar que no conocíamos. La magia de la noche con la brisa del mar pegando de frente en la fachada del viejo hotel Bellavista en Cartagena. Una entrada espaciosa con ventanas coloniales y las columnas que hablan de muchos años de vida e historias. Rodeado de grandes titanes blancos que parecen mirarlo por encima del hombro, él resiste en su sencillez con la dignidad de un anciano de noble cuna. Guarda en su interior más grandeza que cualquier hotel presumido de la ciudad.

El mito comienza cuando te dicen que es tal vez el hotel más antiguo de Cartagena, que lo fundó una inmigrante francesa que llegó a la ciudad de turista y se enamoró de tal manera del lugar que dedicó su vida a recibir en su propia casa a nuevos viajeros, amor que heredó a su hijo y actual propietario. Porque más que un hotel es un hogar en el que hay residentes permanentes que viven su cotidianidad en los pasillos y áreas comunes, entre los anfitriones felinos que son como porcelanas itinerantes que varían la decoración del lugar todo el día, entre las raíces de los árboles que parecen convivir serenamente con la casona que los alberga como parte de la familia.



Todo en esta casa habla de su historia. Los muebles rústicos en el lobby que te cuentan de todas las personas que han reposado su cansancio en ellos, que se han resguardado del sol del caribe en la frescura de estas paredes que parecen tener vida propia y respirar un aire renovador, pero a la vez conocido, los carteles en las paredes que nos hablan de tertulias literarias, de pintores y de festivales de jazz  y de música del caribe, y por supuesto, los árboles que han visto pasar generaciones.

El hotel Bellavista es una vecindad que hace sentir en casa hasta a los recién llegados. Hay quienes lo prefieren existiendo otros con mayores excentricidades, como luces y puertas que se manejan con tarjetas o piscinas con cocteles exóticos a precios exorbitantes. En este hotel se han escrito novelas porque su espíritu se respira desde la entrada.   “Aquí ha venido Mario Mendoza, muchas de sus historias son historias del Bellavista”, nos dijo Adriana Di Bello, una bogotana que administra el hotel y que, en sus palabras, es la todera del lugar, la cabeza que dirige con todo su corazón la orquesta añeja que todavía suena bien, desde una oficina en alguno de los pasillos de la casa (el Bellavista es un lugar que hay que recorrer para encontrar su alma de laberinto) acompañada de una secretaria de doce kilos, peluda, Lupe, que asumió su oficio por preferir el aire acondicionado de la oficina a la caliente brisa costera. Para ejemplificar su dura labor, debemos contar sobre Don Enrique Ramón Sedo Talazae, propietario, un viejo barbiblanco, adusto, barrigón, que pasea su inquietante humanidad en chanclas, a ciertas horas, por su hotel, principalmente velando por el bienestar de los gatos, quien según nos contaron, en alguna vez que el hotel se inundó, salió con dos pelicanos que tenían en recuperación bajo los brazos, sin importarle otras cosas de la casa hasta que alguien le dijo que los pelicanos sabían nadar.



En el Bellavista hay una mentalidad de respeto por los animales. En algún momento de su historia llegó a albergar más de cien gatos. Hasta el día de hoy, nos contaron, les dejan camadas en frente del hotel porque saben que los residentes les buscarán un hogar.  Una noche, nos sentamos en una mesita al lado del comedor, en la que participamos por un breve instante del ritual nocturno de la cerveza y el cigarrillo conversados de dos residentes de la casa y una española, visitante regular, en el que incluso, y para su propia sorpresa, las acompañó don Enrique unos pocos minutos bromeando sobre la vocación de fiera de un cachorro recién recogido por una huésped, que tenía a los gatos con los pelos de punta con su energía inocente e infantil.

-         - Ustedes le tienen que enseñar a este señor que tiene que respetar el espacio de los gatos. Ellos son los dueños de la casa y él tiene que saber desde ya que es un invitado - Decía muy serio don Enrique mirando al cachorro ir y venir como loco a la entrada del restaurante donde permanecen siempre La Señorita, Pretzel, Dominó, nombre de algunos de los gatos.  



Entre las mesas, sin molestar a nadie, los Gatos del Bellavista son animales dóciles que no se acercan si no son invitados, no intentan quitarte la comida porque tienen la panza llena y su distribución por la casa es puramente territorial.

La nueva madre adoptiva de Martin le decía a Don Enrique entre risas:
-          ¡Pero si es muy obediente! Mira: ¡Martin sentado! - y el cachorro corría a morderle los dedos de los pies al hombre que lo miraba divertido, sin hacer el más mínimo caso a las órdenes.

Cuando quedó demostrada la naturaleza díscola del perrito, el dueño del aviso se sentó a la mesa con las tres ritualistas que daban pequeños sorbos a sus cervezas entre cigarrillo y cigarrillo y disfrutaban de las situaciones que para ellas eran lo normal en una noche del Hotel Bellavista. La española le dijo:

-          Don Enrique, ¿A qué debemos el honor de que nos acompañe?, debo anotarlo, querido diario… - e hizo la mímica de escribir en un cuaderno.
-          No haga que me vaya – le respondió el barbado con una sonrisa en el rostro, como no muy enseñado a las lisonjas.
En ese instante, la hija de Doña Adriana se le acercó por detrás y lo abrazó acercando su cara a las hebras plateadas de su pelo revuelto y él hizo otro mohín de viejo huraño.
-          No se le puede hacer ningún cariñito – dijo ella.
-          Eso de que lo huelan a uno es un poco raro – respondió él, como intentando mantenerse fiel a su personaje.



No tardó mucho en retirarse con su música de chancletas por los recovecos privados de la casa, dejando atrás a las mujeres que cada noche repiten esta escena independientemente de quien se siente a su mesa.

-          Mañana vamos a vacunar y desparasitar a Martin – dijo la mujer sentada a la cabecera, quien después supimos era veterinaria.
-          Y ¿La camada? – preguntó la hija de Doña Adriana refiriéndose a una camada de mininos que les habían tirado hacía un par de días en el antejardín.

Aprovechamos la oportunidad para preguntarles:
-          ¿Cuántos gatos hay ahora?
-          Entre residentes y visitantes, unos treinta – nos respondieron intercambiando miradas. Nos dijeron los nombres de algunos de ellos y nos contaron algunas historias, por ejemplo, de que Lupe ha salido en fotografías a nivel internacional, y al poco tiempo acabaron sus cervezas y la veterinaria dijo que debía madrugar y se fueron retirando dejándonos a nuestro libre albedrío, con la única “vigilancia” de los gatos que nos acompañaron hasta que nos dio la gana de irnos a dormir.



   Despertar en la mañana era saber que al cruce de la avenida estaba el mar con sus pescadores recogiendo atarrayas; con las garzas, gaviotas y pelícanos esperando las tripas gratuitas que les dejan antes de venderlos a los transeúntes; con Andrés, el encargado de instalar las carpas rojas para resguardarse del sol, que madruga a esperar a los bañistas y a sus amigos locales, a quienes les reserva una carpa sin importar que tan llenas estén las playas, siempre contento, almorzaba con ellos del mismo plato ofrecido por los vendedores ambulantes por siete mil pesos. Un joven afrocolombiano, trabajador, que desmiente el mito de que el costeño es perezoso.

Despertar en el Bellavista también era saber que en la cocina se estaban fritando las arepas de huevo y calentando los chocolates para recargar baterías para un día de sol.

-          Buenos días.
-          Buenos días – respondía siempre con una sonrisa la persona en el mostrador del lobby.

De alguna manera, podrías quedarte todo el tiempo en ese espacio de casa y playa que te daba todo lo necesario para estar feliz y tranquilo, pero Cartagena esa una ciudad con muchos sitios para visitar. Sin embargo, al final del día, el regreso a casa, siempre era gratificante.



Actualmente, tienen convenios con universidades que tienen carreras que necesitan mar, como biología marina, cuyos estudiantes tienen allí su morada mientras hacen sus prácticas. Buscan maneras de no depender absolutamente del turismo. Es difícil aguantar entre gigantes. Hay que saber vender la familiaridad, la tranquilidad, la sencillez, ante el lujo rampante que promocionan ciudades turísticas como Cartagena.

Todo incluido versus haz lo que tu prefieras y siéntete en casa.

Para nosotros, visitantes primerizos, una de las cosas que nos gustó, además de lo que hemos dicho, fue que, desde la primera noche, en una caminata ingenua y desprevenida, nos encontramos a pocas cuadras de la ciudad amurallada, lugar de visita obligada y digno de repetir. Nos recibieron también las cometas adornando y llenando de colores un espacio de otro tiempo. Cerca al centro y a la vida, playa de nativos y no de turistas, el lugar para nosotros.

En el hotel siempre encontrarás personas gustosas de indicarte los planes más comunes y otros menos conocidos y la mejor manera de realizarlos, incluso hay personas que te venden los paquetes para ir, por ejemplo, a Playa Blanca y las Islas del Rosario. También a un par de cuadras del hotel se encuentra el Cartagena en letras gigantes sobre la playa, para tomarse la foto en la salida del sol o al atardecer. Cerca de allí queda el bar Carioca, un pequeño bar de salsa, acogedor y económico.         
Ubicado en Marbella, carrera 1 # 46 -50, queda cerca de la casa museo Rafael Núñez, del Parque del Cabrero, de la Ciudad Amurallada, del barrio Getsemaní y relativamente cerca del Castillo de San Felipe de Barajas y del aeropuerto internacional. En la avenida frente al hotel puedes conseguir fácilmente transporte a Boca grande y El Laguito, a La Popa y a otros lugares de la ciudad, ideal para visitantes nuevos.



La comida del hotel es deliciosa y en la playa te ofrecerán ceviche, jaiba, almuerzos, raspao, agua y cerveza a muy buen precio.  Tu estadía se puede pagar en efectivo o con tarjeta y te llevarás un hermoso recuerdo del lugar, de la gente y de su historia que harán mucho más memorable tu viaje si tienes la sensibilidad y el espíritu para reconocer el alma de las cosas y habitar un espacio lleno de historias que te permite no ser un turista más si no un residente por un corto espacio de tiempo, que representa el pasado, presente y, de corazón esperamos, el futuro de Cartagena de Indias.   

¡Ah! Casi se nos olvida. También puedes conversar y tomarte un tinto en agua de panela de los vendedores de todas las mañanas en la entrada del hotel que son tan familiares como todo lo demás.


       
        


1 comentario:

  1. En ese hotel hay mucha hospitalidad por parte de los dueños y de su administradora que entrega su corazon.

    ResponderBorrar